Llevo dos noches seguidas bailando swing. Podrían haber sido tres, pero hoy he decidido recluirme en casa (por la tarde, por la mañana he ido al monte a por setas) y retirarme a mis aposentos pronto; el cuerpo me lo pedía. Pero llevo dos noches bailando swing, decía, y me lo he pasado estupendamente.
Tenía muchas, muchas ganas de este fin de semana de cuatro días y de las muchas oportunidades de bailar que iba a tener. Tenía ganas porque me he pasado las dos semanas previas de viaje (a Roma, como ya conté aquí y a Málaga, aunque de eso no he tenido ni tiempo de hablar ¡y eso que conocí a La Rizos!). Viajar mola, claro, pero a veces te pierdes cosas que te apetecen, cosas que quieres vivir. Y a veces viajar sólo es sinónimo de trabajar y estar lejos de casa. Y aunque han sido viajes buenos y reuniones que han ido muy bien, tenía muchas ganas de este fin de semana de swing, swing y swing. Y eso que no me he apuntado a ninguno de los talleres que ha habido este fin de semana de Jornadas de Cultura Swing. Pero sabía que, volviendo de dos viajes seguidos, necesitaba parar un poco.
Llevo todo el fin de semana con música swing en la cabeza. En cualquier momento, en cualquier lugar. Me descubro a mi misma tarareando canciones que me encanta escuchar, canciones que me gusta bailar. Me descubro a mi misma dando pasos de baile donde y cuando menos me lo espero, casi a escondidas, incluso de camino a casa, a las tantas de la noche, con sueño en los ojos y los pies cansados.
He bailado hasta perder el aliento. He bailado hasta notar las gotas de sudor cayendo por mi espalda y el flequillo mojado pegado a la frente. He bailado con la única intención de bailar, bailar, bailar y disfrutarlo todo el tiempo. He bailado con la música en directo de los chicos de Long Time No Swing y con música enlata. Y he sonreído, he sonreído mucho. Porque una cosa que me provoca este baile es sonreír. Bailo sonriendo. Bailamos sonriendo, debería decir, porque no soy a la única que le ocurre.
Como dice a menudo mi hermana la gafapasta, bailar es soñar con los pies.
No dejemos de soñar.
No dejemos de bailar.
Y, para rematar, un vídeo de la que creo que fue la primera vez que vi a alguien bailando swing, en la peli “Swing Kids”. La vi en el cine hace un millón de años, cuando ni me planteaba que algún día podría acabar bailando algo así. Me encantó. Y eso que mi adorado Kenneth Branagh hace de malo. Y por si alguien se pregunta si yo bailo así: por supuesto, por supuesto que no.