lunes, 8 de julio de 2013

Dos documentales


 No soy yo muy de documentales. No soy de esa gente que se declara abiertamente fan de los documentales de La 2, porque no lo soy. Sí que hay cosas que me interesan y de vez en cuando me trago algún documental sobre cualquier tema, en general sobre naturaleza (deformación profesional), aunque alguna vez me engancho con otros asuntos, la situación de Corea del Norte, la teórica ubicación de la Atlántida, algo de historia, qué se yo. A veces no es tanto el tema como cómo se cuenta, cómo te engancha y cómo te dan ganas de saber más sobre algo que ni siquiera te habías planteado que existía.

Cuando volví de mi último viaje a Namibia, un compañero de trabajo me habló de un amigo suyo, creo que ya fallecido, que había viajado a ese país para fotografiar una de esas curiosidades sorprendentes de la naturaleza: leones paseando por la playa. Me estuvo contando cosas de esos animales y después estuve investigando un poco más por internet y así descubrí la interesante historia de los leones del desierto del Namib. Interesante en muchos aspectos: visualmente por lo sorprendentes que me parecen las imágenes de leones paseando por dunas o acercándose al mar; ecológicamente porque esta población es un remanente de una población mucho más amplia que vivía en el desierto de la Costa de los Esqueletos, hasta que fueron casi exterminados por el hombre; científicamente porque es una población única en el mundo, por lo que su estudio es francamente alucinante; socialmente, por las implicaciones que puede tener para los habitantes de la zona tener leones paseando cerca de sus casas. Me impresionó descubrir que estos leones se encuentran a apenas unos cientos de quilómetros de Cape Cross, donde estuve visitando la colonia de leones marinos. Yo volví del desierto del Namib con la idea de que allí sólo habitan criaturas diminutas (si hay micro-agua, habrá micro-elefantes). Y no. Hay leones en el desierto. Y lo mejor es que están siendo ampliamente estudiados, como se puede ver en esta (muy recomendable) página web. Y buscando y buscando información, encontré un interesantísimo documental de la BBC llamado precisamente “Desert lions” (“Leones del desierto”) y que se puede ver en internet, tanto en inglés como en castellano. Muy, muy recomendable.

Y, pasando del desierto al mar, por fin he visto un documental del que había oído hablar en su día cuando se rodó y que me pasaron durante la primera ronda en el mar este año. Es un documental de National Geographic, “Historias del mar: protegiendo los océanos”, rodado en 2010 a bordo de 2 buques de investigación oceanográfica de la Secretaría del Mar, el Miguel Oliver (en el que estuve en esa primera ronda en el mar) y el Vizconde de Eza en el que hice dos campañas en Argelia, hace ya 10 años. También aparece la sede de nuestro Instituto en Vigo. Es un documental que muestra la toma de muestras en el mar durante dos campañas de investigación diferentes: una de geología y una de pesca. Me ha gustado mucho por varios motivos, incluyendo ver a mucha gente conocida en ellos (científicos, oficiales y marineros) y ver una explicación muy buena del trabajo que realizamos. Eso sí, alguna simplificación me ha chirriado, como oír que el Vizconde de Eza ha estado “trabajando desde 2001 por todo el Atlántico” cuando ambos buques han trabajado también en el Mediterráneo. Me ha gustado también ver el punto de vista de un fotógrafo del National Geographic Tino Soriano del trabajo científico en el mar, una visión de alguien externo a este mundillo. En un momento dice “El trabajo científico no está valorado como se merecería. Un científico es una persona que se embarca, que se pasa muchísimos días sin estar con los suyos, solamente haciendo un trabajo ciego que no se ve, que finalmente se transmite en números, en cifras, en estadística. Es recoger material, la parte más dura del trabajo, para que luego sea procesado en tierra con medios mucho más sofisticados. Es levantarse al amanecer y acabar a veces a la medianoche. Es un trabajo sordo, repetitivo, muy pesado y además absolutamente ciego para la sociedad”. Me ha encantado. Y al final del documental, cuando hace recuento de lo que se ha hecho históricamente en esas dos series de campañas, dice “… y a pesar de esos números, miro el mar y pienso en todo lo que queda por hacer”. Cierto. Queda mucho, mucho por hacer. Podéis ver el documental aquí, algunas de las fotos de Tino Soriano a bordo aquí y una entrevista suya aquí.

viernes, 5 de julio de 2013

Sin libros

He estado un mes prácticamente sin leer. Cuando estoy en un barco trabajando, no puedo leer. No recuerdo si lo hacía al principio, cuando mis responsabilidades eran menos que las actuales, porque por aquel entonces tampoco tenía mucho tiempo libre a bordo. Supongo que entonces sí que leía. Ahora no, y mira que lo intento.

Hace años coincidí a una chica que me dijo que cuando iba de jefa de campaña, leía muchísimo. Yo le dije que no tenía tiempo para leer, a lo que respondió “¿Y qué haces todo el tiempo en el puente?”.

En el puente en concreto y en el mar en general, un día normal para mí es algo así:

Me levanto entre las seis y media y siete menos cuarto, salgo al pasillo desierto a esas horas y subo al puente sobre las siete. El primer día, el oficial de guardia me dice “Oye, ¡que queda una hora para empezar a trabajar!”. “Lo sé”, suelo contestar yo simplemente. Luego ya se acostumbran a verme aparecer a esas horas. Una vez en puente, enciendo el ordenador (u ordenadores), converso con el oficial y el timonel de guardia, compruebo que estamos ya cerca del punto de muestreo y les pregunto (y observo yo) si hay boyas o barcos en la zona que nos impidan trabajar. Arranco varios programas: uno de navegación en el que compruebo que funciona el GPS (el día antes de empezar, todo funciona; el primer día, no funciona nada; pero al final, todo sale bien, todo), otro de recepción de datos con las características de la red y una hoja de cálculo en la que anoto las posiciones. Luego preparo los papeles que necesitaré para el día: los estadillos de puente en los que iré apuntando (en lápiz, en el mar sólo se usan lápices) cada cinco minutos la situación del barco durante los muestreos, así como la hora, profundidad y características del arte. Si estamos cerca de costa y hay cobertura de Internet, incluso me da tiempo a echar un rápido vistazo al correo del trabajo.

La siguiente media hora la paso fuera del puente: suelo bajar a popa a revisar la red, ver que todo está correcto, comprobar qué sensores quedan por colocar, saludar a marineros y demás miembros de la tripulación que me encuentro e intercambiar impresiones con ellos. A esa hora, el personal científico suele dormir aunque los más madrugadores empiezan a dar señales de vida. A las 7:30 en punto entro en el comedor, a desayunar rápidamente, mientras vigilo si aparece el compañero responsable de los sensores y voy con él a la red a ayudarle a colocarlos (si me deja). Eso sí, los días que empezamos a trabajar antes, me salto el desayuno: los horarios de comidas son muy estrictos a bordo. A las 7:45 vuelvo al puente y aparece el capitán, intercambiamos saludos y nos preparamos para empezar el día.

Entre las 8 y las 17-18 la rutina es muy similar: vamos al punto de muestreo, cuando largamos la red salgo a la cubierta a comprobar que sale de manera adecuada (no se cierra, no se lía) y luego, con los sensores, comprobamos que las puertas no se lían (dos veces nos ha pasado en la última campaña) y que el arte llega al fondo. Antes de que salgan las puertas, le digo al capitán los metros de cable que hay que largar. Apunto la información en los momentos de largado, puertas al agua, firmes e inicio pesca, así como cada cinco minutos durante los 20, 30 ó 60 minutos que dura el muestreo (dependiendo de la profundidad). Pero no sólo es apuntar. Es comprobar que el arte trabaja bien, que sigue sin haber boyas o barcos, que no nos salimos de las zonas que tenemos que muestrear y que la velocidad es la adecuada. Y si algo falla, tomar las decisiones correspondientes: virar antes de hora, dar un muestreo por nulo, repetirlo, escoger un nuevo punto de trabajo. Y, a la vez, ir pensando en los demás muestreos del día: planificando horarios de trabajo y tiempos de navegación. Paramos a comer a las 11 o a las 12, según nos cuadre el trabajo. Cuando acaba cada muestreo, bajo a popa, casco en la cabeza, a ver que todo va bien, comprobar las capturas, hacerles una foto, anotar las características en la pizarra del laboratorio (número de lance, profundidad, sector, estrato y validez) y ver qué tal les va el trabajo de muestreo al resto de personal científico.

Por la tarde, después del último muestreo y mientras mis compañeros siguen procesando las muestras, preparo con el Capitán el trabajo del día siguiente: decidimos los muestreos que haremos, a partir de propuestas mías. Cuando el plan del día siguiente queda decidido, repaso el papeleo de todo el día, informatizo la información, chequeo el correo y el parte del tiempo de los próximos días, que, si es malo, puede modificar los planes. A veces hay muestreos extras: por ejemplo, patines supra y epibentónicos o dragas, que alargan más las horas en el puente. Ceno a las 20 y después de las cena hago alguna llamada, sigo con papeles y planificaciones en el puente o en mi camarote (mi “camerino”) o acabamos algunos muestreos que han quedado pendientes. Si aún hay trabajo de muestreo, bajo a ayudar, aunque en general, este año, casi no ha hecho falta. Cuando por fin doy mi trabajo por listo, paseo por el barco a charlar con el personal científico que ya descansa, juega a cartas, mira la tele o se toma algo. Sobre las 23 o 23:30 me retiro al camarote a dormir.

Entonces podría leer.

Pero no lo hago.

Porque mi cabeza sigue pensando en muestreos, planificaciones, partes del tiempo y posibles problemas con personal y tripulación, además del trabajo de tierra que siempre está ahí. Así que me doy una ducha y me meto en la cama, con música para amortiguar los ruidos del barco y los ruidos de mi cabeza, hasta que noto que mi cerebro desconecta, paro la música y me duermo con ese descanso profundo y sin apenas sueños que suelo tener en los barcos.

Eso es lo que hago, en los barcos. Y por eso no puedo leer. Porque durante el día es imposible. Y por la noche… por la noche lo único que quiero es desconectar el cerebro y descansar. Porque al día siguiente, en menos de 8 horas, todo empieza de nuevo. Y así durante muchos días seguidos, sin descanso, sin fines de semana, sin momentos libres.

Sin libros.

En la foto, pasillos desiertos en la cubierta de camarotes de científicos, en el buque de investigación oceanográfica Cornide de Saavedra, hace ya unos días.

martes, 2 de julio de 2013

A veces

A veces pienso que hubiera preferido que no me contara algunas cosas, que no compartiera conmigo momentos pasados, personales o importantes, que no hubiéramos llegado a ese nivel de confianza. Porque ahora tengo recuerdos que no son míos, tengo imágenes que no me corresponden y que casi (casi) preferiría no conocer. A veces incluso pienso que hubiera sido mejor no haberle conocido, que no se hubiera cruzado en mi camino, que no lo hubiera convertido en alguien imprescindible en mi vida porque al final he tenido que acabar prescindiendo de él. Pero luego me digo a mí misma que no, que tengo que quedarme con lo bueno y trato de pensar en lo bueno. Y recuerdo algunas cosas con una sonrisa, como una noche extraña en un pequeño pueblo costero del norte, un abrazo sincero o unos días recorriendo carreteras desconocidas. Y ya está. No recuerdo nada más. Todo lo demás que recuerdo me hace daño o me pone triste.

En estas cosas absurdas pensaba yo el otro día en la popa de un barco, viendo subir el arte, con viento del norte, mar de fondo de 3 metros y un balanceo impresionante. A veces me pongo a pensar en las cosas más extrañas en los momentos más extraños.

En la foto, vistas del arte experimental desde la popa del barco, en un día en el que obviamente no teníamos olas de 3 metros. Ni balanceo.

domingo, 30 de junio de 2013

Conversaciones y frases

Vuelto a estar en tierra.

Quince días en el mar dan para mucho. Entre otras cosas, en estos días he sido testigo (y partícipe) de conversaciones curiosas (como discutir en el puente con tres tíos las diferencias entre el fucsia y el rosa chicle) y frases divertidas, extrañas, absurdas o duras que, a modo de resumen, voy a recopilar hoy.

Nada más entrar en el barco:
Yo (a un marinero): "Hola, ¿qué tal te va?".
Marinero: "Hasta ahora bien, pero ya veremos ahora que ha llegado la chica mala". (O sea, yo).

En el puente, me dice un oficial: “Nisi, sabes que te queremos mucho y que cuando te vas te echamos de menos, pero eres la jefa de campaña más dura que ha pasado por aquí”.

Un compañero se presenta a las 11 y pico de la noche en el comedor donde los demás pasamos el rato, con un plato de comida enorme (restos de la cena) y lo mete en el microondas. Una compañera le suelta “¿Te vas a comer eso?”. Y él responde: “No, sólo lo voy a calentar”. Carcajada general.

Me dice un camarero: “Nisi, tú eres guapa, lo que pasa es que no lo sabes”.

Un oficial: “Nisi, tú necesitas encontrar un buen muchacho, que te lo mereces”.
Yo: “Ya, ya, pero no aparece”.
Al día siguiente, me lo encuentro por mi ciudad y se despide de mí diciendo:
“¡Acuérdate de lo que te dije ayer!”.

En una reunión con el personal científico, solté una frase que no me gustó decir, pero que tuve que hacerlo: “No me ha gustado nada, pero nada lo que habéis hecho hoy. Ya os dije el primer día que esto no es una democracia, esto es una dictadura y aquí mando yo. Lo que digo yo, va a misa. Y a quien no le guste, que se vaya a tierra”.

Al final será verdad eso de que soy una jefa dura y chica mala.

En la foto, atardecer en el mar.

lunes, 24 de junio de 2013

Ayer y hoy

Ayer.



Mar en calma al norte de Menorca.

Hoy.



Temporal de Tramontana con mar de fondo de 3 metros en el canal de Menorca.

El mar es así. Absolutamente variable. Absolutamente sorprendente.

sábado, 22 de junio de 2013

Maó

 En estos días de mar, hemos parado una noche en el puerto de Maó. Menorca, en general, me entusiasma. Y la entrada a este puerto es simplemente maravillosa.



Es una especie de tradición parar allí y, aunque hace dos años tuvimos que hacer también una parada de emergencia en Ciutadella para desembarcar a un tripulante herido, la parada en Maó es la única que solemos hacer y todo un soplo de aire fresco en nuestro día a día marino. Solemos aprovechar esta parada para hacer cambios en el personal científico (gente que sube, gente que baja, aunque este año no ha sido el caso), hacer agua o para llevar/recoger material de la Estación Jaume Ferrer (como hemos hecho este año).

Aunque son pocas horas en puerto, las aprovechamos al máximo y solemos cumplir varias tradiciones no oficiales ni impuestas pero que, inevitablemente seguimos año tras años: un paseo por la ciudad, cena de (casi o) todo el personal científico en el mismo sitio de siempre (y disfrutando como enanos de comidas no habituales a bordo, como la pizza), copas en el Akelarre y, los que aguantan, en algún garito más. Y, al día siguiente, de vuelta al mar y a trabajar como si no hubiéramos estado quemando la noche, a un ritmo un poco más lento que el de costumbre, intentando volver a la rutina marina.

Aparte de estas tradiciones no escritas y grupales, yo tengo algunas tradiciones propias, aunque no sé si llamar tradiciones. Son pequeñas cosas que, si puedo, cumplo año tras año. A veces alguien me acompaña, a veces son solitarias. A veces no son posibles, a veces sí. Este año pensaba que no cumpliría ninguna. Y las cumplí todas.

Una de ellas es comprarme en una tienda determinada una camiseta de Pou Nou, una ropa de marca menorquina que me encanta: ropa de calidad con diseños también de la isla. Cumplido. Me compré ésta:



También me gusta subir por la mañana, antes de salir al mar, a dar una vuelta por el mercado, y comprar un queso como éste:




Y la última es desayunar en una cafetería junto al mercado, con vistas al puerto, leyendo el periódico o charlando si alguien me acompaña. Exactamente así:



Este año la visita al mercado y el desayuno fueron solitarios: todo el mundo dormía la juerga nocturna. Yo, que no puedo quitarme el chip de responsabilidad hasta que el último muestreo no ha acabado, me desperté a las 7 de la mañana, así que aproveché para ir al mercado y desayunar. Una auténtica delicia, aunque el trabajo de todo el día habiendo dormido sólo 4 horas se hizo bastante cuesta arriba.

Ah, casi se me olvidaba. Una cosa importante cuando entras a puerto es que hay que controlar que, a la salida, todo el personal científico está a bordo. Como somos muchos (18) y suponía que la mayoría no se levantaría antes de salir, este año desarrollé un sistema de alta tecnología que me permitía conocer quién estaba a bordo. Éste:


Eso sí, alguno me mandó un whatsapp a las 05:30 de la mañana diciendo “Estoy en el barco, no encuentro boli”.

domingo, 16 de junio de 2013

Con vistas

 Cabeza de ajos en el puente de mando, con vistas a Cabrera.
 

Zapatas (o bocanegra o moixina o Galeus melastomus) secándose al sol,  con vistas a Cabrera.


Saludos desde el mar. Con vistas.