lunes, 28 de julio de 2014

La Fontana di Trevi

Recuerdo perfectamente la sensación que sentí la primera vez que vi la Fontana di Trevi. Fue a finales de septiembre de 2005. Llevaba el pelo corto y aún no usaba gafas. Mi primer viaje laboral internacional, mi primera reunión internacional de trabajo. Iba con varios colegas callejeando por el centro de Roma y de repente, allí, en mitad de aquellas callejuelas laberínticas, se abrió un espectáculo visual que me dejó anonadada, casi sin palabras. Era final de verano, hacía calor y la ciudad estaba llena de turista. No importaba. En ese momento, se convirtió en uno de mis lugares favoritos de Roma o, simplemente, en mi lugar favorito de Roma.



La segunda vez que fui a la Fontana fue en febrero de 2012. Llevaba el pelo corto y gafas rojas. De nuevo, en viaje de trabajo, uno más de los muchos que he ido acumulando con los años y, de nuevo, con un grupo de colegas. Era una tarde fría de invierno y nevaba. Nevó mucho más durante las horas siguientes. Estaba enferma, triste y hacía un frío que pelaba. Pero me encantó volver, me pareció alucinante ver la Fontana (y toda Roma) nevada y acabé de enamorarme de la Fontana, más aún.


La tercera vez que fui a la Fontana fue a finales de enero de este año. Llevaba el pelo largo y aún no había decidido si amaba u odiaba mis nuevas gafas negras. Fue un viaje relámpago, una noche en Roma de escala de camino a Montenegro, a una reunión de trabajo. Hacía mucho frío, apenas unos grados sobre cero, pero convencí a mis colegas de trabajo de ir después de cenar hasta allí, a ver la Fontana. Fue maravilloso volver a verla, a pesar de todo, frío incluido. Creo que fue entonces cuando decidí que, siempre que fuera a Roma, pasaría por la Fontana. O igual ya lo había decidido mucho antes.


Ayer hizo una semana que estuve por cuarta vez en la Fontana di Trevi. Llevo el pelo muy largo (para lo que es habitual en mí) y ya me he acostumbrado a las gafas negras (aunque sigo añorando las rojas). Aunque los primeros días, fue un viaje laboral, luego se transformó en un viaje de amistad. Así que esta vez mis compañeros no eran colegas de trabajo. Antes de ir, ya sabía que estaba en obras, así que estaba preparada para lo que me iba a encontrar. Cuando llegamos a la plaza, me asomé antes que mis compañeras de viaje, miré la Fontana me volví a ellas y les dije “No entréis, no la podéis ver así”. Pero claro, entraron y la vieron. Yo casi lloro, en serio. Si no llego a saber que está en obras, sé que hubiera llorado. De verdad.


Qué tristeza, la Fontana en obras. Qué dolor. Ahora sólo pienso en que acabe pronto la restauración y poder volver a Roma y contemplarla. Aunque me temo que volveré a Roma antes de que esté restaurada. Pero, aún bajo los andamios, iré a verla.

Lo prometo.

Las fotos son de cada una de las visitas, claro.

6 comentarios:

  1. Dicen que una vez has echado las monedas volverás en algún momento de tu vida¡¡ yo lo estoy deseando. Aunque me la esperaba en un lugar mayor me pareció una maravillosa muestra del arte italiano. besos¡¡¡

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    1. Yo cada vez que he ido, he lanzado una moneda y de momento ha funcionado. :)

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  2. ¡Qué pena en obras! ¡Qué penita! Tendré que volver.
    (Se nota que me estoy poniendo al día con las lecturas, eh?)

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    1. Lo bueno de esto en que aún vivirás la emoción de descubrir la Fontana di Trevi por primera vez. Y te encantará.

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  3. La verdad que la sensación que se experimenta cuando descubres la Fontana es bastante común, por lo que leo y sentí. Vas por las calles de Roma y al girar una de ellas, ahí está, como escondida pero descomunal. Recuerdo haber estado bastantes ratos sólo admirandola mientras mi acompañante de viaje le hacía 1000 y una fotos.

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