viernes, 12 de diciembre de 2014

De esto que... (III)

De esto que es 12 de Diciembre y te planteas que tal vez, sí, tal vez ha llegado el momento de sacar la sombrilla de la playa del coche. Y, aprovechando un viaje para sacar del maletero 25 Kg de tierra (sustrato universal) que vas a usar para sembrar más zanahorias (¡sííí!) y hacer un nuevo intento de plantar guisantes (ya veremos…), vas y sacas la sombrilla del coche. Y, ya que estás, también sacas la bolsa que llevas con una toalla, un biquini y un gorro, por si surge un plan inesperado para ir a la playa estando fuera de casa. Y ahí vas, por mitad de la calle, abrigada como si estuvieras en Canadá, con un saco de 25 Kg de tierra (sustrato universal), la bolsa de playa y la sombrilla. Porque, muy probablemente, no te van a salir planes inesperados para ir a la playa en los próximos meses.

O sí. Vete tú a saber.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

A la deriva

Hoy me ha sorprendido la noticia de que un buque de investigación español había rescatado en aguas cercanas a Sicilia a casi 200 personas que viajaban en una patera a la deriva. La noticia me ha llamado la atención, no sólo por el hecho en sí, sino también por cómo en algunos medios se trataba: somos los héroes que hemos rescatado a los pobrecitos africanos. Muy distinto de cómo se trata a veces el tema de la inmigración en algunos medios de comunicación: esos africanos malos que vienen a invadir nuestro territorio. Además, me ha llamado la atención que, una vez más, se cometan fallos cuando se mencionan centros de investigación o buques oceanográficos. El barco era el Sarmiento (no Santiago) de Gamboa que pertenece al Consejo (no Centro) Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), uno de los organismos públicos de investigación (OPI) que ha sufrido serios recortes en sus presupuestos en los últimos años. Pero no quería hablar de esto.

Me ha hecho pensar bastante esta noticia. Me ha recordado una conversación que tuve con alguien hace unas semanas, en la que se quejaba de la polémica que había habido en relación al trato que habían recibido un grupo de inmigrantes en Tenerife. Me refiero a esta noticia, cuando los transportaron en la parte de atrás de un camión. En palabras de la persona con la que hablaba (que podría ser perfectamente una tertuliana de TeleAhínco), “¿De qué se quejaban? Deberían dar las gracias, total ellos están acostumbrados a comer con las manos y dormir en el suelo”. Y eso me hizo pensar que sí, que aún hay mucha gente, muchos de nosotros que siguen pensando que nosotros los blanquitos somos mejores o más importantes o más evolucionados que los pobres negritos que pasan hambre. Porque, ¿qué ha pasado con el ébola? ¿Cuántas horas ocupa ahora en la prensa o en los informativos? Y, que yo sepa, sigue habiendo una epidemia grave y sigue muriendo mucha gente cada día. Pero claro, no es en Europa, no son blancos. Pero tampoco era de esto de lo que quería yo hablar hoy.

La noticia de hoy me ha recordado una conversación que tuve con un capitán de otro buque de investigación, hace unos meses. Era mi primera campaña en aguas del sur de España, en el mar de Alborán, y estábamos en mitad de ninguna parte, cerca de la isla que da nombre a esa parte del mar Mediterráneo, un islote a medio camino entre Europa y África, aunque más cerca de ésta. El buque recibió una llamada de una patrullera avisándonos de la posibilidad de que hubiera pateras por la zona y de que les avisáramos si veíamos algo. No vimos nada, aunque al día siguiente (o tal vez fue ese mismo día, no lo recuerdo) rescataron a 70 inmigrantes en dos pateras allí cerca. Ese hecho nos dio pie a varias conversaciones con el capitán sobre cómo actuaría si viera una patera, qué haría, si le podrían obligar a no recoger o a recoger a los inmigrantes, etc, etc. Creo que le avasallamos a preguntas, con la inocencia (y tal vez estupidez) de quien va poco al mar y cualquier evento nuevo es todo un espectáculo. Él nos contestó con calma, con la gravedad que tienen los que han pasado muchas horas en el mar y han visto, muchas, muchas cosas, incluyendo cosas terribles. Y nos dijo claramente que en su barco mandaba él, que un capitán es la máxima autoridad de un barco y que él toma las decisiones que considera oportunas en cada momento, dependiendo de las circunstancias. Ante nuestra insistencia sobre qué haría (repito, con la emoción que sentíamos de algo nuevo y novedoso, con la inocencia estúpida de quien habla de hechos como algo teórico) se puso serio (bueno, nunca dejó de estarlo en toda la conversación) y zanjó el tema con un “Como capitán, si veo una embarcación y considero que sus ocupantes están en peligro, por supuesto que los rescataría y nadie me podría decir absolutamente nada”. Entonces me di cuenta de que lo que para nosotros era algo teórico, una anécdota después de muchos días seguidos de mar en los que lo más emocionante que pasaba es que los domingos había para desayunar donuts, para él eran hechos, hechos reales. Me di cuenta de que se había enfrentado a la realidad que nosotros sólo teorizábamos, que había mirado a los ojos a inmigrantes que intentan llegar a nuestras costas muertos de hambre y de miedo y, de hecho, hizo algún comentario al respecto, sin entrar en detalles y que yo interpreté como un “Esto es un tema serio, dejad de frivolizar”. Y dejamos de frivolizar con el tema respetando un silencio que, seguramente, en su cabeza estaba lleno de imágenes y recuerdos.

He recordado todo esto por esta noticia. Por lo diferente que ve a los inmigrantes una persona que los observa a través de la tele, sentado en el confortable calor de su casa a como los ve alguien que está allí, en mitad del mar y con el frío calado hasta los huesos, tendiéndoles una mano para ayudarles a subir a un barco, dándoles algo de comer, de beber o una manta para abrigarse. Hay gente que ve en esos inmigrantes a los violadores de sus hijas, a los pobres incómodos que piden en los semáforos, a los trabajadores poco exigentes que hacen trabajos cobrando una miseria. Pero no suelen pensar que hay quien ve en esos emigrantes a un padre de familia que se va a ganar dinero para sus hijos, a un hermano que abandona a su familia buscándoles un futuro mejor, a una madre que arriesga su vida y la de sus hijos por asegurarles la comida de mañana.

He escuchado hace un rato las palabras de la capitana del Sarmiento de Gamboa y me ha impresionado por su serenidad, por su clara descripción, por su sinceridad expresando con emoción contenida lo que han vivido. Me quedo con la última frase de sus primeras declaraciones “Al final se han salvado un total de 408 vidas, que es lo importante”. Pero la segunda grabación, ésta, es brutalmente emocionante.

Lo de la foto no es un carguero, es la isla Alborán, en el amanecer del 1 de mayo de este año.

martes, 9 de diciembre de 2014

Termas de Caracalla

Ya conté el otro día que hace un par de semanas estuve de Roma. El último viaje de trabajo de 2014, cuatro días intensos de reunión rodeados de una tarde pedaleando por el parque de Villa Borghese y de un día entero, enterito de vacaciones en Roma. Fue un día muy completo, 17 km de paseo recorriendo sus calles y pasando por algunos de sus lugares pintorescos. Hicimos lo que no hay que hacer como turista, ver en un día casi todo. Pero en realidad, después de cinco visitas, yo diría que ya no soy turista en Roma. O igual sí.

Y, en realidad, no íbamos a ver todo eso (Piazza del Popolo, Piazza España, Fontana di Trevi, el Coliseo y los Foros, el Trastevere, Campo de Fiori, Piazza Navona, etc, etc), simplemente pasamos por allí de camino a nuestro objetivo turístico del día: las Termas de Caracalla. Sí, tal vez sigo siendo turista en Roma.
Nunca antes había estado allí y, como creo que cualquier cosa en Roma, vale la pena visitar. Las ruinas de estos antiguos baños públicos romanos son impresionantes, su grandeza casi asusta, imaginar cómo serían en su época de grandeza y ver los restos de mosaicos (me encantan los mosaicos) es una experiencia que vale mucho la pena. Debieron ser unos baños increíbles, por una vez he sentido ganas de volver a la época de los romanos y ver cómo era un día entre las paredes de esas termas. Me gustaron mucho, mucho y no me importaría volver. Como también me gustaría ver allí alguna vez algún concierto. Debe ser una experiencia única. A mí se me ponen los pelos de punta viendo y escuchando esto, pero igual es porque “Nessum norma” es la única canción de ópera de la que me sé la letra. Y me encanta.










lunes, 8 de diciembre de 2014

Una batalla cruenta

Vosotros no os habéis dado cuenta, pero se ha producido una batalla cruenta en las macetas de mi balcón. Zanahorias y rabanitos han luchado en los últimos meses entre ellos, luchando por mi amor. Sí, yo estaba rendida de antemano a las zanahorias, esas cositas naranjas taaaan monas que aparecían en mis macetas meses después de sembrar unas cuantas semillas de tamaño milimétrico. Pero (toda batalla tiene un pero inicial), pero aparecieron las semillas de rabanitos, tan redonditas ellas, prometiéndome no amor eterno, pero sí dar sus frutos, también de redonditos y de bonitos colores, en un período mucho más corto de tiempo. Ah, han sido meses duros de lucha por mi amor. La primera batalla acabó en tablas: los rabanitos salieron antes, eran taaaaan monos, redonditos y simpático. Pero (más peros), pero ¡eran picantes! Tolerancia cero hacia lo picante. Así que no sabía qué decidir, no sabía qué hacer. Y se libró una segunda batalla. Esta ha sido más larga, ha durado meses (más que nada porque he estado una temporada larga ignorando mis plantas que, milagrosamente, han sobrevivido a mi indiferencia temporal). Hoy, por fin, hemos visto el resultado de esta batalla. Ha sido éste:


En términos futbolísticos, Rabanitos 0 – Zanahorias 1.

Sí, lo de la primera foto son rabanitos. O deberían serlo. Porque ni son redondos ni tienen por donde morderlos. En cambio las zanahorias, miradlas a ellas, después de semanas sin ni siquiera regarlas y mirad qué bonitos colores siguen teniendo. Y estarán deliciosas.

Así que ya está decidido. No habrá más rabanitos en mis macetas. Zanahorias sí. Y creo que haré un nuevo
intento con guisantes, aunque el primero no fue especialmente espectacular.

Y hablando de batallas, hay otra batalla cruenta en otra de mis macetas: las cochinillas han invadido mi bosque de ginkgos. Y, sinceramente, hay tantas que he decidido esperar a que se le caigan todas las hojas para combatir las que queden en las ramas. De momento, sigo disfrutando del baile de colores que son ahora mismo sus hojas.


miércoles, 3 de diciembre de 2014

"Siddharta" de Hermann Hesse

Éste es uno de esos libros de los que has oído hablar siempre y, cuando por casualidad caen en tus manos, no puedes evitar hacerte con ellos. Eso hice yo, sin saber muy bien de qué iba o qué iba a encontrar.

El libro narra la vida de Siddharta, una vida dedicada a la búsqueda de la verdad, de la perfección, de la sabiduría, del sentido de la misma vida. En su búsqueda, pasa por varias etapas muy diferentes entre sí, de una vida acomodada a una vida de meditación, de una vida de lujo y hedonismo a una vida asceta.

Me cuesta un poco escribir sobre este libro, la verdad, porque es un libro sencillo pero a la vez complejo, con un trasfondo filosófico importante, que te hace pensar y reflexionar, del que puedes aprender muchas cosas. A mí me ha gustado mucho, me ha parecido una historia amena e interesante, pero también con una marcada profundidad, sin ser pretenciosamente sesudo. Me ha gustado la manera en la que se plantea la búsqueda del sentido de todo, del conocimiento. Y me ha gustado mucho el trasfondo que a mí me ha dejado: por mucho que te digan, por mucho que te cuenten, por mucho que te expliquen, el sentido de la vida lo debes descubrir tú mismo. El camino que debes seguir lo debes decidir tú y por muchos maestros que busques, por mucha sabiduría que te transmiten, cada uno debe encontrar el sentido de su propia vida, sea éste el que sea. Porque al final, cada vida es única y cada uno debe observar su propia historia, su propia interior para encontrar el sentido de todo esto.

Libro muy recomendable. Creo que todo el mundo lo debería leer al menos una vez en su vida.

domingo, 30 de noviembre de 2014

De paseo por Villa Borghese

El domingo pasado llegué a Roma. Era mi tercera visita a esa ciudad este año, la quinta en mi vida. No ha sido mi visita más corta (eso fue la de enero, una noche de escala de camino a Montenegro) ni la más larga (la de julio, en la que hubo tiempo para trabajar y para hacer de turista) ni, espero, la última.

El domingo pasado llegué a Roma y lo hice con una sensación rara. De felicidad porque si viajo es porque las palabras feas se van diluyendo de mi vida. De tristeza porque esta ciudad, inevitablemente, aún me recuerda cosas que preferiría no recordar. De nerviosismo porque presidir una reunión siempre implica un trabajo y un esfuerzo extra. De alegría porque Roma es siempre, siempre, siempre una ciudad maravillosa.

El domingo pasado llegué a Roma varias horas antes que mis colegas españoles. Y aprovechando que era de día y hacía buen tiempo, salí a dar un paseo, porque en los días de reunión no hay tiempo de nada más que de trabajo y porque necesito crear recuerdos nuevos. Así que me fui al parque de Villa Borghese, donde nunca había estado. Subí las escaleras de la Piazza del Popolo y me encontré con unas vistas espectaculares, con unos jardines impresionantes y con un ambiente envidiable. Alquilé una bici y pasé una hora recorriendo los jardines, pasé por delante de la galería que les da nombre, rodeé el lago y oteé algunas de sus fuentes, hasta que empezó a oscurecer (qué pronto oscurece). Entonces dejé la bici y volví al hotel, a trabajar un rato, feliz por la tarde tranquila y diferente que acababa de pasar. Y por la nueva perspectiva de la ciudad que el paseo me dio.

Me encanta descubrir nuevos lugares en Roma.







miércoles, 26 de noviembre de 2014

De esto que... (II)

De esto que te encuentras en la que probablemente es la ciudad más bonita del mundo y son las siete y media de la tarde y estás encerrada en una habitación negra de un hotel, redactando las recomendaciones y conclusiones de una reunión, después de pasar todo el día en la misma. De esto que lleva todo el día lloviendo y te mueres de rabia por no poder haber ido al Pantenón de Agripa, porque dicen por ahí que es un espectáculo estar en él cuando llueve. De esto que tienes media hora para hacer todo el trabajo o al menos para adelantarlo, porque luego te vas a la cena de grupo, porque no, no y no vas a renunciar a ella por trabajar, porque total, ya has quedado mañana a la hora de comer para tener otra reunión de trabajo y cuando te pones a echar cuentas de las horas que llevas curradas en los últimos dos días flipas un poco, aunque ahora entiendes esa sensación de que llevas en Roma una semana en vez de tres días. De esto que te entran ganas de tirar el ordenador por la ventana e irte por ahí, a pasear por la ciudad, a tomar unas cervezas con los colegas, a sentir la lluvia golpeando tu paraguas y chapoteando en los charcos (eso no, porque no te has traído las botas de aguas, desoyendo el consejo de tu madre que, una vez más, es más precisa con el parte del tiempo que Maldonado) y a poder sentir que sí, efectivamente, estás en la que es probablemente la ciudad más bonita del mundo, aunque de momento no la hayas visto apenas. Pero no lo haces y empiezas a procrastinar un ratillo hasta que te dices a ti misma que no, que las conclusiones van a quedar perfectamente redactadas en un plis, porque sino lo vas a tener que hacer más tarde, después de la cena de grupo, cuando litros de alcohol corran por tus venas (ojalá). Aunque bien pensado, tal vez esas conclusiones quedarán mejor escritas bajo los vapores etílicos de…

¡BASTA!

¡A trabajar!

Al próximo que me diga “¡Qué envidia! ¡Te vas a Roma!” me lo traigo a la reunión. A trabajar. A tiempo completo, con horas extras no pagadas y sin descanso para comer.

Ea.

En la foto, la sede de la reunión. Si esto es bonito, imaginaos el resto de la ciudad. Como hago yo.