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martes, 8 de julio de 2014

De cocodrilos y tobilleras

Hace ahora seis años (¡glups!) por estas fechas, estaba yo preparando lo que con posteridad llamé mi exilio cretense: los cuatro (maravillosos) meses que pasé en esa isla griega. Fue una experiencia increíble, de la que guardo muchos recuerdos y fotos, decenas de entradas en el blog que tenía entonces y algunos contactos y amistades. Durante aquellos meses, trabajé mucho y descubrí mucho de Creta. Casi cada fin de semana me lanzaba a recorrer la isla, con transporte público o coche de alquiler, llegando hasta esos rincones que ni siquiera aparecen en las guías.

En una de esas excursiones, descubrí, de camino al valle de Amari, una presa recién construida, con un embalse en el que apenas comenzaba a haber agua. Me impresionó mucho el lugar y me impresionó ver una iglesia en el fondo del embalse, todavía intacta y la iglesia nueva que habían construido en lo alto del embalse para sustituir aquella. Recuerdo que estuve allí un buen rato, parada, admirando el paisaje cambiante, haciendo multitud de fotos, impresionada por aquella iglesia a punto de sucumbir bajo las aguas, de aquellas carreteras que acababan en el fondo del embalse.

Ayer volví a pensar en ese embalse cuando vi esta noticia: se ha avistado un cocodrilo en ese embalse.

¡¡Un cocodrilo en Creta!!

Suena a noticia engañosa de internet. Pero no, por lo visto es cierta, incluso se ha grabado la presencia del bicho con un drone. Impresionante.

¿Qué hace un cocodrilo en Creta? Me imagino que es la típica historia de mascota que crece demasiado y se acaba soltando en la naturaleza. ¿No conocéis a nadie que tenga un cocodrilo en casa? Pues hay gente que tiene. Yo conozco a uno.

A lo que iba, hay un cocodrilo en Creta (y quieren capturarlo vivo). Y la noticia me ha parecido una excusa perfecta para recordar mi vida cretense y repasar algunas fotos de entonces, del embalse, de la presa, de la iglesia. Las recordaba más bonitas.






Y, siguiendo con la línea de pensamiento cretense, estando allí, hice una excursión a una maravillosa isla de playas cristalinas en la que compré una tobillera que usé durante mucho tiempo y de la que ya hablé aquí, de color rosa que se fue convirtiendo en blanco con el tiempo. Se me rompió en un par de ocasiones y siempre la pude arreglar, menos cuando se me rompió mientras jugaba con ella en una terraza de un restaurante en Swakopmund (Namibia). Allí quedaron, entre las tablas del suelo, muchas de las cuentas de mi tobillera. Pero guardé las que recuperé, pensando en resucitarla. Allí, en Swakopmund, compré cuentas blancas, hechas de cáscara de huevo de avestruz. Y ha sido ahora, hoy, más de un año después cuando, por fin, he creado la tobillera que quería: mezcla de recuerdos cretenses y recuerdos namibios. Y así es, mi nueva/vieja/reconstruida tobillera.


domingo, 6 de julio de 2014

La Sirenita

Hoy hace dos semanas que llegué a Copenhague y que fui a ver La Sirenita.

La vi por primera vez de lejos, en octubre de 2011, en mi primer viaje a Copenhague, en un paseo turístico en barco, desde el canal. Pero tenía ganas de verla desde tierra y fue en este tercer viaje a esta ciudad cuando, por fin, la vi.

Todo el mundo dice que es muy pequeña, que el largo paseo hasta llegar a ella no (siempre) vale la pena. Blablablá. Tonterías.

Yo divido las cosas que veo en los lugares que visito en dos: las que hacen que me pare unos instantes a saborearlas, a disfrutarlas y las que no.

La Sirenita entra en el primer grupo.

Llegamos con una bonita luz pre-crepuscular. Me pareció un lugar único, una escultura única, un momento único. Y, con la (paciente) complicidad de mi compañero de paseo, me senté allí un buen rato, contemplándola, haciéndole fotos, a ella y al cisne que llegó a saludarla, ignorando a los (muchos) turistas que la rodeaban, por tierra y por mar, disfrutando de esa luz, de ese momento, de ese lugar.

Fueron las únicas fotos que hice con la réflex en todo el viaje.







jueves, 26 de junio de 2014

Sankt Hans

No soy yo muy de celebrar San Juan. Desde que me dedico a esto de medir peces, casi cada año me ha pillado fuera de casa, en general en el mar, con todas las limitaciones festivas que ello conlleva.

Este año, para no variar, he vuelto a estar fuera, esta vez en Copenhague. En un principio, creí que no habría ningún tipo de celebración, más allá de una merendola para romper el hielo ofrecida por nuestros anfitriones. Pero al final, los colegas locales del curso en el que estamos nos comentaron que muy cerquita habría una hoguera. Y allí nos fuimos, una variedad de los participantes internacionales de este curso. Cargamos con algunas cervezas y nos unimos a la multitud (silenciosa, qué silenciosos son estos daneses) que, sentada junto a un canal, asaba carne en pequeños packs individuales sobre el césped. Y allí estuvimos, junto a un montón de madera coronada con una bruja (¿o brujo?), tomando cervezas hasta que el fuego la consumió y disfrutando de esos atardeceres tan tardíos como lentos que parecen caracterizar el verano danés.

De vuelta a la civilización, una última cerveza con uno de los profes del curso acabó alargando la noche más de lo esperado. Y a la hora mágica de la medianoche, cuando medio mundo saltaba hogueras y otro medio mundo entraba en el mar, acabamos en una hamburguesería comiendo una hamburguesa de queso.

Así que, este año, ni deseos, ni rituales, ni tradiciones. Este año, hamburguesa de queso.

Las fotos son con el móvil.










domingo, 1 de junio de 2014

Favoritos

De pequeños, siempre teníamos conversaciones como “¿Cuál es tu color favorito?”, “¿Cuál es tu animal favorito?” o “¿Cuál es tu día de la semana favorito?”. No sé por qué, cuando nos hacemos mayores, dejamos de hablar de eso. Y también de pensar en ello. ¿Dejamos de tener cosas favoritas? Supongo que no. Pero estamos más ocupados en cosas supuestamente importantes y nos olvidamos de las pequeñas cosas.

Yo no recuerdo qué respondía yo a esas preguntas, la verdad. Sé que de más mayor, adolescente o post-adolescente, decidí que mi animal favorito era el oso. No sé por qué. Pero todo cambia con la edad, hasta los gustos.

Ahora mismo, mi animal favorito es la jirafa.

Creo que la primera vez que lo pensé fue en el viaje de estudios de la carrera, allá por el 2001. Estuvimos en Praga y en Budapest y en esta última ciudad visitamos su zoo. Fue entre curioso y terrorífico. No entraré en detalles, pero recuerdo que allí me enamoré de las jirafas que había. Eran tan… especiales. Entonces aún llevaba cámara de carrete y con un carrete en blanco y negro le hice ésta foto a una de ellas. Una jirafa de ojos tristes, tras unos barrotes.


La jirafa es un animal precioso.

Vi por primera vez una jirafa en libertad en septiembre, de camino a Etosha. Íbamos por la carretera, con el sopor que te da hacer cientos de quilómetros por el desierto, cuando vi una allí, junto al arcén. No reaccioné, cuando vas a ciento y pico quilómetros por hora, no te da tiempo a reaccionar mucho. Y tampoco es lo habitual, al menos en mi vida, ver jirafas junto al arcén de una carretera. Pero había visto una jirafa en libertad.

Una jirafa fue el primer animal que vimos cuando entramos en Etosha. Luego, vimos más, muchas más.

Las jirafas son altas, elegantes, esbeltas y muy, muy asustadizas. A veces salen en los documentales corriendo a toda pastilla pero, en general, son lentas de narices. Y muy miedicas. Recuerdo un grupo numeroso de jirafas de camino a Okaukueju, una de las pozas de agua de Etosha. Tardaron tanto, tanto, tanto en llegar que parecía que nunca llegarían. O que iban de coña. Y una vez delante del agua tardaron tanto, tanto, tanto en decidirse a beber que parecía que nunca beberían. Esa actitud, esa parsimonia, ese “miro por allí a ver si viene alguien, miro por allá a ver si hay algún peligro, ay, qué susto, hay un par de cebras ahí al lado” no la había visto yo nunca en un documental. Y tiene su gracia.

Son una pasada, las jirafas.

Desde que fui por primera vez a Namibia, sabía que me iba a comprar un “algo” de jirafa. Una escultura, una imagen, algo. Creo que fue en el segundo cuando me compré un busto de jirafa monísimo. Luego me compré una postal. Ambas ocupan un lugar destacado en el rincón namibio de mi salón.



Y las fotos. Les hice miles de fotos cuando las vi en Etosha. Ya colgué algunas aquí, pero ahí van algunas más.

Sí, son una pasada, las jirafas.

¿Cuál es tu animal favorito?






martes, 27 de mayo de 2014

Menorca

Amo Menorca.

Así, sin paliativos, sin concesiones, sin atenuantes.

Me encanta su perfil plano y recto, únicamente recortado por una montaña, de menos de 400 metros de altura.

Me encantan sus carreteras tranquilas, su ausencia de autopistas, sus cortas distancias.

Me gustan sus pueblos, sus campos, sus colinas, sus vacas. Sus playas y calas. Sus aguas y cielos azules.

Me gustan sus quesos, sus comidas, su ginebra.

Me encanta su capital, Maó, su puerto maravilloso, una delicia entrar en él desde el mar. Su mercado de pescado, sus escaleras, sus callejuelas, sus miradores hacia el puerto.

Me encanta Ciutadella, sus callejuelas, la historia de sus aguas que se levantan violentamente en algunos momentos previsibles, su pequeño puerto, impresionante también entrar en él desde el mar.

Menorca es una isla especial y única. Es reserva de la biosfera.

Y todo en ella me gusta.

Incluso esa tranquilidad que para algunos es demasiado, es paz extraña que hay en la isla, esa sensación de soledad que hacen que Mallorca, la isla de la calma, sea una auténtica vorágine cosmopolita.

Conozco Menorca más desde el mar que desde tierra, conozco mejor sus cabos y faros que sus carreteras. Pero vuelvo a ella una y otra vez, de manera puntual, desde aquella primera vez en septiembre de 2001 (o podría ser mayo de 2002, mi memoria es esquiva). Esas visitas puntuales no hacen más que acrecentar mi amor hacia la isla. Sí, la he visitado alguna vez con algo más de tiempo. Pero siempre creo que es poco. Siempre me falta más. Siempre quiero más Menorca.

Y allí estuve este fin de semana, conduciendo una furgoneta de siete plazas ocupada por siete pasajeros, recorriéndola y disfrutando de lugares conocidos y de lugares que visitaba por primera vez.

Y ya quiero otra vez más, de Menorca.

En un par de semana, volveré a ella de nuevo. De manera puntual, apenas unas horas. Pero valdrá la pena. Menorca siempre vale la pena.

















jueves, 24 de abril de 2014

Gone fishing

En unas horas, cojo un avión hacia el sur, para luego coger un barco.

Me voy al mar. Unos días. Bueno, más de dos semanas.

Toca Festival de Primavera.

O podría decirse que me voy de pesca. Gone fishing.

No es exactamente eso, pero bueno.

Voy a medir peces. Sí, eso sería más adecuado.

Intentaré actualizar con mi pinganillo de internet, pero no prometo nada.

Estoy entre la ilusión de salir de mis mares conocidos a mares extraños para mí y el agobio de todo el trabajo que me espera a bordo, más el trabajo que me llevo de tierra, más el examen de inglés que se me viene encima, más la preparación de mi propio Festival de Primavera.

Pero no me estreso, ¿eh?

Ja-ja-ja.

Pues eso, gone fishing.

Si me necesitáis, estaré por el mar.

Sed felices.

En la foto, un recuerdo que me traje del último viaje a Namibia. Me pareció maravilloso. Y hoy me parece totalmente adecuado.

miércoles, 9 de abril de 2014

El Greco

En 2008, viví 4 meses en Creta, en un diminuto apartamento en mitad de campos de olivos, con una terracita con vistas al Mediterráneo. Estas vistas.




Fueron meses fabulosos, en los que mi vida era muy simple. De lunes a viernes, trabaja a tiempo completo en mi tesis, en un centro de investigación construido en mitad de una base militar americana abandonada. Los fines de semana, recorría la isla, utilizando el (no especialmente eficaz) sistema de autobuses o alquilaba un pequeño coche amarillo (que fue rojo en las últimas semanas. Mi primer coche rojo, mucho antes que CocheCapricho).

Pocos días después de llegar, cuando aún me costaba leer los letreros en griego, visité el Museo del Greco, en Fodele, un pueblecito que se jacta de ser el lugar de nacimiento del pintor (aunque parece que no está claro). Me dirigía a una playa al oeste de la capital, donde había quedado con una amiga y decidí que Fodele me quedaba de camino. Más o menos. Así que allí iba yo, conduciendo ya como una auténtica cretense, es decir, con la mitad del coche por el arcén. Así.


En la radio sonaba el Chiquichiqui. Que sí.


Después del Chiquichiqui, la carretera se convirtió en una pista de tierra, en la que fue mi primera experiencia surrealista por carreteras cretenses (después vinieron muchas más). No sé cómo, pero conseguí volver a la civilización y llegué a Fodele.

El Museo era una pequeña casita en el campo, del que apenas guardo algunas fotos borrosas de reproducciones de la obra del pintor y algunos dibujos (creo que) originales. Junto a la casa, una de las numerosísimas iglesias que se encuentran desperdigadas por la isla. No estuve mucho tiempo en el museo, no había mucho que ver, más allá de algunas curiosidades, incluyendo un recorte de un periódico español. Éste.


Ahora que se acaban de cumplir 400 años de la muerte del Greco, me ha parecido bonito recordar aquellos días, aquella visita, aquella vida en Creta, tan inusualmente sencilla, tan sencillamente inusual. Y rendir mi pequeño homenaje al Greco. Y rescatar algunas de aquellas fotos.




Y para compensar el Chiquichiqui, una canción de la banda sonora de “El Greco” de Vangelis, que me compré durante aquellos meses en Creta. No he visto la película. Tal vez debería.


domingo, 23 de marzo de 2014

Walbis Bay

Aunque ya hace más de una semana que volví de Namibia, aún tengo algunas cosas que contar del viaje. Hoy toca una excursión que hice a Walbis Bay hace hoy dos semanas.

Walbis Bay es una ciudad (y un importante puerto pesquero) situada a unos 30 km al sur de Swakopmund, con una historia interesante (fue colonia inglesa y perteneció a Sudáfrica hasta 4 años después de que Namibia se constituyese como país, anexionándose a éste finalmente en 1994). Pero Walbis Bay es también el nombre de la bahía que se encuentra junto a la ciudad y allí fui yo en una excursión organizada, a dar un paseo en barco por la bahía. Sí, a hacer de turista, claro.

Fue un día frío y nuboso, con la niebla típica de esta zona del país. No fue una excursión espectacular, pero estuvo bien cambiar un poco de aires, salir al mar y ver los leones marinos que me impresionaron tanto el año pasado en Cape Cross, aunque en cantidades más pequeñas. Leones marinos y pelícanos fueron los protagonistas del día. También vimos (casi intuimos) un par de delfines, vimos los cultivos de ostras y las probamos. Y poco más.

No sé si es que me estoy volviendo muy crítica, pero no me gustó mucho la guía que llevábamos. No me gustó su tendencia a humanizar a los animales: habló de leones marinos “buenos” (los que subían al barco y se dejaban acariciar) y “malos” (los que había que echar del barco porque podían ser peligrosos), cuando todos son animales salvajes o llamaba a los pelícanos con nombres como “Lady Gaga”. Tampoco me gustó su falta de precisión científica, dijo que el cultivo de ostras era muy exitoso en la zona porque el agua allí es “de muy buena calidad”, que no sé muy bien qué quiere decir. No sé si lo he contado alguna vez por aquí, pero el mar en Namibia, el océano, allí no es azul, el marrón, verdoso, reflejo de un ecosistema muy rico en nutrientes, que viene determinado por la corriente de Benguela y que convierte sus aguas en unas de las más productivas del planeta. Vale, igual esto no es fácil de explicar a un grupo de turistas. O sí. Creo que Einstein dijo algo así como “Si no lo puedes explicar de manera sencilla es que no lo has entendido bien”. Pues eso. Tampoco me gustó cómo habló de las colonias de leones marinos: según ella, la de Walbis Bay es la única “natural” porque tiene una población controlada, mientras que otras como la de Cape Cross tienen una población excesiva y eso (según ella) no es natural y es malo, porque puede haber infecciones que maten a los leones marinos. ¿Eh? Una población natural se auto-regula y de hecho, si hay infecciones periódicas que matan gran cantidad de individuos, es un proceso totalmente natural en las poblaciones, sobre todo si no tienen depredadores que las regulen. Ecología básica. Ah, y dijo que en aquella zona no hay ni tiburones ni ballenas. Y sí que hay.

En resumen, volví bastante hostilizada de la excursión. Me faltó cierto rigor científico, más explicación del ecosistema, de las especies, de lo que estamos viendo. Aquello parecía más una película de Disney, un zoo con leones marinos abrazando a turistas que un intento de explicar la naturaleza de la zona. Repito, igual soy muy crítica o igual es que como bióloga exijo más que el turista medio, pero aunque lo que vi me gustó, cómo me lo contaron me decepcionó bastante.

Detalle curioso: la bahía está limitada por una lengua de arena y en su punta, Pelican Point, se hallaba un faro. Y digo se hallaba porque la lengua de arena sigue creciendo y ahora el faro ya no se usa como tal, porque no indica la entrada de la bahía. Ahora en el faro hay un hotel. Ahí, en mitad de la arena, junto a la colonia de leones marinos. Impresionante.