jueves, 5 de marzo de 2015

Jersey y mitones

Lo bueno de tejer varios proyectos largos a la vez es que, de repente, un día, los vas acabando todos y parece que tejes rapidísimo. Pero no.

En poco tiempo he acabado dos jerseys, el Bite Sweater de mi hermana la gafapasta, y este jersey en punto ajedrez que traigo por aquí hoy. Vi el patrón de este jersey en una revista que tenía mi madre un día el año pasado. Y, tras comprobar que más o menos entendía el patrón y lo veía realizable, lo quise para mí. Compré la lana entonces y, viendo que era un proceso largo (y tras el frustrante primer intento de jersey, que al final tuvo un final medio feliz), decidí empezarlo en verano para tener listo para este invierno.

Sí, sí, el verano pasado.

Obviamente no es lo único que he tejido este tiempo, pero sí que ha sido un proceso largo.  Afortunadamente, ya me conciencié de ello, así que poco a poco iba haciendo, sin agobiarme, sin desesperarme, pero tampoco sin dormirme. Y poco a poco tuve lista la espalda, luego el delantero, luego una manga, luego la otra, luego un trozo de la capucha y luego otro. Y entonces, cuando llegas a ese punto, te das cuenta de que necesitas a un experto en puzles para conseguir convertir todos esos trozos en (algo parecido a) un jersey.



Sorprendentemente, me puse a coserlo y sí, finalmente ¡se convirtió en un jersey! Con capucha. Y, aún más sorprendente aún, me va perfecto de talla. Y me encanta, lo adoro, es calentito pero no pesa nada de nada.

Y como me sobraba mucha lana, aproveché a tejer unos mitones a juegos, cuyo patrón lo saqué del primer número de la revista de Pearl Knitter. Un proyecto cortito, rápido y estupendo para aprovechar restos de lanas. Yo sé de una que ya me ha pedido unos para ella (guiño, guiño, ¿eh, gafapasta sister?).

En las fotos, el jersey y los mitones. Este jersey es como el vestido ese del otro día: las fotos no reflejan su color real. La más parecida es la foto de la foto del móvil. El color (casi) real es el del fondo.

Y, como es jueves, ¡nos vamos a RUMS!





miércoles, 4 de marzo de 2015

"La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey" de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows

Siguiendo la estela de “libros que llegan a mí de manera poco habitual” que inicié el otro día con “Runaway”, la última novela de Peter May, llega hoy otro libro que llegó a mis manos gracias a la porra de Hacienda de Bichejo. He debido haber sido muy buena en los últimos tiempos, porque he ganado dos concursos con libro de premio. Y esta vez fue ¡premio doble! Dos libros sorpresa, cortesía de Bich.

El primero que me he leído ha sido éste. Mi hermana la gafapasta me dijo que me encantaría y me ha encantado. Lo leí en dos días y ya se lo he dejado a mi madre para que se lo lea. Me encantó, creo que me lo podría leer ahora mismo sin problema. Es, además, de esas historias que según las lees te gustan más y más y más.

La protagonista, Juliet, es una escritora en busca de argumento para su próximo libro. Gracias a un libro que perteneció a Juliet, empieza un intercambio de cartas con un habitante de la isla de Guernsey que le lleva a descubrir la existencia del club de lectura que da nombre al título, su curiosa creación y a sus integrantes, con los que también empezará una interesante correspondencia. Todo con el trasfondo de la II Guerra Mundial, incluyendo la ocupación nazi en Guernsey.

Ya lo he dicho, me ha encantado el libro, me ha gustado mucho. Me ha parecido sencillo, fresco y alegre, pero con ese trasfondo realista y gris que una guerra siempre da. Su protagonista, Juliet, es simpática, decidida, irónica y aventurera. Por no hablar de los secundarios, maravillosos todos, unos amables y simpáticos, otros patosos y tranquilos, otros ligeramente retorcidos. Genial todo.

Me ha hecho muy feliz leer este libro.

¡Gracias Bichejo por ponerlo en mi vida!

Por cierto, quiero ir a Guersney.

lunes, 2 de marzo de 2015

De fin de semana

Ya conté por aquí que el mes de enero es un mes eminentemente festivo en mi isla. Tan festivo que hasta exportamos fiesta. El último fin de semana de enero, las fiestas de Sant Antoni, con sus gigantes, sus fuegos, sus ximbombes y sus músicas tradicionales se trasladan al barrio de Gràcia de Barcelona. Es una tradición que empezó hace más de 20 años, con la excusa de que muchos estudiantes mallorquines desplazados a Barcelona no podían viajar a la isla en mitad de enero, entre el descanso navideño y los exámenes. La fiesta fue arraigando y lo de pasar el último fin de semana de enero en Gràcia es ya una tradición para muchos mallorquines.

Este año, aprovechando que el evento coincidía con los 40 de mi hermana la gafapasta, decidimos hacer algo un poco diferente el resto de los años: nos fuimos un día antes y pasamos dos noches en Girona. Girona es una ciudad, bueno, una provincia que me encanta. Y así, pasamos sus 40 yendo a algunos de mis lugares favoritos del mundo mundial: Besalú, el Cap de Creus, Cadaqués y Port Lligat. También estuvimos en Girona, aah Girona, y, ya de vuelta a Barcelona, una compra de libros en el fnac (eso es tradición ya también), teatro, música tradicional y fiesta. Al día siguiente, a mí me tocó madrugón porque volvía a la isla pronto, ya que en 48 volvía a Roma. Pero aún así, fue un fin de semana estupendo.

Ya ha pasado un mes. Qué rápido ha pasado este corto Febrero.

Las fotos, de ese fin de semana. Por supuesto.











sábado, 28 de febrero de 2015

"Runaway" de Peter May

Los libros llegan a ti de mil y una forma diferentes. Algunos los compras porque te atrae el título, te gusta el autor o alguien te lo ha recomendado. Otros te los regalan o te los prestan. Éste llegó a mí a través de un concurso. Como ya conté aquí, fui seleccionada como súperfan de Peter May y, entre los regalos que recibí, uno fue una copia de esta novela, varias semanas antes de que se publicara. Todo un lujo, la verdad.

Me costó empezar a leer este libro. No creo que fuera por temor a que no me gustara (aunque igual sí), sino porque creía difícil olvidar a Fin Macleod, el protagonista de la trilogía de Lewis (de la que, por cierto, aún tengo que leerme el último tomo), un personaje al que adoro. Me encanta Fin y creo que estoy posponiendo leerme el último libro de la trilogía porque no quiero despedirme de él. Así que empecé leyendo este libro con cierta reticencia. Pensaba que iba a añorar a Fin, pero desde el capítulo tres, ya adoraba a Jack, su protagonista. Jack es un anciano que vive en Glasgow y que 50 años atrás formó parte de un grupo de música junto con otros cuatro amigos, con los que huyó a Londres en busca de fama. De aquellos cinco muchachos, sólo tres volvieron a su ciudad natal, no mucho después. Y ahora, los tres, junto al nieto de Jack reemprenden de nuevo el camino hacia Londres, para enfrentarse a la parte más oscura de lo que pasó durante aquella huída.

El libro, como los de la trilogía de Lewis, está contado a dos voces y a dos tiempos: el presente en tercera persona, desde el punto de vista de Jack y los eventos de 50 años atrás en primera persona, por el propio Jack. Me ha gustado mucho, muchísimo, a pesar de mis reticencias iniciales o tal vez precisamente por ellas. Aunque se suelen etiquetar las novelas de Peter May como novela negra, yo diría que son siempre mucho más que eso, especialmente ésta. De hecho, la parte criminal de la historia es bastante secundaria; aunque es la desencadenante de mucho de lo que acontece en la novela, no tiene un papel tan fundamental como por ejemplo en los libros de la trilogía de Lewis. De cualquier forma, a mí eso no me ha parecido nada negativo, al contrario: la historia de la huída de los muchachos, de lo que ocurrió en Londres y, sobre todo, sus historias ya de adultos, con sus frustraciones, con esa visión de la vida que sólo la gente que tiene una edad y ha vivido mucho, es más que suficiente para enganchar. Casi, casi, la intriga de una muerte (o más de una) es lo de menos. Jack es un tipo cansado, frustrado, pero con una vitalidad y un pasado fascinante, como va descubriendo poco a poco su nieto, Ricky, un personaje al que odias cuando aparece por primera vez, pero que evoluciona maravillosamente a lo largo de la novela.

Una novela muy recomendable, como me parecen a mí todas las de este autor. Al menos las que he leído hasta ahora. Y basada en la propia huída de su autor a Londres cuando era jovencito, como él mismo cuenta aquí.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Trevi

El otro día estuve en la Piazza di Trevi, donde está la fuente del mismo nombre. He estado allí ya dos veces este año. Y sólo estamos en Febrero. Fue una promesa estúpida que me hice a mí misma hace un año: cada vez que fuera a Roma, iría a la Fontana. Desde que me prometí aquello, he ido ya cuatro veces.

La Fontana di Trevi es mi lugar favorito de Roma, ya lo conté aquí. Incluso estando en obras como ha estado las últimas veces que la he visitado. Esta última vez, bajo la lluvia, haciendo algunas fotos (como si no tuviera ya suficientes fotos…) y tras tirar una moneda para asegurar que regresaré, pensé en esa absurda promesa mía, en esa absurda insistencia. ¿Por qué voy, por qué tengo que ir, por qué quiero ir? Y me sorprendí de mi propia obstinación en volver y volver allí, habiendo aún lugares de Roma que no conozco (SIEMPRE hay lugares de Roma por descubrir). Me di cuenta que volver a lugares conocidos (y queridos como ése) me impedía descubrir lugares nuevos.

Y entonces lo comprendí.

La Fontana di Trevi es sólo una metáfora.

Hasta que no me aleje de ella, hasta que no me separe de ella, no podré abrir mi mente y conocer otros lugares que, seguramente, son igual de impresionantes. O más. La Fontana está ahí, es bellísima, verla me hace feliz, verla me hace querer volver, incluso cuando me está diciendo a gritos que no vaya, con todos esos andamios que la tapan. Pero yo, cabezona, sigo yendo, una y otra vez. “Hasta aquí”, pensé el otro día. Y allí estaba yo, delante de la Fontana, despidiéndome de ella, dejándola ir, dejándome ir yo. Preguntándome por qué diablos no puedo superar esa adicción. Y decidida a superarla.

Después de echarle un último vistazo y salir por una calle lateral en plan heroína lánguida y trágica, pensé “Menuda estupidez. Mi Fontana es mía (o mejor, mi adicción a la Fontana es mía) y hago con ella lo que quiero. Volveré”. Y me quedé un poco más tranquila.

Pero mientras mi mente racional y cabezona me decía que tengo todo el derecho del mundo a volver a la Fontana cuando quiera, mi corazón sabía que estaré un tiempo sin verla. Aunque sea por obligación. Porque esto de viajar a Roma hasta la extenuación ha sido una racha que, creo, casi ya se acabado.

Y porque tal vez, realmente, de verdad, debería dejar de ir a la Fontana.

O no.

No sé si me explico.

martes, 24 de febrero de 2015

Invierno

El invierno, en mi huerto urbano, no es especialmente espectacular. Y supongo que por eso me he olvidado bastante de mis plantas durante varias semanas. Pero, no nos engañemos, ellas siguen ahí y, hace ya unos días, les dediqué un rato para adecentarlas e irnos preparando para la primavera que ya se acerca.

Recolecté algunas zanahorias. Deliciosas y diminutas. Las que sembré en diciembre progresan adecuadamente. Y sembré algunas más.

Los guisantes que planté han superado mi indiferencia y crecen sanos, felices y llenos de flores y algún que otro fruto.

Mis mini-cactus tienen un color estupendo. Y siguen engordando.

Los pequeños fresales han superado las noches de mucho frío de las últimas semanas, unos mejor que otros, pero intuyo que en cualquier momento empezaré a recolectar fresas. Escasas y diminutas, pero mis fresas.

Sembré mis bulbos de narcisos que guardaba desde el invierno pasado y, ¡sorpresa!, están vivos y dan unas hojas muy verdes y fuertes (la foto tiene ya 10 días, ahora están aún más bonitos).

Y mi bosque de ginkgos, ay, mis ginkgos. Necesitaron una limpieza en profundidad para eliminar la plaga de cochinillas que los maltrataba desde hace muchos meses y quedaron limpitos, peladitos, sin una sola hoja, pero sanos y llenos de energía, como siempre. En su limpieza, me fijé en que sí, ya están ahí formándose las primeras yemas de sus hojas. Cualquier día me dan una sorpresa. Lo sé. La espero con ganas.












domingo, 22 de febrero de 2015

"La teoría del todo" de James Marsh

Leí “Breve historia del tiempo”, el libro más conocido de Stephen Hawking, siendo adolescente. Aunque ahora mismo no recuerdo nada del libro, sé que me flipó, me alucinó y me hizo pensar mucho, algo maravillosa para mi mente inquieta de entonces (la de ahora no sé si es tan inquieta, igual sí). La historia de Stephen Hawking me llamaba mucho la atención: ese pobre señor en una silla de ruedas y teniendo una mente tan brillante como la suya. No sé, me parecía extraño y contradictorio. Con el tiempo, la manera de pensar cambia y te das cuenta de que lo de encasillar a la gente con etiquetas es un error descomunal y que los prejuicios no sirven de nada.

Pero yo había venido aquí a hablar de cine.

Fui a ver “La teoría del todo” sabiendo bastante de la historia de Hawking. Es decir, cuando a los 21 años le dicen que le quedan 2 años de vida, ya sabía yo que le quedaban más, porque aún sigue vivo. (Y no me acuséis de spoiler con esto, porque quien no sepa que Hawking vivió mucho más que esos 2 años, se merece que le cuenten el final de todas las películas del mundo). A lo que iba, la historia cuenta la relación de Hawking con su primera mujer, desde que se conocen. Cómo se enfrenta a su enfermedad, cómo esa enfermedad marca su vida y sus avances como investigador.

A mí la peli me ha encantado. Y mucho (aunque por ahí dicen que hay muchas razones por las que no debería ganar el Óscar). Me parece una película sencilla, bien tratada, elegante y que deja claras sus intenciones. Por ahí dicen que habla poco de ciencia. Bueno, yo creo que esta película es una historia de amor, la ciencia es sólo la ocupación de su protagonista y creo que en eso es clara desde el mismo póster. No es una película de divulgación científica (que sí, que andamos necesitados de eso, pero no es el caso). Repito, me ha encantado, me ha parecido tierna, romántica, dura y respetuosa. No olvidemos que sus protagonistas siguen vivos, así que tampoco creo que haya que ir más allá de lo que pretendía contar: superación, amor y respeto. Está muy bien hecha, y tanto él (Eddie Redmayne) como ella (Felicity Jones) lo hacen genial.

Lo que más me ha flipado es la reacción de él cuando le dicen que le quedan dos años de vida: se pone a hacer un doctorado. Con un par. Plas, plas, plas. (Aplausos). Me encanta. De verdad. Eso demuestra la gran madera de científico que tiene este hombre.

Muy recomendable.