martes, 6 de junio de 2017

Etapas

Estos días acaba una etapa en mi vida, por fin. Acaba una etapa que empezó hace más de medio año, cuando me apunté primero a unas oposiciones que acabaron hace menos de una semana y después a otras oposiciones que acabé hace ya algunas semanas más.

Han sido unos meses largos, duros, diferentes y enriquecedores. Han sido meses de mucho estudio, de muchos sacrificios, de renunciar temporalmente a mi vida laboral y parcialmente a mi vida personal. De anteponer el futuro al presente, de intentar convencerme a mí misma de que todo esto valía la pena. Han sido meses de retos, de miedos, de nervios, de vértigo cuando empecé a ver que las cosas iban saliendo bien, de frustración al ver cómo se me escapaba el tiempo entre los dedos, encerrada en casa. De aprender mucho, mucho, y no hablo sólo de estudiar.

Y lo más raro de todo es que no tengo ninguna gran lección que explicar de todo esto, no tengo ningún consejo sabio ni ninguna declaración significativa que compartir con vosotros. Porque no siento que lo que he hecho haya sido en absoluto extraordinario. No voy a decir que lo de menos es el resultado, porque mentiría, porque sé que no me sentiría así si mi nivel de éxito no hubiera sido el que ha sido (cien por cien), pero es cierto que lo he hecho y punto. Lo he hecho porque creía que lo tenía que hacer, porque había llegado el momento y vi la oportunidad (vi dos oportunidades), la(s) cogí, dediqué todas mis energías a eso y acerté, igual que en otras ocasiones fallé. Pero no tengo mucho más que decir.

Y como ya dije cuando acabé una etapa anterior (la tesis) y que en su día copié de otro sitio, cuando no sabes qué decir, di gracias. Y eso sí que creo que es importante. Porque ha habido un montón de gente que ha estado ahí en todos estos meses, mi familia y amigos, mis biogossip girls, mis chungos, mis incombustibles, mis tejedoras, amigos a los que he robado un montón de tiempo por estudiar y prepararme; mis compañeros de trabajo que asumieron mis funciones en mi ausencia sin dudarlo; mis superiores que entendieron que necesitara desaparecer temporalmente para conseguir mi objetivo; la gente de mi vida 2.0 que me ha apoyado desde el otro lado de las pantallas y me ha acompañado físicamente en mis cuatro viajes a Madrid (no sabéis lo que me ha ayudado encontrar el lado lúdico a esos viajes opositores); los que me han retado, los que me han pedido más, los que me han asegurado que sí que podía cuando casi no me quedaba energía. Madre mía, la de gente que ha estado ahí, apoyándome de una y mil maneras diferentes. No os podéis hacer a la idea, de verdad que no.

Así que ya está, gracias a todos. Una etapa ha acabado. Y lo que tengo delante es, simplemente, fascinante. Y espero que todos sigáis ahí. No sé lo que va a venir, no sé lo que va a pasar, ni siquiera sé lo que haré. Pero ya llegará el momento de saberlo, de descubrirlo, de decidirlo. De momento, mañana me voy al mar. Vuelvo al mar, por fin, casi un año después. Con las baterías a medias, con el respeto que siempre me impone el mar, con la emoción que siempre siento en el mar.

Me voy al Festival de Primavera. Gone fishing. Toca paréntesis marino.

La foto no tiene nada que ver, pero qué bueno estaba.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Conexiones y desconexiones

Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia no tan lejana, escribí una entrada en otro blog y en otro idioma sobre las conexiones, sobre esos momentos a veces puntuales y efímeros, a veces más duraderos y casi eternos que te unen con otras personas; a menudo, son conexiones que te pillan por sorpresa y no sabes explicar demasiado bien. Poco después, escribí también sobre las desconexiones, sobre esos momentos en el que esa conexión desaparece, a veces de manera tan abrupta que te sorprende y duele, que no aceptas e intentas recuperar esa conexión perdida, incluso es cuando la pierdes cuando te das cuenta de que ahí existía una de esas misteriosas conexiones.

Tiempo después, escribí también sobre hilos invisibles, una manera tal vez un poco cursi de referirme a esas conexiones, a ese no sé qué que te une a la gente que conoces. Escribí sobre el punto en que esa conexión, ese hilo, se convierte en algo más, en una amistad o incluso en un enamoramiento, en lo fuerte que pueden ser los hilos invisibles que nos unen a los demás, sin ni siquiera pretenderlo. No hace tanto, por este mismo blog, escribí sobre gente que pasa de ser importante a convertirse simplemente en ‘alguien a quien solías conocer’, esa gente a la que te une algo, una conexión, un hilo invisible, una amistad o un enamoramiento y, de repente, un día, te das cuenta de que no significa ya nada en tu vida.

A todo esto le he estado dando vueltas hoy, porque he tenido la sensación de que alguien con quien me une algún tipo de conexión, algún sutil hilo invisible, se está diluyendo de mi vida. Es curioso y hasta absurdo, porque es alguien a quien apenas conozco, a quien he visto muy pocas veces, pero con quien me une una complicidad que no sé muy bien de dónde sale y hoy, de repente, he sentido que ese débil hilo que nos une se está rompiendo. Y me ha dado pena, mucha pena. Porque es alguien a quien aprecio mucho pero que creo que se está alejando de mí. Aunque pensarlo así es absurdo, porque nunca ha estado cerca de mí, apenas hace un año que nos conocemos y lo de alejarse es absurdo porque no forma parte de mi vida ni de mi día a día, incluso vive a varios cientos de quilómetros de mí. Pero creo que esa conexión se está diluyendo, ese hilo invisible se está rompiendo.

He acabado en twitter (no sé si cuna de la sabiduría moderna pero interesante foro de reflexión y discusión) dándole vueltas a este asunto y han salido algunas ideas interesantes. La primera es que sí, en estas circunstancias, te invade la tristeza, la sensación de pérdida, pero quien desaparece de tu vida es porque no tiene que estar ahí. La segunda que en realidad ese proceso de conectar-desconectar es natural y sano. Y la tercera que esa tristeza, ese dolor, se puede controlar y evitar, simplemente aceptando que las cosas son así porque tienen que ser y, si pasan, es por algo y simplemente hay que aceptarlo.

Y no sé si después de todo esto me siento mejor o peor, porque es cierto que cuando alguien acaba convirtiéndose sólo en ‘alguien a quien solías conocer’ ya no duele nada, pero el proceso de pérdida a veces es doloroso, aunque sea ligeramente. Lo fascinante es que no sabes quién acabará siendo sólo eso, alguien de tu pasado, o se convertirá en alguien imprescindible en tu vida y hasta cuándo será así. Y, en el fondo, eso es también algo interesante de esta vida, la incertidumbre, el no saber qué te deparará el futuro, quién estará y quién no y cómo. Supongo que eso es bonito y fascinante.

Sí, supongo.

En la foto, la Rosaleda del Parque del Oeste de Madrid, la semana pasada. Madrid se ha convertido en el destino único y exclusivo de mis viajes en este 2017. De momento. La foto es con el móvil, que aunque ha mejorado (el móvil y su cámara), eché mucho de menos una cámara en este viaje. Ni la compacta ni la réflex me llevé. Ains.

domingo, 14 de mayo de 2017

Sal en la piel

Hoy me voy a dormir con sal en la piel, la sal del primer baño de la temporada.

Sí, lo sé, debería haberme duchado después de este primer baño pero son las once de la noche y por fin he acabado de hacer todo lo que quería hacer esta tarde (una maleta para un viaje, acabar de preparar unas presentaciones para unas oposiciones de la semana que empieza mañana). Es cierto que una siesta inesperada me ha robado parte de la tarde, pero ha sido una siesta tan inesperada como necesaria.

La cuestión es que hoy, a pesar de todo, me he dado por fin, el primer baño de la temporada.

Hoy, el día que debería estar viajando a Menorca para una semana de vacaciones que he cambiado por una semana en Madrid de oposiciones.

Al polen de las gramíneas les gusta esto. Me van a hacer sufrir esta semana, ya lo veréis.

Lo que decía, la cuestión es que hoy he vuelto al mar, he nadado un rato, más de lo que pensaba, en aguas cristalinas, no tan frías como creía, cuando todo, todo, todo, parecía indicar que no era el día más propicio para liarme la manta a la cabeza, o mejor, para coger la toalla y el bikini, e ir a la playa.

Pero lo he hecho, claro que sí. Porque entre las semanas que he dejado atrás y las que vienen por delante, necesitaba recargar pilar, cargarme de energía y enfrentarme a todo lo que está por llegar. Que ojalá sea mejor que lo que los augurios indican.

En la foto, cuando abandonaba ya la playa, después del primer baño. Lo he disfrutado tanto, tanto, que ni he recordado hacer una foto antes.

Ah, qué delicia de agua. De verdad.

jueves, 11 de mayo de 2017

Cactus florido

Cuando hace ya más de tres años me deshice del cactus que ilustra mi foto de perfil (mejor dicho, de la masa inerte que quedaba de él), sabía que lo que más iba a echar de menos eran sus flores. Sus flores eran una alegría a menudo inesperada, sorprendente, tan efímeras como bellas. Ya entonces sabía que pasaría mucho antes de volver a tener flores de cactus, de alguno de los hijos de aquel cactus-nodriza. Y así ha sido. Han pasado unos cuatro años.

Por eso, cuando he visto hoy la flor, al salir al balcón después de varios días de ignorar a mis pobres plantas, me ha ilusionado mucho, mucho. Porque sí que es cierto que hace tiempo vi algún capullo creciendo en el cactus, pero no llegaba nunca a flor. Así que ver la flor así, abierta, brillante, de un rosa tan pálido que es casi blanca, no he podido evitar un gritito interior de alegría, una punzada de felicidad absoluta, un instante de satisfacción por haber recuperado algo perdido.

Aquí está, de nuevo, mi cactus florido.

Aunque sea otro cactus. Porque es hijo del anterior.

Aunque hayan pasado cuatro años. Porque cuando ya has dejado de esperar algo y finalmente aparece, se te olvida todo ese tiempo de espera.

Así que aquí está, mi cactus florido. A pesar de su diminuta maceta (creo que ya se merece una más grande). A pesar de que a veces me parece que tiene un color triste. Inesperado. Sorprendente. Singular.

Qué alegría tan simple.

Espero no tener que esperar otros cuatro años para ver otra flor.

jueves, 4 de mayo de 2017

Chal ola rosa

Tengo en casa un importante alijo lanero por gastar. En algunos casos son lanas que he comprado en algún viaje, porque me han gustado, a la espera de la inspiración que me lleve a hacer con ellas algo. Otras veces son restos de lanas que tengo de proyectos anteriores, que me han sobrado porque en su momento compré de más (por si acaso). Entre esas lanas (algodón en este caso) sobrantes, tenía algunos ovillos casi enteros de varios tonos de rosa, que me sobraron del Proyecto Final que tejí con Pearl Knitter hace casi dos años. Hace ya bastantes meses, igual un año, aproveché parte de esos hilos para tejer dos mandalas que, aunque son de novata total, me quedaron bastante graciosos y tengo en el comedor de casa como adorno. Pero aún así, me quedaba mucho hilo, así que decidí que tenía que usarlo.



Necesitaba un proyecto sencillo y que no me hiciera pensar y el Chal Ola me pareció perfecto. Y ahí me puse, a tejer el chal en tonos rosa, alternándolos como ya hice en su día con el jersey y tejiendo hasta que me quedara sin. Hasta tejí en el Retiro madrileño, en una mañana maravillosa que pasé allí hace un par de semanas. Me ha encantado tejerlo y creo que no será el último que teja con otros restos laneros. Eso sí, no me ha quedado muy grande, pero bueno, era para aprovechar lo que tenía, así que me servirá para cubrirme el cuello en las noches fresquitas de verano.

 

Y, como es jueves, me voy a RUMS.

miércoles, 3 de mayo de 2017

La falda namibia


Empiezo Mayo con muchas entradas en el tintero y con ganas de ponerme las pilas con el blog. Y voy a empezar por lo último, o penúltimo, mi falda nueva. El origen de la falda es un viaje a Namibia, pero no recuerdo cuál. Creo que compré telas en al menos dos viajes allí, o incluso tres. La cuestión es que tenía (y tengo) en casa varias telas namibias con las que no tenía muy claro qué hacer (sobre todo porque sé coser muy poco), pero me pareció que hacer una falda para bailar lindy hop sería una buena idea. Y un buen recuerdo namibio. Y así surgió esta falda con dos telas diferentes y complementarias. La obra es de Va de Lindy Hop Fashion. Yo sólo puse las telas y di el visto bueno. Él se encargó de todo lo demás, desde buscar el modelo adecuado hasta la última puntada. Ayer me la probé para bailar, en una comida semicampestre que (como siempre) acabó con baile y me encanta. ¡Gracias, Jose! Ojalá tuviera yo maña para coser. 







lunes, 24 de abril de 2017

"Un paseo por el bosque" de Bill Bryson

Llevo semanas sin publicar por aquí, por razones más que justificadas y que no vienen a cuento, pero como este es mi blog, no tengo ni por qué justificarme.

Juas.

La cuestión es que sí que he querido escribir, se me han ocurrido muchas, bueno unas cuantas entradas para publicar, pero tenía otras prioridades primero y cansancio después, así que han ido pasando los días. Pero ha llegado el momento de volver y con qué mejor excusa que con el Día del Libro que celebramos ayer. Así que aquí está el penúltimo libro que me he leído, de Bill Bryson.

Hace ya unos años que leí “Una breve historia de casi todo” del mismo autor, que me pareció un libro de divulgación maravilloso. Éste, en cambio, es una novela que cuenta con grandes dosis de humor y desenfado la experiencia del autor en el sendero de los Apalaches. Por si alguien no lo sabe, este sendero es una ruta de senderismo de más de 3000 Km que recorre la zona este de los Estados Unidos. Yo conocía de su existencia porque hace unos cuantos años una amiga lo recorrió o al menos lo intentó recorrer. Recuerdo bien cómo me contó sus preparativos junto con su entonces novio (hoy marido), que fue el que le metió en el cuerpo el gusanillo de hacer el sendero. Recuerdo que recorrieron una buena parte del camino, pero no recuerdo tanto, aunque finalmente lo abandonaron de pura desesperación.

Porque el sendero, como cuenta Bryson, es un lugar tan fascinante como tortuoso. Las penalidades a las que se enfrenta Bryson me recordaron mucho a las que pasó mi amiga. Aunque no recuerdo mucho los detalles, sí que recuerdo esa sensación de frustración general de que si algo puede salir mal, sale mal, de la naturaleza sobrepasándote, de la dureza de pasar tantas semanas a la intemperie, comiendo y durmiendo mal, enfrentándote al cansancio y al bosque. Esta amiga iba bastante mejor preparada que Bryson y su compañero de paseo, pero aún así, el sendero pudo con ella.

Pero el libro también habla de la fascinación de la naturaleza y de cómo el hombre interacciona con ella, cómo la ha intentando modificar y cómo lo ha conseguido a veces (y a veces no). Me ha resultado fascinante no sólo las descripciones e historias de la flora y fauna, sino también la evaluación que ha seguido el sendero, cómo lo han cuidado y mejorado (o no) y las grandes diferencias que se dan entre los Estados por los que circula.

Además, el tono de humor del libro es estupendo, quitando hierro a situaciones difíciles y complicadas, marcando un ritmo ameno y ligero que me ha gustado mucho. Me encanta como escribe Bill Bryson y no creo que éste sea el último libro suyo que me leo.