viernes, 31 de octubre de 2014

Palabras feas

Pólipos. Ecografía. TAC con contraste. Inyecciones. Heparina. Preoperatorio. Coagulación. Cirugía. Láser. Sonda. Biopsia. Carcinoma. Grado tres. Agresivo. TAC con contraste. TAC sin contraste. Gammagrafía. Placa de tórax. Estenosis carotídea. Tiempo de Quick. Cistectomía parietal de cúpula. Linfadenectomía. Drenaje. .Sonda. Espasmos. Fiebre. Urgencias. Absceso. UCI. Sepsis. Hipotensión. Drenaje. Visitas restringidas.

Hay mogollón de palabras feas ahí fuera.

Y un día, de repente, aparecen en tu vida y, a pesar de lo terroríficas que suenan, se convierten en algo habitual de tu día a día. Incluso las pronuncias con una normalidad que te parece apabullante.

Hace ya un par de meses que muchas palabras feas se colaron en mi día a día y hace ya unos días que me he vuelto experta en pinchar heparina en tripas ajenas, identificar dolores nuevos y vaciar bolsas de recogida de orina. Y de dejar de hacerlo, para que otros se dediquen a cuidados más intensivos. Y, aunque la situación dista aún mucho, mucho de estar normalizada, necesito poner un poco de orden a mi día a día, necesito volver a una cierta normalidad, necesito volver a trabajar, leer, escribir, tejer, bailar, salir. Necesito cargar pilas, ignorando si hace falta el cansancio y el dolor de garganta que me ronda. E intentar seguir sonriendo porque, al fin y al cabo, de eso es de lo que se trata la vida.

domingo, 19 de octubre de 2014

Octubre

Octubre. Domingo 19.

Temperaturas máximas por encima de 30º.

Así que, como reza un proverbio que me he inventado esta mañana, “Si Octubre te trae temperaturas por encima de 30º, vete a la playa”.

Y eso he hecho.







Buen inicio de semana.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Hablar sin saber

Somos expertos en hablar sin saber. Somos expertos en dar opiniones definitivas de temas de los que sólo hemos leído los titulares. Somos expertos en dar lecciones magistrales después de ver un documental sobre algo de lo que antes ni sabíamos su existencia.

No es una novedad, no es algo nuevo, ni siquiera es algo a lo que una servidora escape. No en vano yo misma tengo una categoría en este blog llamada “lecciones magistrales”. En mi defensa diré que mis lecciones magistrales surfean entre consejos que a mí me hubiera gustado que me dieran a entradas netamente irónicas, rozando incluso lo absurdo.


En cualquier caso, nuestro día a día está lleno de expertos en hablar sin saber. Esa difusión del desconocimiento es la que provoca terrores colectivos y epidemias de ignorancia. Hoy mismo, hace un rato, en las noticias en una cadena de televisión nacional estaban hablando de una contaminación en el agua en Cádiz. La presentadora, ella muy ufana, comentaba que estaban a la espera de los resultados de los análisis y ha dicho algo así como que el problema sólo se daría por solucionado cuando los resultados de los análisis fueran “positivos”.

Madredelamorhermoso.

Pobres los de Cádiz, porque si les dicen que pueden beber agua cuando los resultados son positivos, se van a intoxicar.

Que yo sepa (y que me corrija la autoridad competente si estoy equivocada), si una analítica en busca de bacterias coliformes (como era el caso) es positiva, significa que hay presencia de las susodichas bacterias en el agua. Es decir, que “positivo” no significa que sea guay, bueno y estupendo, significa que efectivamente SÍ hay bacterias en el agua. En cambio, un resultado negativo no es que sea algo malo o triste, es que NO hay bacterias en el agua. Es lo mismo que, por ejemplo, un test de embarazo: positivo es que sí hay embarazo, negativo que no lo hay, cuando las connotaciones personales (“Uy, ¡qué bien!” y “Uy, ¡qué mal!”) son totalmente subjetivas y no tienen por qué coincidir con las anteriores.

Y ahora me imagino al político de turno ansioso por salir en la tele, acercándose a un posible afectado de ébola, diciéndole “Enhorabuena, me ha dicho que sus resultados son positivos, ¡qué bien!”. Y salir de allí todo sonriente, para ir a gastarse cuatro veces el salario mínimo en un balneario de relax, como gastos de representación, claro.

domingo, 12 de octubre de 2014

La naturaleza

Recuerdo que una vez, siendo pequeña, tuve que dibujar para clase un animal imaginario. No recuerdo ni qué edad tenía ni cuál era el propósito de aquella actividad, pero sé que dibujé un animal de cuatro patas, un reptil, con todo el cuerpo lleno de pinchos. Estaba muy orgullosa de aquel animal imaginario. Hasta que años después, en algún sitio, vi una foto de un animal muy parecido a éste:



Que era, ni más ni menos, el bicho que yo había dibujado. Qué decepción, la naturaleza era más creativa que yo.

También de pequeña, recuerdo que estaba fascinada por los mapas (sigo encontrándolos fascinantes). Me fascinaba la forma que tenían América del Sur y África, como prácticamente encajarían perfectamente si se movieran. Y me parecía que ese patrón se podría repetir en otros lugares de la tierra. Me entraban ganas de recortar el mapa e intentar encajar las piezas, como un puzle. Años después, cuando estudié algo de Geología y la tectónica de placas, descubrí que, efectivamente, los continentes son un auténtico puzle. De nuevo, la naturaleza me había ganado.

En otra clase de ciencias, estudiábamos los atolones, esas islas redondas con una laguna en el centro. El libro proponía una serie de explicaciones a su formación, creo que tres y la que más me llamó la atención fue la que decía que eran antiguos volcanes sumergidos. Me pareció una explicación tan bonita, tan creativa, tan imaginativa que no creí que fuera la verdadera, pero quería que fuera la verdadera. Y sí, efectivamente, era la verdadera. Una vez más, la naturaleza me sorprendió con su creatividad, lo había vuelto hacer.

Creo que fue así, poco a poco, a lo tonto, como me enamoré del planeta Tierra. Supongo que fue así, poco a poco, a lo tonto, como acabé haciéndome científica.

Me faltan vidas para seguir sorprendiéndome por la naturaleza que nos rodea. Me faltan vidas para ser capaz de entenderlo todo.

jueves, 9 de octubre de 2014

Ojos

Yo me enamoro por los ojos.

Me miran de manera un poco especial y ya me enamoro.

Soy así de simple, de fácil.

Luego puede venir todo lo demás, todo eso que dicen que te enamora de una persona. Pero a mí me miran más de tres segundos seguidos directamente a los ojos y ya creo que he encontrado al amor de mi vida.

No confundamos: no son todas las miradas, claro que no. No todo el mundo mira igual durante más de tres segundos. Pero, a mí, las miradas me enamoran.

Mirad qué simple soy.

Y así (de fatal) me va, claro.

PD: No os pensáis que hoy me han mirado así y me he emocionado, nada de eso. Simplemente, es una reflexión histórica de mi vida.

martes, 7 de octubre de 2014

La zona de confort

La zona de confort es algo así como estar a gusto con todo en nuestra vida y no pensar en cambiar nada de ella. La zona de confort por lo visto es un lugar horrible y aburrido, en el que no pasa nada. O al menos eso es lo que parecen decir cientos y cientos de fotos bonitas con frases profundas que circulan por ahí. Tipo estas:





No sólo eso, por lo visto, la zona de confort es un lugar gris y tenebroso y si quieres ser feliz y llegar a la zona mágica tienes que salir de ahí. O al menos eso parece.



O sea, la magia está más allá de donde tú vives.

Y un pimiento.

A ver, no pongo en duda la validez psicológica del término pero tengo la sensación de que lo de la zona de confort se nos ha ido de las manos. Parece que si no viajas con mochila a alguna selva, si no dejas tu trabajo para montar un negocio de forrado de botones o si no te separas de tu pareja e intentas ligarte a George Clooney, eres un desgraciado.

Y, qué queréis que os diga, lo de salir de la zona de confort está sobrevalorado.

Que sí, que no hay que acomodarse, que hay que aprender y que sólo si arriesgas conseguirás más pero, ¿por qué queremos más? O mejor dicho, ¿queremos todos realmente más? La vida es un continuo cambio y hay que adaptarse a nuestra realidad diaria para que encima haya que dejarlo todo para luchar por tus sueños. ¿Luchar por tus sueños? Ahora parece que todos debemos tener sueños exóticos, novedosos, apasionantes, apabullantes y vidas llenas de aventuras sofisticadas, fantasías sólo realizables si abandonamos nuestra realidad y que, cuando por fin consigues cierta estabilidad (laboral, social, familiar, o de cualquier tipo) hay que dejarlo de lado y pedir más. Siempre más y más y más.

¿No sería mejor, simplemente, parar un momento y disfrutarlo? ¿Al menos un poquito?

No me malinterpretéis, yo soy la primera que soy feliz cogiendo un avión y llegando a una ciudad desconocida, me encanta aprender y creo que hay que luchar por los sueños pero también me gusta pararme y disfrutar de cosas tan simples y sencillas como ver una serie desde mi sofá y tejer un poco, pasar un día en la playa o tomarme una caña con los amigos. No sé, creo que hay un equilibrio entre disfrutar de lo que se tiene y luchar por cosas nuevas. Está claro que vivir amargado con tu día a día, simplemente acomodado por la cotidianeidad es sinónimo de infelicidad, pero estar en continuo cambio, estar siempre avanzando, no disfrutar ni un minuto de lo que has conseguido para ir a por lo siguiente también es frustrante.

Repito, seguramente el concepto psicológico detrás de toda la parafernalia que circula por ahí es bueno, pero ¿”la vida comienza al final de tu zona de confort”?

WTF!?

En la zona de confort se está bien. Y sí, supongo que hay un riesgo de estancarse, claro, pero creo que la vida ya te obliga a salir de la zona de confort continuamente, lo quieras o no y a veces, es necesario disfrutar de la zona de confort. Lo dicho, ni tanto ni tan calvo, equilibrio.

Además, cuando sales de tu zona de confort en el fondo lo que haces es ampliar tu zona de confort, así que hasta ese sueño que has conseguido se transforma en polvo gris. Y tienes que volver a salir de tu zona de confort, sin tiempo para disfrutar de tus recién adquiridos méritos (o sueños cumplidos) y empezar de cero Porque, por lo visto “la vida comienza al final de tu zona de confort”.

Uf, a mí me estresa un poco. Porque para mí, mi vida es parte de mi zona de confort. Y, sí, claro, más allá hay cosas que voy descubriendo (voluntaria e involuntariamente) de manera continua. Pero también me gusta disfrutar de lo que conozco.

O igual es que, a menudo, cuando he salido de mi zona de confort, cuando he arriesgado, cuando he luchado por lo que soñaba, me he dado unas hostias impresionantes y por eso prefiero refugiarme en mi zona de confort, por pura cobardía o por propia comodidad. Porque de vez en cuando, apetece refugiarse en lo conocido antes de volver a arriesgar.

Todo esto viene porque estos días (o semanas o meses) hay obras por mi barrio y cada día tengo que buscar una nueva ruta para llegar al aparcamiento. O sea, mi zona de confort en este caso sería mi ruta habitual (aunque en realidad tengo 2, 3 y hasta 4 rutas más o menos habituales) y ya he pasado por la zona de aprendizaje (conducir por calles vecinas por las que casi nunca pasaba, entrar por mi calle en dirección prohibida) y hasta por la zona de pánico (saltarme algún ceda el paso con el consiguiente riesgo). Estoy impaciente en llegar a la zona mágica de esta historia aunque ni se me pasa por la cabeza qué maravillas mágicas van a traer a mi vida el salir de mi zona de confort automovilística.

Y aquí un video sobre la zona de confort que en su día me gustó mucho. Hoy no me he atrevido a volver a verlo, porque igual después de verlo borro esta entrada. Así que me arriesgaré y la publico.

lunes, 6 de octubre de 2014

Lo del ébola

La que se está armando con el virus del ébola. Esta tarde, estaba trabajando tranquilamente y escuchando la radio cuando he oído la primera alarma de un posible caso de contagio secundario a una enfermera de Madrid. Cuando he cogido el coche tras la clase de lindy hop, he oído por la radio el inicio de la rueda de prensa en la que se confirmaba la noticia.

“Menuda cagada”, he pensado.

Sí, menuda cagada.

Estuvimos discutiendo sobre el ébola en un soleado día de verano con unas amigas, todas biólogas de carrera u honorarias. Hacía pocos días que habían traído al primer religioso enfermo y, mientras algunas consideraban el hecho una barbaridad, yo no tenía una opinión tan clara. Bueno sí: tenía (y sigo teniendo) claro que si hubiera sido un familiar mío, hubiera querido lo trajeran. Pero, pensándolo fríamente, traerlo habría sido (y fue) una barbaridad. Luego hubo un segundo caso y pasó lo mismo, con el mismo resultado final. Y luego pasó lo del espeleólogo atrapado en una cueva peruana, en cuyo rescate no participó el Gobierno porque aparentemente no cubre accidentes en situaciones arriesgadas. O algo así. Aunque, ¿no deja de ser un riesgo trabajar con pacientes enfermos de ébola?

La cuestión es que lo de repatriar enfermos de ébola ha sido una cagada, como se ha demostrado hoy. O tal vez la repatriación no lo ha sido, pero que se haya producido (de momento) un contagio sí que es una gran cagada. Movilizar enfermos contagiados de un virus tan mortífero como éste es sumamente peligroso. Me flipó en su día que se decidiera de manera rápida y aparentemente sin ningún tipo de consulta. No hablo de la consulta catalana (jajaja), hablo de que tal vez, sólo tal vez, el Gobierno español no debería haber tomado esa decisión sin consultar no sólo a expertos en el tema, sino a autoridades superiores, sí, europeas, porque, no olvidemos, la circulación de personas es libre entre nuestras fronteras, con lo que repatriar a una persona enferma a España es prácticamente hacerlo a Alemania o a cualquier otro país europeo.

Igual suena frívolo, pero lo del ébola me recuerda soberanamente a “Guerra Mundial Z”, el libro, no la película que no he visto (ni quiero ver). Desde el primer momento en el que se habló de este brote de ébola, mi mente lo compara con la epidemia zombi del libro. Y sigo haciéndolo. Las imágenes de controles entre países africanos afectados por la enfermedad me recordaban terriblemente a los controles con perros para detectar zombis que describe el libro. Hasta la presencia de un supuesto suero curativo (o los correos en mi bandeja de entrada sobre una supuesta vacuna) tiene su equivalente en el libro. Y, al igual que pasa en el libro, está empezando a cundir el pánico, a un nivel, de momento limitado y siendo ésta una epidemia, de momento, más controlada pero mucho más terriblemente real.

Sólo veo una parte positiva a esto: tal vez ahora por fin, por fin ahora, los países llamados desarrollados acepten que hay un problema serio, muy serio en algunos países africanos y que es necesario todo el apoyo internacional para frenar este virus. Porque es una cosa seria, muy seria. Hay mucha gente muriendo por culpa del ébola, mucha. Es una enfermedad muy grave y muy contagiosa y en algunos países de África está haciendo estragos. Pero parece que las únicas muertes que importan son las de blancos. Una vez más, África sigue siendo la gran olvidada. O ignorada.

La ilustración, de André Carrilho, la vi hace algunos días en twitter y no podría parecerme más adecuada.

miércoles, 1 de octubre de 2014

En otoño

El otoño es mi segunda estación favorita del año, por detrás del verano. La única pega que le veo es que viene justo después de mi estación favorita, así que me pilla un poco enfadada porque aquélla se acabe. Pero me encanta el otoño, de verdad. Me encantan los días aún cálidos y las noches frescas, en las que hay que taparse ya un poco (o bastante) para dormir a gusto. Me encantan los atardeceres lentos, pausados y llenos de colores del otoño. Me encantan las tormentas, las lluvias inesperadas, el olor a tierra mojada.

El otoño también es un momento bonito en mi huerto urbano.

El fresal que hace unos meses estaba bastante raquítico se está reproduciendo a toda velocidad y ya son muchos los pequeños fresales que tengo que repartir entre amigos y conocidos.

Ya he recogido algún rabanito y otro muchos sembrados hace mes y medio están creciendo a buen ritmo. Igual que las zanahorias.

Y nuevos rabanitos y zanahorias han sido ya plantados.

Incluso me he sorprendido con la presencia de nuevos pimientos.

La buganvilla está más bonita que nunca, con flores y flores que no paran de crecer.

Y el otoño empieza a hacer mella en el bosque de ginkgos, con las hojas volviéndose poco a poco amarillas e incluso desprendiéndose ya de algunas.

Ah, otoño, dulce estación.

Pero yo aún tengo ganas de playa.







 

domingo, 28 de septiembre de 2014

Hace un año

Tal día como hoy, hace justamente un año, comí con estas vistas.



La charca de Okakuejo, en Etosha (Namibia).

Y aún hoy me pregunto si fue verdad o tan sólo un bello sueño.

Aunque debió ser verdad, porque hay pruebas que documentan la excursión.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Va de meme

Llevo un par de semanas con un ritmo blogueril lento, muy lento, no sólo de escribir, sino también de leer. Tengo entradas propias pendientes de publicar, de redactar y hasta de pensar y tengo entradas ajenas pendientes de ojear, de leer y de contemplar. La vida es así, el cansancio es así y la pereza es así.

Echando un vistazo por encima a las entradas de los blogs que leo normalmente, me he encontrado un meme en el blog de Gordipé que también ha hecho mi hermana la gafapasta, así que me ha parecido una buena manera de quitarme la pereza blogueril.

¿Qué sería yo si fuera…? (Ojo, voy a poner lo que creo que yo sería, no mis cosas favoritas).

Un animal. Un oso, porque en invierno tiendo a hibernar.

Un libro. Uno de papel, de esos que pasan desapercibidos en las estanterías, pero que te sorprenden cuando los abres. Por ejemplo, “La isla de los cazadores de pájaros” de Peter May.

Un coche. Un utilitario, sencillo, útil, austero, pero con un par de detalles graciosos.

Una película. "Amelie" de Jean-Pierre Jeunet. Porque me gusta sonreír. Y por el gnomo viajero.

Un árbol. Una higuera. Sí, sí, la respuesta obvia hubiera sido un ginkgo, pero no creo que sea tan fuerte como ellos. Yo soy más higuera.

Una canción. Depende del día. Así, en general, he sido durante bastante tiempo “High Hope” de Glen Hansard, soy a menudo “La luz de la mañana” de Facto Delafé y las Flores Azules y ahora creo que soy “Song beneath the song” de Maria Taylor (y no porque salgan ginkgos en el video).

Una bebida. Agua. Clara y transparente.

Una comida. Una ensalada de lechuga y con todas esas cosas tan sanas, coronada por queso de cabra y maíz tostado.

Una prenda de vestir. Unos zapatos, más cómodos que bonitos. Pero un poco bonitos también.

Un cuadro. Un cuadro de Edward Hopper, pero no sé cuál. Puede que éste, éste, éste o, más probablemente, éste.

Un edificio. La Hundertwasserhaus de Viena. O igual la Casa Danzante de Praga.

Y con estoy y un bizcocho, se acaba el meme por hoy. No nomino a nadie. Imaginad si nomino a alguien y no lee esto y no lo hace y yo me siento fatal y… y… Vamos, que quien quiera, que lo haga y que se lo pase tan bien como yo haciéndolo.


En la foto, el faro del puerto de Águilas (Murcia), que no tiene nada que ver con la entrada, pero me apetecía ponerlo aquí.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Zagreb

Después de unos días con el blog a medio gas, voy a intentarme ponerme al día y qué mejor que hacerlo un lunes a primera hora de la mañana, aprovechando que me he despertado a una hora inusitadamente temprana.

Y empezamos con Zagreb, una ciudad de la que volví hace ya dos semanas. Mi primera visita a Croacia desde que forma parte de la Unión Europea, mi segunda visita en total, pero primera vez en su capital.

Zagreb es una ciudad grande, pero con una parte antigua, un centro, pequeño y manejable. Es una ciudad viva, llena de cafeterías con terrazas y gente en la calle a todas horas. Es un lugar en el que hay sitios para comer y sitios para beber, pero sólo en los restaurantes puedes comer y beber a la vez. Es una ciudad con un funicular antiguo, corto pero tan, tan especial que tuve que subir en él dos veces para quedarme contenta. Es un lugar con tranvías azules, casas de tejas planas que, en alguna iglesia, son tejas de colores. Es una ciudad con un mercado al aire libre de toldos rojos a los pies de una Catedral con dos torres. Es una ciudad de casas bajitas y de colores, que resultan especialmente bonitas con el contraste único que provoca la lluvia. Es una ciudad de edificios majestuosos, grandes parques llenos de árboles, un jardín botánico precioso y flores por las calles.

Zagreb huele a lavanda. Y nos llovió todos y cada uno de los días que estuvimos allí. Me quejé bastante de la lluvia, pero admito que es una ciudad a la que el contraste de colores que provoca la lluvia le sienta muy, muy bien.
















martes, 16 de septiembre de 2014

"The Thread" de Victoria Hislop

Soy muy, muy fan de Victoria Hislop. Sus libros me entretienen lo suficiente para leérmelos en inglés y engancharme (y para comprarlos luego en español a mi madre). Antes que éste me había leído ya “The Island” y “The Return”, y me habían gustado mucho. Me gusta esta autora porque aúna las características de un best-seller (ligero, fácil de leer, rozando casi el culebrón) con un contexto histórico que te hace aprender sobre Historia fácilmente (a los ignorantes históricos como yo) y te hace querer profundizar más en el tema y leer más. El primero se sitúa en Creta y más concretamente en Spinalonga, la última colonia de leprosos de Europa. El segundo, en Granada, en la época de la guerra civil. Con “The Thread” (“Los hilos de la memoria”, se llama en castellano), vuelve a Grecia, esta vez a Tesalónica, cubriendo el período desde el incendio de 1917 en el que casi se destruye la ciudad hasta el terremoto de 1978.

Pero la historia comienza en 2007. Una pareja de ancianos le explica a su nieto, que vive fuera del país, el apego que sienten hacia la ciudad en la que viven, Tesalónica, a través de la historia de sus vidas y la historia de la ciudad y del pueblo griego. La (siempre) difícil relación con Turquía, la convivencia de cristianos, árabes y judíos en la ciudad, dos guerras mundiales, los cambios sociales y el devenir político de todos esos años marcan la historia de Dimitri y Katerina.

Ya lo he dicho, me encanta esta autora y creo que me encantará todo lo que lea de ella. Me gustan sus personajes femeninos, fuertes y apasionados, y me gusta conocer más de la historia reciente de Grecia, bastante desconocida para mí. Tengo otro libro suyo de relatos cortos pendiente de leer que compré en Dublín el año pasado (éste creo que lo compré en Creta la última vez que estuve) y sé que va a sacar otro próximamente. Sobre Chipre, otro lugar que me fascina y apasiona y con una historia reciente muy interesante. Lo espero impaciente.

Y ahora quiero ir a Tesalónica, por supuesto.

viernes, 12 de septiembre de 2014

David Bisbal

El otro día (el otro día de pagès, como decimos por aquí, o sea, hace tres semanas) fui a un concierto de David Bisbal. Y lo digo así, directamente. No sé nada de música, pero me gusta la música. Y hay cosas que me gustan y cosas que no. Y hay cosas que me encantan y hay cosas que me parecen un divertimiento. Creo que hay una música para cada momento, que nuestra vida está marcada por canciones y todos nosotros tenemos una banda sonora propia, que marca los instantes de nuestras vidas. En mi caso, la banda sonora es de lo más heterogénea. Le doy a todo, o a casi todo, según me apetezca en cada momento y en cada lugar.

No digo todo esto para justificar que haya ido a ver a Bisbal. Bueno, igual sí. La cuestión es que a mí, en general, me gustan canciones. Oigo una canción y me gusta o no. A veces, me gustan grupos, cantantes o compositores (algún día debería hablar de mi amor absoluto hacia las bandas sonoras de películas), es decir, me gusta todo lo que hacen, pero eso es poco habitual. En mi lista de reproducción de mis favoritos aparecen desde Celine Dion hasta Yann Tiersen; Jorge Drexler suena después de Cold Play y luego Maldita Nerea y Noa; Bon Jovi se codea con Delafe y las Flores Azules y Bruce Springsteen está muy cerca de Alejandro Sanz, Neil Young, Glen Hansard, Miguel Bosé y Adele. Todo eso decorado con notas de música tradicional mallorquina, bandas sonoras y, últimamente, swing, bastante swing.

Vamos, que mis gustos musicales son bastante caóticos.

Curiosamente, Bisbal no aparece en mi lista de reproducción de favoritos, pero me cae bien. Y puedo pegar saltos oyendo “Ave María” o “Bulería”. Así que me pareció un idea estupenda pasar una noche de verano en un concierto suyo con un grupo de amigas (fuimos la plana mayor de las damas del feisbuk en casi su totalidad, aunque nos faltó una). Y, la verdad. Fue genial. Aunque no me sé ni la mitad de sus canciones, salté cuando cantó “Ave María” y me lo pasé estupendamente. Es un tipo que se ve que disfruta en el escenario, que se lo pasa en grande y que tiene un directo potente. Eso sí, no recordaba que hablando tuviera una voz tan aguda, parecía que se había bebido un globo de helio.

Un concierto genial, muy divertido. Aunque no me supiera las canciones. Ahí van algunas fotos.








lunes, 8 de septiembre de 2014

Ginkgos croatas

Siento una debilidad absoluta por los Ginkgo biloba, como ya expliqué en su día. Eso me ha convertido en detectora de ginkgos, allá por donde voy. Aunque sé que son un árbol habitual en jardinería, no deja de sorprenderme encontrármelos por las calles de ciudades tan dispares como Milán o Bruselas. Normalmente los detecto por las hojas que veo caídas y, sólo entonces, miro hacia arriba buscando las hojas típicas de estos árboles.

En Zagreb también hay ginkgos. No sólo eso, una hoja de ginkgo es el símbolo del jardín botánico de Zagreb, donde acabamos casi de casualidad el primer día de reunión y por el que paseamos un ratito antes de ponernos a trabajar. Como siempre, esta vez también vi una pequeña hoja y (ante el asombro de mis compañeros) grité “¡Por aquí tiene que haber un ginkgo”. Y, claro, los habías. Incluso había semillas, que no recogí (menudo fallo) y luego no tuve tiempo de volver a por ellas. Criar un ginkgo croata. No hubiera estado mal. Y paseando dos cámaras de fotos y dos objetivos diferentes, sólo a mí se me ocurre hacerles únicamente dos fotos con el móvil. En fin.

Pero esos no fueron los únicos ginkgos que vi en Zagreb o, mejor dicho, no fueron las únicas hojas de ginkgo que vi en Zagreb. Paseando por el centro, vi unos pendientes de hojas de ginkgo en una joyería. No iba a entrar, por miedo a que tuvieran un precio desorbitado, pero al final entré. Y me enseñaron una completa colección de preciosas piezas con la hoja de ginkgo como motivo. Pendientes en oro, plata y plata oxidada, de distintos tamaños y longitudes y anillos de varias formas y tipos. Madre mía. Tuve que contenerme para no ponerme a dar saltitos allí mismo. Al final decidí darme un capricho y regalarme un par de pendientes, a un precio razonable. Y ahora no puedo quitármelos. Me lo hubiera llevado casi todo. Qué maravillosos son estos fósiles vivientes.