lunes, 24 de octubre de 2016

“Tengo los óvulos contados” de Raquel Sánchez Silva

Se me acumulan las entradas de cosas que quiero contar y no cuento, así que he decidido inventarme dos semanas temáticas para ponerme al día de dos temas de los que quiero compartir bastantes cosas: libros y viajes. Esta semana será la semana temática de los libros; la que viene, de viajes.

Admito que leí este libro por recomendación de unas amigas. Raquel Sánchez Silva no me cae especialmente bien (más bien al contrario, me parece un poco petarda), pero como el tema del libro es un tema recurrente en nuestras conversaciones, acabó saliendo en una de ellas y me lo recomendaron. En el prólogo, la periodista deja bien claro que su intención era escribir algo sobre el tema, pero no una novela, sino como ensayo, basado en todo lo que había investigado y descubierto cuando, después de los 35, se planteó qué posibilidades tenía de ser madre Sin embargo, sus editores la convencieron de que lo transformara en novela. Para mí ahí está el error principal: como novela, es muy floja y no aporta nada; pero como recopilación de historias sobre la fecundidad femenina en general y sobre la reproducción asistida en particular, vale mucho la pena. Y es esa parte lo que destaco de este libro: la información que aporta sobre un tema del que apenas se habla. Y lo hace en forma de historias tan variopintas como posibles, desde la chica soltera no muy agraciada que quiere que la fecunden con esperma de un nórdico buenorro de ojos azules hasta la casada que acude con su madre porque no se queda embarazada “y no puede ser, porque todas en nuestra familia somos muy fértiles”.

Es un libro que explica claramente qué se puede hacer y qué no, tanto médicamente como legalmente, qué posibilidades reales existen y cuáles son sólo fantasías y que la maternidad es una opción, no una obligación. En ese aspecto, me ha gustado. Insisto, creo que hay mucha falta de información sobre estos temas. Bueno, falta de información no, porque por poco que brujulees por internet, puedes encontrarlo todo, pero sí que es verdad que es un tema del que se habla poco. “¿Te planteas ser madre alguna vez?” es una pregunta que nos deberíamos hacer todas alrededor de los treinta y no alrededor de los cuarenta, como suele pasar hoy en día.

domingo, 16 de octubre de 2016

Bajo la luna

Es una noche cálida de otoño, sábado. Diecisiete personas vuelven de una copiosa cena en un restaurante que estaba cerrado, pero que han abierto para ellos. Ya casi no hay turistas en otoño en esta pequeña isla mediterránea. Diecisiete personas en la mesa es mal augurio en Italia, así que el dueño del restaurante deja un juego extra de copas en una de las cabeceras, para engañar a la mala suerte.

La vuelta es ligera y amena, casi dos quilómetros de camino entre charlas y risas en varios idiomas, el vino ha corrido alegre durante la noche y ya llevan demasiados días fuera de casa, demasiados días de trabajo. La perspectiva de seguir trabajando al día siguiente, domingo, hace que disfruten más de esas pocas horas de ocio. Caminan por la carretera, rodeada de casas de manera continua, evitando los pocos coches que de vez en cuando aparecen. Cuando ya se acercan al hotel, pasan por un núcleo más concurrido donde algunos jóvenes y no tan jóvenes pasan la noche del fin de semana apenas iluminados por la luz de los móviles. “Imagínate un invierno aquí”, dice alguien.

Al llegar al hotel, algunos levantan las manos. Quien más quien menos la levanta: cuando se recuenta el quórum para algo, suele ser para algo bueno, así que casi todo el mundo se apunta. No hay mucho que hacer en esta isla y cualquier plan es bienvenido. La discusión se centra en si levantar la mano para ir a dormir o para ir a nadar. Es casi medianoche, llegar a la zona más civilizada de la isla, el puerto, es inalcanzable a pie, así que esas son las dos únicas alternativas.

“En cinco minutos, todos aquí para nadar”. “Todos” al final son nueve personas que se dirigen entre risas por la carretera hasta la estrecha cuesta que baja a las piscinas naturales. Una señora que ha salido a pasear su perro les mira con sorpresa e incredulidad. La luna, casi llena, ilumina alegremente la noche. Pero la ruta de bajada discurre por un camino estrecho, entre casas y árboles, así que la luz de los móviles guía el camino por los tramos más oscuros.

Al llegar junto al mar, el espectáculo es maravilloso: el mar, en calma; las rocas volcánicas, cálidas bajo los pies desnudos; la temperatura, suave; la luna, llena y brillante, ilumina con una tenue luz azulada todo el paisaje. Es impresionante. Los bañistas empiezan a quitarse la ropa, entre risas y gritos. De los nueve aventureros, seis se quedan en bañador, mientras los otros tres prometen que se ocuparán de recontarlos y comprobar que nadie se ahoga. Más gritos, más risas y saltos desde las rocas. Chop. Chop. Chop. Chop. Chop. Chop. Seis cuerpos chocan contra la superficie del agua, a intervalos irregulares, con gritos y risas como banda sonora. El agua está fresca, no fría, ideal en ese improvisado baño nocturno, y los bañistas chapotean alegres a la luz de la luna. Más risas, más gritos, más alegría sonora que debe estar oyéndose a lo largo y ancho de esta pequeña isla.

Salir del mar es otra aventura. Algunos de los bañistas conocen el camino por las rocas, porque ya han nadado allí esa misma tarde, pero no cuentan con la migración nocturna de los erizos, que ahora ocupan casi totalmente su camino de salida. No deja de resultar irónico, porque todos ellos se dedican a estudiar criaturas marinas. Al final salen, despacio, uno a uno, ayudados por las gafas de bucear que alguien ha llevado y por los que les van precediendo. Los que han quedado en tierra hacen el recuento comprobando, entre risas, que no ha habido bajas entre los nadadores nocturnos.

El camino de vuelta es igual de alegre, bajo la luz de la luna. La subida les deja sin aliento, pero no les quita la alegría y la sensación gratificante de que han vivido un momento maravilloso. Se despiden entrando al hotel, consultando el reloj y contando las horas que van a poder dormir. Al día siguiente es domingo, pero aún así toca trabajar. Se dan las buenas noches en varios idiomas, sonriendo, en el pasillo silencioso del hotel y prometiendo repetir la experiencia la noche siguiente.

Fuera, la luna sigue brillando.

En la foto, el lugar del baño nocturno, a la luz del día, a media tarde, cuando ya hubo un primer baño improvisado.

jueves, 13 de octubre de 2016

Ponza

Imaginaos una pequeña isla, de menos de diez quilómetros cuadrados, en forma de arco, a la que sólo se puede llegar desde la cercana costa italiana en barco. La isla está surcada por una estrecha carretera, que sube y baja por su abrupta orografía volcánica, una carretera flanqueada continuamente por casas, poblaciones dispersos que nunca llegan a formar un auténtico núcleo. La isla está bañada por las cristalinas aguas mediterráneas y, en cada recoveco, un pequeño puerto lleno de lanchas recreativas refleja el amor hacia al mar de sus habitantes.

Imaginaos un pequeño hotel, de tonos rosados, al borde de un acantilado y flanqueado por la carretera. Es un hotel de veraneo que ahora, en temporada baja, está prácticamente habitado sólo por menos de una veintena de clientes venidos mayoritariamente de otros puntos de Italia, pero también hay algunas otras nacionalidades: suecos, ingleses, daneses, chipriotas, españoles e incluso estadounidenses. Es un hotel sencillo, funcional para el verano pero frío en esta temporada baja otoñal. En su entrada, un grupo de mesas en forman de U y una pantalla con proyector ocupan un lugar en el que normalmente hay varias butacas, que están ahora agrupadas contra las ventanas, con vistas al mar. En la pantalla, hay letras y número y gráficos y más letras y más números.

Imaginaos el efecto que hace, en esta isla de de menos de 4000 habitantes, un grupo heterogéneo de personas ruidosas entrando en un bar a media mañana, un bar en el que los lugareños se refugian de las inclemencias de un día otoñal, nublado y muy ventoso. Los lugareños observan curiosos al grupo, sobre todo a las rubias nórdicas y a los dos chicos altos que hablan inglés con acento de película americana, mientras apuran sus cafés, que tanto gustan a la gente que le gusta el café: muy cortos y muy negros. Uno de los estadounidenses le hace carantoñas a un perro grande y oscuro, de aspecto tranquilo, que no le hace mucho caso. Fuera, sopla un viento insoportable, que les hace encogerse sobre sí mismos y caminar inclinados. Las casas, de colores blancos y tonos pastel (azules, cremas, rosas) contemplan impasibles al grupo, que vuelve de camino al hotel, a la pantalla, a las letras y los números.

Aquí estoy, estos días. En esa diminuta y abrupta isla desde la que, por la noche, apenas se distinguen las luces de la no tan cercana costa italiana; en este hotel de fachada rojiza e interiores fríos, contemplando letras y números en una pantalla, a menudo indescifrables; sufriendo las inclemencias de un otoño variable y un poco incómodo con un grupo de gente tan heterogénea como peculiar. Y me siento un poco fuera de lugar, en este lugar extraño y fascinante y con esta gente tan lista y sabia. Y yo, intentando hacer ver que soy una de ellos.

La foto, de hace un rato, al salir de la cafetería.

domingo, 2 de octubre de 2016

"Yo antes de ti" de Jojo Moyes

Había oído hablar bastante de este libro, así que en cuanto tuve oportunidad, me lo compré. Me lo leí muy rápido (raro en mí), este verano. Cuenta la historia de una chica sin muchas aspiraciones, Lou Clark, que encuentra trabajo como cuidadora de un joven que quedó tetrapléjico a raíz de un accidente, truncando su exitosa vida y carrera. La verdad es que es un libro en el que, desde el primer momento, sabía lo que iba a pasar. Eso no es bueno ni malo, es así. A veces me pasa con algunos libros y películas, que nada me sorprende, todo es como creo que será. Y punto. Igual es que yo soy muy fría o igual fue porque no me sorprendió nada en toda la historia (pero nada de nada), pero tampoco me emocionó lo que se supone que me tenía que emocionar. Pero bueno, me ha entretenido y no es que no me haya gustado, pero no me ha entusiasmado y no me ha aportado nada especial.

Eso sí, me chirrían un poco algunas de las conclusiones que puedes llegar a sacar con la historia. [CUIDADÍN, que igual hay algún pequeño spoiler].

Repito, RIESGO DE SPOILERS.

Me ha mosqueado un poco la pasión con la que se defiende lo de salir de la zona de confort. Ya escribí largo y tendido sobre lo que opino de ese afán absoluto de salir de esa zona, de que hay que aprovechar a tope la vida, de que no hay que conformarse con lo que tenemos… Y sí, claro, al final la protagonista sale de su zona de confort… a golpe de talonario. Es decir, es muy fácil viajar, ver mundo, no tener miedo a abandonar tu vida aburrida y dedicarte a disfrutar de todo cuando tienes un colchón de dinero ahí fuera (o mejor, ahí dentro del banco). Yo también haría todo eso si estuviera forrada. Pero oye, no todas tenemos la suerte de encontrar a alguien que vea nuestro potencial interior y nos financia una vida estupenda. Con esto, no quiero dar a entender que no me ha gustado el libro. Me ha entretenido, lo recomiendo y me lo volvería a leer. Y, por supuesto, el libro habla de más cosas que de lo de salir de la zona de confort. Pero me ha parecido demasiado simple este aspecto. Además, si quieres salir de tu zona de confort, hay que hacerlo por una misma, no porque un ricachón te lo financie. He dicho.

Ah, hay una peli basada en el libro que supongo que veré, aunque me da un poco de pereza. Además, sé que con la peli lloraré un montón.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Personajes

Tengo un pequeño (y ligeramente absurdo) conflicto creativo-personal. Hace un tiempo, conocí a alguien, a un tipo, que me inspiró un personaje, llamémosle X. X se convirtió en el coprotagonista de una historia de ficción con otro personaje, llamémosle A. Digamos también que A se basaba en cierto modo en mí; era, al menos en parte, mi alter ego. No era yo, pero comparte algunas cosas conmigo, aunque difiere también en muchas otras. La historia protagonizada por X y A iba avanzando, tomaba forma, pero no me acababa de convencer, le faltaba algo. Y entonces, conocí a otro tipo, llamémosle Z, que casi automáticamente se convirtió en un nuevo personaje. Así, ya tenía tres personajes, X, Z y A. Y, claro, como en toda ficción que se precie, pasaban cosas. La historia cobró mejor forma, una forma más clara, más en mi cabeza que sobre el papel, pero ahí iba, avanzando poco a poco. De hecho ahí sigue, avanzando, creciendo, entretejiendo las relaciones entre esos personajes.

Y, ¿dónde está el conflicto?, os preguntaréis. Bueno, yo lo sé todo de los personajes, X, Z y A. Absolutamente todo. Sé lo que piensan, sé lo que sienten, sé lo que quieren hacer con sus vidas, sé a quién aman, sé por lo que sufren. Pero no sé todo eso de los X, Z y A reales en los que se basan, qué va. Encima, es una historia que tiene saltos en el tiempo, en la que su presente es nuestro futuro y su pasado, nuestro presente. No sé si me explico. Su presente se desarrolla dentro de unos quince años y nuestro presente son recuerdos de su pasado. Así, sé perfectamente lo que va a pasar con X, Z y A personajes, pero no tengo ni idea, en ningún caso, de qué les (nos) pasará a X, Z y A en ese futuro, no sé cómo serán (seremos), ni si seguiremos en contacto. Y ahí está, en parte, mi conflicto. Las cosas que pasan, las cosas que viven, las cosas que vivimos, los X, Z y A reales, las comparo con lo que los personajes X, Z y A han vivido. Lo que voy sabiendo de X y Z según pasa el tiempo e incluso lo que yo voy viviendo, lo comparo con lo que mi cabeza se ha inventado. Y me sorprendo a mí misma comparándolos y estableciendo paralelismos y hasta semejanzas. Cuanto más los conozco, más comparo a esas personas reales con las ficticias que creé en mi mente al poco tiempo de conocerlos. Y no sólo eso. A veces, cuando a alguno de los reales le pasa algo o se dan algunas interacciones entre ellos (incluso entre nosotros), encuentro la manera de incorporar ese lo que sea a la historia. Convenientemente adaptado, convenientemente disfrazado y adecuado a la ficción claramente diferente a la realidad. Pero ahí están. Y esos X, Z y A ficticios iniciales se van modificando un poco, van evolucionando también, adquiriendo características y hasta vivencias de los X, Z y A reales.

Y, a veces, me pregunto si no se me estará yendo de las manos esto de volver más reales a esos personajes ficticios; si esos X, Z y A ficticios acaben siendo los X, Z y A reales, aunque sus vivencias no tengan, en realidad, nada que ver. Y es totalmente absurdo, lo sé, eso de comparar realidad y ficción y eso de preocuparme de la relación entre realidad y ficción. Pero no puedo evitar hacerlo. Porque en realidad los personajes X, Z y A se parecen poco o bastante poco a los reales, al menos lo que sé (poco o mucho) de ellos. Pero cuanto más voy avanzando con ellos, con los personajes y cuanto más conozco a los reales, más siento este absurdo conflicto, como si los personajes ficticios adquirieran cada vez más vida propia, como si las personas reales cada vez estuvieran más reflejadas en la ficción. Y a veces temo, o casi temo, que unos y otros se acaben confundiendo, que yo misma no sepa dónde acaba la ficción y empieza la realidad, dónde están los límites y si un recuerdo que tengo es en realidad eso, un recuerdo, o sólo una invención.

Y hasta aquí mi pequeño (y ligeramente absurdo) conflicto creativo-personal.

La foto, que no tiene nada que ver con el texto (o igual sí, yo qué sé), soy yo en el agua, en el océano. Nunca está de más una foto con los pies en el agua.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Entre Kiel y Hamburgo



He tenido que venir hasta Alemania para enamorarme de un nórdico.

O mejor dicho, de una funda nórdica.

Fue la primera noche. Volvía a pie hacia el hotel, desde la recepción a la que nos habían invitado (y en la que también estaba el Príncipe Alberto de Mónaco y yo ni me enteré –pero aprovecho para rememorar LA anécdota). Iba sola, porque aunque viajé con otros colegas del trabajo, estamos todos dispersos por distintos hoteles de la ciudad (gracias, Viajes Aguilucho). Pasé por delante de una tienda de camas y la vi. LA FUNDA NÓRDICA. Me flipó, me encantó tanto, que le hice una primera foto, ahí, en la oscuridad. Los siguientes días he pasado cada día por delante de la tienda, voluntariamente o no. He mirado la funda, la he fotografiado, he apuntado la web de la tienda y hasta la marca de ropa de cama a la que pertenece y, después de meditarlo un poco, he decidido que lo cara que es compensa por lo bonita que es. Porque siempre que he pasado por delante, estaba cerrada (es lo que tiene estar de congreso), así que ni he podido entrar a verla de cerca o incluso comprarla. Porque igual la hubiera comprado. Pero aunque la medida que tiene no es la de mi cama, ni siquiera he tenido la oportunidad de entrar a averiguar si existe en la medida que yo quiero.

¿Qué tiene esta funda nórdica que me ha provocado este enamoramiento repentino? La verdad es que no lo sé. Creo que quedaría perfecta en mi cuarto. Eso es todo. Le pega. Me pega. Y me recuerda a las telas africanas, a las telas namibias. De hecho, esta ciudad me recuerda mucho a la Namibia urbana que conozco (ciudad de calles anchas, casa bajas y bonitas), aunque en realidad es justo lo contrario, debería ser Namibia la que me recordara a Alemania.

La cuestión es que la funda es maravillosa. Pero se ha quedado ahí, es un escaparate de Kiel mientras yo escribo (y publico) esto en un autobús (con wifi gratis) de camino al aeropuerto de Hamburgo. Y, oye, me da pena.

A veces encuentras lo que buscabas donde menos te lo esperas, cuando menos te lo esperas. Incluso cuando ni siquiera sabías que lo estabas buscando.

Pero también a veces, por mucho que desees algo, no puedes hacer otra cosa que dejarlo marchar. No queda otro remedio.

Lo que no puede ser, no puede ser. Y además, es imposible.

domingo, 11 de septiembre de 2016

11-S

Hacía más o menos un mes que había empezado a trabajar, mi primer trabajo relacionado con mis estudios, en un centro de investigación marina. Faltaba menos de un mes para empezar mi último año de universidad. Y estaba emocionada porque en unos días participaría en una campaña oceanográfica, mi primer Festival (no de Primavera), ¡iría en un barco en mitad del mar! Y al día siguiente me iban a enseñar a muestrear peces.

Había ido a trabajar y comíamos en casa los cuatro: mis padres, mi hermana y yo. Después de comer, mi hermana y yo ayudábamos a nuestra madre a recoger y nuestro padre se fue al comedor, a ver la televisión. Oh, qué mal, si cogía él el mando a distancia seguro que ponía las noticias, qué rollo, en vez de “Friends” que era lo que queríamos ver nosotras. Íbamos y veníamos, recogíamos cosas, nos lavábamos los dientes, hablábamos y reíamos.

Y fue cuando nuestro padre dijo: “Ha pasado algo grave, muy, muy grave, pero no sé el qué ni dónde”. Y los cuatro nos juntamos delante de la televisión. Sorpresa, estupor, incredulidad. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué era aquello? ¿Cómo podía ser?

El resto es historia.

¿Quién no se acuerda de lo que estaba haciendo tal día como hoy hace quince años?

Se ha dicho mucho sobre el 11-S, se ha hablado mucho. Creo que, en general, lo que a mucha gente nos hace reflexionar es por qué se le da tanta publicidad, tanta importancia a un hecho que no ha sido el más grave en la Historia de la Humanidad, ni mucho menos. Ha habido hechos muy peores, antes y después y los continúa habiendo. Pero lo que creo que marca la diferencia entre todo y el 11-S es que, por primera vez, nos dimos cuenta (como comprobaríamos después) que aquello nos podía pasar a nosotros. Nuestro día a día, en nuestro entorno, hay muchas cosas malas (accidentes, asesinatos), pero las grandes catástrofes (guerras, desastres naturales, atentados) pasaban muy lejos de nosotros, mucho, y a gente con la que no nos identificábamos. Pero cualquiera de nosotros podría haber estado allí. Quien más quien menos coge aviones de tanto en tanto, vive en grandes ciudades o viaja a grandes ciudades como NY. Y no era sólo eso: lo estábamos viendo en directo, por la tele. Ahora, estas dos cosas ya no son tan excepcionales. Por desgracia.

Han pasado quince años. Aún trabajo en el mismo centro de investigación marina. He hecho una tesis doctoral. He participado en muchas campañas más y, de hecho, ahora soy yo la que lidera la continuación de aquélla en la que estaba a punto de participar hace quince años. De los científicos con los que compartí aquella campaña, uno murió, otro se ha jubilado pero el resto siguen en activo y, con la mayoría, sigo en contacto. Peces he muestreado muchos. Y otros muchos bichos. De vez en cuando, aún comemos los cuatro, pero casi nunca simultáneamente. Ahora es nuestro padre el que recoge la mesa y nuestra madre la que va al comedor a ver la tele. Ahora, en las pocas veces que coincidimos a esa hora en casa de mis padres los cuatro, todos aceptamos ver las noticias. Y hace mucho tiempo que “Friends” acabó.

Publiqué una versión de este texto hace cinco años en otro lugar, en otro idioma. Entonces escribí también que no sabía si el mundo había cambiado aquel 11-S, pero ahora estoy convencida de que sí, mucho. Demasiado. Hay cosas que no cambian, claro. La gente sigue naciendo y muriendo cada día, la gente sigue enamorándose. Hay catástrofes naturales y acciones terribles de gente maliciosa. Pero el mundo continúa y continuará girando, no sé si siempre, pero sí de momento.