jueves, 25 de junio de 2015

De esto que... (VIII)

De esto que te pones a desmontar el sistema de riego automático casero que montaste hace unas semanas, porque quieres recuperar el cubo de fregar que hace de depósito de agua, pero sales al balcón y decides que las persianas están demasiado sucias. Así que te pones a limpiar las persianas y, aprovechando el tiempo, dos lavadoras. Un par de horas después, con las persianas relucientes, decides atacar, ahora sí, el sistema de riego automático y barrer y fregar el balcón, aunque no tienes cubo de fregar, claro. Así que coges el teléfono y “Mamá, ¿me dejas tu cubo de fregar?”. Tu madre no puede ocultar su sorpresa por esa petición tan extraña, pero te trae su cubo y su fregona. “¡Pero si ya tengo fregona”, dices. “Por si acaso”, responde ella misteriosamente. ¿Por si acaso qué? Total, que te pones a barrer y fregar y, oh sorpresa, el palo de tu fregona se parte a la mitad. Este era el porsiacaso, claro. Total, que desmontas el sistema de riego y descubres que el cubo está tan lleno de algas y porquería que mejor le hace compañía en la basura al palo roto de fregona. Con el balcón impoluto, empiezas a ordenar las plantas: los fresales que casi no dan fresas, los pimientos que no son la variedad que querías, las zanahorias que sólo crecen en un lado de la maceta y los tomatitos cherry que son más grandes que los tomates de ensalada (EL tomate de ensalada). Pero bueno, miras tus plantas, orgullosa, tan ordenaditas y bien colocadas, y miras el palo roto de fregona y el cubo que ha adquirido un curioso color verde y piensas que, a pesar de todo, la tarde te ha cundido mucho. Y porque no tienes thermomix, que sino también hubieras hecho unas croquetas.

En las fotos, pimientos inesperados, el tomate de ensalada y tomates cherry gigantes.





lunes, 22 de junio de 2015

Hey hey, I'm ok

Día uno en la oficina tras dos semanas en el mar. Con la maleta deshecha pero el olor a sal todavía en la piel y el azul del mar en mis retinas. Con la melancolía propia del regreso, con la alegría propia de volver a casa.

Miro por la ventana y veo coches, no mar.

Cuando me he despertado, me ha sorprendido no subir al puente antes de desayunar.

He desayunado sola.

Para ir al trabajo, no ha bastado subir y bajar escaleras, he tenido que coger un coche.

Hoy mis retos no son muestreos en el mar, hoy mis restos son datos, informes y papeleos.

Y me viene a la mente esta canción que descubrí en el mar, que me descubrieron en el mar y me encantó.

Y me parece, tan, tan adecuada para un día como hoy, que no puedo evitar compartirla.

Hey hey, I'm ok
I don't need this anyway, I'm fine
[…]
So I wait for this shallow itch to pass
And I wait, yeah I wait

viernes, 12 de junio de 2015

Mi lugar favorito

 Mi lugar favorito del barco es éste:




Está situado a popa, en la aleta de babor, junto a una de las puertas de arrastre. Allí voy cuatro o cinco veces al día. Es siempre al final de cada muestreo, cuando ya se han acabado las maniobras que implicarían que estar allí es peligroso o que molesto al trabajo de los marineros. Así, cuando las puertas ya están trincadas, me voy a esa esquina, a ese rinconcito de mi mundo marino y, subida a un escalón con rejilla, tengo una perspectiva de lo que hay más allá del barco, a nuestra popa.

Lo que veo es esto:


Esto es el arte experimental que utilizamos en los muestreos. Es un arte de arrastre, pero de un tamaño muy inferior al comercial, con otras características, adecuado a lo que hacemos: muestrear y no pescar. Si veo venir el arte, con todo su equipamiento y sus sensores, respiro tranquila: un muestreo que parece que ha ido bien, un muestreo más realizado, un muestreo más en el que no ha pasado nada grave ni hemos perdido nada de material.

En mi lugar favorito del barco, tengo además vistas privilegiadas de la red cuando sube, puedo comprobar a simple vista el volumen y, aunque para cuando abren el copo ya vuelvo a estar en la cubierta, me da una primera imagen de lo que viene, de cómo viene.

Me gusta esa esquina, me encanta esa esquina. Me gusta ponerme el casco en el puente, varias cubiertas más arriba, bajar por los tres tramos de escaleras exteriores y dirigirme a mi hueco junto a la puerta, tratando de no molestar. Me gusta sacar la cabeza y comprobar que la red viene en buen estado o si tiene alguna rotura, qué es lo que viene enganchada en los calones, las gaviotas y otras aves que se acercan, miro el cielo, miro el horizonte, miro el mar. Siempre el mar.

Y así van pasando los días, aquí en el mar, yendo a mi rincón favorito, con los dedos cruzados, para que todo siga yendo tan bien como hasta ahora (mala mar y algunos mareos de ayer aparte).

domingo, 7 de junio de 2015

Dia 1

Hoy es domingo. Domingo en el Festival de Primavera es sinónimo de croissants o donuts para desayunar. Pero hoy no ha habido ni croissants ni donuts. Ayer nadie se acordó de descongelarlos. No es un hecho grave, claro que no. La cuestión es que hoy, en el desayuno, no ha habido ni donuts ni croissants. Eso ha provocado una importante perturbación en la Fuerza.

Sí, sí, reíros.

Eso he hecho yo al principio.

Pero según avanzaba el día, he notado más y más la perturbación. En el primer muestreo se ha roto un trozo de esos de la red que parece que nunca se pueden romper. Eso ha retrasado todo el trabajo, de manera que me he perdido los entremeses de la comida del domingo y el postre, porque he llegado tarde a comer. Menos mal que en cocina me cuidan y he podido comer un filete con patatas fritas. En diez minutos. En un par de muestreos, el arte se ha dedicado a planear en vez de ir por el fondo y en el último, no se quería abrir, así que lo hemos tenido que repetir, por lo que el día se ha alargado bastante. Hasta que ha sido de noche concretamente. También he llegado tarde a la cena y no he podido estar sentada en el comedor más de quince minutos. Aún quedaba mucho trabajo por hacer.

Y todo esto ha pasado por culpa de los donuts. O de los croissants. O mejor dicho, de su ausencia. Menos mal que la perturbación de la Fuerza no ha sido muy grande. Y eso que el día ha empezado muy bien: cuando he subido al puente a las 7 de la mañana, el oficial de guardia escuchaba Abba a todo volumen. Y han sonado algunas de mis canciones favoritas.

Pero el poder de los desayunos dulces en domingo es muy fuerte. Tanto que es capaz de alterar la Fuerza.

Mañana es lunes, un lunes normal y corriente. Menos mal. Aunque en el mar, nunca hay nada normal y corriente.

viernes, 5 de junio de 2015

Viernes

Hoy es viernes. La gente es feliz los viernes, con todo un fin de semana entero por delante. Es día de quedar con amigos, descansar en casa o hacer la compra. Es un día normalmente cansado, de todo lo acumulado durante la semana, pero siempre positivo, por todo lo que espera por delante en los  próximos dos días.

Hoy es viernes. Pero no es un viernes normal. Es el viernes antes de ir al mar, es el viernes antes del Festival de Primavera. Es el viernes de acabar de preparar cosas, de ultimar detalles, de enfrentarse a los problemas de última hora que siempre aparecen. Es un viernes un poco caótico y hasta absurdo, en el que pasan mil y una cosas, algunas casi imposibles, pero pasan. Es un viernes en el que la gente no entiende que te vayas al mar “mañana”, porque mañana es sábado y no se trabaja en sábado. Nosotros a veces sí. Mañana sí.

Hoy es viernes. Y aquí estoy, con la mochila preparada, las pilas bastantes cargadas y ultimando los detalles antes de salir al mar. Y aquí estoy, comprobando que un barco está saliendo ahora mismo del puerto de Barcelona con destino a esta isla. Y aquí estoy, pensando en que me faltan mil cosas por hacer, pensando que me olvido de mil cosas sin coger, pensando que voy a necesitar todo lo que no me llevo.

Espero que todo salga bien. Pero no lo sé. Nunca se sabe lo que puede pasar en el mar.

Nos vemos.

En la foto, la mochila ya lista para partir. La flor no se viene.

martes, 2 de junio de 2015

"Cambio mis tacones por las ruedas de un tractor" de Ree Drummond

Compré esta novela en un día del libro, creo que el del año pasado. Me parecía que sería el típico libro sencillo, simple, un poco superficial y entretenido que, de tanto en tanto, me gusta leer. Luego ya leí que se basaba en una historia real y, lo admito, eso me tiraba un poco para atrás. Nunca dejes que la realidad estropee una buena historia. El caso es que pensaba que el toque real le quitaría frescura y superficialidad al libro, pero bueno, me lo conté de todos modos.

Es, efectivamente, la historia real de Ree Drummond, una bloguera por lo visto muy famosa en Estados Unidos, que no sólo escribe novelas, libros infantiles y libros de cocina, sino que también tiene un programa en la televisión que, más que de cocina, yo creo que es casi un reality show. Esta novela narra la historia de cómo conoció al que después sería su marido. Tras vivir varios años en Los Ángeles, decide cambiar de vida, deja a su novio y, antes de mudarse a Chicago, pasa unos días en su pueblo natal. Allí es donde conoce a un vaquero que le trastoca totalmente su vida.

La historia está bien, es entretenida, tiene momentos graciosos, pero me ha parecido muy superficial y bastante tonta. A ver, no esperaba una gran novela, pero hay algunas cosas que me han dado un poco (bastante) de vergüenza ajena, la verdad. Aparte de ser bastante empalagosa a ratos. Y la última parte se nota que está metida con calzador, para añadir algunos capítulos de cómo es su vida en el campo. Porque ésta no es la historia de una chica de ciudad que se muda al campo, es la historia de una chica de ciudad que se enamora de un chico del campo (con el que, por cierto, no se acuesta hasta que no se casa. ¡Tenía que contarlo!) y de su noviazgo. La última parte del libro, que podría ser la más interesante, es demasiado corta.

Después de leer el libro, he paseado un poco por la web de la autora y es bastante curiosa, con un montón de recetas con buena pinta. Ah, en el libro también vienen unas cuantas.

Lo dicho: entretiene y poco más. No me ha cambiado la vida ni me he desternillado de risa.

viernes, 29 de mayo de 2015

En la terraza

Esta ha sido una semana larga y densa. Un poco extraña también. No sé muy cómo he acabado participando en la reunión que acaba esta tarde aquí, en Milán. Sólo sé que, estando en el mar, recibí una llamada de teléfono y acabé diciendo que sí a hacer algo que, entonces, no sabía muy bien qué sería, pero que acabaron siendo un viaje relámpago la semana pasada a Bruselas y esta reunión en Milán.

Ha sido una semana larga y densa, digo, porque esta reunión tiene un cariz más político que científico, más de gestión que de investigación. Yo, acostumbrada a reuniones más técnicas, me he sentido como pez fuera del agua en esta reunión en la que ellos van con traje y ellas con tacones; en la que nadie tiene nombre, sino que representa a un país u organización (“Tiene la palabra Ucrania”, “Gracias por la intervención, Marruecos”, “Revisemos la propuesta de la Unión Europea”); en la que los idiomas oficiales son el inglés, el francés, el español y el árabe, por lo que son imprescindibles los intérpretes; en la que la gente pide la palabra poniendo en vertical el cartelito que lleva el nombre del país que representa o moviendo la banderita; en el que cada intervención empieza con un “Muchas gracias, señor presidente” y se dicen cosas como “Apoyo la intervención realizada por el distinguido representante de…”. Y me ha flipado porque, lo que a veces se hacen en las reuniones científicas, hablar fuera de la reunión para alcanzar acuerdos, casi disimuladamente, o intentar entre varios sacar adelante algo pactando de antemano, es aquí lo habitual. Nosotros nos reímos diciendo “parecemos la mafia” cuando hacemos alguna (rara) vez eso, pero aquí es lo habitual. Es decir, se realizan multitud de negociaciones fuera de las horas de la reunión (hay reunión, coordinaciones y charlas bilaterales). E incluso, se detiene la reunión un tiempo determinado, para poder acabar de negociar antes de presentar algunas propuestas, como pasó ayer. Y se acuerdan estrategias de “yo intervengo, digo esto, tú presentas lo otro, yo te apoyo, aquel dice algo y al final tú lo echas atrás y lo discutimos el año que viene”.

A mí, que esto del politiqueo no me atrae en absoluto, me ha gustado participar en esta reunión por dos cosas. La primera, para confirmar eso mismo, que quiero ser científica y no política (o gestora). La segunda, para ver que todo el trabajo que hacemos, todo el esfuerzo que invertimos en conseguir datos, en analizarlos, en sacar conclusiones, sigue su camino, sigue su proceso y hay gente que, más arriba, lo revisa, lo tiene en cuenta e intenta aplicar las medidas que proponemos. Poco a poco, a paso muy lento, realizando negociaciones a veces imposibles, pero se tiene en cuenta. Descubrir esto (o mejor, ser realmente consciente de que sí, de que lo que hacemos sirve para algo), en parte compensa la inconveniencia de haber tenido que venir aquí corriendo, a sólo una semana del Festival de Primavera, y con todo lo que he dejado pendiente en casa.

Luego está la otra parte, la parte personal. Porque, aunque se llame a la gente por países, todos somos personas. Y aunque la mayoría sean representantes de ministerios con cargos más o menos importantes, acabas hablando con unos y otros de forma natural, saludas a alguien que conociste en alguna reunión y se mete contigo porque aquí vienes con la delegación más numerosa (y, no nos engañemos, la que corta el bacalao), haces bromas con algún que otro colega que en su día fue científico y que también está por aquí (“Buenos días, Unión Europea”, “Buenos días, FAO”) e incluso te vas a cenar con gente cuya propuesta tu delegación ha machacado duramente y conseguido bloquear y, a pesar de eso, te echas unas risas.

Pienso todo esto esta mañana, aquí, en la (inesperada) terraza de mi habitación del hotel, tratando de ignorar los síntomas de mi alergia a la primavera y trabajando un rato antes de la sesión final de la reunión, esta tarde. La última sesión, ya, para revisar el informe que, esta mañana, están elaborando mientras las delegaciones tenemos unas horas libres. Pienso en el miedo que tenía a esta reunión y en lo rápida que ha pasado. Pienso en lo mucho que he aprendido estos días, a pesar de todo. Pienso en que tampoco ha sido tan duro lo de cambiar las botas de agua por zapatitos de vestir. Y, una vez más, pienso en lo afortunada que soy en trabajar en esto.

En la foto, mi terraza esta semana. Ay, si tuviera una así en casa…

domingo, 24 de mayo de 2015

Proyectos tejeriles

Estoy en mitad de una vorágine viajera laboral intermareal (considerando intermareal el período comprendido entre dos Festivales de Primavera, en mi caso), que en menos de una semana me ha llevado a Bruselas y a Milán, donde he aterrizado hoy. La cuestión es que no me da la vida (para vivirla) y tengo demasiadas entradas en el tintero, así que he decidido agrupar los proyectos tejeriles de varios meses en una única entrada. Espero no pasarme de larga.

Pearl Knitter es un proyecto de una madre e hija sevillanas, amantes de las agujas, que descubrí un día no sé cómo ni dónde. Este invierno he tejido con ellas dos proyectos: un Bite Sweater maravilloso (en un Tejemos Juntos que me encantó, por lo de conocer a otra gente que comparte no sólo tu afición sino, en este caso, el mismo proyecto) que fue regalo de cumpleaños para mi hermana y unos patucos (que juro, juro, juro que aparecieron como un milagro entre mis agujas, ni idea de cómo los hice) que van a acabar siendo otro regalo, porque a mí me van grandes. Tengo pendiente adaptar otros para mi talla pero ahora que ya es primavera, me he lanzado a otro proyecto (¡¡muy rosa!!) en algodón, que ya mostraré en su momento.




Otro proyecto que acabé este invierno fue un cuello multicolor que me pidió una amiga hace un año (sí, soy un hacha con esto de las agujas). El problema es que lo dejé en punto muerto mucho tiempo y, cuando quise retomarlo, no recordaba cómo se hacía el punto, así que tocó deshacer y empezar de nuevo. Lo acabé en el sofá de su casa, el día que celebrábamos su cumpleaños. Creo que le va estrecho, pero lo está estirando, jajaja.


Hacía tiempo que tenía ganas de hacer una cesta de lana, para poner el proyecto en el que estoy trabajando y me decanté por una de We are knitters en color verde (a juego con la alfombra y una pared de mi comedor – bueno, más o menos). Me emocionó tanto hacerla, que luego hice otra con un material raro de colorines que compró mi madre y se la regalé a ella. Voy a seguir haciendo cestas de tamaños y colores variados, creo que son muy resultonas y útiles, además de sencillas de hacer. (No sé dónde tengo la foto de la cesta verde, ya aparecerá).


Y, finalmente, otro proyecto de We are knitter, esta vez de su segundo libro, que me trajeron los Reyes. En su momento, marqué con un post-it varios proyectos que quiero hacer y éste ha sido el primero: un pañuelo Morocco en rojo y marrón, que creo que me ha quedado un poco demasiado largo por un lado. Además, como ya me ha pasado con otros patrones de WaK, o yo no lo entiendo bien o el patrón no corresponde con el dibujo o el resultado final que muestran. Así que al final, a partir de su patrón, lo modifiqué un poco para conseguir el resultado que yo quería.


domingo, 17 de mayo de 2015

Mal de tierra

Hoy hace una semana que volví a tierra.

Ha sido una semana cargadita de historias laborales que me han complicado la vida y me han hecho pensar que llevaba mucho más en tierra, olvidando rápidamente mis semanas en el mar y casi sin tiempo para echar de menos esos días. Ya lo conté el año pasado (y supongo que más veces antes), volver a tierra es siempre duro. Pero cuando te enfrentas a mil historias diferentes una vez atracas, no te da tiempo de pensar en nada, en nada.

Sí que ha habido varios momentos en los que me he dado cuenta lo cercanos que son aún mis días de mar. Han sido momentos en los que he tenido una ligera sensación de mareo. Cuando pasas un tiempo largo en un barco, no es raro que, a la vuelta, sientas que la tierra firme se mueve bajo tus pies. No sé cuál es el nombre adecuado para este efecto, he leído mal de tierra, mal de mar, mareo de tierra y nombres variados.

A mí me gusta mal de tierra.

En estos días en el mar, no me he mareado en ningún momento. Un barco de 70 metros resiste bien al fuerte viento y a las olas y, si el tiempo acompaña, hay momentos en los que apenas recuerdas que estás en un barco. Sin embargo, siempre hay un balanceo, algunas veces apenas perceptible, que hace que, al volver a tierra, tu sistema del equilibrio se sienta un poco confuso.

Un día fue delante de la lavadora, cuando me noté a mí misma balanceándome como si estuviera en el mar. Otro día delante del ordenador. Otro día más creo que tumbada. Y hasta ha habido una cuarta ocasión en la que he sentido ese ligero mal de tierra.

Como decía, apenas he tenido tiempo de echar de menos mis días en el mar, la vorágine de mi día a día me ha engullido con más voracidad que nunca y algún día me he sorprendido a mí misma pensando en el poco tiempo que hacía que había vuelto. Pero sin tristeza ni añoranza.

Hasta ayer.

Ayer tuve uno de esos pinchazos absurdos de añoranza. De repente, me di cuenta de que hacía una semana, sólo una semana, que había pasado mi última noche en el mar. Estaba haciendo de guiri, en un hotel en el levante mallorquín, en mitad de una fiesta de música swing que acabó con música tradicional mallorquina, salsa y hasta la macarena, cuando me acordé del mar con añoranza, con ese gusto entre dulce y amargo que te dejan los días de mar en los que has sido feliz. Fue un “Oooh”. Sólo eso. Un “Oooh”. Eso también es mal de tierra. Creo.

La única cura para el mal de tierra es el tiempo. El mal de tierra tal y como viene, se va.

En las fotos, instantes de estos días en el mar. La última, el parque de pesca, un lugar cerrado, sin luz natural, donde pasamos todo el día trabajando, es para todos aquellos que me preguntan por qué no vuelvo morena de estos embarques y si realmente en el barco trabajamos o sólo vemos delfines y comemos.

En tres semanas, volveré al mar.












martes, 12 de mayo de 2015

Alguien a quien solía conocer

Os voy a contar una cosa.

Hace un tiempo, estaba metida en medio de algo que no sé muy bien cómo definir. Era una situación entre extraña y absurda. Del rollo chico encuentra chica y se complican la vida. Si mi vida fuera una película, sería esa parte de la peli en la que parece que todo va a salir mal y efectivamente, según el tipo de película, acaba saliendo muy mal (si la peli es un dramón de esos modernos) o muy bien (si la peli es una comedia romántica). La cuestión es que en aquella época confusa y extraña, descubrí esta canción. Me encantaba esta canción. Aún me encanta. Pero me sentía fatal, porque veía que aquello podría convertirse en esta canción, que aquella canción tenía toda la pinta de convertirse la banda sonora de mi vida. Es decir, que al cabo de un tiempo aquella persona fuera simplemente alguien a quien solía conocer. Nada más. Y me daba mucha pena, mucha, porque era una persona que quería en mi vida, con quien me llevaba estupendamente y con quien congeniaba muy bien. Así que me negué a convertirla en sólo eso, en alguien a quien solía conocer. Durante bastante tiempo, luché por evitar eso, para que no fuera así. Tal vez demasiado. O tal vez demasiado poco.

Pero, sí, habéis acertado, pero esa persona se acabó convirtiendo en alguien a quien solía conocer. Y sólo eso. Hace tiempo ya de eso, hace ya un tiempo, pero no ha sido hasta hace bastante poco que me he dado cuenta. O que me he atrevido a decirlo así, en voz alta, tranquilamente. Ya no duele, ya no molesta, ni siquiera me parece que mi vida sería mejor si hubiera permanecido en ella, así que ahora es simplemente eso, alguien a quien solía conocer.

Y ya.

sábado, 9 de mayo de 2015

Acabando

Hoy es nuestro último día de trabajo en el mar. Si todo va como está previsto, mañana a estas horas ya estaremos atracados en el puerto de Cartagena.

Quería escribir sobre lo que significa acabar un Festival de Primavera, de lo que pasa y se siente los últimos días y de lo que significa el volver a tierra. Pero todo eso ya lo conté el año pasado. Reflexiones de la última noche las conté aquí (hace hoy exactamente un año). Lo que significa volver a tierra, lo conté aquí. Creo que podría volver a publicar ambas entradas exactamente igual, o casi.

Madre mía, no tengo nada más que contar.

¿No? Claro que sí.

Siempre hay algo más que contar.

Lo digo siempre, siempre. Cada campaña es única e irrepetible, cada campaña es diferente, en cada una vives nuevas experiencias. Aunque, con los años, acabas confundiendo algunas cosas, hay momentos que se te quedan grabados de cada una de ellas. A veces son puras chorradas, lo bien o mal que comiste, las risas que te echaste, aquel muestreo que salió fatal o un bicho raro que apareció. No sé lo que recordaré de ésta, sólo el tiempo lo dirá.

Anoche no tuve esa sensación melancólica que te suele invadir en los últimos momentos en el mar. No tuve tiempo. Acabé de trabajar a las diez de las noche y llegaba tarde al Jran Campeonato de Futbolín. Echamos unas buenas risas y, aunque caímos eliminados casi enseguida, fue una manera divertida de pasar la penúltima noche en el mar.

Hoy ya se siente el olor a tierra. Ahora mismo, en mitad del primer muestreo la marinería limpia en profundidad los exteriores del barco. Yo ya he preparado la ropa que dejaré a bordo, para cuando vuelva aquí en menos de un mes. Estamos impacientes por ponernos a tope con los muestreos y empezar con los preparativos para comenzar a dejar el barco listo para que nuestros compañeros que se embarcan mañana lo encuentren en condiciones. Hoy es, probablemente, el peor día de la campaña, recoger todo es un auténtico lío. Se hace, lo hacemos con la precisión de un reloj, como la maquinaria que somos en la que todo encaja. Pero cuesta, cuesta. Cuesta porque ahora ya estábamos más que acostumbrados a la rutina, cualquiera no después de diecisiete días en el mar. ¿O han sido dieciocho? Ya he perdido la cuenta. Y ahora es un cambio, volver a meter en caja todo lo que hemos traído, lo que han traído en este caso. Desde grandes cajas para meter el pescado, que hay que lavar con precisión para que no huelan hasta bolígrafos y gomas de borrar. Hay que recogerlo todo, organizarlo todo, prepararlo todo para guardarlo en algún lugar del barco hasta que se desembarque, dentro de un par de meses.

Y volver a tierra.

Ah, volver a tierra.

Ya se siente, sí, ya se siente, el olor a tierra.

En la foto, unas gambitas preparadas para ser muestreadas. En concreto, Plesionika giglioli.

martes, 5 de mayo de 2015

No todo son sonrisas

Por si alguien no se había dado cuenta todavía, me lo estoy pasando estupendamente estos días en el mar. Estoy haciendo un trabajo que me divierte, que me entusiasma, que me hace sentir viva, pero a la vez, mi carga de responsabilidades en este primer Festival de Primavera es similar al de mis primeros tiempos en el mar: soy un tornillo más de un gran engranaje y, simplemente, tengo que encargarme de cumplir mis funciones como tornillo, sin preocuparme de otros tornillos, tuercas o, lo que es aún peor, del funcionamiento general del motor. Eso me hace feliz. No quiero decir que tener responsabilidades me haga infeliz, pero me crea un estrés, una tensión que no siempre llevo bien. Por lo que estos días así, haciendo de tornillo, son un soplo de aire fresco en mi vida, una carga de energía extra.

Que esto me haga muy feliz no significa que todo sean sonrisas. Hay sonrisas, muchas. Hay alegría, buen rollo, energía positiva. Pero es imposible estar al 100% de felicidad todos y cada uno de los días en el mar. Y no estoy hablando de enfados, de malos rollos o de problemas serios. Esos también los hay, a veces. No aquí, no ahora, pero todos los que llevamos algún tiempo pasando unos cuantos días cada año en el mar, hemos vivido situaciones incómodas, difíciles e incluso desagradables. Pueden producirse por muchas cosas, por el entorno, por los demás, por el desgaste, por las actitudes, por los comportamientos, por uno mismo. Y al final cada uno lo lleva como puede.

Hay que tener en cuenta que estamos aquí, en mitad del mar, en un lugar con un número limitado de metros cuadrados (muchos en este caso, pero aún así limitado), viéndonos las mismas caras todos los días, haciendo el mismo (o parecido) trabajo cada día, independientemente de si es martes, domingo o festivo. Y pasan los días. Y quien más quien menos empieza a pensar en tierra. En gente que dejaste en tierra. En asuntos pendientes. En trabajos por hacer. En amigos y familiares. Te empieza a embargar ese punto de melancolía propio de la gente de mar: cuando estás aquí, quieres estar allí; cuando estás allí, añoras el estar aquí. Por eso las vueltas a tierra son siempre duras y extrañas, felicidad por lo que te espera en tierra, añoranza de lo que dejas en el mar. Quien más quien menos (creo) que en algún momento piensa lo que estaría haciendo en tierra en esos momentos. Si hoy es domingo, me iría a comer con la familia. Si hoy es martes, me iría al gimnasio. Si hoy es viernes, me iría de cañas con los amigos. Y, casi sin darte cuenta, añoras cosas que, estando en tierra, ni eres consciente de que tienes. Tu sofá. La charla con los compañeros a la hora del café. La comida de mamá. Tomarte una caña en una terracita. Ir al cine. Tus plantas. Cenar con una amiga. Los desayunos pausados de fin de semana. No poner un día el despertador. Las horas tontas de un domingo tarde. Un abrazo.

Que sí, que aquí estás muy bien, pero…. Pero.

Porque no, no todo son sonrisas. Aunque de esas hay muchas.

Afortunadamente.

Y luego están los días terribles. Los días en los que las sonrisas se borran de cuajo. Días como hoy, que no empiezan especialmente mal, aunque sí como acabaron ayer, con vientos fuertes y el barco tambaleándose tanto que, por la noche, apenas puedes conciliar el sueño. Que continúan con la rotura de una pieza que nos obliga a cambiar nuestra planificación y navegar hacia tierra, detener el trabajo, desembarcar a varios miembros de la tripulación en zodiac en busca de la pieza rota. Días que no hacen más que empeorar, con la noticia inesperada de la muerte de un colega, compañero de muchos de los científicos aquí embarcados. Así que aquí estamos, a la capa, esperando la vuelta de los tripulantes y la pieza rota, todos con caras largas, aún en estado de shock por las malas noticias, asumiendo que la vida es así. Ahora estás, ahora no. Y la propuesta casi unánime de “hoy deberíamos emborracharnos”, que sabemos que no vamos a cumplir porque aquí, el alcohol, está prohibido. Y ahora, más que nunca, esta prohibición nos parece una auténtica estupidez.

Hoy la entrada va sin foto. Es que no sabría qué foto poner.

miércoles, 29 de abril de 2015

Ruidos

Una de las cosas que más sorprende de los barcos a la gente que va poco en barco es lo ruidosos que son. En un barco, si va a motor, hay ruido siempre, en todas partes, todo el tiempo. Al principio es un hecho incómodo, que te molesta en cada uno de los momentos del día. Cuando trabajas, tienes que gritar para hacerte oír a tus compañeros. Cuando descansas, el volumen de lo que te entretiene tiene que tapar el ruido ambiental. Cuando duermes, el cerebro tiene que acostumbrarse a los ruidos continuos para poder sobrevivir.

Con el tiempo, te acostumbras. La primera vez que vine a este barco, me pareció muy ruidoso, pero lo mismo me han parecido cada uno de los barcos científicos en los que he trabajado. Luego, te acostumbras y, simplemente, ni te das cuenta del ruido. Hasta que desaparece. En general, en los barcos para dormir me pongo música, para evitar el ruido ambiental. Casi no lo hago en esta campaña, porque estoy en un camarote en una cubierta diferente a la que voy si estoy de jefa. La primera vez que estuve aquí de jefa, hace dos años, el ruido en el camarote era realmente molesto. Tanto que otros jefes se quejaron y la siguiente vez, el año pasado, el camarote que correspondía al jefe era otro, no tan ruidoso. Me pasa una cosa curiosa, cuando vuelvo a tierra de pasar tantos días en un barco: la primera noche se me hace muy difícil dormir, por la falta de ruidos. Así que, en general, me pongo música para conseguirlo. Como si siguiera a bordo.

Los ruidos de la parte del barco en la que trabajamos (el parque de pesca, digamos que en el sótano y a popa) tiene ruidos variados. Algunos son de origen confuso (la sala de máquinas y todos los motores y generadores que mantienen esta ciudad flotante viva, por no hablar de las alarmas que suenan en cualquier momento y cuyo significado desconocemos), otros son conocidos y a veces hasta controlables: el aparato de aire acondicionado (afortunadamente, de momento no lo necesitamos), las cintas por las que va el pescado o las múltiples mangueras constantemente encendidas. Pero también todos los ruidos relacionados con la maniobra de pesca: se realiza justo encima nuestro y, si estás un poco pendiente de cómo transcurre el día, puedes oir perfectamente cómo los bolos de la red golpean la cubierta, como se ponen y quitan sensores, cómo sueltan y amarran las puertas.

El puente también es un lugar ruidoso. Además de motores y aparatos varios, se oye la radio, alarmas varias y suenan constantemente los teléfonos. Por no hablar de las conversaciones múltiples y variadas. Aunque eso no es ruido. En esta campaña, no estoy demasiado en puente, bueno, tal vez más de lo necesario para el trabajo que hago, pero menos de lo habitual en mis campañas, ya que es mi lugar de trabajo habitual. Pero cuando he estado normalmente sé que hay un momento único, de tranquilidad y silencio: al salir del puente y dirigirte a proa, en la misma cubierta. Es un momento curioso porque, de repente, desaparecen todos los ruidos. No desaparecen, pero los únicos que quedan son tan suaves y escasos que pueden sentir sin problemas las olas golpeando el casco del barco, tres cubiertas más abajo. Hasta el año pasado, el camino desde el puente hasta la cubierta de pesca me obligaba a dirigirme a la proa para bajar. Ahora han puesto una escalera nueva que acorta el camino de bajada lo que, a priori, me ha hecho feliz. Pero me privará de esos momentos de silencio de los que tanto he disfrutado estos años atrás. Obviamente, puedo ir a proa cuando quiera, puedo acercarme a sentir el silencio, pero normalmente, el ritmo diario me impide pensar en parar, simplemente voy, voy, voy. Por eso, cuando salía del puente disparada hacia abajo para ver qué tal había ido el muestreo, ese momento de silencio me sorprendía pero también lo agradecía interiormente. Ahora no será una sorpresa, tendré que ir a buscarlo.

Aprovecho que estamos cerca de costa para actualizar. En pocas horas partimos hacia la isla de Alborán, a medio camino de dos continentes, África y Europa, a más de 50 km de cualquiera de ellos. Trabajaremos por allí los próximos dos días, sólo con conexión de satélite. A ver si en estos días se me cura la faringitis que hoy me han diagnosticado vía telefónica. Ha sido emocionante y todo.

En la foto, la carta náutica de la isla de Alborán, que he hecho hace un rato en el puente. Así está, sola, en mitad del mar.

Más fotos de estos días en mi instagram (@nisi501).

domingo, 26 de abril de 2015

De esto que... (VII)

De esto que llevas ya varios días medio mal, con un resfriado que empezó con dolor de garganta, se transformó en una lengua cuarteada y labios llenos de heriditas y ahora se luce con unos ataques de tos la mar (jeje) de esplendorosos. Te vas a dormir con la esperanza de no tener ningún ataque de tos nocturno que despierte a tu compañera de camarote, pero te preocupa tanto el tema que no te duermes. Y toses. Y recuerdas que te has dejado la caja de juanolas (en la que, por cierto, quedan muy pocas) en el parque de pesca. Bueno, sólo está una cubierta más abajo y apenas son las doce de la noche, así que te vas allí, paseándote como si estuvieras en tu casa, en pijama, por un barco de 70 m.

Total que, en algún momento, se ve que te duermes. Pero te acabas despertando, oh sorpresa, con un ataque de tos. No es un ataque de esos imparables, pero es una tos continua, tonta, pesada con la que o bien has soñado o bien has tosido mientras dormías. Probablemente ambas cosas. Así que cuando ya llevas una hora tirada en la litera tosiendo piensas que ya va siendo hora de dejar de molestar a tu compañera de camarote y, probablemente, a los compañeros de los camarotes contiguos. Aunque, bien pensado, no oyes nada, nada por encima del ruido que un barco siempre hace (ah, el ruido, tengo que escribir algún día sobre el ruido en los barcos) pero decides levantarte, aunque te da pereza bajar de la litera superior. ¿Cómo era que se bajaba? Aún tardas un rato en reunir fuerzas, entre tos y tos, para plantarte en el suelo, ponerte un forro polar encima del pijama, calzarte las crocs (de imitación) que son tu zapato oficial a bordo, coger libro y reproductor de música y salir del camarote para intentar buscar un remedio para la tos. Son las tres y media de la mañana.

En la cocina, la tele está puesta. Siempre está puesta. Ni te fijas en lo que dan. Te haces un té verde y le pones bastante miel. Y ahí, mientras tomas tu (esperas que) remedio milagroso, cabeceas entre tos y tos en el fondo de una de las mesas. Escuchas esta canción, en un bucle infinito. Aparece el oficial que entra de guardia a las 4, con más cara de sueño que tú, y te pregunta qué haces ahí a estas horas. Respondes todo lo coherente que se puede responder casi a las 4 de la mañana y con tos constante. Se va a su guardia y te acabas tu mejunje. Fantaseas con el sofá de tu casa, así que te vas al salón de proa, (en ocasiones) punto de reunión del personal científico. Te acomodas en un sofá tan enorme que no cabría en el comedor de tu casa. Apagas la luz, sigues con el bucle infinito de la misma canción.

Cuando te despiertas, son casi las siete y veinte. Está a punto de sonar la alarma del móvil. Ah, qué felicidad ¡has dormido tres horas seguidas sin toses aparentes! Ignoras que has incumplido una de las normas del barco (no dormir en las salas comunes) y te vas al camarote a vestirte y bajas a desayunar. ¡Hay donuts! Si hoy hay donuts es que es domingo. Saludas a los colegas y les cuentas tus aventuras nocturnas. Cuando baja el capitán, hablas con él de tus dolencias y los remedios que hay a bordo para curarlas. Tu compañera de camarote aparece y, sorprendentemente, no se ha enterado de tus toses nocturnas. Subes al puente y, el oficial que sale de guardia (que tiene mejor cara que cuatro horas antes. Tú probablemente no) te lleva a la enfermería, donde te da unos sobres. “Eso no te servirá de nada.”, dice un colega que pasa por allí, “Ponle una inyección de penicilina”, bromea. Estoy tan harta de toser, que acepto cualquier sugerencia.

Bajas de nuevo al comedor y, mientras diluyes unos polvos blancos en agua, que luego sabrán a limón, más compañeras sueltan lo de “Eso no te servirá de nada”. Te ríes con el oficial del éxito que tiene su diagnóstico pero te los tomas igual. Aunque sea como placebo, bienvenido sea cualquier remedio que intentes.

Te vas al camarote, te lavas los dientes y te preparas para empezar el día.

Y descubres que has perdido un pendiente.

En la foto, un dibujo que me hizo mi hermana el otro día, (espero que) para demostrar que me echa de menos. Tengo otros parecidos de otros amigos. Me ha costado decidir cuál publicar.

viernes, 24 de abril de 2015

Dos días en el mar

Ayer, cuando atardecía, salí hacia la proa del barco, en busca de cobertura. A lo lejos, vi algo saltar sobre el mar: parecían delfines. Corrí a la proa y efectivamente, un grupo de delfines comunes se colocó a nuestra proa, surfeando la estela que provocábamos mientras navegábamos. Dudé entre salir corriendo a avisar a los compañeros o disfrutar de ese instante mágico. Porque estas cosas son sólo eso, instantes, parpadeas, miras a otro lado, te despistas y ya te has perdido algo increíble. Me quedé ahí, alucinando, oyéndoles emitir sonidos, saltando como locos y (creo) mirándome de vez en cuando de reojo. Les hice algunas fotos malas con el móvil y dos vídeos. Nunca tienes la cámara en mano cuando la necesitas. Al final corrí dos cubiertas más arriba y llamé por teléfono a uno de los laboratorios donde suponía que había gente, les avisé y corrí de nuevo a proa. Los delfines ya no estaban. Claro.




La vida, a bordo, es así. Instantes, sólo instantes. Una sucesión de pequeños instantes, de pequeños momentos.

Hoy, durante todo el día, la niebla nos rodeaba. No la hemos visto mucho, nuestro trabajo se desarrolla a cubierto, digamos que en el sótano del barco. Yo, en cuanto puedo, me escapo al puente, quiero irme acostumbrando a subir y bajar escaleras para cuando toque mi parte del Festival de Primavera. Y allí estaba, todo el día, la niebla.

Para cenar, hoy hemos tenido huevos nido al horno. Ha sido una gran fiesta. Cuando comes a las 11 y cenas a las 20, el momento de la cena es muy esperado, por mucho que pares a media tarde a tomar algo. Además, en esta campaña (casi) todo el personal científico cena a la vez, lo que el momento se convierte en una auténtica fiesta. Las comidas son los momentos de descanso del día, el ocio, el momento de dejar de trabajar y compartir risas y charla.


Atardecemos frente a Marbella. Ya no hay niebla y el mar está en calma. Nada parece prever el temporal que se nos echa encima a partir del domingo. Ya veremos. De momento, disfrutamos de estos instantes de buen trabajo y mar plana.

Lo dicho. Instantes, sólo instantes.



He necesitado eso, otro instante, un instante en cubierta para tener buena cobertura de internet y publicar este post.


Buen fin de semana.

miércoles, 22 de abril de 2015

En las horas previas al mar

Ayer por la tarde llegamos a Málaga. Hoy empieza el primer Festival de Primavera de este año. Nos vamos al mar y nuestro punto de partida es esta ciudad.

El barco debería haber llegado anoche. O esta mañana. Problemas de último momento han hecho que la hora de llegada se atrase. Estará aquí en algún momento de esta tarde, según pueda capear con el temporal de levante que azota ahora mismo. Eso complica un poco todo, altera algunos planes. Yo ayer tenía que estar en Bruselas, en una reunión, pero no fui porque, con la planificación inicial, se me hacía complicado llegar a tiempo. Con el retraso, hubiera podido ir, pero ya tenía los billetes comprados. Esta mañana me he enterado que hay huelga en Bélgica, así que mi vuelta se hubiera complicado aún más. Menos mal que no he ido.

En el aeropuerto, ayer tenía aún encima el susto de los 2 días de retraso del equipaje en mi viaje a Ibiza. Para ir a Ibiza, mi maleta vino a Málaga, así que me parecía normal, en una de esas ironías de la vida, que para venir a Málaga, la maleta pasara por Ibiza. Viajaba con la misma compañía que entonces. Entre broma y broma, salió el equipaje y mi maleta no estaba. Qué gran susto. Luego descubrí el equipaje de nuestro vuelo había salido repartido entre dos cintas. No preguntéis por qué. Mi maleta apareció.

Cuando hace unos días descubrimos que el barco vendría con retraso y que pasaríamos una noche en Málaga sí o sí, decidí cotillear qué se cocía en el Festival de Cine de esta ciudad, a ver si podíamos hacer algo diferente. Descubrí sesiones de cine a 1 €, en la sección “Cosecha del año”, así que me pareció buena idea pasar parte de la tarde viendo “La isla mínima”. Se lo comenté a mi compañero de viaje y le pareció estupendo e incluso nuestra cicerone local se apuntó al evento. Lástima que, de camino al hotel, nuestro estómago pudiera más que nuestro interés cinéfilo (explicación: habíamos comido antes de la una, ya estamos con horario marinero, aún en tierra) y nos paramos a tomar una tapa. Cuando llegamos, sólo quedaban dos entradas. Éramos tres.

El plan B de la tarde se convirtió en compensar los 18 días de mar que nos esperan con ley seca, sin alcohol a bordo ni posibilidad de tocar tierra. Cañas, vermut, vino. Lo que se terciara en cada momento. Recorrimos las callejuelas del casco antiguo. Entramos y salimos de sitios, comiendo y bebiendo como si, efectivamente, fuéramos a pasar casi tres semanas en un barco en mitad del mar. Me caí y me torcí un pie (nada grave, sobreviviré) y acabamos volviendo a nuestros respectivos hoteles y casas con la satisfacción de haber aprovechado al máximo de nuestra última tarde libre en bastante tiempo.

Esta ha sido mi vida, en las horas previas al mar.

Hoy me he despertado con dolor de garganta y un tobillo resentido.

En cuatro horas, toca ir a recoger material.

En unas seis horas, llegará el barco.

Empieza el Festival de Primavera. Empieza la conquista de los océanos.

Pasaré por aquí cuando pueda. No prometo nada.

En la foto, vermut y concha fina. Anoche, en Málaga.

lunes, 20 de abril de 2015

"Delicioso suicidio en grupo" de Arto Paasilinna

Oí hablar por primera vez de este libro hace aproximadamente un año, durante el Primer Festival de primavera. Fue un día en el puente, estábamos charlando sobre libros y el capitán me lo recomendó. La historia me parecía curiosa: un grupo de finlandeses con inquietudes suicidas deciden formar una asociación y recorrer Europa buscando el lugar idóneo para cometer un suicidio colectivo. El toque de humor negro y un tanto absurdo parecía perfectamente adecuado para una historia que, de otra manera, sería un auténtico drama.

Algunas semanas después, encontré el libro de casualidad, creo que fue en la Feria del Libro y ahora, por fin, lo he leído.

La historia es exactamente como me la habían contado. Se inicia con el encuentro entre un empresario que quiere suicidarse y un coronel con las mismas intenciones, de forma casual, en un granero donde el primero pretende pegarse un tiro y el segundo ahorcarse. De ahí surge una curiosa amistad y una idea: fundar una asociación de gente como ellos, aspirantes a suicidas. Las expectativas de interesados superan sus expectativas, y así se forma un numeroso grupo cuyo único objetivo es morir. Desde las frías tierras nórdicas hasta el cabo del fin del mundo en Portugal, los esforzados pro-suicidas viven una serie de aventuras y situaciones entre cómicas y absurdas, incluyendo incidentes internacionales, encuentros con skin heads y alteraciones de pacíficos pueblos vinícolas. Por no hablar de los protagonistas y secundarios, todo un catálogo de personajes variopintos, con problemas y motivos varios para acabar con sus vidas.

Me ha gustado mucho el libro, lo he leído con una sonrisa permanente en los labios. A pesar de hablar de un tema tan serio y tan duro como el suicido (por lo visto, casi deporte nacional en Finlandia), el tono cómico se agradece y el estilo de road movie le da un tono muy dinámico a la historia. Me lo he pasado muy bien leyéndolo.

domingo, 12 de abril de 2015

La isla de todos los santos

Políticamente, las Islas Baleares son un archipiélago formado por cuatro islas principales y varios islotes. Geológicamente, el archipiélago está formado por dos grupos de islas, las Gimnesias (Mallorca, Menorca y sus islotes) y las Pitiusas (Ibiza, Formentera y sus islotes).

Aunque no os lo creáis, he pasado más de 30 años viviendo en las Gimnesias y nunca había ido a las Pitiusas. Es lo que tiene la insularidad, sobre la que he estado pensando mucho últimamente y sobre la que escribiré una entrada un día de estos.

Esta Semana Santa, he cubierto un vacío que tenía pendiente: ir a las Pitiusas, concretamente a Ibiza (o Eivissa), la mayor de ellas, la isla de todos los santos, sí esa isla en la que (casi) todas las poblaciones se llaman San o Santa algo. Excepto su capital.

Ibiza es el nombre con el que el mundo mundial conoce a la isla, Eivissa como la conocemos los habitantes de las islas. Eivissa es también el nombre de su capital, aunque, del mismo modo que para los isleños la capital de Mallorca no es Palma (ni mucho menos Palma de Mallorca) sino Ciutat, la capital de Ibiza no es Eivissa (ni mucho menos Ibiza) sino Vila.

Somos así los isleños.

A lo que iba. Me fui seis días (no llegó) a la isla de todos los santos. Pasé la mitad del tiempo sin maleta y la otra mitad con un virus intestinal. Un gran estreno para mi primer viaje vacacional en Semana Santa.

Pero, a pesar de todo, tuve tiempo de pasear, ver cosas, llegar a calas perdidas, visitar mercadillos hippies, hacerme a la idea de la locura que debe ser esa isla en verano, disfrutar de mares cristalinos y flipar con casas blancas. Hasta de ir a Formentera. Pero Formentera se merece entrada propia. Ya llegará.












miércoles, 8 de abril de 2015

Teatro

Contaba el otro día que tenía pendiente reseñar varias obras de teatro que he ido a ver en los últimos meses. Cuatro, para ser exactos. No sabía muy bien cómo enfrentarme a ellas, por miedo a que me quedara un post muy largo, y me llegué a plantear dedicarles un día a cada una, en plan “lunes de teatro”. Mira tú por dónde, así hubiera tenido un post por semana sobre teatro durante un mes. Pero al final, me he rajado y he vuelto a la idea inicial de agruparlas en un único post. Llevo demasiados días sin publicar y, en un par de semanas, voy a pasar casi tres (semanas) sin apenas conexión, así que o publico todo hoy o se queda en el limbo de los borradores.

“80’s. Ombres de dona” de EmbruixArt es una de esas obras de las que no conviene contar demasiadas cosas, porque hay muchas sorpresas dentro. Pero lo que sí que puedo decir es que es un homenaje a las películas de Almodóvar, a sus canciones y a sus mujeres. Música, baile, la atmósfera brillante del cine almodovariano y varias historias de mujeres. Ya hace unos meses que la vi, pero este fin de semana la vuelven a representar, así que la recomiendo y no sólo porque salga un amigo mío, que también.

En el fin de semana largo vacacional de finales de enero, aprovechamos la visita a Barcelona para ir a ver un musical, “Sister Act”. Algunos de los componentes del grupo de frikis amigos que fuimos tienen por costumbre ir al teatro cada año en este viaje, pero para mí fue la primera ocasión. Y valió la pena. La historia es bastante conocida: cabaretera de poca monta, testigo de un asesinato, tiene que refugiarse en un convento de monjas. Las canciones son diferentes a las de la película, pero todo el montaje destila alegría, buen rollo y positivismo por los cuatro costados. Me lo pasé pipa.

Fui a ver la última función de “Hello musik” casi de casualidad. Y no sé muy bien cómo definirla: tenía algo de concierto de un coro (el Mallorca Gay’s Chorus, que ya había visto antes), pero también tiene teatro, es casi, casi un musical, pero no llega a serlo. O sí. Bueno, es todo eso y un algo más. Es también un homenaje a “Sonrisas y lágrimas”, a su historia y sus canciones, pero también a otros muchos musicales. Lo pasamos muy, muy bien. Reímos y lloramos de risa, cantamos y bailamos. No sé cómo, pero acabé bailando en el escenario, como ya pasó la última vez que fui a ver un concierto de música coral, hace un año, allá por el Hemisferio Sur. Y yo tan feliz.

No había visto nunca representada “El método Grönholm”, ni tampoco la película basada en el texto, aunque sabía de qué iba. Me sorprendió mucho, muchísimo y para bien. Quiero decir, me la esperaba buena, pero el texto es fabuloso, me pasé media obra pensando “Ojalá yo fuera capaz de escribir algo así”. Y la versión que yo vi fue maravillosa, con unos actores entregados y con un toque divertido que, por lo que me han contado, no está en todas las adaptaciones. Sublime, de verdad.

Pues no ha sido para tanto. Pero ya lo dicen, lo bueno si breve, dos veces bueno.

viernes, 27 de marzo de 2015

Pues claro

Ya lo conté el otro día, estuve en Roma de viaje relámpago. Apenas 48 horas y, aún así, encontré tiempo para cenar en mi restaurante preferido, comprar en mi papelería favorita y para salir de mi zona de confort romana para visitar varias cosas nuevas (incluyendo un cementerio, pero también un museo y una iglesia). Tal vez, sólo tal vez, alguien se preguntará si he vuelto a Piazza di Trevi.

Podría decir que no, que he cumplido mi promesa y no fui a visitar mi adorada Fontana.

Mentiría.

Y, para mi sorpresa, luce así de bella, sin muchos de los andamios que la cubren desde hace meses.


En mi defensa, diré que veníamos de cenar y que algo de alcohol corría por mis venas. Así que decidimos volver al hotel haciendo un rodeo. Un rodeo de hora y media. Recorriendo algunos de los puntos claves (y que ya me conozco de memoria) de Roma. Y comiendo helado. Una maravilla.

Así que sí, lo admito, he vuelto a la Fontana de Trevi.

Pues claro.

jueves, 26 de marzo de 2015

Dos de Agatha Christie

Sigo con mi racha de libros de Agatha Christie. Y como llevo un poco de retraso reseñando libros, esta vez tocan dos de golpe, “Asesinato en el campo de golf” y “El secreto de Chimmeys”.

El primero lo protagoniza Poirot y es una historia sí, de un asesinato en un campo de golf, de esas que se van enrevesado de manera que crees que no se llegará a resolver… Pero Poirot es mucho Poirot y es capaz de resolver un crimen más complicado de lo que en principio parece. Me gustó mucho, lo disfruté y de verdad que en algún momento pensé que no se resolvería. Inocente yo, Agatha Christie sí que es mucha Agatha Christie.

Creo que “El secreto de Chimmeys” es el libro de esta autora que menos me ha gustado de momento, lo que no quiere decir que no me haya gustado. Es una historia que se inicia en África y en la que aparecen países imaginarios como Herzoslovaquia y en la que se entremezclan nobles, políticos y personajes variopintos. En realidad me costó un poco arrancarlo, cuando ya llevaba bastantes páginas sí que me animé más y al final lo disfruté mucho. Pero tampoco es cuestión de escribir maravillas de todos sus libros. Bueno, igual sí.

Ahora estoy en un receso de novelas de Agatha Christie. Bueno, estoy en un receso lector, a medias con dos libros que debería acabar y lanzarme a otras cosas. Serán cosas de la primavera.


lunes, 23 de marzo de 2015

"The Old Vic’s The Crucible" de Arthur Miller

Tengo pendiente escribir sobre varias obras de teatro que he visto en los últimos meses (¡hasta cuatro!) pero tengo hoy muy fresca la experiencia de ayer y me siento obligada a posponer las otras reseñas para escribir sobre “The Crucible”. Es una obra escrita por Arthur Miller, conocida aquí como “Las brujas de Salem” o “El crisol” y basada en los juicios reales que tuvieron lugar en Massachussetts en 1692, en los que se juzgó (y muchos casos se condenó) a bastantes habitantes de este estado acusados de brujería. Conocía la historia y la obra, pero no había visto ninguna de sus adaptaciones. Así que cuando me enteré (gracias a Bichejo) de que en Cineciutat la proyectaban la obra representada en The Old Vic Theatre, en inglés y con subtítulos en el mismo idioma, me pareció una oportunidad única para verla.

Y fue fantástico. Tres horas y media de espectáculo duro, desgarrador y doloroso, con unos actores con una energía casi desmesurada, una ambientación sobria, dura y casi tétrica y una historia tan maravillosa como terrible. Fue un auténtico espectáculo, a ratos con la piel de gallina y que creo que hasta me provocó pesadillas por la noche. La historia es dura y cruel y las interpretaciones son también duras, enérgicas y apasionadas.

Lo de ver teatro en cine me ha encantando. Y la experiencia de hacerlo en versión original la hace doblemente interesante. Me gustó mucho la experiencia y valió la pena desperezarme de una siesta que me había dejado atontada para ir. Y volver a casa casi a media noche (¡en domingo!). Espero tener oportunidad de ver otras obras de teatro así, en cine y con esa calidad.

Ah, y qué interesante Richard Armitage. Muy interesante.

jueves, 19 de marzo de 2015

Hay cosas

Hay cosas de las que no os puedo hablar, porque nunca sucedieron.

Podría hablaros de luchas encarnizadas entre criaturas de razas imposibles, con pieles de colores tan inusuales como verdes o cobaltos, con números impares de extremidades, con sistemas sensoriales múltiples y con sistemas de comunicación telepático.

Podría hablaros de países tan lejanos como exóticos, habitados por tribus nómadas que, aunque nadie ha visto jamás, hay quien no duda de su existencia; de países tan cercanos como desconocidos, cuyos habitantes evitan por todos los medios ser descubiertos, aunque si lo fueran, nadie creería su existencia.

Podría hablaros de viajes en medios de transporte sorprendentes, cruceros por el Nilo a bordo de cocodrilos de tamaños imposibles, viajes a la luna a lomos de dragones alados, vuelos a los picos más altos del planeta a bordo de helicópteros rosas.

Podría hablaros de excursiones alucinantes a cuevas con formaciones geológicas que parecen esculpidas por el hombre, a profundidades marinas a bordo de pequeños submarinos ocupados por un único tripulante, a ruinas sorprendentes en lugares en los que en teoría nunca ha llegado el hombre.

Podría hablaros de historias de amores imposibles, de amores bellos y puros, de amores dolorosos y terribles, de amores sinceros, de amores falsos, de amores interesados, de amores desinteresados, de corazones rotos y de corazones reparados.

Podría hablaros de guerras que duran tantos años que sus combatientes no recuerdan ya por qué luchan, de soldados heridos de gravedad que sobreviven con la única esperanza de volver a ver los ojos de su amada, de niños perdidos en campos minados de los que, nadie sabe cómo, logran salir milagrosamente.

Podría hablaros de princesas encerradas en torres de alturas imposibles que, cansadas de esperar a su príncipe azul, aprenden a escalar y descienden de sus torres sin ni siquiera un rasguño; de príncipes perdidos en mitad de la jungla, por haber hecho caso a enanitos burlones con los que se encontraron en la última intersección de caminos.

Podría hablaros de camellos que corren a través del desierto a velocidades impensables, de hombres con turbantes y miradas misteriosas a lomo de dichos camellos, de mujeres de ojos profundos, con las que si te atreves a cruzarte en su camino, son capaces de destruirte con su mirada.

Podría hablaros de niñas que piden oscuros deseos a la luna, de lunas que cumplen oscuros deseos de niñas desoladas, de jóvenes que descubren un poder incontrolable bajo la luna, de lunas que se ríen al saberse responsables del descontrol de jóvenes.

Podría hablaros de hadas furiosas, que ponen trampas para los caminantes que osan pasear por su reino; de brujas buenas que velan por el intranquilo sueño de niños enfermos; de enanos saltarines que hacen las delicias de comerciantes borrachos; de curanderos misteriosos cuyas pócimas humean con mil colores diferentes.

Podría hablaros de puestas de sol interminables, de noches eternas, de amaneceres increíbles, de tormentas silenciosas, de nevadas inesperadas, de cielos estrellados, de ríos desbordados y de mares desiertos por la avaricia humana.

Podría hablaros de bancos de peces que saltan bajo la luz de la luna, de delfines soñadores que añoran a los humanos, de gacelas saltarinas que se burlan juguetonas de leones en reposo, de elefantes despistados que se enamoran de rinocerontes, de árboles centenarios que desaparecen bajo las llamas de un incendio provocado, de águilas soñadoras, de erizos valientes y de tortugas corredoras.

Podría hablaros de tantas cosas…

Pero hay cosas de las que no os puedo hablar, porque nunca sucedieron. Aunque precisamente por eso, tal vez exactamente por eso, debería hablaros de ellas.


En la foto, un arcoiris (y un poco más) del otro día. Cuando llueve y hace sol, pasan estas cosas.