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martes, 1 de enero de 2013

2013


Este año 2013 tiene pinta de ser un año curioso.

En primer lugar, acaba en 13. ¿Cuándo fue la última vez que un año acabó en 13? 1913. No sé vosotros, pero yo no me acuerdo.

Y el 13 es un número curioso, a mucha gente no le gusta.

Por ejemplo, en algunos aviones (no estoy segura que en todos, yo diría que no), no hay fila número 13. Lo juro. Lo he visto con mis propios ojos. En algún viaje reciente (aunque admito que no recuerdo cuál) me tocó la fila 14, lo que me permitió descubrir eso que parecía un mito urbano: no hay fila 13 en los aviones. Al menos en algunos.

Otro ejemplo. En mi viaje a Namibia, estaba en la habitación 12A del hotel. Me llamó la atención, porque no había habitación 12B y tampoco había otra habitaciones con la A detrás, pero no fue hasta que me lo dijo un colega que también estaba en el hotel aquellos días cuando descubrí la realidad: mi habitación era la número 13. Sólo que en vez de 13, se llamaba 12A [*].

Total, el 13 es un número curioso.

También la forma en que empecé 2013 ha sido curiosa. Siempre me he jactado de no salir en Nochevieja y este año salí. Celebré la Nochevieja de manera diferente a todos y cada uno de los anteriores años de mi vida: cena con amigos y hermana gafapasta y paseo por nuestra ciudad iluminada, en esa cálida primera noche de año. Curioso. Y genial, no lo negaré.

Así que aquí estamos, en el primer día de un año curioso. Sed felices, pasadlo bien. Feliz 2013. O Feliz 2012+1. O Feliz 2012A.


En las fotos, la habitación 12A de mi hotel en Swakopmund y mi ciudad iluminada en la primera noche del año.

[*] Esto me recuerda a otra habitación de hotel con número curioso en la que me alojé hace poco más de un año: la número 0. Un número curioso para una estancia digamos que curiosa, pero eso ya es otra historia.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Adiós 2012

Hoy se acaba 2012.

Hoy se acaba el año en el que terminé la tesis y me convertí en doctora. Es increíble resumir en una frase, en tan sólo una palabra (doctora) muchos, muchos años de trabajo. Poco a poco soy consciente de los cambios que en mi día a día han significado este paso. Cambios personales, porque a nivel laboral no ha sido más que una anécdota. Ahora tengo más tiempo libre. O mejor dicho, ahora invierto mayor cantidad de mi tiempo libre en estar con mi familia y amigos, en leer, en ver películas y series, en escribir, en disfrutar y vivir un poco más como a mí me gusta. Despacito. Disfrutando. Saboreando.

Hoy se acaba el año en el que mis padres sufrieron varias operaciones oculares, de distinta importancia y gravedad, pero todas de final feliz. Es maravilloso sentir los finales felices en la salud de la gente que quieres.

Hoy se acaba el año en el que salté en camas elásticas, monté a caballo, jugué a vóley playa, me apunté a clases de Bollywood, suspendí (y repetí) inglés, aprendí a hacer makis y galletas veganas y recibí la mejor felicitación de cumpleaños que he visto en mi vida.

Hoy se acaba el año en el que pinté una pared de color verde, compré un armario y un mueble de comedor nuevos y cumplí los 35.

Hoy se acaba el año en el que mis ginkgos crecieron sin parar, en el que planté fresas, tomates, pimientos y lechugas y sembré zanahorias y albahaca.

Hoy se acaba el año en el que me rompieron el corazón, en el que me sentí incapaz de recomponerlo, en el que aprendí a convivir con la tristeza infinita y en el que descubrí una mirada capaz de hacerme olvidar pero que dejé marchar.

Hoy se acaba un año en el que cogí más de 30 aviones para volver a lugares conocidos o viajar a lugares nuevos, incluso tan lejanos que están en el Hemisferio Sur y repetí afición por aeropuertos alemanes (en serio, alguna vez tendría que viajar a Alemania para ver qué hay más allá de sus aeropuertos).

Hoy se acaba un año de 366 días. Los ha habido buenos y no tan buenos, los ha habido geniales y no tan geniales. Pero creo, supongo, me gusta pensar que los repetiría todos y cada uno de ellos. Tal vez cambiaría alguna cosa, mejoraría otra o, al menos, intentaría vivirlos aún con más alegría. Sí, algunos directamente los eliminaría de mi vida. O no. Porque incluso de esos días, he aprendido algo.

Sed felices. Hoy. Recordando las cosas buenas vividas en este año, superando las cosas malas sufridas en este año. Y sed felices mañana. Y todos los días del año nuevo que empieza.

Adiós 2012. Fue un placer.

En la foto, viendo el mundo a lomos de un caballo, en una mañana fría, ventosa y soleada de este otoño.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Fin

Con esto que hoy se acababa el mundo, he decidido dejar listas algunas cosas.

La primera ha sido sacar la sombrilla de la playa del maletero del coche y guardarla en casa. Una acción muy adecuada para el primer día del invierno.

La segunda ha sido desembalar las alfombras y colocarlas. También muy adecuado para un día como hoy.

La tercera ha sido montar el árbol de Navidad y colocar las cuatro cositas de decoración navideña que tengo por casa.

La cuarta ha sido acabar la bufanda que empecé hace tres meses. Tres meses. Si tardo tres meses en hacer una bufanda, no sé cuánto tardaría en hacer un jersey. Puedo poner excusas. En este tiempo he defendido una tesis doctoral, he pasado cuatro semanas fuera de casa y he cogido más de veinte aviones. Pero ponga las excusas que ponga, no ocultan una realidad: he tardado tres meses en acabar una bufanda.

En cualquier caso, estoy orgullosa de haberla acabado. Durante algún tiempo, pensé que nunca lo haría. Y ahora, por fin, está lista. Llena de imperfecciones, sí, pero acabada.

Y no sólo eso. Ya tengo un nuevo proyecto en marcha y otro en mente. Este mes intentaré que no me vuelva a pillar el fin del mundo para decidir acabarlo.

En la foto, mi bufanda del fin del mundo.

jueves, 20 de diciembre de 2012

35

Mañana se acaba el mundo. O eso dicen. Sea verdad o mentira, estos días han estado marcados por una hecho mucho más tangible: he cumplido 35. No es algo bueno ni malo, es una realidad tan simple y absoluta como ésta: he cumplido 35.

Cuando era adolescente, pensaba que los treinta y pico serían la mejor época de mi vida. No sé si lo están siendo, espero que los cuarenta y pico sean aún mejores, pero la verdad es que ser treintañera me está encantando. Aunque ahora que me he convertido en treintaycincoañera, me da un poco más de vértigo.

En aquellos (lejanos) tiempos de mi adolescencia, tenía dos modelos de gente de treinta y pico que encontraba geniales. Un modelo era la pareja formada por Kenneth Branagh y Emma Thompson: me encantaban. Me parecía maravilloso poder llegar a un nivel tal de compañerismo, complicidad, amistad y amor como para compartir no sólo el día a día personal, sino también inquietudes laborales, artísticas. Mi segundo modelo era la Maggie O’Connell de “Doctor en Alaska”. Yo quería ser O’Connell: independiente, autosuficiente, trabajadora, aventurera. Y el pelo corto, ¡ah, el pelo corto! Creo que cuando me lo empecé a cortar era precisamente para ser O’Connell. [Debo admitir que estoy en una fase temporal de pelo largo, no porque me haya cansado de los cortes a lo O’Connell sino por insistencia de amigas-club-de-fans que me obligan a dejarme unas melenas que, sinceramente, odio.]

Con el tiempo, mis modelos cambiaron mucho, mucho. La pareja Branagh-Tompson dejó de ser pareja. Y el personaje de O’Connell se diluyó mucho en las últimas temporadas en las que el Dr. Fleishman ja ni aparecía.

Ahora que soy yo la que tiene treinta y pico, me siento mucho más cercana a O’Connell que a la pareja Branagh-Thompson. Obviamente es debido a que no tengo pareja. Obviamente. No la tengo ni la he tenido en mucho tiempo. Mi corazón ha pasado por innumerables estados en los últimos años, pero, en general, lo que más ha hecho ha sido encogerse, hacerse duro e impenetrable, aunque lleva un tiempo recubierto de una pátina de tristeza que se me hace difícil diluir.

Pero eso es otro tema.

La cuestión es que tengo 35 años. No sé muy bien qué esperaba de mi vida a los 35, recuerdo sólo algunas cosas de lo que quería ser de mayor.

Sé que quería tener dos carreras (preferiblemente una de ciencias y una de letras) y sólo tengo una (de ciencias).

Sé que quería tener hijos alrededor de los 28 y a día de hoy, con 35, aún no los tengo.

Sé que quería acabar la tesis antes de los 30 y la acabé con 34.

Sé que quería tener un lugar propio para vivir y eso sí que lo tengo, aunque en realidad pertenece al banco.

Sé que quería trabajar con animales vivos o en algo relacionado con el mar, y a esto último me dedico desde hace casi 12 años.

Sé que quería viajar y estoy viajando mucho más de lo que nunca hubiera deseado ni imaginado.

No puedo quejarme de mi vida, lo sé. Tengo familia, amigos, salud y trabajo. Me gusta mi vida, a veces me encanta y a veces me siento frustrada. Es decir, soy una persona normal. Soy una persona normal y feliz.

Pero no me basta.

Quiero más.

¡Lo quiero todo!

Quiero ser la protagonista absoluta de mi vida. Dejar de ser transparente, que las puertas automáticas me reconozcan y se abran a mi paso (porque a menudo no lo hacen), que en los controles de seguridad de los aeropuertos me vean y me pidan la tarjeta de embarque (porque puntualmente no lo hacen). Ser O’Connell mola, pero ya va siendo hora de convertirme en parte de un dueto Branagh-Thompson.

Repito, lo quiero todo.

Y lo quiero ya.

Más que nada, porque si el mundo se acaba mañana, quiero poder decir que al menos, alguna vez, lo tuve todo.

En la foto, uno de mis regalos por mis 35.

Feliz fin del mundo.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Con I+D+i hay futuro



Hoy.

Movilizándonos por la investigación (I), por el desarrollo (D), por la innovación (i).

Movilizándonos por la ciencia.

Porque con ciencia, con I+D+i hay futuro.

Y porque sin ciencia, sin I+D+i no hay nada.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

12-12-12



Hoy es 12-12-12.

Suena estupendo. Maravilloso. Especial. Un día en el que todo podría pasar. O en el que podría no pasar nada.

Para mí ha sido un día normal, casi rutinario, de reuniones, sin nada especial, si se puede considerar no especial estar de reunión fuera de casa.

Me he levantado, con una ligera resaca del “social event” de anoche. He desayunado y a la reunión a trabajar. Trabajo, trabajo, trabajo. La diferencia entre los grupos de trabajo de las reuniones es que en los primeros te pasas horas sentada trabajando con el ordenador, mientras que en las segundas te pasas horas sentada discutiendo. Al menos en el segundo caso haces más vida social.

Hemos comido en el mismo hotel: llovía, hacía mucho frío y para llegar al centro tenemos que bajar una colina. Más trabajo, hasta las siete. Un paseo hasta un restaurante que es ya casi habitual (y sólo llevamos 3 días aquí), una cena estupenda, vino y buena compañía. Y de vuelta al hotel a descansar, dormir, relajarnos para mañana empezar de cero. Y aún no son las diez.

De camino, las lunas de las coches heladas nos indican que, como nos parece, hace frío, mucho frío.

Un día tranquilo, sin nada especial. Una velada tranquila, muy agradable.

Y ahora, a descansar.

En la foto (terrible, muy terrible, pero es lo que pasa cuando te quedas sin cámara compacta y la réflex no cabe en el equipaje), juegos de hielo y luces en la luna de un coche, hace sólo un rato.

jueves, 18 de octubre de 2012

Felix

Felix.

Ese señor que el otro día que se lanzó de la estratosfera a la Tierra.

Qué barbaridad.

Lo vi. Sí, lo vi. Lo acabé viendo. Y sólo pensaba “Éste se mata, éste se mata, éste se mata”.

Y no sé mató.

Menos mal.

Se ha dicho bastante sobre Felix. Pero lo mejor que he visto ha sido este video.

Genial.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El pueblo unido jamás será vencido

De un tiempo a esta parte, gente variada que conozco me ha empezado a hablar mal de los funcionarios o, mejor dicho, de los empleados públicos.

[Inciso. Aunque la gente no lo tiene claro, no es lo mismo un “funcionario” que un “empleado público”. Los “funcionarios” son gente que ha aprobado exámenes varios y tienen una plaza fija en la administración pública. Los “empleados públicos” son gente que trabaja para el Estado o para otro organismo público (Ayuntamientos, Comunidades Autónomas), incluyendo a los funcionarios pero también a mucha otra gente que tiene contratos temporales, que ha conseguido por exámenes, concurso de méritos o enchufes –de todo hay-. Es importante aclarar esto. Siempre se habla de “recortes a los funcionarios” cuando realmente los recortes se hacen a todos los “empleados públicos”. Lo sabré yo, que tengo un contrato temporal pero me han afectado todas las medidas que supuestamente afectan a los “funcionarios”. Fin del inciso.]

Decía que mucha gente me ha empezado a hablar mal de los trabajadores públicos. Que si claro, es normal que les recorten porque no hacen nada, que si se han aprovechado mucho estos años, que si hay mucho enchufado. Que sí, que no digo que no. Yo que trabajo en la administración pública he visto mucha gente que no trabaja, mucho enchufado y mucho derroche de dinero pero, ¿quién no ha visto enchufados también en la empresa privada? ¿Quién no conoce al típico caradura que no hace nada, pero que aparente ser el más trabajador en algunas empresas? Porque yo eso también lo he visto.

Mis reflexiones de los últimos tiempos, unidas a lo que he visto hoy en “Salvados” (“Ciudadano Klínex”) me llevan a concluir varias cosas.

En la administración pública (hablo en general) ha habido muchos años de derroche, de crear plazas porque sí, de enchufar al primo del amigo del sobrino de la amante, de mala gestión. ¿Cómo se arregla eso? Pues se arreglaría con un buen control y seguimiento de personal, con una gestión de trabajo que implique un control real y objetivo, trabajando, por ejemplo en base a objetivos marcados y no a “cuántas horas estoy sentado delante del ordenador”, con racionalizar la función pública: qué se necesita, qué hay y qué sobra. Una buena limpieza en la administración pública es muy necesaria, lo ha sido siempre, pero ahora especialmente. Creo que eso sería mucho, pero que mucho más efectivo que cualquier recorte.

El asunto de los moscosos, esos días “de asuntos propios” de los que disfrutamos. Menudo asunto. Claro, a la gente que no trabaja en la administración pública, les parece fatal que los disfrutemos. Lo que no saben es su origen. Se creó en su momento para compensar la pérdida de poder adquisitivo. Creo que fue en el año 82. El IPC subió tanto (creo que un 12%) que el Estado no pudo asumir la subida. A cambio, concedió a sus trabajadores más días libres. Pongamos una persona A que trabajaba en ese año en una empresa privada y una persona B que trabajaba en el sector público, ambos con el mismo sueldo. A tuvo un aumento de sueldo de acorde con el IPC ese año (¡¡¡un 12%!!!). B no. Ni lo tuvo entonces ni, en los años siguientes, se le “devolvió” ese aumento nunca pagado. A día de hoy, A estaría cobrando bastante más que B (¡recortes aparte!). Pero eso nadie lo cuenta…

Con las pagas extras más de lo mismo. Conozco gente que en empresas privadas tienen hasta cuatro pagas extras. En el sector público se tenía (hasta ahora) dos. Hay quien dice que no pasa nada que las quiten, total a mucha gente no se las dan. No es cierto. El sueldo que tenemos todos es un sueldo anual y cada empresa lo divide como decide. Puede decidir pagar una cantidad al mes y luego dar una o más pagas extras, o tener la paga extra prorrateada. Es decir, una persona que no cobra las pagas extras como tal puede tener perfectamente un sueldo anual más alto que una que tiene cuatro pagas extras. Una paga extra no es un regalo, es dividir el sueldo entre más nóminas al año.

Mucha gente está de acuerdo con que le bajen el sueldo a los empleados públicos. Y he oído hasta risas cuando los ven protestar. Bueno, la bajada de sueldo a los trabajadores públicos afecta a todos. Pongamos un trabajador público cualquiera al que le han recortado el sueldo. ¿Consecuencia? Gasta menos. Debería pintar el comedor, pero decide esperar otro año más. En vez de salir a cenar fuera una vez por semana, sale una vez al mes. En vez de ir a la peluquería una vez al mes, va 2 veces al año. En vez de comprarse un coche cada cinco años, arregla el viejo para que dure unos años más. Y no sólo eso: ni siquiera lo lleva al taller a arreglarlo, sino que se lo deja a su cuñado, que es un manitas y luego, a cambio, le invita a cenar. En casa, claro, que salir a restaurantes es ya demasiado caro. Es decir, muchas por no decir todas las empresas privadas se ven de manera directa o indirecta afectadas por los recortes a los trabajadores públicos. La diferencia es que los trabajadores públicos se atreven a protestar, porque no tienen miedo a que les echen (ahora un poco sí). Y, ¿sabéis una cosa?, protestan por todos.

Tampoco deberíamos olvidar quiénes son los empleados públicos. Sí, es ese señor con cara de mala uva que justo se va al bocadillo cuando te tiene que atender a ti. Sí, son esos profesores que tienen más días al año de vacaciones que tú y yo juntos. Sí, es esa señora que te hace rellenar ocho impresos diferentes para luego darse cuenta de que con uno bastaba. Sí, son todos esos. Pero también es ese médico que salvó a tu padre el día que le dio un infarto. Es ese bombero que sacó a tu abuela en brazos de su casa ardiendo. Es ese profesor que aguanta a tu hijo adolescente, y a treinta más como él, simultáneamente, más horas al día de las que tú mismo ves. Es ese guarda forestal que murió en el incendio provocado por una negligencia. Es ese administrativo que te arregló los papeles en tres minutos para que pudieras pedir la ayuda para arreglar la casa. Es esa profesora que ha conseguido que tu niño con una discapacidad grave, te diga “te quiero” con el lenguaje de signos. Es esa enfermera que limpia los vómitos de tu hijo enfermo. Es ese policía que acompañó a tu hija a casa después de aquel accidente del que no tuvo la culpa. Es ese investigador que descubrió una sustancia que hace que las quimios de tu tía no sean tan duras. Es esa psicóloga que atendió a tu amiga después de que la violaran. Es ese buceador que recuperó el cadáver de aquella niña de tu pueblo que alguien mató y tiró al río. Es ese científico que se pasa varios meses fuera de casa para intentar encontrar soluciones a la contaminación atmosférica. Es ese guarda urbano que salvó el otro día a una niña con parada cardiorespiratoria. Es esa científica que ha descubierto que la enfermedad de tu hijo es incurable, pero que eliminando ciertos componentes de su dieta, podrá hacer vida normal. Y, ¿sabes otra cosa? La mayoría de ellos ni siquiera son funcionarios, tan solo empleados públicos con un contrato temporal (¡o con una beca!) que pueden irse cualquier día a la calle, como tú.

Mi conclusión final es que, en los últimos tiempos, se ha criminalizado al empleado público. ¿Por qué? Sencillo. Divide y vencerás. Porque el pueblo unido jamás será vencido. Y mientras que trabajadores del sector público y trabajadores del sector privado no entendamos que estamos en el mismo lado, nos habrán vencido. Y hasta que no seamos capaces todos de unirnos y luchar por lo que (¡todos!) nos merecemos, habremos perdido la batalla.