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domingo, 28 de septiembre de 2014

Hace un año

Tal día como hoy, hace justamente un año, comí con estas vistas.



La charca de Okakuejo, en Etosha (Namibia).

Y aún hoy me pregunto si fue verdad o tan sólo un bello sueño.

Aunque debió ser verdad, porque hay pruebas que documentan la excursión.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Zagreb

Después de unos días con el blog a medio gas, voy a intentarme ponerme al día y qué mejor que hacerlo un lunes a primera hora de la mañana, aprovechando que me he despertado a una hora inusitadamente temprana.

Y empezamos con Zagreb, una ciudad de la que volví hace ya dos semanas. Mi primera visita a Croacia desde que forma parte de la Unión Europea, mi segunda visita en total, pero primera vez en su capital.

Zagreb es una ciudad grande, pero con una parte antigua, un centro, pequeño y manejable. Es una ciudad viva, llena de cafeterías con terrazas y gente en la calle a todas horas. Es un lugar en el que hay sitios para comer y sitios para beber, pero sólo en los restaurantes puedes comer y beber a la vez. Es una ciudad con un funicular antiguo, corto pero tan, tan especial que tuve que subir en él dos veces para quedarme contenta. Es un lugar con tranvías azules, casas de tejas planas que, en alguna iglesia, son tejas de colores. Es una ciudad con un mercado al aire libre de toldos rojos a los pies de una Catedral con dos torres. Es una ciudad de casas bajitas y de colores, que resultan especialmente bonitas con el contraste único que provoca la lluvia. Es una ciudad de edificios majestuosos, grandes parques llenos de árboles, un jardín botánico precioso y flores por las calles.

Zagreb huele a lavanda. Y nos llovió todos y cada uno de los días que estuvimos allí. Me quejé bastante de la lluvia, pero admito que es una ciudad a la que el contraste de colores que provoca la lluvia le sienta muy, muy bien.
















lunes, 8 de septiembre de 2014

Ginkgos croatas

Siento una debilidad absoluta por los Ginkgo biloba, como ya expliqué en su día. Eso me ha convertido en detectora de ginkgos, allá por donde voy. Aunque sé que son un árbol habitual en jardinería, no deja de sorprenderme encontrármelos por las calles de ciudades tan dispares como Milán o Bruselas. Normalmente los detecto por las hojas que veo caídas y, sólo entonces, miro hacia arriba buscando las hojas típicas de estos árboles.

En Zagreb también hay ginkgos. No sólo eso, una hoja de ginkgo es el símbolo del jardín botánico de Zagreb, donde acabamos casi de casualidad el primer día de reunión y por el que paseamos un ratito antes de ponernos a trabajar. Como siempre, esta vez también vi una pequeña hoja y (ante el asombro de mis compañeros) grité “¡Por aquí tiene que haber un ginkgo”. Y, claro, los habías. Incluso había semillas, que no recogí (menudo fallo) y luego no tuve tiempo de volver a por ellas. Criar un ginkgo croata. No hubiera estado mal. Y paseando dos cámaras de fotos y dos objetivos diferentes, sólo a mí se me ocurre hacerles únicamente dos fotos con el móvil. En fin.

Pero esos no fueron los únicos ginkgos que vi en Zagreb o, mejor dicho, no fueron las únicas hojas de ginkgo que vi en Zagreb. Paseando por el centro, vi unos pendientes de hojas de ginkgo en una joyería. No iba a entrar, por miedo a que tuvieran un precio desorbitado, pero al final entré. Y me enseñaron una completa colección de preciosas piezas con la hoja de ginkgo como motivo. Pendientes en oro, plata y plata oxidada, de distintos tamaños y longitudes y anillos de varias formas y tipos. Madre mía. Tuve que contenerme para no ponerme a dar saltitos allí mismo. Al final decidí darme un capricho y regalarme un par de pendientes, a un precio razonable. Y ahora no puedo quitármelos. Me lo hubiera llevado casi todo. Qué maravillosos son estos fósiles vivientes.






martes, 5 de agosto de 2014

Arte en la calle

El otro día, cuando hablé del paseo por Florencia, me olvidé mencionar una cosa que me llamó poderosamente la atención. Es de esas cosas que, aparentemente, parecen una tontería. Pero te llaman mucho la atención y son esos detalles que te quedan grabados de los lugares que visitas.

Por toda la ciudad, encontramos en varios sitios representaciones de obras de arte famosas cuyos protagonistas llevaban puestas caretas de buceo. Me llamaron la atención, supongo que porque todo lo relacionado con el mar me llama mucho la atención, y les hice algunas fotos, divertida.

Hoy mismo, pensando en esta entrada, he estado brujuleando por internet y he encontrado que estas obras forman parte del proyecto “L’arte sa nuotare” (“El arte sabe nadar”) de un artista anónimo, Blub y que se puede seguir a través de Instagram y de Facebook. Me ha parecido un proyecto curioso, divertido, interesante y muy sugerente.

Y es que no todo el arte tiene que estar en museos.





jueves, 31 de julio de 2014

Florencia

El primer día de turismo en Roma, no lo pasamos en Roma precisamente: nos fuimos a Florencia.

Lo de ir allí fue una decisión difícil y laboriosa. Bueno, no. Alguien me dijo “¿Y no vais a salir de Roma?”. Y yo, que ya conocía bastante Roma pensé “¿Y por qué no?”. Lancé la idea a mis compañeras de viaje y dijeron “¡¡Adelante!!”.

Lo dicho, una decisión difícil y laboriosa.

Así que (en contra de la opinión de un colega italiano que me advirtió sobre lo mal que le parecía que intentara conocer Florencia en un solo día), después de unas cinco horas de sueño, madrugamos para viajar hora y media en tren y llegar a Florencia.

[Inciso: para los que vivimos en una isla, eso de coger un tren y poder ir a casi cualquier lugar es una auténtica y alucinante maravilla].

[Inciso 2: odio hacer turismo en verano en ciudades del sur de Europa. Y quiero dejarlo claro, no se vaya a pensar alguien que porque el año pasado turisteara por Milán y Venecia en pleno julio y este año hiciera lo propio en Roma y Florencia me guste hacerlo. No, no me gusta. Pero me veo obligada por las circunstancias: 1. Reuniones de trabajo en julio a lugares chulos y 2. Billetes de avión baratos en verano que aprovechan mis compañeros espontáneos de viaje].

Decía que fuimos a Florencia. Lo mejor: ver el David de Miguel Ángel. Yo no soy nada, nada, nada de ir a museos, no sé nada de arte, pero flipé viendo el David. No podía dejar de mirarlo (y no sólo porque representa un tío bueno, sino por lo bien que está representado dicho tío bueno). Lo peor: el calor. Y es que hay que estar muy locos para hacer turismo de ciudad en pleno verano en el sur de Europa (ver Inciso 2).

Me gustó ir a Florencia. Por supuesto, con más tiempo la hubiera disfrutado más, pero me encantó tener la oportunidad de echarle un vistazo. Algún día volveré. Subiré de nuevo a la colina desde la que se tiene una visión maravillosa de la ciudad y su puente Vecchio. Volveré a atravesar dicho puente. Me perderé por su callejuelas. Incluso tal vez vaya de nuevo a algún museo. Y me iré a comer algo a alguno de los restaurantes que hay en la primera planta del mercado que hay cerca de la estación de tren. Y conoceré los campos y pueblecitos que la rodean, en la Toscana.

Seguro.












lunes, 28 de julio de 2014

La Fontana di Trevi

Recuerdo perfectamente la sensación que sentí la primera vez que vi la Fontana di Trevi. Fue a finales de septiembre de 2005. Llevaba el pelo corto y aún no usaba gafas. Mi primer viaje laboral internacional, mi primera reunión internacional de trabajo. Iba con varios colegas callejeando por el centro de Roma y de repente, allí, en mitad de aquellas callejuelas laberínticas, se abrió un espectáculo visual que me dejó anonadada, casi sin palabras. Era final de verano, hacía calor y la ciudad estaba llena de turista. No importaba. En ese momento, se convirtió en uno de mis lugares favoritos de Roma o, simplemente, en mi lugar favorito de Roma.



La segunda vez que fui a la Fontana fue en febrero de 2012. Llevaba el pelo corto y gafas rojas. De nuevo, en viaje de trabajo, uno más de los muchos que he ido acumulando con los años y, de nuevo, con un grupo de colegas. Era una tarde fría de invierno y nevaba. Nevó mucho más durante las horas siguientes. Estaba enferma, triste y hacía un frío que pelaba. Pero me encantó volver, me pareció alucinante ver la Fontana (y toda Roma) nevada y acabé de enamorarme de la Fontana, más aún.


La tercera vez que fui a la Fontana fue a finales de enero de este año. Llevaba el pelo largo y aún no había decidido si amaba u odiaba mis nuevas gafas negras. Fue un viaje relámpago, una noche en Roma de escala de camino a Montenegro, a una reunión de trabajo. Hacía mucho frío, apenas unos grados sobre cero, pero convencí a mis colegas de trabajo de ir después de cenar hasta allí, a ver la Fontana. Fue maravilloso volver a verla, a pesar de todo, frío incluido. Creo que fue entonces cuando decidí que, siempre que fuera a Roma, pasaría por la Fontana. O igual ya lo había decidido mucho antes.


Ayer hizo una semana que estuve por cuarta vez en la Fontana di Trevi. Llevo el pelo muy largo (para lo que es habitual en mí) y ya me he acostumbrado a las gafas negras (aunque sigo añorando las rojas). Aunque los primeros días, fue un viaje laboral, luego se transformó en un viaje de amistad. Así que esta vez mis compañeros no eran colegas de trabajo. Antes de ir, ya sabía que estaba en obras, así que estaba preparada para lo que me iba a encontrar. Cuando llegamos a la plaza, me asomé antes que mis compañeras de viaje, miré la Fontana me volví a ellas y les dije “No entréis, no la podéis ver así”. Pero claro, entraron y la vieron. Yo casi lloro, en serio. Si no llego a saber que está en obras, sé que hubiera llorado. De verdad.


Qué tristeza, la Fontana en obras. Qué dolor. Ahora sólo pienso en que acabe pronto la restauración y poder volver a Roma y contemplarla. Aunque me temo que volveré a Roma antes de que esté restaurada. Pero, aún bajo los andamios, iré a verla.

Lo prometo.

Las fotos son de cada una de las visitas, claro.

jueves, 24 de julio de 2014

Roma. Segunda parte

Anoche volví de Roma.

Como ya conté el otro día, la primera parte del viaje fue de trabajo. La segunda, ha sido de placer.

Aunque, bien pensado, Roma es siempre un placer. A veces un placer triste, a veces un placer alegre. Esta vez fue un placer caluroso. Y pasado por agua.

Ha sido bonito volver a sitios que ya había estado, pero con gente nueva. Conocer sitios nuevos. Disfrutar de la gastronomía (me he vuelto muy, muy fan de los ñoquis). Ir y venir. Caminar de arriba abajo. Pasear. Observar. Hacer fotos.

Roma es exagerada en todo, hasta en los sentimientos que genera y la rodean. Es exuberante, casi inalcanzable. Y supongo que ahí está su genialidad. Roma es genial. Incluso con calor sofocante o bajo un diluvio universal impropio del mes de julio. Incluso llena de turistas. Es única y, siempre que trato de hablar de ella, me quedo sin palabras.

Es inevitable.













viernes, 18 de julio de 2014

Roma. Primera parte

Llevo en Roma desde el domingo, en una reunión. Ha sido una semana curiosa y extraña. Vine con pocas ganas y el primer día acabé cansada, enfadada y frustrada. Me enfada ver como se banalizan algunas cosas, como se toman a las ligeras cosas que cuestan mucho conseguir, como se simplifican cosas que son muy complejas y difíciles, y que luego, encima el trabajo durísimo de meses, muchos meses, se simplifique en un titular sensacionalista. Escribí una entrada el mismo lunes bastante pesimista y dura, una entrada que nunca publiqué. Esa misma noche, la cosa se empezó a animar, con una cena en el apartamento que he compartido con colegas franceses y con las parejas (e hijo) de algunos de ellos, a la que se añadieron varios colegas más. Quesos, sobrassada, pasta, helado, risas, Aperol Spritz, vino.

El resto de la semana, simplemente me he dejado llevar. Y la cosa ha ido mejorando bastante, el trabajo ha ido bien, es agradable reencontrarte con colegas con los que sólo coincides puntualmente y, aunque prácticamente no hemos visto nada de la ciudad, esto es Roma, señores.

El martes nos animamos a ir al Trastevere directamente desde la reunión, a tomar un aperitivo y pasear un poco. De vuelta al metro, nos acercamos hasta el Coliseo. La vez anterior que lo vi, estaba nevado, parece que hace mil años. Qué diferente aquel día frío de invierno con las noches cálidas de julio. El miércoles tuvimos la cena de grupo, dos cenas de grupo simultáneas, de dos reuniones. Qué buena comida, qué risas, qué bueno las copas (más spritz) al aire libre, qué gracia encontrarte con tu jefe en Roma. Hasta el paseo de más de 40 minutos al apartamento a las tantas de la madrugada fue agradable. La felicidad etílica. Y claro, ayer jueves, fue un día duro. Y una noche tranquila en casa, con pizzas.

Hoy, viernes, estoy feliz de haber acabado bien una semana que pintaba mucho peor de lo que ha sido, esperando en otro apartamento (éste con vistas al río Tíber) a mis compañeras de lo que serán poco más de cuatro días de vacaciones en Roma.

Ah, Roma.

No es la primera vez que estoy aquí, es la cuarta (aunque la última fue una escala relámpago) y, aparentemente no será la última este año. Pero no me importa. Roma es Roma. Y ahora toca disfrutarla.

Empieza la segunda parte.

En la foto (mala, está hecha con el móvil), el Coliseo, la otra noche.