domingo, 16 de septiembre de 2012

El pueblo unido jamás será vencido

De un tiempo a esta parte, gente variada que conozco me ha empezado a hablar mal de los funcionarios o, mejor dicho, de los empleados públicos.

[Inciso. Aunque la gente no lo tiene claro, no es lo mismo un “funcionario” que un “empleado público”. Los “funcionarios” son gente que ha aprobado exámenes varios y tienen una plaza fija en la administración pública. Los “empleados públicos” son gente que trabaja para el Estado o para otro organismo público (Ayuntamientos, Comunidades Autónomas), incluyendo a los funcionarios pero también a mucha otra gente que tiene contratos temporales, que ha conseguido por exámenes, concurso de méritos o enchufes –de todo hay-. Es importante aclarar esto. Siempre se habla de “recortes a los funcionarios” cuando realmente los recortes se hacen a todos los “empleados públicos”. Lo sabré yo, que tengo un contrato temporal pero me han afectado todas las medidas que supuestamente afectan a los “funcionarios”. Fin del inciso.]

Decía que mucha gente me ha empezado a hablar mal de los trabajadores públicos. Que si claro, es normal que les recorten porque no hacen nada, que si se han aprovechado mucho estos años, que si hay mucho enchufado. Que sí, que no digo que no. Yo que trabajo en la administración pública he visto mucha gente que no trabaja, mucho enchufado y mucho derroche de dinero pero, ¿quién no ha visto enchufados también en la empresa privada? ¿Quién no conoce al típico caradura que no hace nada, pero que aparente ser el más trabajador en algunas empresas? Porque yo eso también lo he visto.

Mis reflexiones de los últimos tiempos, unidas a lo que he visto hoy en “Salvados” (“Ciudadano Klínex”) me llevan a concluir varias cosas.

En la administración pública (hablo en general) ha habido muchos años de derroche, de crear plazas porque sí, de enchufar al primo del amigo del sobrino de la amante, de mala gestión. ¿Cómo se arregla eso? Pues se arreglaría con un buen control y seguimiento de personal, con una gestión de trabajo que implique un control real y objetivo, trabajando, por ejemplo en base a objetivos marcados y no a “cuántas horas estoy sentado delante del ordenador”, con racionalizar la función pública: qué se necesita, qué hay y qué sobra. Una buena limpieza en la administración pública es muy necesaria, lo ha sido siempre, pero ahora especialmente. Creo que eso sería mucho, pero que mucho más efectivo que cualquier recorte.

El asunto de los moscosos, esos días “de asuntos propios” de los que disfrutamos. Menudo asunto. Claro, a la gente que no trabaja en la administración pública, les parece fatal que los disfrutemos. Lo que no saben es su origen. Se creó en su momento para compensar la pérdida de poder adquisitivo. Creo que fue en el año 82. El IPC subió tanto (creo que un 12%) que el Estado no pudo asumir la subida. A cambio, concedió a sus trabajadores más días libres. Pongamos una persona A que trabajaba en ese año en una empresa privada y una persona B que trabajaba en el sector público, ambos con el mismo sueldo. A tuvo un aumento de sueldo de acorde con el IPC ese año (¡¡¡un 12%!!!). B no. Ni lo tuvo entonces ni, en los años siguientes, se le “devolvió” ese aumento nunca pagado. A día de hoy, A estaría cobrando bastante más que B (¡recortes aparte!). Pero eso nadie lo cuenta…

Con las pagas extras más de lo mismo. Conozco gente que en empresas privadas tienen hasta cuatro pagas extras. En el sector público se tenía (hasta ahora) dos. Hay quien dice que no pasa nada que las quiten, total a mucha gente no se las dan. No es cierto. El sueldo que tenemos todos es un sueldo anual y cada empresa lo divide como decide. Puede decidir pagar una cantidad al mes y luego dar una o más pagas extras, o tener la paga extra prorrateada. Es decir, una persona que no cobra las pagas extras como tal puede tener perfectamente un sueldo anual más alto que una que tiene cuatro pagas extras. Una paga extra no es un regalo, es dividir el sueldo entre más nóminas al año.

Mucha gente está de acuerdo con que le bajen el sueldo a los empleados públicos. Y he oído hasta risas cuando los ven protestar. Bueno, la bajada de sueldo a los trabajadores públicos afecta a todos. Pongamos un trabajador público cualquiera al que le han recortado el sueldo. ¿Consecuencia? Gasta menos. Debería pintar el comedor, pero decide esperar otro año más. En vez de salir a cenar fuera una vez por semana, sale una vez al mes. En vez de ir a la peluquería una vez al mes, va 2 veces al año. En vez de comprarse un coche cada cinco años, arregla el viejo para que dure unos años más. Y no sólo eso: ni siquiera lo lleva al taller a arreglarlo, sino que se lo deja a su cuñado, que es un manitas y luego, a cambio, le invita a cenar. En casa, claro, que salir a restaurantes es ya demasiado caro. Es decir, muchas por no decir todas las empresas privadas se ven de manera directa o indirecta afectadas por los recortes a los trabajadores públicos. La diferencia es que los trabajadores públicos se atreven a protestar, porque no tienen miedo a que les echen (ahora un poco sí). Y, ¿sabéis una cosa?, protestan por todos.

Tampoco deberíamos olvidar quiénes son los empleados públicos. Sí, es ese señor con cara de mala uva que justo se va al bocadillo cuando te tiene que atender a ti. Sí, son esos profesores que tienen más días al año de vacaciones que tú y yo juntos. Sí, es esa señora que te hace rellenar ocho impresos diferentes para luego darse cuenta de que con uno bastaba. Sí, son todos esos. Pero también es ese médico que salvó a tu padre el día que le dio un infarto. Es ese bombero que sacó a tu abuela en brazos de su casa ardiendo. Es ese profesor que aguanta a tu hijo adolescente, y a treinta más como él, simultáneamente, más horas al día de las que tú mismo ves. Es ese guarda forestal que murió en el incendio provocado por una negligencia. Es ese administrativo que te arregló los papeles en tres minutos para que pudieras pedir la ayuda para arreglar la casa. Es esa profesora que ha conseguido que tu niño con una discapacidad grave, te diga “te quiero” con el lenguaje de signos. Es esa enfermera que limpia los vómitos de tu hijo enfermo. Es ese policía que acompañó a tu hija a casa después de aquel accidente del que no tuvo la culpa. Es ese investigador que descubrió una sustancia que hace que las quimios de tu tía no sean tan duras. Es esa psicóloga que atendió a tu amiga después de que la violaran. Es ese buceador que recuperó el cadáver de aquella niña de tu pueblo que alguien mató y tiró al río. Es ese científico que se pasa varios meses fuera de casa para intentar encontrar soluciones a la contaminación atmosférica. Es ese guarda urbano que salvó el otro día a una niña con parada cardiorespiratoria. Es esa científica que ha descubierto que la enfermedad de tu hijo es incurable, pero que eliminando ciertos componentes de su dieta, podrá hacer vida normal. Y, ¿sabes otra cosa? La mayoría de ellos ni siquiera son funcionarios, tan solo empleados públicos con un contrato temporal (¡o con una beca!) que pueden irse cualquier día a la calle, como tú.

Mi conclusión final es que, en los últimos tiempos, se ha criminalizado al empleado público. ¿Por qué? Sencillo. Divide y vencerás. Porque el pueblo unido jamás será vencido. Y mientras que trabajadores del sector público y trabajadores del sector privado no entendamos que estamos en el mismo lado, nos habrán vencido. Y hasta que no seamos capaces todos de unirnos y luchar por lo que (¡todos!) nos merecemos, habremos perdido la batalla.

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