Estos días de buen tiempo, al final del invierno, son alucinantes.
Días de sol, de cielos azules, de temperaturas diurnas cercanas a los 20º.
Son días increíbles, por lo esperados después de muchas semanas de días cortos, frío y mal tiempo. Pero también son increíbles por su futilidad: no durarán mucho, no pueden durar mucho. Aún estamos a principios de marzo, aún es invierno. Aún hará frío y lloverá.
Pero estos días… ah, estos días. Estos días en que ya no coges el abrigo para salir durante el día, sino la chupa de verano. Estos días en que te pones a hacer cosas que no quieres hacer y mira, acaban saliendo estupendamente. Estos días en los que dejas la casa patas arriba, la ropa sin lavar, la cama por hacer y sales más o menos voluntariamente, sin saber que no volverás hasta después de comer, de comer en un sitio que no esperabas.
Y vuelves a casa y regar las plantas es un auténtico placer. Las zanahorias están enormes, o lo parecen. La orquídea tiene unos capullos prometedores. Las freseras están más alegres y parecen estar recuperando ya el color (y tienen una seta de nueva acompañante). Y una incipiente flor se asoma desde el aloe vera.
Y llegan las tardes, las tardes de esos días. Tardes pausadas, en las que el sol se pone muy, muy despacio, alargando por fin los días (sí, ¡por fin! ¡alargando!). Y por fin empiezas lo que has dejado aplazado: poner lavadoras, recoger ropa, cambiar sábanas mientras el sol cae. Incluso encuentras un momento para coger las agujas y tejer, tejer un proyecto que ya casi tenías medio olvidado. Y no te das cuenta y tienes las ventanas abiertas. Y no hace frío. De momento. Y va bajando el sol y ya las tienes que cerrar, te tienes que abrigar. Y sabes que esa noche, cuando salgas, tendrás que volver a llevar el abrigo.
Pero no importa.
No, no importa.
Porque has disfrutado de ese increíble día de buen tiempo de final del invierno, de su cielo azul, de su energía. Aunque no hayas hecho nada especial ni nada extraordinario. Aunque lo único que hayas hecho sea mirar al cielo, a ese cielo de azul increíble. Aunque apenas hayas sentido el roce del sol en tu piel. Pero sabes que está ahí. El sol, el buen tiempo, la vida.
Y poco a poco llega la noche. Esas noches frías de final del invierno que son más duras por el contraste con la claridad, la luz, la calidez y la energía del día. Pero no pasa nada, no, no pasa nada. Te abrigas, te tapas un poco, disfrutando de la energía de ese día de buen tiempo que te ha llenado de calidez la casa, las plantas, a ti misma e incluso, sí, incluso a tu corazón.
En las fotos, mis plantas, en un día de buen tiempo, al final del invierno.