Suena el despertador, son las cinco y diez de la mañana. En ese momento, maldigo la idea que tuve de ofrecer una visita a la subasta de pescado a los colegas de varias nacionalidades que esta semana están en una reunión con nosotros. De unos veinte participantes se han apuntado nueve. No está mal, teniendo en cuenta que la subasta empieza a las cinco y pico de la mañana y, en estas reuniones, los días se hacen particularmente largos.
Me levanto y espero que una colega francesa, que por motivos que no vienen a cuento acojo estos días en casa, se duche para ducharme yo. Qué raro es compartir casa.
Pasan unos minutos de las cinco y media cuando salimos de casa. La lonja de pescado está a apenas cinco minutos, pero toca hacer ruta por varios hoteles para recoger a algunos colegas. Un grupo de italianos, que ha alquilado un coche, me ayuda en la recogida.
A las seis en punto nos encontramos todos a la puerta de la lonja. Es sorprendente, a esas horas la ciudad está prácticamente muerta, pero cuando te acercas al puerto, el olor a pescado, el murmullo de conversaciones, la acumulación de camiones frigoríficos y el sonido de los mandos a distancia que se usan en la subasta denotan que ahí, detrás de las paredes naranjas de ese edificio de líneas rectas, se cuece algo.
Nos reciben dos representantes de los pescadores que nos acompañarán en la visita. Hace tiempo que no los veo y siempre es agradable charlar con gente del sector, que nos dan un punto de vista de lo que pasa en el mar más allá de los datos, los modelos matemáticos y las aproximaciones científicas. Entramos en la lonja y, ante nosotros, se descubre todo un mundo de criaturas marinas.
Siempre me sorprende, fascina y alegra una visita a la subasta de pescado. Y la sensación es extrapolable a cualquier lonja del mundo, a cualquier mercado y a cualquier puerto en el que veo desembarcar pescado. Esta vez, además de la fascinación del lugar, observo fascinada la reacción de mis compañeros de visitas: vienen de Italia, de Francia, de Grecia, de Colombia y hasta de Bruselas. Aunque al principio intentamos mantener un poco de orden, al final acabamos todos desperdigados entre las cajas que ya han sido subastadas, colocadas ordenadamente para que los compradores las recojan, cuando acabe la subasta.
La muy apreciada gamba rosada, merluzas, cabrachos, peces planos, muchas rayas y bastantes tiburones, el dorado o llampuga, del que tan sólo hace una semana que empezó la temporada o los galanes o raors, cuyo elevado precio (más de cincuenta euros el kilo) refleja que la temporada empezó sólo un día antes. Peces espada, un dorado macho, con su característica cabeza, de tamaño desmesurado, morenas, peces planos y hasta alguna langosta, ahora que su temporada casi ha acabado ya.
No sé cuánto tiempo pasamos mirando las cajas, comentando las especies, respondiendo a las preguntas que los colegas nos hacen. En un momento dado, nos vamos hacia el fondo de la lonja, a la parte de las cámaras donde se guardan las capturas de la tarde anterior y salimos por la puerta del costado, la que da al mar y a la Catedral, la que tantas veces atravesé en los años en los que pasaba días enteros en el mar, en barcos pesqueros. Uno de los dos palangreros de fondo de la isla está desembarcando su captura: peces espada. Nos acercamos a verlo: aunque su puerto está en el norte de la isla, el mar le ha obligado a cambiar de ruta y acabar hoy aquí. Vemos cómo los enormes peces espadas pasan delante nuestro mientras, al fondo, las primeras luces del amanecer se adivinan en el horizonte.
Un poco después de las siete decidimos que es hora de tomarse un café, nos dirigimos a la cafetería del Club Náutico con vistas a un ambiente muy distinto al que acabamos de ver: yates enormes en los que ni podemos soñar con estar. Nos tomamos el café (yo té) y charlamos de lo que acabamos de ver. En la mesa, se habla castellano, catalán, italiano, griego, francés e inglés.
Poco antes de las ocho, volvemos a los coches y nos dirigimos a la oficina. Estamos cansados y somnolientos, nos espera un largo día por delante. Pero llevamos las retinas cargadas de imágenes que nos acompañarán todo el día.
jueves, 3 de septiembre de 2015
domingo, 30 de agosto de 2015
Póker de voces
Póker de Voces es un cuarteto formado por Daniel Diges, David Ordinas, Ignasi Vidal y Pablo Puyol, cuatro voces del mundillo musical nacional. Conocía a Diges por haber participado en Eurovisión, a Ordinas porque mi hermana la gafapasta ya me había hablado de él y Bichejo es muy fan, Vidal era para mí el menos conocido y Puyol el más mediático, ya que protagonizó una serie muy famosa hace unos años (de la que creo que no vi ni un capítulo entero, lo admito). Póker de Voces actuó ayer en un pueblo del levante mallorquín, del que es nativo David Ordinas y famoso por sus verbenas (el pueblo, no Ordinas) de finales de verano.
Hace ya unas semanas que mi hermana la gafapasta me insistía en ir a este concierto. Pero, como suele pasar en verano, los planes se me habían acumulado y hacía ya semanas que tenía reservado ese día. Y un plan que incluye las palabras “amigas”, “chiringuito de playa” y “comer con los pies en la arena” es inaplazable. Pero, maravillas del verano y de una gran planificación previa, al final pudimos concentrar adecuadamente los planes y pasamos del chiringuito al helado, del helado a la playa y de la playa a la ducha para, de vuelta a la carretera, irnos al concierto de Póker de Voces.
Total, que ayer nos chupamos más de 200 Km de carretera. No está mal para una isla cuya longitud máxima de este a oeste no llega a los 100. Parecíamos turistas locas por conocer toda la isla en un solo día.
Pero yo había venido aquí hablar de cuatro chicos maravillosos.
Admito que no tenía ni idea de qué me iba a encontrar. Tan despistaba iba que ni me preocupé de haberme olvidado en casa la cámara de fotos que siempre llevo en el bolso. Menos mal de amigas con móviles que hacen fotos decentes, que sino, ni un recuerdo decente me hubiera traído a casa.
Pero me vuelvo a despistar. El concierto de ayer de Póker de Voces fue un espectáculo maravilloso, alegre, divertido, refrescante y sorprendente. Me lo pasé genial, salté, reí, canté y acabamos tan cerca el escenario que bromeábamos diciendo que acabaríamos encima, cantando con ellos. Encima del escenario no acabamos, pero ellos sí que acabaron su actuación abajo, entre el público, paseándose, haciéndose fotos, cantando con la gente, abrazando y saludando a todo el que se encontraban en su camino. Qué majos son estos chicos, qué bien cantan, qué buen rollo transmiten, qué felicidad, qué voces, qué profesionalidad, qué humor. Canciones de musicales, pop y hasta algo de ópera (me chifla, me chifla, me chifla el “Nessum dorma” de Turandot), todo sazonado con una pizca de baile, humor y muy, muy buen rollo.
Me encanta ver cosas que me gustan. Me encanta que me hagan disfrutar viendo cosas que me gustan. Me encanta ver cosas que me gustan hechas por gente que disfruta con lo que hace.
Llamadme simple, pero creo que con espectáculos como éste, con artistas como estos, el mundo es un poquito mejor.O, al menos, nos hacen la vida un poco más bonita a los demás.
La foto la hizo una amiga, la cámara de mi móvil es desastrosa para estos eventos. Y como muestra, además de los enlaces, dejo un vídeo de una de sus actuaciones anteriores. Qué grandes.
Hace ya unas semanas que mi hermana la gafapasta me insistía en ir a este concierto. Pero, como suele pasar en verano, los planes se me habían acumulado y hacía ya semanas que tenía reservado ese día. Y un plan que incluye las palabras “amigas”, “chiringuito de playa” y “comer con los pies en la arena” es inaplazable. Pero, maravillas del verano y de una gran planificación previa, al final pudimos concentrar adecuadamente los planes y pasamos del chiringuito al helado, del helado a la playa y de la playa a la ducha para, de vuelta a la carretera, irnos al concierto de Póker de Voces.
Total, que ayer nos chupamos más de 200 Km de carretera. No está mal para una isla cuya longitud máxima de este a oeste no llega a los 100. Parecíamos turistas locas por conocer toda la isla en un solo día.
Pero yo había venido aquí hablar de cuatro chicos maravillosos.
Admito que no tenía ni idea de qué me iba a encontrar. Tan despistaba iba que ni me preocupé de haberme olvidado en casa la cámara de fotos que siempre llevo en el bolso. Menos mal de amigas con móviles que hacen fotos decentes, que sino, ni un recuerdo decente me hubiera traído a casa.
Pero me vuelvo a despistar. El concierto de ayer de Póker de Voces fue un espectáculo maravilloso, alegre, divertido, refrescante y sorprendente. Me lo pasé genial, salté, reí, canté y acabamos tan cerca el escenario que bromeábamos diciendo que acabaríamos encima, cantando con ellos. Encima del escenario no acabamos, pero ellos sí que acabaron su actuación abajo, entre el público, paseándose, haciéndose fotos, cantando con la gente, abrazando y saludando a todo el que se encontraban en su camino. Qué majos son estos chicos, qué bien cantan, qué buen rollo transmiten, qué felicidad, qué voces, qué profesionalidad, qué humor. Canciones de musicales, pop y hasta algo de ópera (me chifla, me chifla, me chifla el “Nessum dorma” de Turandot), todo sazonado con una pizca de baile, humor y muy, muy buen rollo.
Me encanta ver cosas que me gustan. Me encanta que me hagan disfrutar viendo cosas que me gustan. Me encanta ver cosas que me gustan hechas por gente que disfruta con lo que hace.
Llamadme simple, pero creo que con espectáculos como éste, con artistas como estos, el mundo es un poquito mejor.O, al menos, nos hacen la vida un poco más bonita a los demás.
La foto la hizo una amiga, la cámara de mi móvil es desastrosa para estos eventos. Y como muestra, además de los enlaces, dejo un vídeo de una de sus actuaciones anteriores. Qué grandes.
miércoles, 26 de agosto de 2015
Junto al mar
Yo, con esto, ya soy feliz.
Bueno, y con las amigas que no salen en la foto.
Me chifla el verano. Me chifla. Me chifla.
Sólo en verano puedes pasarte el día trabajando y la tarde en la playa.
Y se va el sol, aparece la luna y sales del último baño tiritando de frío.
viernes, 21 de agosto de 2015
Degustación
Imaginaos que sois expertos en algo.
En degustaciones, por ejemplo. Y como expertos en degustaciones, de vez en cuando vais a degustaciones, claro. Son, básicamente, reuniones en las que se os asigna un producto determinado y tenéis que analizarlo concienzudamente. Probáis el producto, analizáis su sabor, su textura, la mejor manera de cocinarlo y luego dais vuestra opinión, decidís qué os parece de cara a que el producto se comercialice de una manera u otra.
Imaginaos que os avisan de que hay una degustación. Pero es degustación muy exclusiva a la que os tenéis que apuntar y luego te seleccionan o no. “¿De qué es la degustación?”, preguntas antes de apuntarte. “Es de productos australianos”, te contestan. “Ya, pero, ¿qué productos?”. “No sé, lo dirán más adelante”. Uy, qué rabia te da eso. Tu experiencia es con degustaciones sí, pero de cosas concretas. Lo mejor que se te da son los chocolates y los quesos, aunque también a veces has participado en degustaciones de galletas y palomitas de maíz. Y, aunque hay quien piensa lo contrario, no es lo mismo degustar una galleta que un solomillo, por poner un ejemplo. Para nada.
Total, que al final te apuntas a la degustación y te invitan a participar. Unos días después, te envían la lista de productos a degustar y el reparto del trabajo: qué le toca degustar a cada uno. Oh, sorpresa. ¡Te han asignado un vino! Menudo marrón: eres abstemio, así que no puedes degustar vino, no puedes beber vino. Lo piensas un poco. Bueno, lo piensas mucho. Podrías decir que sí, probar el vino y escupirlo. Pero no es lo suyo. Hay que probar bien el producto para poder opinar. Y encima, el que te ha asignado el vino sabe que eres abstemia, porque un día publicaste una columna en una revista que se titulaba “Soy abstemia”. Así que decides mandar un correo a los organizadores de la degustación y a tus compañeros diciendo precisamente esto “Lo siento, pero yo no puedo degustar el vino. Soy abstemia. Preferiría que me asignarais otro producto”.
Y se arma la de Dios.
Primero, el jefe de la degustación se enfada porque, al haberte apuntado, debes (según él) estar dispuesto a hacer lo que te pidan. Eso te cabrea un montón, porque tú te has apuntado a una degustación de productos australianos, pero sin saber qué productos eran. Después, otros de los participantes te muestran su apoyo, diciendo que les parece fatal que haya vino en una degustación a la que encima asistirán niños. Flipas. Tú no has dicho nada de que te pareciera mal que hubiera vino, sólo que tú no lo quieres probar. Luego, uno de los organizadores dice que le parece bien que todo el mundo de su opinión y si todo el grupo considera que no se debe degustar vino en las degustaciones, se puede sugerir a los máximos organizadores, en este caso ¡la Reina de Inglaterra!, que se elimine el vino. Sólo hay que enviar un mensaje a la Reina diciendo eso, que los expertos en degustaciones hemos decidido prohibir el vino en las degustaciones. Ahí ya flipas pepinillos ¿quién ha hablado de prohibir el vino? Tú no lo puedes probar, pero te parece estupendo que los demás lo prueben.
El tema se lía hasta el infinito, con unos intercambios de correos extraños y casi surrealistas: unos a favor del vino, otros en contra y otros sin decir ni mu. Al final, alguien se ofrece a cambiar su producto por el tuyo (previos correos privados entre ambos sobre las inconveniencias del intercambio y hasta sobre las inconveniencias y beneficios de incluir el vino en las degustaciones) y casi todo el mundo se queda contento. Pero el organizador te dice que por favor, hables con la Reina de Inglaterra, que está muy interesada en discutir contigo sobre vino y está esperando tus comentarios al respecto. Y ahí estás, intentando decidir qué le dices a la Reina de Inglaterra, cuando lo único que querías era no tener que hacer algo que va contra tus principios.
La degustación, dentro de dos semanas, va a ser de risa.
En la foto, un vino que sí saboreamos el lunes pasado en una cena. Un poco para demostrar que no soy abstemia y que esta historia era totalmente metafórica. Pero cierta.
En degustaciones, por ejemplo. Y como expertos en degustaciones, de vez en cuando vais a degustaciones, claro. Son, básicamente, reuniones en las que se os asigna un producto determinado y tenéis que analizarlo concienzudamente. Probáis el producto, analizáis su sabor, su textura, la mejor manera de cocinarlo y luego dais vuestra opinión, decidís qué os parece de cara a que el producto se comercialice de una manera u otra.
Imaginaos que os avisan de que hay una degustación. Pero es degustación muy exclusiva a la que os tenéis que apuntar y luego te seleccionan o no. “¿De qué es la degustación?”, preguntas antes de apuntarte. “Es de productos australianos”, te contestan. “Ya, pero, ¿qué productos?”. “No sé, lo dirán más adelante”. Uy, qué rabia te da eso. Tu experiencia es con degustaciones sí, pero de cosas concretas. Lo mejor que se te da son los chocolates y los quesos, aunque también a veces has participado en degustaciones de galletas y palomitas de maíz. Y, aunque hay quien piensa lo contrario, no es lo mismo degustar una galleta que un solomillo, por poner un ejemplo. Para nada.
Total, que al final te apuntas a la degustación y te invitan a participar. Unos días después, te envían la lista de productos a degustar y el reparto del trabajo: qué le toca degustar a cada uno. Oh, sorpresa. ¡Te han asignado un vino! Menudo marrón: eres abstemio, así que no puedes degustar vino, no puedes beber vino. Lo piensas un poco. Bueno, lo piensas mucho. Podrías decir que sí, probar el vino y escupirlo. Pero no es lo suyo. Hay que probar bien el producto para poder opinar. Y encima, el que te ha asignado el vino sabe que eres abstemia, porque un día publicaste una columna en una revista que se titulaba “Soy abstemia”. Así que decides mandar un correo a los organizadores de la degustación y a tus compañeros diciendo precisamente esto “Lo siento, pero yo no puedo degustar el vino. Soy abstemia. Preferiría que me asignarais otro producto”.
Y se arma la de Dios.
Primero, el jefe de la degustación se enfada porque, al haberte apuntado, debes (según él) estar dispuesto a hacer lo que te pidan. Eso te cabrea un montón, porque tú te has apuntado a una degustación de productos australianos, pero sin saber qué productos eran. Después, otros de los participantes te muestran su apoyo, diciendo que les parece fatal que haya vino en una degustación a la que encima asistirán niños. Flipas. Tú no has dicho nada de que te pareciera mal que hubiera vino, sólo que tú no lo quieres probar. Luego, uno de los organizadores dice que le parece bien que todo el mundo de su opinión y si todo el grupo considera que no se debe degustar vino en las degustaciones, se puede sugerir a los máximos organizadores, en este caso ¡la Reina de Inglaterra!, que se elimine el vino. Sólo hay que enviar un mensaje a la Reina diciendo eso, que los expertos en degustaciones hemos decidido prohibir el vino en las degustaciones. Ahí ya flipas pepinillos ¿quién ha hablado de prohibir el vino? Tú no lo puedes probar, pero te parece estupendo que los demás lo prueben.
El tema se lía hasta el infinito, con unos intercambios de correos extraños y casi surrealistas: unos a favor del vino, otros en contra y otros sin decir ni mu. Al final, alguien se ofrece a cambiar su producto por el tuyo (previos correos privados entre ambos sobre las inconveniencias del intercambio y hasta sobre las inconveniencias y beneficios de incluir el vino en las degustaciones) y casi todo el mundo se queda contento. Pero el organizador te dice que por favor, hables con la Reina de Inglaterra, que está muy interesada en discutir contigo sobre vino y está esperando tus comentarios al respecto. Y ahí estás, intentando decidir qué le dices a la Reina de Inglaterra, cuando lo único que querías era no tener que hacer algo que va contra tus principios.
La degustación, dentro de dos semanas, va a ser de risa.
En la foto, un vino que sí saboreamos el lunes pasado en una cena. Un poco para demostrar que no soy abstemia y que esta historia era totalmente metafórica. Pero cierta.
domingo, 16 de agosto de 2015
"The Phantom of the Opera" de Joel Schumacher
En mi fin de semana por el sur de Francia, cuando estuve en Sète, viajé de manera extraordinaria 700 km en coche durante una única jornada. La mitad del viaje lo hice sola y, aunque me encanta conducir, conducir con música me gusta aún más.
Llevaba conmigo varios CDs de los que tengo habitualmente en mi coche, pero ya los tenía más que escuchados durante esos días, así que cogí uno enigmáticamente etiquetado como “MP3” y me dejé sorprender. Me encontré con una heterogénea, poco ortodoxa y casi imposible combinación de estilos tan sorprendentes como inesperados. Y eso que yo misma había grabado el CD: la banda sonora de “El fantasma de la Ópera” se mezclaba con Amaral, Bon Jovi, Antònia Font y música folk asturiana. Así, a lo loco. Tan mal lo grabé que las primeras canciones de cada CD original estaban grabadas seguidas. Así, cuando me descubrí a mí misma con ganas locas de escuchar “El fantasma de la ópera” entero, tuve que ir saltando cuatro canciones entre pieza y pieza.
La cuestión es que después de pasarme 350 Km cantando a todo trapo canciones de “El fantasma” me entraron ganas irrefrenables de ver la película de nuevo, la de Joel Schumacher con Gerard Butler y Emmy Rossum. Y como cualquier excusa es buena para ver a Gerard Butler, cuando volvía a casa, la vi. La encontré en versión original, así sin subtítulos ni nada, yo a lo loco, venga. Y disfruté como una enana, mucho, mucho, mucho.
Creo que sólo la había visto en su momento, en el cine, hace como diez años (glups). En su día, me impactó mucho y me encantó. Por eso no entiendo por qué durante tantos años la he olvidado, no la he vuelto a ver ni había escuchado su banda sonora en tanto tiempo. Ahora es mi última obsesión. Creo que fliparía viendo el musical en directo. Eso sí, no sé si me gustaría un fantasma que no fuera Gerard. Qué hombre. Emily Rossum también lo hace bien, en su momento me pareció un poco pava, pero ahora que la conozco como la Fiona Gallagher de Shameless, me parece fabulosa. Pero Gerard es lo más. Creo que lo descubrí en esta película y no ha hecho más que mejorar con el tiempo. Cualquier excusa es buena para ver una película de Gerard. Y si sale cantando, aún más.
Ahora, cuando tengo ganas de ponerme música de esa que sabes que te va a alegrar el día, en vez de la banda sonora de “Frozen” me pongo la de “El fantasma”. Y es lo más. Lo más de lo más. Para muestra, un botón.
Llevaba conmigo varios CDs de los que tengo habitualmente en mi coche, pero ya los tenía más que escuchados durante esos días, así que cogí uno enigmáticamente etiquetado como “MP3” y me dejé sorprender. Me encontré con una heterogénea, poco ortodoxa y casi imposible combinación de estilos tan sorprendentes como inesperados. Y eso que yo misma había grabado el CD: la banda sonora de “El fantasma de la Ópera” se mezclaba con Amaral, Bon Jovi, Antònia Font y música folk asturiana. Así, a lo loco. Tan mal lo grabé que las primeras canciones de cada CD original estaban grabadas seguidas. Así, cuando me descubrí a mí misma con ganas locas de escuchar “El fantasma de la ópera” entero, tuve que ir saltando cuatro canciones entre pieza y pieza.
La cuestión es que después de pasarme 350 Km cantando a todo trapo canciones de “El fantasma” me entraron ganas irrefrenables de ver la película de nuevo, la de Joel Schumacher con Gerard Butler y Emmy Rossum. Y como cualquier excusa es buena para ver a Gerard Butler, cuando volvía a casa, la vi. La encontré en versión original, así sin subtítulos ni nada, yo a lo loco, venga. Y disfruté como una enana, mucho, mucho, mucho.
Creo que sólo la había visto en su momento, en el cine, hace como diez años (glups). En su día, me impactó mucho y me encantó. Por eso no entiendo por qué durante tantos años la he olvidado, no la he vuelto a ver ni había escuchado su banda sonora en tanto tiempo. Ahora es mi última obsesión. Creo que fliparía viendo el musical en directo. Eso sí, no sé si me gustaría un fantasma que no fuera Gerard. Qué hombre. Emily Rossum también lo hace bien, en su momento me pareció un poco pava, pero ahora que la conozco como la Fiona Gallagher de Shameless, me parece fabulosa. Pero Gerard es lo más. Creo que lo descubrí en esta película y no ha hecho más que mejorar con el tiempo. Cualquier excusa es buena para ver una película de Gerard. Y si sale cantando, aún más.
Ahora, cuando tengo ganas de ponerme música de esa que sabes que te va a alegrar el día, en vez de la banda sonora de “Frozen” me pongo la de “El fantasma”. Y es lo más. Lo más de lo más. Para muestra, un botón.
lunes, 10 de agosto de 2015
"Cod. A Biography of the Fish That Changed the World" de Mark Kurlansky
Hacía mucho, mucho que quería leer este libro. Había oído hablar muy bien de él y, aunque en un principio la biografía del bacalao no es un tema que me atrajera especialmente, había oído tantas cosas buenas que me parecía inevitable leerlo. Tenía, además, ganas de conseguir la versión española del mismo por un motivo tan absurdo como trivial: el pez que ilustra la portada no es un bacalao (Gadus morhua) sino un salmonete de roca (Mullus surmuletus). ¿Por qué en la ilustración de portada de un libro sobre el bacalao aparece un salmonete en vez de un bacalao? Ni idea, pero me parecía algo lo suficientemente curioso como para tener intentar conseguirlo. Pero no fui capaz de encontrar el libro por ningún lado, así que al final opté por comprarme la versión original en inglés. Y sí, en este caso el pez de la portada es un bacalao.
El libro es todo lo interesante que me habían contado e incluso más. Es, ni más ni menos, lo que promete el título: la historia del bacalao, los orígenes de su explotación, el seguimiento científico de su evolución y los problemas que trajo su sobrepesca y muchas otras cosas relacionas con esta especie, desde su biología y etimología hasta su importancia en diferentes culturas, incluyendo muchas recetas de distintos estilos y países.
Además de interesante, es un libro muy ameno. No se me ha hecho pesado en ningún momento, ni siquiera leyéndolo en inglés, aunque admito que la parte final de las recetas me la he saltado alegremente. No sé por qué, me cuesta mucho seguir recetas en inglés. La cuestión es que el libro engancha, entretiene, enseña y hasta divierte. La historia de discretos pescadores vascos e ingleses, capturando bacalao en magníficos caladores en el Atlántico occidental, y trayendo el pescado a Europa ya seco (¿dónde lo secaban? No se puede secar pescado en un barco), insinuando que habían llegado a América antes que Colón es, cuanto menos, encantadora.
Yo soy muy fan del bacalao. Me gusta mucho. Me resulta fascinante que en países como Portugal sea un pez más que deseado y que forme parte de recetas tradicionales en casi todo el Mediterráneo, cuando no hay bacalaos en el Mediterráneo (excepto uno despistado que llegó una vez a mi isla). Después de leer este libro, me declaro aún más fan.
El libro es todo lo interesante que me habían contado e incluso más. Es, ni más ni menos, lo que promete el título: la historia del bacalao, los orígenes de su explotación, el seguimiento científico de su evolución y los problemas que trajo su sobrepesca y muchas otras cosas relacionas con esta especie, desde su biología y etimología hasta su importancia en diferentes culturas, incluyendo muchas recetas de distintos estilos y países.
Además de interesante, es un libro muy ameno. No se me ha hecho pesado en ningún momento, ni siquiera leyéndolo en inglés, aunque admito que la parte final de las recetas me la he saltado alegremente. No sé por qué, me cuesta mucho seguir recetas en inglés. La cuestión es que el libro engancha, entretiene, enseña y hasta divierte. La historia de discretos pescadores vascos e ingleses, capturando bacalao en magníficos caladores en el Atlántico occidental, y trayendo el pescado a Europa ya seco (¿dónde lo secaban? No se puede secar pescado en un barco), insinuando que habían llegado a América antes que Colón es, cuanto menos, encantadora.
Yo soy muy fan del bacalao. Me gusta mucho. Me resulta fascinante que en países como Portugal sea un pez más que deseado y que forme parte de recetas tradicionales en casi todo el Mediterráneo, cuando no hay bacalaos en el Mediterráneo (excepto uno despistado que llegó una vez a mi isla). Después de leer este libro, me declaro aún más fan.
jueves, 6 de agosto de 2015
Proyecto final
Yo en verano también tejo. Con dos agujas. Que sí. Tejer no es de gente mayor. Ni exclusivo de invierno. Aunque mucha gente lo siga viendo así, como un pasatiempo invernal de las abuelas. Yo lo he dicho alguna vez, creo, a mí tejer me relaja al máximo. Me sirve para desconectar y me ha enseñado muchas cosas. La primera, a ser paciente. Cuando me pongo con un proyecto, quiero tenerlo listo ya. Y tejer no es así. Tejer me ha enseñado a calmarme y a comprender que las cosas, a veces, llevan su tiempo.
Como decía, yo .también tejo en verano. No grandes bufandas de lana gruesa, sino cosas más veraniegas (o no, porque el verano pasado empecé un jersey de lana que no acabé hasta muchos meses después). Este verano voy tejiendo cómo y cuándo me apetece. Y la propuesta de Pearl Knitter de su proyecto final me apetecía mucho. Lo empecé en primavera y lo acabé en verano. Me salió un proyecto viajero, se vino conmigo a Milán (donde tejí algo) y a la segunda ronda del Festival de Primavera (donde no tejí nada). Escogí los tonos rosas porque… bueno, ellos me escogieron a mí… bueno, los escogió por mí la de la mercería de mi barrio. Y oye, acertó totalmente. No sólo en el color, sino en el algodón. Ha sido maravilloso trabajar con él, lo he disfrutado mucho, mucho, mucho.
Y un buen día en el mes de julio, estrené mi jersey rosa, que sólo tiene dos fallitos que no los vais a ver, porque los he disimulado bastante. Y yo, tan contenta.
Las fotos son todas hechas con el móvil. Ni una foto tengo con ninguna de mis cámaras. Y, a estas horas, está ya muy oscuro para hacer fotos decentes
Y aunque justita, justita, ¡llego a Rums!
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