miércoles, 19 de junio de 2019

Lluvia

Soñé que llovía.

Era una noche de mitad de junio, tanto en la realidad como en mi sueño.

En mi sueño, el cielo se encapotaba y empezaba a llover copiosamente. Me asomaba a la ventana y veía la lluvia caer en mi calle, como una cortina. Todo estaba oscuro y hacía frío. En la calle perpendicular a la mía, la lluvia se espesaba en forma de copos, casi etéreos, alargados, enormes. “Trapinos” los llamaría mi madre.

Corría hacia la cocina, y me asomaba a los patios de atrás desde las ventanas de la galería. Allí también caía nieve. De hecho, la nieve ya estaba cuajando y cubría algunos árboles que, en realidad, no existen. La gente reía y amontonaba nieve, se lanzaban bolas, y bailoteaban bajo los copos.

“No puede ser. Si estamos en junio”, pensaba yo.

El cielo seguía negro. Hacía frío. Seguían cayendo copos de nieve.

Me desperté, helada, envuelta en la sábana y en la colcha veraniega que apenas me resguardaban de ese sueño helado. “Menos mal”, pensé, “Solo ha sido un sueño”.

Y, aún así, tenía frío.

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