domingo, 17 de mayo de 2015

Mal de tierra

Hoy hace una semana que volví a tierra.

Ha sido una semana cargadita de historias laborales que me han complicado la vida y me han hecho pensar que llevaba mucho más en tierra, olvidando rápidamente mis semanas en el mar y casi sin tiempo para echar de menos esos días. Ya lo conté el año pasado (y supongo que más veces antes), volver a tierra es siempre duro. Pero cuando te enfrentas a mil historias diferentes una vez atracas, no te da tiempo de pensar en nada, en nada.

Sí que ha habido varios momentos en los que me he dado cuenta lo cercanos que son aún mis días de mar. Han sido momentos en los que he tenido una ligera sensación de mareo. Cuando pasas un tiempo largo en un barco, no es raro que, a la vuelta, sientas que la tierra firme se mueve bajo tus pies. No sé cuál es el nombre adecuado para este efecto, he leído mal de tierra, mal de mar, mareo de tierra y nombres variados.

A mí me gusta mal de tierra.

En estos días en el mar, no me he mareado en ningún momento. Un barco de 70 metros resiste bien al fuerte viento y a las olas y, si el tiempo acompaña, hay momentos en los que apenas recuerdas que estás en un barco. Sin embargo, siempre hay un balanceo, algunas veces apenas perceptible, que hace que, al volver a tierra, tu sistema del equilibrio se sienta un poco confuso.

Un día fue delante de la lavadora, cuando me noté a mí misma balanceándome como si estuviera en el mar. Otro día delante del ordenador. Otro día más creo que tumbada. Y hasta ha habido una cuarta ocasión en la que he sentido ese ligero mal de tierra.

Como decía, apenas he tenido tiempo de echar de menos mis días en el mar, la vorágine de mi día a día me ha engullido con más voracidad que nunca y algún día me he sorprendido a mí misma pensando en el poco tiempo que hacía que había vuelto. Pero sin tristeza ni añoranza.

Hasta ayer.

Ayer tuve uno de esos pinchazos absurdos de añoranza. De repente, me di cuenta de que hacía una semana, sólo una semana, que había pasado mi última noche en el mar. Estaba haciendo de guiri, en un hotel en el levante mallorquín, en mitad de una fiesta de música swing que acabó con música tradicional mallorquina, salsa y hasta la macarena, cuando me acordé del mar con añoranza, con ese gusto entre dulce y amargo que te dejan los días de mar en los que has sido feliz. Fue un “Oooh”. Sólo eso. Un “Oooh”. Eso también es mal de tierra. Creo.

La única cura para el mal de tierra es el tiempo. El mal de tierra tal y como viene, se va.

En las fotos, instantes de estos días en el mar. La última, el parque de pesca, un lugar cerrado, sin luz natural, donde pasamos todo el día trabajando, es para todos aquellos que me preguntan por qué no vuelvo morena de estos embarques y si realmente en el barco trabajamos o sólo vemos delfines y comemos.

En tres semanas, volveré al mar.












martes, 12 de mayo de 2015

Alguien a quien solía conocer

Os voy a contar una cosa.

Hace un tiempo, estaba metida en medio de algo que no sé muy bien cómo definir. Era una situación entre extraña y absurda. Del rollo chico encuentra chica y se complican la vida. Si mi vida fuera una película, sería esa parte de la peli en la que parece que todo va a salir mal y efectivamente, según el tipo de película, acaba saliendo muy mal (si la peli es un dramón de esos modernos) o muy bien (si la peli es una comedia romántica). La cuestión es que en aquella época confusa y extraña, descubrí esta canción. Me encantaba esta canción. Aún me encanta. Pero me sentía fatal, porque veía que aquello podría convertirse en esta canción, que aquella canción tenía toda la pinta de convertirse la banda sonora de mi vida. Es decir, que al cabo de un tiempo aquella persona fuera simplemente alguien a quien solía conocer. Nada más. Y me daba mucha pena, mucha, porque era una persona que quería en mi vida, con quien me llevaba estupendamente y con quien congeniaba muy bien. Así que me negué a convertirla en sólo eso, en alguien a quien solía conocer. Durante bastante tiempo, luché por evitar eso, para que no fuera así. Tal vez demasiado. O tal vez demasiado poco.

Pero, sí, habéis acertado, pero esa persona se acabó convirtiendo en alguien a quien solía conocer. Y sólo eso. Hace tiempo ya de eso, hace ya un tiempo, pero no ha sido hasta hace bastante poco que me he dado cuenta. O que me he atrevido a decirlo así, en voz alta, tranquilamente. Ya no duele, ya no molesta, ni siquiera me parece que mi vida sería mejor si hubiera permanecido en ella, así que ahora es simplemente eso, alguien a quien solía conocer.

Y ya.

sábado, 9 de mayo de 2015

Acabando

Hoy es nuestro último día de trabajo en el mar. Si todo va como está previsto, mañana a estas horas ya estaremos atracados en el puerto de Cartagena.

Quería escribir sobre lo que significa acabar un Festival de Primavera, de lo que pasa y se siente los últimos días y de lo que significa el volver a tierra. Pero todo eso ya lo conté el año pasado. Reflexiones de la última noche las conté aquí (hace hoy exactamente un año). Lo que significa volver a tierra, lo conté aquí. Creo que podría volver a publicar ambas entradas exactamente igual, o casi.

Madre mía, no tengo nada más que contar.

¿No? Claro que sí.

Siempre hay algo más que contar.

Lo digo siempre, siempre. Cada campaña es única e irrepetible, cada campaña es diferente, en cada una vives nuevas experiencias. Aunque, con los años, acabas confundiendo algunas cosas, hay momentos que se te quedan grabados de cada una de ellas. A veces son puras chorradas, lo bien o mal que comiste, las risas que te echaste, aquel muestreo que salió fatal o un bicho raro que apareció. No sé lo que recordaré de ésta, sólo el tiempo lo dirá.

Anoche no tuve esa sensación melancólica que te suele invadir en los últimos momentos en el mar. No tuve tiempo. Acabé de trabajar a las diez de las noche y llegaba tarde al Jran Campeonato de Futbolín. Echamos unas buenas risas y, aunque caímos eliminados casi enseguida, fue una manera divertida de pasar la penúltima noche en el mar.

Hoy ya se siente el olor a tierra. Ahora mismo, en mitad del primer muestreo la marinería limpia en profundidad los exteriores del barco. Yo ya he preparado la ropa que dejaré a bordo, para cuando vuelva aquí en menos de un mes. Estamos impacientes por ponernos a tope con los muestreos y empezar con los preparativos para comenzar a dejar el barco listo para que nuestros compañeros que se embarcan mañana lo encuentren en condiciones. Hoy es, probablemente, el peor día de la campaña, recoger todo es un auténtico lío. Se hace, lo hacemos con la precisión de un reloj, como la maquinaria que somos en la que todo encaja. Pero cuesta, cuesta. Cuesta porque ahora ya estábamos más que acostumbrados a la rutina, cualquiera no después de diecisiete días en el mar. ¿O han sido dieciocho? Ya he perdido la cuenta. Y ahora es un cambio, volver a meter en caja todo lo que hemos traído, lo que han traído en este caso. Desde grandes cajas para meter el pescado, que hay que lavar con precisión para que no huelan hasta bolígrafos y gomas de borrar. Hay que recogerlo todo, organizarlo todo, prepararlo todo para guardarlo en algún lugar del barco hasta que se desembarque, dentro de un par de meses.

Y volver a tierra.

Ah, volver a tierra.

Ya se siente, sí, ya se siente, el olor a tierra.

En la foto, unas gambitas preparadas para ser muestreadas. En concreto, Plesionika giglioli.

martes, 5 de mayo de 2015

No todo son sonrisas

Por si alguien no se había dado cuenta todavía, me lo estoy pasando estupendamente estos días en el mar. Estoy haciendo un trabajo que me divierte, que me entusiasma, que me hace sentir viva, pero a la vez, mi carga de responsabilidades en este primer Festival de Primavera es similar al de mis primeros tiempos en el mar: soy un tornillo más de un gran engranaje y, simplemente, tengo que encargarme de cumplir mis funciones como tornillo, sin preocuparme de otros tornillos, tuercas o, lo que es aún peor, del funcionamiento general del motor. Eso me hace feliz. No quiero decir que tener responsabilidades me haga infeliz, pero me crea un estrés, una tensión que no siempre llevo bien. Por lo que estos días así, haciendo de tornillo, son un soplo de aire fresco en mi vida, una carga de energía extra.

Que esto me haga muy feliz no significa que todo sean sonrisas. Hay sonrisas, muchas. Hay alegría, buen rollo, energía positiva. Pero es imposible estar al 100% de felicidad todos y cada uno de los días en el mar. Y no estoy hablando de enfados, de malos rollos o de problemas serios. Esos también los hay, a veces. No aquí, no ahora, pero todos los que llevamos algún tiempo pasando unos cuantos días cada año en el mar, hemos vivido situaciones incómodas, difíciles e incluso desagradables. Pueden producirse por muchas cosas, por el entorno, por los demás, por el desgaste, por las actitudes, por los comportamientos, por uno mismo. Y al final cada uno lo lleva como puede.

Hay que tener en cuenta que estamos aquí, en mitad del mar, en un lugar con un número limitado de metros cuadrados (muchos en este caso, pero aún así limitado), viéndonos las mismas caras todos los días, haciendo el mismo (o parecido) trabajo cada día, independientemente de si es martes, domingo o festivo. Y pasan los días. Y quien más quien menos empieza a pensar en tierra. En gente que dejaste en tierra. En asuntos pendientes. En trabajos por hacer. En amigos y familiares. Te empieza a embargar ese punto de melancolía propio de la gente de mar: cuando estás aquí, quieres estar allí; cuando estás allí, añoras el estar aquí. Por eso las vueltas a tierra son siempre duras y extrañas, felicidad por lo que te espera en tierra, añoranza de lo que dejas en el mar. Quien más quien menos (creo) que en algún momento piensa lo que estaría haciendo en tierra en esos momentos. Si hoy es domingo, me iría a comer con la familia. Si hoy es martes, me iría al gimnasio. Si hoy es viernes, me iría de cañas con los amigos. Y, casi sin darte cuenta, añoras cosas que, estando en tierra, ni eres consciente de que tienes. Tu sofá. La charla con los compañeros a la hora del café. La comida de mamá. Tomarte una caña en una terracita. Ir al cine. Tus plantas. Cenar con una amiga. Los desayunos pausados de fin de semana. No poner un día el despertador. Las horas tontas de un domingo tarde. Un abrazo.

Que sí, que aquí estás muy bien, pero…. Pero.

Porque no, no todo son sonrisas. Aunque de esas hay muchas.

Afortunadamente.

Y luego están los días terribles. Los días en los que las sonrisas se borran de cuajo. Días como hoy, que no empiezan especialmente mal, aunque sí como acabaron ayer, con vientos fuertes y el barco tambaleándose tanto que, por la noche, apenas puedes conciliar el sueño. Que continúan con la rotura de una pieza que nos obliga a cambiar nuestra planificación y navegar hacia tierra, detener el trabajo, desembarcar a varios miembros de la tripulación en zodiac en busca de la pieza rota. Días que no hacen más que empeorar, con la noticia inesperada de la muerte de un colega, compañero de muchos de los científicos aquí embarcados. Así que aquí estamos, a la capa, esperando la vuelta de los tripulantes y la pieza rota, todos con caras largas, aún en estado de shock por las malas noticias, asumiendo que la vida es así. Ahora estás, ahora no. Y la propuesta casi unánime de “hoy deberíamos emborracharnos”, que sabemos que no vamos a cumplir porque aquí, el alcohol, está prohibido. Y ahora, más que nunca, esta prohibición nos parece una auténtica estupidez.

Hoy la entrada va sin foto. Es que no sabría qué foto poner.

miércoles, 29 de abril de 2015

Ruidos

Una de las cosas que más sorprende de los barcos a la gente que va poco en barco es lo ruidosos que son. En un barco, si va a motor, hay ruido siempre, en todas partes, todo el tiempo. Al principio es un hecho incómodo, que te molesta en cada uno de los momentos del día. Cuando trabajas, tienes que gritar para hacerte oír a tus compañeros. Cuando descansas, el volumen de lo que te entretiene tiene que tapar el ruido ambiental. Cuando duermes, el cerebro tiene que acostumbrarse a los ruidos continuos para poder sobrevivir.

Con el tiempo, te acostumbras. La primera vez que vine a este barco, me pareció muy ruidoso, pero lo mismo me han parecido cada uno de los barcos científicos en los que he trabajado. Luego, te acostumbras y, simplemente, ni te das cuenta del ruido. Hasta que desaparece. En general, en los barcos para dormir me pongo música, para evitar el ruido ambiental. Casi no lo hago en esta campaña, porque estoy en un camarote en una cubierta diferente a la que voy si estoy de jefa. La primera vez que estuve aquí de jefa, hace dos años, el ruido en el camarote era realmente molesto. Tanto que otros jefes se quejaron y la siguiente vez, el año pasado, el camarote que correspondía al jefe era otro, no tan ruidoso. Me pasa una cosa curiosa, cuando vuelvo a tierra de pasar tantos días en un barco: la primera noche se me hace muy difícil dormir, por la falta de ruidos. Así que, en general, me pongo música para conseguirlo. Como si siguiera a bordo.

Los ruidos de la parte del barco en la que trabajamos (el parque de pesca, digamos que en el sótano y a popa) tiene ruidos variados. Algunos son de origen confuso (la sala de máquinas y todos los motores y generadores que mantienen esta ciudad flotante viva, por no hablar de las alarmas que suenan en cualquier momento y cuyo significado desconocemos), otros son conocidos y a veces hasta controlables: el aparato de aire acondicionado (afortunadamente, de momento no lo necesitamos), las cintas por las que va el pescado o las múltiples mangueras constantemente encendidas. Pero también todos los ruidos relacionados con la maniobra de pesca: se realiza justo encima nuestro y, si estás un poco pendiente de cómo transcurre el día, puedes oir perfectamente cómo los bolos de la red golpean la cubierta, como se ponen y quitan sensores, cómo sueltan y amarran las puertas.

El puente también es un lugar ruidoso. Además de motores y aparatos varios, se oye la radio, alarmas varias y suenan constantemente los teléfonos. Por no hablar de las conversaciones múltiples y variadas. Aunque eso no es ruido. En esta campaña, no estoy demasiado en puente, bueno, tal vez más de lo necesario para el trabajo que hago, pero menos de lo habitual en mis campañas, ya que es mi lugar de trabajo habitual. Pero cuando he estado normalmente sé que hay un momento único, de tranquilidad y silencio: al salir del puente y dirigirte a proa, en la misma cubierta. Es un momento curioso porque, de repente, desaparecen todos los ruidos. No desaparecen, pero los únicos que quedan son tan suaves y escasos que pueden sentir sin problemas las olas golpeando el casco del barco, tres cubiertas más abajo. Hasta el año pasado, el camino desde el puente hasta la cubierta de pesca me obligaba a dirigirme a la proa para bajar. Ahora han puesto una escalera nueva que acorta el camino de bajada lo que, a priori, me ha hecho feliz. Pero me privará de esos momentos de silencio de los que tanto he disfrutado estos años atrás. Obviamente, puedo ir a proa cuando quiera, puedo acercarme a sentir el silencio, pero normalmente, el ritmo diario me impide pensar en parar, simplemente voy, voy, voy. Por eso, cuando salía del puente disparada hacia abajo para ver qué tal había ido el muestreo, ese momento de silencio me sorprendía pero también lo agradecía interiormente. Ahora no será una sorpresa, tendré que ir a buscarlo.

Aprovecho que estamos cerca de costa para actualizar. En pocas horas partimos hacia la isla de Alborán, a medio camino de dos continentes, África y Europa, a más de 50 km de cualquiera de ellos. Trabajaremos por allí los próximos dos días, sólo con conexión de satélite. A ver si en estos días se me cura la faringitis que hoy me han diagnosticado vía telefónica. Ha sido emocionante y todo.

En la foto, la carta náutica de la isla de Alborán, que he hecho hace un rato en el puente. Así está, sola, en mitad del mar.

Más fotos de estos días en mi instagram (@nisi501).

domingo, 26 de abril de 2015

De esto que... (VII)

De esto que llevas ya varios días medio mal, con un resfriado que empezó con dolor de garganta, se transformó en una lengua cuarteada y labios llenos de heriditas y ahora se luce con unos ataques de tos la mar (jeje) de esplendorosos. Te vas a dormir con la esperanza de no tener ningún ataque de tos nocturno que despierte a tu compañera de camarote, pero te preocupa tanto el tema que no te duermes. Y toses. Y recuerdas que te has dejado la caja de juanolas (en la que, por cierto, quedan muy pocas) en el parque de pesca. Bueno, sólo está una cubierta más abajo y apenas son las doce de la noche, así que te vas allí, paseándote como si estuvieras en tu casa, en pijama, por un barco de 70 m.

Total que, en algún momento, se ve que te duermes. Pero te acabas despertando, oh sorpresa, con un ataque de tos. No es un ataque de esos imparables, pero es una tos continua, tonta, pesada con la que o bien has soñado o bien has tosido mientras dormías. Probablemente ambas cosas. Así que cuando ya llevas una hora tirada en la litera tosiendo piensas que ya va siendo hora de dejar de molestar a tu compañera de camarote y, probablemente, a los compañeros de los camarotes contiguos. Aunque, bien pensado, no oyes nada, nada por encima del ruido que un barco siempre hace (ah, el ruido, tengo que escribir algún día sobre el ruido en los barcos) pero decides levantarte, aunque te da pereza bajar de la litera superior. ¿Cómo era que se bajaba? Aún tardas un rato en reunir fuerzas, entre tos y tos, para plantarte en el suelo, ponerte un forro polar encima del pijama, calzarte las crocs (de imitación) que son tu zapato oficial a bordo, coger libro y reproductor de música y salir del camarote para intentar buscar un remedio para la tos. Son las tres y media de la mañana.

En la cocina, la tele está puesta. Siempre está puesta. Ni te fijas en lo que dan. Te haces un té verde y le pones bastante miel. Y ahí, mientras tomas tu (esperas que) remedio milagroso, cabeceas entre tos y tos en el fondo de una de las mesas. Escuchas esta canción, en un bucle infinito. Aparece el oficial que entra de guardia a las 4, con más cara de sueño que tú, y te pregunta qué haces ahí a estas horas. Respondes todo lo coherente que se puede responder casi a las 4 de la mañana y con tos constante. Se va a su guardia y te acabas tu mejunje. Fantaseas con el sofá de tu casa, así que te vas al salón de proa, (en ocasiones) punto de reunión del personal científico. Te acomodas en un sofá tan enorme que no cabría en el comedor de tu casa. Apagas la luz, sigues con el bucle infinito de la misma canción.

Cuando te despiertas, son casi las siete y veinte. Está a punto de sonar la alarma del móvil. Ah, qué felicidad ¡has dormido tres horas seguidas sin toses aparentes! Ignoras que has incumplido una de las normas del barco (no dormir en las salas comunes) y te vas al camarote a vestirte y bajas a desayunar. ¡Hay donuts! Si hoy hay donuts es que es domingo. Saludas a los colegas y les cuentas tus aventuras nocturnas. Cuando baja el capitán, hablas con él de tus dolencias y los remedios que hay a bordo para curarlas. Tu compañera de camarote aparece y, sorprendentemente, no se ha enterado de tus toses nocturnas. Subes al puente y, el oficial que sale de guardia (que tiene mejor cara que cuatro horas antes. Tú probablemente no) te lleva a la enfermería, donde te da unos sobres. “Eso no te servirá de nada.”, dice un colega que pasa por allí, “Ponle una inyección de penicilina”, bromea. Estoy tan harta de toser, que acepto cualquier sugerencia.

Bajas de nuevo al comedor y, mientras diluyes unos polvos blancos en agua, que luego sabrán a limón, más compañeras sueltan lo de “Eso no te servirá de nada”. Te ríes con el oficial del éxito que tiene su diagnóstico pero te los tomas igual. Aunque sea como placebo, bienvenido sea cualquier remedio que intentes.

Te vas al camarote, te lavas los dientes y te preparas para empezar el día.

Y descubres que has perdido un pendiente.

En la foto, un dibujo que me hizo mi hermana el otro día, (espero que) para demostrar que me echa de menos. Tengo otros parecidos de otros amigos. Me ha costado decidir cuál publicar.

viernes, 24 de abril de 2015

Dos días en el mar

Ayer, cuando atardecía, salí hacia la proa del barco, en busca de cobertura. A lo lejos, vi algo saltar sobre el mar: parecían delfines. Corrí a la proa y efectivamente, un grupo de delfines comunes se colocó a nuestra proa, surfeando la estela que provocábamos mientras navegábamos. Dudé entre salir corriendo a avisar a los compañeros o disfrutar de ese instante mágico. Porque estas cosas son sólo eso, instantes, parpadeas, miras a otro lado, te despistas y ya te has perdido algo increíble. Me quedé ahí, alucinando, oyéndoles emitir sonidos, saltando como locos y (creo) mirándome de vez en cuando de reojo. Les hice algunas fotos malas con el móvil y dos vídeos. Nunca tienes la cámara en mano cuando la necesitas. Al final corrí dos cubiertas más arriba y llamé por teléfono a uno de los laboratorios donde suponía que había gente, les avisé y corrí de nuevo a proa. Los delfines ya no estaban. Claro.




La vida, a bordo, es así. Instantes, sólo instantes. Una sucesión de pequeños instantes, de pequeños momentos.

Hoy, durante todo el día, la niebla nos rodeaba. No la hemos visto mucho, nuestro trabajo se desarrolla a cubierto, digamos que en el sótano del barco. Yo, en cuanto puedo, me escapo al puente, quiero irme acostumbrando a subir y bajar escaleras para cuando toque mi parte del Festival de Primavera. Y allí estaba, todo el día, la niebla.

Para cenar, hoy hemos tenido huevos nido al horno. Ha sido una gran fiesta. Cuando comes a las 11 y cenas a las 20, el momento de la cena es muy esperado, por mucho que pares a media tarde a tomar algo. Además, en esta campaña (casi) todo el personal científico cena a la vez, lo que el momento se convierte en una auténtica fiesta. Las comidas son los momentos de descanso del día, el ocio, el momento de dejar de trabajar y compartir risas y charla.


Atardecemos frente a Marbella. Ya no hay niebla y el mar está en calma. Nada parece prever el temporal que se nos echa encima a partir del domingo. Ya veremos. De momento, disfrutamos de estos instantes de buen trabajo y mar plana.

Lo dicho. Instantes, sólo instantes.



He necesitado eso, otro instante, un instante en cubierta para tener buena cobertura de internet y publicar este post.


Buen fin de semana.