El primer día de turismo en Roma, no lo pasamos en Roma precisamente: nos fuimos a Florencia.
Lo de ir allí fue una decisión difícil y laboriosa. Bueno, no. Alguien me dijo “¿Y no vais a salir de Roma?”. Y yo, que ya conocía bastante Roma pensé “¿Y por qué no?”. Lancé la idea a mis compañeras de viaje y dijeron “¡¡Adelante!!”.
Lo dicho, una decisión difícil y laboriosa.
Así que (en contra de la opinión de un colega italiano que me advirtió sobre lo mal que le parecía que intentara conocer Florencia en un solo día), después de unas cinco horas de sueño, madrugamos para viajar hora y media en tren y llegar a Florencia.
[Inciso: para los que vivimos en una isla, eso de coger un tren y poder ir a casi cualquier lugar es una auténtica y alucinante maravilla].
[Inciso 2: odio hacer turismo en verano en ciudades del sur de Europa. Y quiero dejarlo claro, no se vaya a pensar alguien que porque el año pasado turisteara por Milán y Venecia en pleno julio y este año hiciera lo propio en Roma y Florencia me guste hacerlo. No, no me gusta. Pero me veo obligada por las circunstancias: 1. Reuniones de trabajo en julio a lugares chulos y 2. Billetes de avión baratos en verano que aprovechan mis compañeros espontáneos de viaje].
Decía que fuimos a Florencia. Lo mejor: ver el David de Miguel Ángel. Yo no soy nada, nada, nada de ir a museos, no sé nada de arte, pero flipé viendo el David. No podía dejar de mirarlo (y no sólo porque representa un tío bueno, sino por lo bien que está representado dicho tío bueno). Lo peor: el calor. Y es que hay que estar muy locos para hacer turismo de ciudad en pleno verano en el sur de Europa (ver Inciso 2).
Me gustó ir a Florencia. Por supuesto, con más tiempo la hubiera disfrutado más, pero me encantó tener la oportunidad de echarle un vistazo. Algún día volveré. Subiré de nuevo a la colina desde la que se tiene una visión maravillosa de la ciudad y su puente Vecchio. Volveré a atravesar dicho puente. Me perderé por su callejuelas. Incluso tal vez vaya de nuevo a algún museo. Y me iré a comer algo a alguno de los restaurantes que hay en la primera planta del mercado que hay cerca de la estación de tren. Y conoceré los campos y pueblecitos que la rodean, en la Toscana.
Seguro.
jueves, 31 de julio de 2014
miércoles, 30 de julio de 2014
"El océano al final del camino" de Neil Gaiman
He llegado a Neil Gaiman después de haber oído hablar mucho de él. Tenía ganas de leer ya algo suyo, así que cuando un día me encontré con este libro (no recuerdo muy bien dónde, pero creo que en un hipermercado), me lo compré.
Narra la historia de un hombre que regresa al pueblo de su infancia a un funeral y acaba en la que fue la casa de una amiga de su infancia, una niña de once años que vive con su madre y su abuela, en una casa junto a un estanque. Allí, sentado en un banco junto al estanque (el océano del título), recuerda los acontecimientos que vivió en aquellas tierras con tan sólo siete años, en los que su amiga jugó un importante papel.
El libro me ha gustado bastante. No lo negaré, no me ha encantado, creo que había oído hablar tanto de este autor que esperaba más, mucho más. Es un libro de fantasía, una historia a ratos tétrica, bastante melancólica, oscura y en algún momento casi terrorífica (yo es que soy muy miedica). Pero también es una historia que engancha y, antes de que te des cuenta, ya la has acabado. Seguramente leeré más libros de este autor, no inmediatamente, pero sé que en algún momento volveré a él.
Narra la historia de un hombre que regresa al pueblo de su infancia a un funeral y acaba en la que fue la casa de una amiga de su infancia, una niña de once años que vive con su madre y su abuela, en una casa junto a un estanque. Allí, sentado en un banco junto al estanque (el océano del título), recuerda los acontecimientos que vivió en aquellas tierras con tan sólo siete años, en los que su amiga jugó un importante papel.
El libro me ha gustado bastante. No lo negaré, no me ha encantado, creo que había oído hablar tanto de este autor que esperaba más, mucho más. Es un libro de fantasía, una historia a ratos tétrica, bastante melancólica, oscura y en algún momento casi terrorífica (yo es que soy muy miedica). Pero también es una historia que engancha y, antes de que te des cuenta, ya la has acabado. Seguramente leeré más libros de este autor, no inmediatamente, pero sé que en algún momento volveré a él.
lunes, 28 de julio de 2014
La Fontana di Trevi
Recuerdo perfectamente la sensación que sentí la primera vez que vi la Fontana di Trevi. Fue a finales de septiembre de 2005. Llevaba el pelo corto y aún no usaba gafas. Mi primer viaje laboral internacional, mi primera reunión internacional de trabajo. Iba con varios colegas callejeando por el centro de Roma y de repente, allí, en mitad de aquellas callejuelas laberínticas, se abrió un espectáculo visual que me dejó anonadada, casi sin palabras. Era final de verano, hacía calor y la ciudad estaba llena de turista. No importaba. En ese momento, se convirtió en uno de mis lugares favoritos de Roma o, simplemente, en mi lugar favorito de Roma.
La segunda vez que fui a la Fontana fue en febrero de 2012. Llevaba el pelo corto y gafas rojas. De nuevo, en viaje de trabajo, uno más de los muchos que he ido acumulando con los años y, de nuevo, con un grupo de colegas. Era una tarde fría de invierno y nevaba. Nevó mucho más durante las horas siguientes. Estaba enferma, triste y hacía un frío que pelaba. Pero me encantó volver, me pareció alucinante ver la Fontana (y toda Roma) nevada y acabé de enamorarme de la Fontana, más aún.
La tercera vez que fui a la Fontana fue a finales de enero de este año. Llevaba el pelo largo y aún no había decidido si amaba u odiaba mis nuevas gafas negras. Fue un viaje relámpago, una noche en Roma de escala de camino a Montenegro, a una reunión de trabajo. Hacía mucho frío, apenas unos grados sobre cero, pero convencí a mis colegas de trabajo de ir después de cenar hasta allí, a ver la Fontana. Fue maravilloso volver a verla, a pesar de todo, frío incluido. Creo que fue entonces cuando decidí que, siempre que fuera a Roma, pasaría por la Fontana. O igual ya lo había decidido mucho antes.
Ayer hizo una semana que estuve por cuarta vez en la Fontana di Trevi. Llevo el pelo muy largo (para lo que es habitual en mí) y ya me he acostumbrado a las gafas negras (aunque sigo añorando las rojas). Aunque los primeros días, fue un viaje laboral, luego se transformó en un viaje de amistad. Así que esta vez mis compañeros no eran colegas de trabajo. Antes de ir, ya sabía que estaba en obras, así que estaba preparada para lo que me iba a encontrar. Cuando llegamos a la plaza, me asomé antes que mis compañeras de viaje, miré la Fontana me volví a ellas y les dije “No entréis, no la podéis ver así”. Pero claro, entraron y la vieron. Yo casi lloro, en serio. Si no llego a saber que está en obras, sé que hubiera llorado. De verdad.
Qué tristeza, la Fontana en obras. Qué dolor. Ahora sólo pienso en que acabe pronto la restauración y poder volver a Roma y contemplarla. Aunque me temo que volveré a Roma antes de que esté restaurada. Pero, aún bajo los andamios, iré a verla.
Lo prometo.
Las fotos son de cada una de las visitas, claro.
La segunda vez que fui a la Fontana fue en febrero de 2012. Llevaba el pelo corto y gafas rojas. De nuevo, en viaje de trabajo, uno más de los muchos que he ido acumulando con los años y, de nuevo, con un grupo de colegas. Era una tarde fría de invierno y nevaba. Nevó mucho más durante las horas siguientes. Estaba enferma, triste y hacía un frío que pelaba. Pero me encantó volver, me pareció alucinante ver la Fontana (y toda Roma) nevada y acabé de enamorarme de la Fontana, más aún.
La tercera vez que fui a la Fontana fue a finales de enero de este año. Llevaba el pelo largo y aún no había decidido si amaba u odiaba mis nuevas gafas negras. Fue un viaje relámpago, una noche en Roma de escala de camino a Montenegro, a una reunión de trabajo. Hacía mucho frío, apenas unos grados sobre cero, pero convencí a mis colegas de trabajo de ir después de cenar hasta allí, a ver la Fontana. Fue maravilloso volver a verla, a pesar de todo, frío incluido. Creo que fue entonces cuando decidí que, siempre que fuera a Roma, pasaría por la Fontana. O igual ya lo había decidido mucho antes.
Ayer hizo una semana que estuve por cuarta vez en la Fontana di Trevi. Llevo el pelo muy largo (para lo que es habitual en mí) y ya me he acostumbrado a las gafas negras (aunque sigo añorando las rojas). Aunque los primeros días, fue un viaje laboral, luego se transformó en un viaje de amistad. Así que esta vez mis compañeros no eran colegas de trabajo. Antes de ir, ya sabía que estaba en obras, así que estaba preparada para lo que me iba a encontrar. Cuando llegamos a la plaza, me asomé antes que mis compañeras de viaje, miré la Fontana me volví a ellas y les dije “No entréis, no la podéis ver así”. Pero claro, entraron y la vieron. Yo casi lloro, en serio. Si no llego a saber que está en obras, sé que hubiera llorado. De verdad.
Qué tristeza, la Fontana en obras. Qué dolor. Ahora sólo pienso en que acabe pronto la restauración y poder volver a Roma y contemplarla. Aunque me temo que volveré a Roma antes de que esté restaurada. Pero, aún bajo los andamios, iré a verla.
Lo prometo.
Las fotos son de cada una de las visitas, claro.
domingo, 27 de julio de 2014
El cuestionario de Proust
Todo empezó con un post de Molinos sobre el cuestionario de Proust, comparando sus respuestas con las que en su día dio David Bowie. Después, Gordipé y Bichejo también dieron sus versiones del cuestionario. Y yo, aunque no conozco mucho a Proust, iba contestando mentalmente a las preguntas que iba leyendo así que pensé, ¿y si las escribo?
Pues aquí están.
¿Cuál es tu idea de la felicidad perfecta?
Un día junto al mar, en una playa de arena blanca, aguas cristalinas, una sombrilla para cuando me canse el sol y un libro para los ratos que no esté en el agua viendo peces. Y si tuviera a alguien querido a mi lado, pues mejor.
¿Cuál es su característica más relevante, más importante?
Soy transparente. La gente que me conoce no se acuerda de mí. Me refiero a la gente que me conoce poco. A veces es estupendo, puedes evitar a indeseables, pero a veces es un poco rollo que ni las puertas automáticas se abran a tu paso. Lo bueno es que no soy transparente para la gente que de verdad me conoce. Menos mal.
¿Cuál consideras que es tu mayor logro?
Haber acabado la tesis doctoral. En diez años, pero la acabé. Fue un esfuerzo personal brutal, mental y físico. Creo que aún no me he recuperado y eso que hace ya dos años.
¿Cuál es tu mayor temor?
Perder a la gente que quiero, verles sufrir. Y últimamente tengo un temor absurdo de no reproducirme.
¿Con qué figura histórica te identificas más?
Anita Conti. Alguien una vez me llamó por ese nombre, desconocido para mí. Cuando busqué quién era me di cuenta de que me habían soltado un piropo como la copa de un pino: fotógrafa, escritora, exploradora y primera oceanógrafa francesa. Me gusta pensar que el que me llamó por ese nombre no estaba equivocado y me parezco a ella. Ojalá.
¿A qué persona viva admiras más?
Creo que a nadie en concreto. A los que son capaces de compaginar vida familiar y vida laboral y mantenerse cuerdos.
¿Quiénes son tus héroes en la vida real?
Los que siguen creyendo que la humanidad vale la pena y trabajan aportando su granito de arena en condiciones adversas: desde voluntarios en zonas de conflicto bélico hasta médicos que les recortan el sueldo pero no pierden la sonrisa cuando te atienden.
¿Cuál es el rasgo qué más deploras de ti mismo?
La baja autoestima. No me quiero demasiado, sobre todo a nivel físico (una vez me dijeron “Tú eres guapa, lo que pasa es que no lo sabes”) y eso hace que en los campos en los que me siento más segura, como el laboral, actúe a veces de manera que algunos interpretan como pedantería.
¿Cuál es el rasgo que más deploras en los demás?
La falta de coherencia.
¿Cuál es tu viaje favorito?
Los cuatro meses que pasé en Creta, por la isla y por el ritmo de vida pausado que llevaba allí. De los que me quedan por hacer, me encantaría hacer alguna vez un voluntariado en la África negra.
¿Cuál es para ti la virtud más sobrevalorada?
La fortaleza. Sí, mola lo de ser fuerte y tal, pero todos necesitamos de vez en cuando alguien en quien apoyarnos. Y eso no es malo.
¿Qué frases o palabras usas más?
No hace mucho me he dado cuenta de que acabo muchas frases con un “¿eh?”. También uso mucho “ostras”.
¿De qué te arrepientes más?
Me he arrepentido de muchas cosas en mi vida, pero a corto plazo. A medio y largo plazo las he ido olvidando, así que muy transcendentales en mi vida no debieron ser. Eso sí, debería haber hecho más tonterías de jovencita. De más reciente, me arrepiento de no haber cambiado un vuelo de avión para pasar un fin de semana con alguien que me pidió que lo hiciera. Me encantaría saber qué hubiera pasado si lo hubiera hecho. Espero que esto también lo acabe olvidando, pero no estoy tan segura.
¿Cuál es tu estado actual de ánimo?
En tonos de gris.
Si pudieras cambiar algo de tu familia, ¿qué cambiarías?
Me hubiera gustado que hubiera sido más numerosa, tener más hermanos y, en general, más familia cerca. Y que cierta intolerancia de mi padre desapareciera.
¿Cuál es tu posesión más valiosa?
En términos puramente económicos, mi CocheCapricho, aunque no sólo económicos, porque llegó a mi vida en el momento que más necesitaba un capricho superficial. Sentimentalmente, no lo sé. He asumido que podría vivir sin muchas cosas de las que me consideraba inseparable (un anillo, una tobillera). Tal vez este portátil, creo que toda mi vida actual está aquí dentro. Pero estoy hiperorgullosa de mi colección de Harry Potter en idiomas varios.
¿Cuál consideras que es el estado vital más miserable?
Sentirte solo cuando estás rodeado de gente. Tener cerca a alguien a quien quieres y saber que nunca le podrás tener. Sentir dolor, de cualquier tipo.
¿Dónde te gustaría vivir?
En una casa con una puerta roja, con un pequeño jardín con uno (o dos) Ginkgo biloba y un pequeño espacio para cultivar un huerto y flores. Cerca del mar, junto a una zona con rocas para bucear viendo peces y a una distancia a pie de una gran playa de arena blanca. Preferiblemente, en una isla mediterránea. La mía me sirve. Pero quiero una puerta roja.
¿Cuál es tu ocupación favorita?
Leer, escribir, buscar la velocidad/abertura de diafragma adecuadas para que la foto quede como quiero, tejer, bailar, tirarme en el sofá sin pensar en qué hora es, estar con la gente que quiero (familia, amigos) y pasar el tiempo con ellos. Estar cerca o en el mar u otra masa de agua.
¿Qué cualidad te gusta más en un hombre?
El sentido del humor, la conversación inteligente y la fortaleza. Y esto último no es contradictorio con la respuesta a la pregunta once. Me gustan los hombres que no se amedrantan cuando me hago la dura. Y unos ojos profundos. Me miran un poco asín y me enamoro.
¿Qué cualidad te gusta más en una mujer?
La perseverancia para conseguir cosas que aparentemente sólo consiguen hombres sin caer ni en la seducción de sus superiores, ni en la masculinización de su comportamiento. La maternidad llevada con naturalidad y no como un don de su superioridad moral hacia las que (aún) no tenemos hijos.
¿Cuáles son tus nombres favoritos?
Ni idea. De pequeña tenía nombres favoritos, ahora ya no (ja, de algo parecido hablé aquí).
¿Cuál es tu lema?
“Estudiad como si fuerais a vivir eternamente; vivid como si fuerais a morir mañana” (San Isidoro de Sevilla). No sé si la cita y/o el autor son correctos, pero me encanta la filosofía que encierra.
Y con esto de un bizcocho, aquí se acaba el cuestionario de Proust.
Pues aquí están.
¿Cuál es tu idea de la felicidad perfecta?
Un día junto al mar, en una playa de arena blanca, aguas cristalinas, una sombrilla para cuando me canse el sol y un libro para los ratos que no esté en el agua viendo peces. Y si tuviera a alguien querido a mi lado, pues mejor.
¿Cuál es su característica más relevante, más importante?
Soy transparente. La gente que me conoce no se acuerda de mí. Me refiero a la gente que me conoce poco. A veces es estupendo, puedes evitar a indeseables, pero a veces es un poco rollo que ni las puertas automáticas se abran a tu paso. Lo bueno es que no soy transparente para la gente que de verdad me conoce. Menos mal.
¿Cuál consideras que es tu mayor logro?
Haber acabado la tesis doctoral. En diez años, pero la acabé. Fue un esfuerzo personal brutal, mental y físico. Creo que aún no me he recuperado y eso que hace ya dos años.
¿Cuál es tu mayor temor?
Perder a la gente que quiero, verles sufrir. Y últimamente tengo un temor absurdo de no reproducirme.
¿Con qué figura histórica te identificas más?
Anita Conti. Alguien una vez me llamó por ese nombre, desconocido para mí. Cuando busqué quién era me di cuenta de que me habían soltado un piropo como la copa de un pino: fotógrafa, escritora, exploradora y primera oceanógrafa francesa. Me gusta pensar que el que me llamó por ese nombre no estaba equivocado y me parezco a ella. Ojalá.
¿A qué persona viva admiras más?
Creo que a nadie en concreto. A los que son capaces de compaginar vida familiar y vida laboral y mantenerse cuerdos.
¿Quiénes son tus héroes en la vida real?
Los que siguen creyendo que la humanidad vale la pena y trabajan aportando su granito de arena en condiciones adversas: desde voluntarios en zonas de conflicto bélico hasta médicos que les recortan el sueldo pero no pierden la sonrisa cuando te atienden.
¿Cuál es el rasgo qué más deploras de ti mismo?
La baja autoestima. No me quiero demasiado, sobre todo a nivel físico (una vez me dijeron “Tú eres guapa, lo que pasa es que no lo sabes”) y eso hace que en los campos en los que me siento más segura, como el laboral, actúe a veces de manera que algunos interpretan como pedantería.
¿Cuál es el rasgo que más deploras en los demás?
La falta de coherencia.
¿Cuál es tu viaje favorito?
Los cuatro meses que pasé en Creta, por la isla y por el ritmo de vida pausado que llevaba allí. De los que me quedan por hacer, me encantaría hacer alguna vez un voluntariado en la África negra.
¿Cuál es para ti la virtud más sobrevalorada?
La fortaleza. Sí, mola lo de ser fuerte y tal, pero todos necesitamos de vez en cuando alguien en quien apoyarnos. Y eso no es malo.
¿Qué frases o palabras usas más?
No hace mucho me he dado cuenta de que acabo muchas frases con un “¿eh?”. También uso mucho “ostras”.
¿De qué te arrepientes más?
Me he arrepentido de muchas cosas en mi vida, pero a corto plazo. A medio y largo plazo las he ido olvidando, así que muy transcendentales en mi vida no debieron ser. Eso sí, debería haber hecho más tonterías de jovencita. De más reciente, me arrepiento de no haber cambiado un vuelo de avión para pasar un fin de semana con alguien que me pidió que lo hiciera. Me encantaría saber qué hubiera pasado si lo hubiera hecho. Espero que esto también lo acabe olvidando, pero no estoy tan segura.
¿Cuál es tu estado actual de ánimo?
En tonos de gris.
Si pudieras cambiar algo de tu familia, ¿qué cambiarías?
Me hubiera gustado que hubiera sido más numerosa, tener más hermanos y, en general, más familia cerca. Y que cierta intolerancia de mi padre desapareciera.
¿Cuál es tu posesión más valiosa?
En términos puramente económicos, mi CocheCapricho, aunque no sólo económicos, porque llegó a mi vida en el momento que más necesitaba un capricho superficial. Sentimentalmente, no lo sé. He asumido que podría vivir sin muchas cosas de las que me consideraba inseparable (un anillo, una tobillera). Tal vez este portátil, creo que toda mi vida actual está aquí dentro. Pero estoy hiperorgullosa de mi colección de Harry Potter en idiomas varios.
¿Cuál consideras que es el estado vital más miserable?
Sentirte solo cuando estás rodeado de gente. Tener cerca a alguien a quien quieres y saber que nunca le podrás tener. Sentir dolor, de cualquier tipo.
¿Dónde te gustaría vivir?
En una casa con una puerta roja, con un pequeño jardín con uno (o dos) Ginkgo biloba y un pequeño espacio para cultivar un huerto y flores. Cerca del mar, junto a una zona con rocas para bucear viendo peces y a una distancia a pie de una gran playa de arena blanca. Preferiblemente, en una isla mediterránea. La mía me sirve. Pero quiero una puerta roja.
¿Cuál es tu ocupación favorita?
Leer, escribir, buscar la velocidad/abertura de diafragma adecuadas para que la foto quede como quiero, tejer, bailar, tirarme en el sofá sin pensar en qué hora es, estar con la gente que quiero (familia, amigos) y pasar el tiempo con ellos. Estar cerca o en el mar u otra masa de agua.
¿Qué cualidad te gusta más en un hombre?
El sentido del humor, la conversación inteligente y la fortaleza. Y esto último no es contradictorio con la respuesta a la pregunta once. Me gustan los hombres que no se amedrantan cuando me hago la dura. Y unos ojos profundos. Me miran un poco asín y me enamoro.
¿Qué cualidad te gusta más en una mujer?
La perseverancia para conseguir cosas que aparentemente sólo consiguen hombres sin caer ni en la seducción de sus superiores, ni en la masculinización de su comportamiento. La maternidad llevada con naturalidad y no como un don de su superioridad moral hacia las que (aún) no tenemos hijos.
¿Cuáles son tus nombres favoritos?
Ni idea. De pequeña tenía nombres favoritos, ahora ya no (ja, de algo parecido hablé aquí).
¿Cuál es tu lema?
“Estudiad como si fuerais a vivir eternamente; vivid como si fuerais a morir mañana” (San Isidoro de Sevilla). No sé si la cita y/o el autor son correctos, pero me encanta la filosofía que encierra.
Y con esto de un bizcocho, aquí se acaba el cuestionario de Proust.
jueves, 24 de julio de 2014
Roma. Segunda parte
Anoche volví de Roma.
Como ya conté el otro día, la primera parte del viaje fue de trabajo. La segunda, ha sido de placer.
Aunque, bien pensado, Roma es siempre un placer. A veces un placer triste, a veces un placer alegre. Esta vez fue un placer caluroso. Y pasado por agua.
Ha sido bonito volver a sitios que ya había estado, pero con gente nueva. Conocer sitios nuevos. Disfrutar de la gastronomía (me he vuelto muy, muy fan de los ñoquis). Ir y venir. Caminar de arriba abajo. Pasear. Observar. Hacer fotos.
Roma es exagerada en todo, hasta en los sentimientos que genera y la rodean. Es exuberante, casi inalcanzable. Y supongo que ahí está su genialidad. Roma es genial. Incluso con calor sofocante o bajo un diluvio universal impropio del mes de julio. Incluso llena de turistas. Es única y, siempre que trato de hablar de ella, me quedo sin palabras.
Es inevitable.
Como ya conté el otro día, la primera parte del viaje fue de trabajo. La segunda, ha sido de placer.
Aunque, bien pensado, Roma es siempre un placer. A veces un placer triste, a veces un placer alegre. Esta vez fue un placer caluroso. Y pasado por agua.
Ha sido bonito volver a sitios que ya había estado, pero con gente nueva. Conocer sitios nuevos. Disfrutar de la gastronomía (me he vuelto muy, muy fan de los ñoquis). Ir y venir. Caminar de arriba abajo. Pasear. Observar. Hacer fotos.
Roma es exagerada en todo, hasta en los sentimientos que genera y la rodean. Es exuberante, casi inalcanzable. Y supongo que ahí está su genialidad. Roma es genial. Incluso con calor sofocante o bajo un diluvio universal impropio del mes de julio. Incluso llena de turistas. Es única y, siempre que trato de hablar de ella, me quedo sin palabras.
Es inevitable.
viernes, 18 de julio de 2014
Roma. Primera parte
Llevo en Roma desde el domingo, en una reunión. Ha sido una semana curiosa y extraña. Vine con pocas ganas y el primer día acabé cansada, enfadada y frustrada. Me enfada ver como se banalizan algunas cosas, como se toman a las ligeras cosas que cuestan mucho conseguir, como se simplifican cosas que son muy complejas y difíciles, y que luego, encima el trabajo durísimo de meses, muchos meses, se simplifique en un titular sensacionalista. Escribí una entrada el mismo lunes bastante pesimista y dura, una entrada que nunca publiqué. Esa misma noche, la cosa se empezó a animar, con una cena en el apartamento que he compartido con colegas franceses y con las parejas (e hijo) de algunos de ellos, a la que se añadieron varios colegas más. Quesos, sobrassada, pasta, helado, risas, Aperol Spritz, vino.
El resto de la semana, simplemente me he dejado llevar. Y la cosa ha ido mejorando bastante, el trabajo ha ido bien, es agradable reencontrarte con colegas con los que sólo coincides puntualmente y, aunque prácticamente no hemos visto nada de la ciudad, esto es Roma, señores.
El martes nos animamos a ir al Trastevere directamente desde la reunión, a tomar un aperitivo y pasear un poco. De vuelta al metro, nos acercamos hasta el Coliseo. La vez anterior que lo vi, estaba nevado, parece que hace mil años. Qué diferente aquel día frío de invierno con las noches cálidas de julio. El miércoles tuvimos la cena de grupo, dos cenas de grupo simultáneas, de dos reuniones. Qué buena comida, qué risas, qué bueno las copas (más spritz) al aire libre, qué gracia encontrarte con tu jefe en Roma. Hasta el paseo de más de 40 minutos al apartamento a las tantas de la madrugada fue agradable. La felicidad etílica. Y claro, ayer jueves, fue un día duro. Y una noche tranquila en casa, con pizzas.
Hoy, viernes, estoy feliz de haber acabado bien una semana que pintaba mucho peor de lo que ha sido, esperando en otro apartamento (éste con vistas al río Tíber) a mis compañeras de lo que serán poco más de cuatro días de vacaciones en Roma.
Ah, Roma.
No es la primera vez que estoy aquí, es la cuarta (aunque la última fue una escala relámpago) y, aparentemente no será la última este año. Pero no me importa. Roma es Roma. Y ahora toca disfrutarla.
Empieza la segunda parte.
En la foto (mala, está hecha con el móvil), el Coliseo, la otra noche.
El resto de la semana, simplemente me he dejado llevar. Y la cosa ha ido mejorando bastante, el trabajo ha ido bien, es agradable reencontrarte con colegas con los que sólo coincides puntualmente y, aunque prácticamente no hemos visto nada de la ciudad, esto es Roma, señores.
El martes nos animamos a ir al Trastevere directamente desde la reunión, a tomar un aperitivo y pasear un poco. De vuelta al metro, nos acercamos hasta el Coliseo. La vez anterior que lo vi, estaba nevado, parece que hace mil años. Qué diferente aquel día frío de invierno con las noches cálidas de julio. El miércoles tuvimos la cena de grupo, dos cenas de grupo simultáneas, de dos reuniones. Qué buena comida, qué risas, qué bueno las copas (más spritz) al aire libre, qué gracia encontrarte con tu jefe en Roma. Hasta el paseo de más de 40 minutos al apartamento a las tantas de la madrugada fue agradable. La felicidad etílica. Y claro, ayer jueves, fue un día duro. Y una noche tranquila en casa, con pizzas.
Hoy, viernes, estoy feliz de haber acabado bien una semana que pintaba mucho peor de lo que ha sido, esperando en otro apartamento (éste con vistas al río Tíber) a mis compañeras de lo que serán poco más de cuatro días de vacaciones en Roma.
Ah, Roma.
No es la primera vez que estoy aquí, es la cuarta (aunque la última fue una escala relámpago) y, aparentemente no será la última este año. Pero no me importa. Roma es Roma. Y ahora toca disfrutarla.
Empieza la segunda parte.
En la foto (mala, está hecha con el móvil), el Coliseo, la otra noche.
domingo, 13 de julio de 2014
"Guerra mundial Z" de Max Brooks
Tenía muchas ganas de leerme este libro y me costó bastante conseguirlo. Lo encontré por casualidad, en formato de bolsillo y me lo compré. Me lo he leído en cinco días, un récord para mi ritmo de lectura actual.
El libro no es una novela al uso, con su introducción-nudo-desenlace, aunque esta estructura sí que se incluye detrás de la sucesión de entrevistas que describe. Son entrevistas a supervivientes de una invasión zombi y a la guerra que ésta deriva, desde distintos puntos de vista, algunos muy técnicos y otros más personales. Está estructurada en distintos capítulos cronológicos, que incluyen cada unos varias entrevistas, desde los primeros casos de la infección hasta el final de la guerra.
Me ha gustado mucho, mucho, no me ha decepcionado nada y me ha asustado muy poco. Ya lo he dicho otras veces: me gusta la ciencia-ficción, pero no me gusta nada el terror. “Guerra mundial Z” me parece la típica historia que ha pasado de ser una gran novela de ciencia-ficción a una película de terror. La película no la pienso ver, ni de broma, pero leer el libro me ha encantado. Me lo he pasado pipa, me ha parecido muy interesante porque más allá de el tema obvio (el mundo llenándose de muertos vivientes) es una interesante reflexión de la naturaleza humana, de cómo el hombre reacciona en momentos de pánico, de situaciones límite, de la actitud de la gente de la calle, de los militares y de los gobiernos de distintos países. Muestra lo mejor y lo peor de la condición humana y demuestra, que el enemigo muchas veces es uno mismo y tus iguales, no lo que viene de fuera.
Muy recomendable.
El libro no es una novela al uso, con su introducción-nudo-desenlace, aunque esta estructura sí que se incluye detrás de la sucesión de entrevistas que describe. Son entrevistas a supervivientes de una invasión zombi y a la guerra que ésta deriva, desde distintos puntos de vista, algunos muy técnicos y otros más personales. Está estructurada en distintos capítulos cronológicos, que incluyen cada unos varias entrevistas, desde los primeros casos de la infección hasta el final de la guerra.
Me ha gustado mucho, mucho, no me ha decepcionado nada y me ha asustado muy poco. Ya lo he dicho otras veces: me gusta la ciencia-ficción, pero no me gusta nada el terror. “Guerra mundial Z” me parece la típica historia que ha pasado de ser una gran novela de ciencia-ficción a una película de terror. La película no la pienso ver, ni de broma, pero leer el libro me ha encantado. Me lo he pasado pipa, me ha parecido muy interesante porque más allá de el tema obvio (el mundo llenándose de muertos vivientes) es una interesante reflexión de la naturaleza humana, de cómo el hombre reacciona en momentos de pánico, de situaciones límite, de la actitud de la gente de la calle, de los militares y de los gobiernos de distintos países. Muestra lo mejor y lo peor de la condición humana y demuestra, que el enemigo muchas veces es uno mismo y tus iguales, no lo que viene de fuera.
Muy recomendable.
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