lunes, 6 de junio de 2016

La cinta roja

- ¿Necesitas algo? -me dijo.

- No -le contesté yo-, creo que no.

- Piénsalo. Voy al centro comercial de aquí al lado, así que aprovecha si quieres algo. Yo te lo traigo

- Venga, ya que vas, tráeme una cinta para las gafas.

- ¿Una cinta? ¿Cómo la quieres?.

- No lo sé, tipo deportiva.

- ¿De qué color?

- Me da igual, confío en ti.

Y me trajo una cinta roja, claro. Roja, mi color favorito. Hice bien en confiar. Qué bien me debía conocer.

Entonces, yo llevaba unas gafas rojas, pero ahora ya no las llevo. Ahora, tengo un coche rojo, entonces aún no lo tenía.

Normalmente, no uso cinta para las gafas, sólo cuando voy al mar. La uso para las gafas de sol, puede ser muy cruel el sol primaveral en alta mar, así que siempre llevo las gafas encima, colgadas del cuello con una cinta o puestas.

La cinta roja me ha acompañado en el Festival de Primavera unos cuantos años. Pero el año pasado no fui capaz de encontrarla, así que me compré otra, negra. Al volver del mar, encontré la roja y la guardé a buen recaudo, aún estaba en buen estado. Antes del primer Festival de Primavera, la recuperé, pero me pareció que ya estaba demasiado dañada para aguantar dos Festivales de Primavera, así que me llevé la negra. No me gusta la cinta negra, la encuentro un poco corta y, el segundo día en el mar, ya se me rompió, o medio rompió. Así que he decidido usar la cinta roja para el Festival de Primavera que empieza mañana. Y, a la vuelta, me desharé de las dos. De la negra, porque está estropeada. Y de la roja simplemente porque creo que ha llegado el momento deshacerme de ella.

En la foto, la cinta roja.

domingo, 5 de junio de 2016

Estos días

Ayer me probé unas bermudas de runner.

Y no lo digo yo, lo decía un letrerito en el estante. Al final no me las compré, porque no eran fosforitas. (Esto viene del chiste ¿Qué es un runner? Un corredor fosforito. JAJAJA). Acabé comprándome dos bermudas que no eran de runner por la mitad (ambas juntas) de lo que costaban las que eran de runner.

Pero eso no es, ni mucho menos, lo más emocionante que me ha pasado últimamente.

Bueno, igual sí.

No, no.

Me he presentado por primera vez en mi vida a unas oposiciones, lo que me ha llevado a un viaje relámpago a Madrid (qué injusticia vivir en una isla en situaciones así, cuánto, cuánto dinero hay que invertir para ir a un examen). He superado la primera fase, por lo que tengo que volver a Madrid en un viaje mucho más relámpago y más complicado (y caro), porque estaré en mitad del Festival de Primavera. Pero esa ya es otra historia que no pinta nada aquí.

Ir a Madrid significó el ataque de alergia más severo que he sufrido en los últimos años. Pero también significó poder ir a su Feria del Libro (eh, ¡qué grande!), a esta exposición, ver la Cibeles desde arriba, ver a algunos colegas de trabajo que hacía tiempo que no veía y, sobre todo, re-encontrarme o conocer a algunas tuiteras-blogueras estupendísimas y maravillosas. Gracias, chicas, fue maravilloso compartir un rato con vosotras, espero volver a veros pronto.

Y con eso me quedo, con la gente. Porque al final, lo más importante, lo más válido y lo más maravilloso de nuestra vida es la gente que nos rodea, la gente que escogemos que nos rodee. Y es igual si esa gente es alguien con quien has crecido o alguien que has conocido a través de redes sociales o blogs o alguien que se ha cruzado en tu vida laboral.

Yo lo he visto estos días, lo he notado y me he sentido tan arropada, tan querida y han estado tan pendiente de mí gente tan diferente, que he conocido en ámbitos tan variados, que es imposible no gritar a los cuatro vientos ¡GRACIAS! Recibir mensajes de tanta, tanta gente, desde la vecina de dos pisos más arriba hasta de alguien que está a miles de quilómetros preguntando qué tal ha ido es… uf, es indescriptible. Porque al final lo de menos es ganar o perder, ser primero o último. Lo importante es eso, es la gente, la gente que te quiere, que se preocupa por ti. Levantarse feliz o triste, alegre o cabreada, pero recibir mensajes, palabras, llamadas dándote ánimo, preguntándote y, sobre todo, estando ahí, a tu lado. Aunque sea en forma de tweet, aunque sea en forma de mensaje en el móvil, aunque sea en forma de abrazo.

Todo vale, todo sirve, para sentirte querida y apreciada.

Y yo lo he sentido, y mucho, estos días.

De verdad.

Gracias a todos.

La foto, la Cibeles, desde una perspectiva que nunca pensé que vería.

domingo, 29 de mayo de 2016

Junto al mar. En el mar. Lejos del mar

Hoy necesitaba cargar pilas para la semana que me espera, para el mes que me espera.

Y he ido junto al mar, cómo no.

Es curioso que haya necesitado ir a él, cuando hace sólo tres días que volví de él, de un MiniFestival de Primavera, tan inesperado como sorprendente. Y fascinante. Un MiniFestival corto e intenso, que me ha dejado un mal de tierra que me ha durado dos días. También me ha dejado un montón de imágenes clavadas en la retina (y muchos gigas de disco duro externo), experiencias, cosas nuevas y un sueño cumplido: ir a conocer un poquito (sólo un poquito) un lugar maravilloso (y casi misterioso para mí), un monte submarino al que hace años le tengo ganas. Ha sido sólo una primera aproximación, pero espero volver. Sí, quiero volver.

Y ahora, que me voy a alejar del mar por unos días, me acuerdo de una de esas conversaciones que a veces se oyen en los puentes de los barcos y que quedan registradas (sí, como en las cajas negras de los aviones). Conversaciones que me hacen pensar que, si alguien las revisa alguna vez, se echará unas buenas risas. O no.

- ¿Te buscaban? – dijo el capitán.
- ¿Quién? – pregunté yo.
- Un chico alto y guapo. – bromea el primer oficial.
- ¿En serio? ¿Hay chicos así en este barco?
- ¡¿Cómo que si hay chicos así?! ¡Hay 18!

La primera foto, de hoy, viendo el mar desde tierra. La segunda, de hace unos días, viendo tierra desde el mar, en uno de esos momentos que te sientes afortunada no, lo siguiente.

domingo, 22 de mayo de 2016

Stop

A veces, hay que parar, hacer caso a la señal de stop.

Aunque vayas a tope, estés hasta arriba de trabajo, de preocupaciones, de cosas por hacer.

Aunque estés a diez días de unas oposiciones, a diecisiete del Festival de Primavera y a sólo dos de otro Festival mini en el que, no sabes aún muy bien como, te ha tocado participar (cuando hace sólo un día ni sabías que existía).

Aún así, aún en circunstancias de esas en las que parece que no tienes ni tiempo para respirar, hay que parar, hay que hacer caso a la señal.

Así que metes cuatro cosas en una maleta, conduces sesenta quilómetros y te plantas en un hotel junto al mar, para pasar una noche de fiesta, música swing y baile con amigos. Y durante unas horas te olvidas de preocupaciones, de trabajo, de todo lo que tienes aún pendiente y, casi (sí, digo casi), de las oposiciones y tu vida se reduce simplemente a eso, a la música. Y a no parar de sonreír mientas bailas.

Porque bailar me hace sonreír. Y, a veces, para poder bailar, hay que hacer caso a la señal de stop. Y parar.

En la foto, la bahía de Pollença, esta mañana, cuando me alejaba de la música y del baile, para volver a la realidad. Y el stop, claro.

Y la música, “Love” de Nat King Cole, porque la oí hace un par de días y mis pies no podían parar.

martes, 17 de mayo de 2016

¡Feliz cumpleaños, Anijol!

Hoy alguien cumple 40 años.

Y, oye, es una cifra muy redonda como para dejar pasarla por alto, así como si nada.

Así que, allá vamos, Ani, ¡¡a celebrarlo!!




Disfruta de tu día a tope, que te regalen muchas cosas chulis y ya nos invitarás algún día a uno de esos pasteles tan maravillosos que haces.

Y recuerda…
 

domingo, 15 de mayo de 2016

Diecinueve días en el mar

He pasado unos cuantos días en el mar, casi tres semanas, en la primera parte del Festival de Primavera. Han sido días intensos, largos, curiosos, interesantes y divertidos. Ha sido todo eso y mucho más.

Vuelvo con las pilas cargadas, llena de energía y muchos recuerdos. Con esa alegría que te da el haber trabajado bien, el habértelo pasado bien y el volver a casa; con esa tristeza que te da dejar atrás a unos compañeros de viaje que han sido tu familia durante tantos días.

De estos días me quedo con la familiar comodidad que siento en este barco y sus habitantes, esa sensación de sentirte como en casa estando lejos de casa. Me quedo con el magnífico camarote que me ha tocado este año, yo creo que el mejor de todos. Me quedo con mis compañeros, con las risas, con las bromas, con el trabajo hecho y con el ánimo continuo que me han dado para lo que me espera durante el próximo mes y medio. Me quedo con los cruasanes con jamón y queso, a media tarde en el parque de pesca y a media noche en la cocina. Me quedo con el grito por megafonía de “¡Calderones a estribor!” y todos corriendo a la cubierta a verlos. Me quedo con la isla de Alborán, siempre lejana, misteriosa y fascinante con su forma de submarino, la historia de su nombre y los dos días (casi) aislados del mundo que pasamos allí. Me quedo con los atardeceres fabulosos día sí y día también, con delfines saltando a nuestro alrededor incluidos. Me quedo con la irrepetible sensación de dormirme viendo el mar a través del ojo de buey y despertarme al día siguiente viendo el mar lo primero de todo. Me quedo con la banda sonora de esta campaña: “la cumbia de Félix y Jacques”, grande, grande. Me quedo con los acuarios que montaron los colegas bentónicos y que nos permitieron ver las criaturas marinas desde una perspectiva diferente. Me quedo con las deliciosas comidas (esos cocidos a las 11 de la mañana a mí me sientan de maravilla, ese bocadillo, esa hamburguesas, ese… todo, todo, todo), los fabulosos postres y esos cruasanes y donuts que nos permiten saber que, cuando tocan para desayunar, es que es domingo. Me quedo con la noche que pasamos en tierra, la parada que hicimos, las risas que echamos desde que salimos del barco hasta que volvimos, muchas horas después. Me quedo con el ritmo pausado y silencioso del día siguiente, intentando recuperar el ritmo de trabajo que perdimos a cambio de alejarnos unas horas del balanceo marino. Me quedo con las horas y horas que pasamos limpiando espardeñas y lo ricas que estaban cuando nos las comimos. Me quedo con la guerra de agua mientras limpiábamos cajas el último día, que me obligó a dejar toda mi ropa en el guarda calor, tan empapada estaba. Me quedo con la cena a popa, esa última noche, todos juntos, con el marisco y la barbacoa, con la tarta espectacular, con el lugar en el que estábamos, Calabardina, un descubrimiento. Hasta me quedo con la alarma de incendios sonando esa última noche en el barco, por culpa de unas palomitas quemadas en el microondas, que activaron a la tripulación en un tiempo récord. Y me quedo, irremediablemente, con la complicada y eterna vuelta a casa, veintiuna horas de Cartagena a mi isla, con un vuelo perdido por el camino que nos obligó a retrasar, una noche más, la vuelta a casa.

Éste es el resumen de casi tres semanas en el mar. Vuelvo, sí, con las pilas cargadas, con una sonrisa en los labios y con ganas de volver al mar. Me queda menos de un mes.

Las fotos, son de estos días, con la compacta y con el móvil.

Y la frase, de Lewis Carroll, “No puedo volver al ayer, porque entonces yo era una persona diferente”. Es así.

















 

martes, 3 de mayo de 2016

Rozando el caos

Hay un momento crítico, en todo Festival de Primavera que se precie, en el que todo puede tener al caos.

Al principio, todo es muy fácil y bonito: llegas, te instalas en tu camarote y tienes todo perfectamente ordenadito y colocado. La ropa limpia para trabajar, la ropa para después del trabajo, las cosas del baño, los papeles, los elementos de ocio que te acompañan… Todo tiene su sitio y su lugar y, cada vez que coges algo, lo devuelves a su sitio.

Al cabo de un tiempo variable, las cosas se empiezan a desmadrar. Igual es porque pasas poco tiempo en el camarote porque estás a otros menesteres (o sea, trabajando) pero te das cuenta de que las cosas empiezan a NO estar en su sitio. Un papel que dejas donde no toca, el mp3 que no recuerdas dónde lo pusiste, las botellas de agua vacía que se acumulan porque nunca te acuerdas de sacarlas de allí, esa camiseta que ni está limpia ni está sucia y que no sabes qué hacer con ella.

Y entonces llega el momento clave.

El point of no return que cantaría el Fantasma de la Ópera.

El punto más crucial.

En ese momento en el que te paras un segundo a pensar, respiras hondo e intentas volver a situar cada cosa en su sitio. Pero entonces te das cuenta de que ya no te acuerdas si habías decidido que los papeles debían estar en el segundo o tercer cajón, si la crema de manos va en la estantería de la derecha o de la izquierda o si es mejor tener el libro en la cabecera de la cama o sobre el escritorio. Así que tienes que hacer un esfuerzo extra, buscar un hueco entre muestreos, correcciones y trabajos pendientes y tratar de poner orden al pequeño caos que se apodera de tu entorno. Porque es el momento clave, a partir de ahora, o consigues controlar el caos, o el caos te controla aquí.

Y creo que pasa un poco lo mismo con la mente. No es que reine el caos, pero en el ir y venir, en el trabajar y trabajar, en el tener parte de la mente en tierra y parte aquí, vuelve todo un poco caótico. Y toca también para y organizar la mente. Para que el caos no lo domine todo y pueda contigo.

Acabamos de llegar a puerto. Será raro tocar tierra después de diez días en el mar. Pero es un buen momento para tomar las riendas en este punto tan crucial y evitar que el caos te acompañe el resto de días de Festival.

En la foto, mis botellas vacías esperando a ser llevadas al contenedor de plásticos. Hoy lo hago. Veréis como sí.