sábado, 8 de marzo de 2014

Cosas que me llevo de los viajes

Hace unas semanas me puse a pensar en las cosas de los viajes que me llevo a casa. No sé por qué me lo planteé, pero preparé una lista mental que me parece interesante compartir. Y que publico hoy porque la entrada que tenía prevista incluye vídeos y la conexión que tengo en Namibia no es tan rápida como necesitaría que fuera. A lo que iba, la lista. No sé si el orden que he puesto es el correcto, soy incapaz de saber qué es lo que compro más, pero más o menos está todo lo que suelo comprar. Creo.

Chocolate. Antes no compraba nunca, excepto cuando iba a Bruselas (ay, el chocolate belga), pero desde que descubrí un chocolate con sal suizo, siempre que puedo acabo en algún supermercado buscando chocolate con sal, para intentar escoger el más delicioso. Y, ya que estoy, acabo comprando otros chocolates que me parecen originales, o diferentes a los que encuentro en mis supermercados habituales. Obviamente, cuando voy por Bélgica es cuando más chocolate compro, pero últimamente, vaya donde vaya, siempre vuelvo con alguno curioso. También en los aeropuertos se pueden descubrir algunas maravillas de chocolate.

Vino. Me gusta el vino y me gusta tener por casa vino de sitios diferentes. La probabilidad de dar con un vino adecuado es baja, pero me suelo arriesgar cuando viajo por países que tienen producción propia. Compro algo de precio medio (no muy bajo para asegurar cierta calidad, no muy alto por si se rompe la botella por el camino) y a la aventura. Luego es genial ir a comer a casa de alguien y presentarte con vino sudafricano, croata o italiano. Aunque hoy en día puedes encontrar vino de casi cualquier sitio en tu ciudad, siempre tiene su gracia eso de pasearlo por aviones.

Comida. Es genial pasearte por los supermercados de los sitios que visitas: ves realmente lo que comen sus gentes, lo que es su día a día, lo iguales o diferentes que somos. Me gusta ir a los supermercados y comprar cosas que aguanten bien el viaje, latas, a veces infusiones, los chocolates ya mencionados, lo que sea. Sólo el hecho de pasear por un supermercado ya es un gran recuerdo de un viaje. Llevarte cosas a casa es un premio.

Libros. Compro libros mucho menos de lo que quisiera, porque me controlo bastante. Me desespera ver el estante de libros sin leer crecer en volumen y procuro limitar sus compras, tanto en casa como cuando estoy por ahí. Disfruto mucho de visitar librerías, aunque sus libros estén en idiomas que nunca entenderé. Como viajo sobre todo al extranjero y en general a países en el que el idioma no es el inglés, tampoco tengo muchas posibilidades de comprar libros que pueda leer, así que el autocontrol es más sencillo. Ya tengo algunas librerías favoritas en las ciudades que visito con cierta regularidad y me parece casi un sacrilegio no entrar en ellas, aunque acabe por no comprar nada.

Harry Potter. Éste es un subapartado del anterior. Mi colección de harrypotters internacionales aumenta a un ritmo muy, muy lento. A veces no me acuerdo de que no tengo un libro en el idioma del país que estoy, a veces no encuentro librerías, a veces están cerradas a las horas que tengo libre. Aquí sólo hay dos opciones: o el viaje es provechoso (y encuentro el libro) o es un fracaso (y no lo consigo, por cualquier motivo anterior). Me frustra sobre todo en algunos países en los que he estado varias veces y aún no he conseguido el libro. Y me frustra no tenerlo aún en alemán, cuando soy ya una experta en visitar sus aeropuertos. Pero cada HP que me queda por comprar, viaje que tengo pendiente, así que no me agobio demasiado.

Ropa y complementos. No es que vaya expresamente de compras cuando estoy fuera, pero me hace gracia comprarme algo de los países que he estado, si las circunstancias hacen posible un paseo por tiendas de ropa y complementos. Una camiseta, unos pendientes, un pañuelo,… Cualquier cosa es válida para mí como recuerdo. A veces he ido vestida casi totalmente con ropa que he comprado fuera de mi país: el abrigo veneciano, las botas belgas, el gorro escocés, el bolso vienés, los pendientes malteses, el pañuelo namibio… y así, hasta el infinito. Creo que estos son los recuerdos que más disfruto de los viajes. Un día cualquiera, te pones en casa unos pendientes y recuerdas de dónde vienen, de un lugar, de un viaje, de cierta gente. Y sólo esa tontería ya te hace sonreír.

Lana y telas. Estos son últimas adquisiciones. Lana he comprado un par de veces, telas sólo estando en Namibia. Son recuerdos estupendos también: acabas con una bufanda con lana comprada en otro país o con una funda de portátil hecha de tela de otro.

Recuerdos clásicos. De estos cada vez compro menos. Imanes, postales o cualquier cosa típica de las tiendas de recuerdos. Siempre que puedo las visito, siempre que veo algo que me parece chulo, lo compro, pero cada vez son más iguales en todo el mundo y cada vez busco más algo curioso, algo que no tenga, algo diferente. Y, todo hay que decirlo, mis padres ya están hasta las narices de que llene su nevera de imanes.

Qué bonita lista. Estos días me he dedicado a cumplir unos cuantos puntos de los arriba mencionados. En la foto, mis nuevas telas namibias. Adoro la amarilla.

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