martes, 29 de marzo de 2016

En primavera

Estamos en primavera. Y mis plantas lo saben.

Lo sabe el miniclavel, que sorprendentemente ha revivido después de mucho tiempo.

Lo saben las buganvillas, que llenan mis días de flores brillantes que se desperdigan por el balcón. (Nota: es absurdo barrer las flores de buganvilla del balcón en un día ventoso).

Lo saben los guisantes, que siguen saliendo como locos en la única planta que sembré este año.

Lo saben las fresas y los ajos, que crecen felizmente, unas junto a los otros.

Lo saben las fucsias, que están en plena explosión floral.

Lo saben los narcisos, aunque sólo he tenido una flor, que se abrió ayer. De momento.

Lo saben las tomateras y pimientos, que crecen aún protegidos por un invernadero lleno de polen de olivo. La albahaca aún no lo sabe y por eso aún no ha germinado.

Lo saben las zanahorias, aunque han salido menos de las que pensaba. Y hasta lo saben los puerros, que finalmente parece que alguno ha enraizado.

Y lo saben, sobre todo, mis gingkos. Como siempre, casi sin previo aviso, han empezado a crear hojas y hojas, con esa pasión y espontaneidad que les caracteriza.

Y esto sólo es el principio.













lunes, 28 de marzo de 2016

"The Martian" de Andy Weir

Ya comenté por aquí que cuando vi la película de “The Martian” y supe que estaba basada en una novela, quise leerla. Y leerla en inglés. No sé por qué. Creo que porque me pareció interesante y amena y que me entretendría lo suficiente para disfrutarla en inglés.

Así que, en cuanto he tenido oportunidad, la he leído, en inglés. Y me he encontrado exactamente lo que me esperaba, me ha encantado; en parte por los mismos motivos que la película (hacer amena y divertida una historia que, a priori, podría ser angustiosa y terrorífica), pero también porque está contada de una manera que te hace querer devorarla y no parar de leer. La historia ya la conté en su día: un astronauta, abandonado por error en Marte, tiene que ingeniárselas para sobrevivir en un entorno tan duro como el planeta rojo y con víveres limitados, mientras que en la Tierra lo dan muerto. Es una historia de supervivencia, muy ingeniosa y dinámica, muy bien contada y que engancha desde el minuto uno. Contada fundamentalmente en primera persona, en el diario que Mark Watney va escribiendo en Marte, pero alternando con cómo se vive desde la Tierra y desde la nave que trae a sus compañeros toda la historia.

Muy recomendable. Estoy encantada de haberla leído.

martes, 22 de marzo de 2016

Miedo. O lo que sea

Cuando se estrelló aquel avión en Barajas, pasé varias semanas obsesionada con los aviones. Yo vivía en Creta y aviones comerciales sobrevolaban todas las noches mi casa, hasta horas intempestivas, de camino al aeropuerto, a apenas 10 Km de donde yo estaba. Tenía que coger un vuelo un mes después y me aterraba la idea de hacerlo. Pero según pasaban los días, el miedo se fue diluyendo y cogí mi vuelo sin problemas.

Cuando ETA mató a dos guardia civiles en mi isla y tras las sucesivas explosiones que se produjeron días después, todo me parecía sospechoso, todo me parecía inseguro. Mi isla, la isla de la calma era vulnerable, tanto o más que cualquier otro lugar. Durante días, pensé en el tema, en las bombas, en lo que había ocurrido, pero poco a poco la inseguridad se fue diluyendo y el miedo desapareció.

Tras los atentados de París de Noviembre, pasé unas semanas en un estado similar a los anteriores, ese miedo que no sé si es miedo, esa inseguridad, esa sensación de que puede pasar cualquier cosa, en cualquier lugar. Hice dos viajes antes de final de año, totalmente a desgana, a dos destinos que podrían ser tan objetivos como cualquier otro, pensando que no tenía por qué pasar nada, pero que tampoco nadie nos garantiza que no vaya a pasar. En el primero de ellos coincidí con dos colegas francesas, muy afectadas por lo sucedido. Fue un viaje frío y triste. Era una de esas reuniones en las que después siempre salimos a cenar, a veces en grupos grandes y reímos y disfrutamos de coincidir con gente que normalmente ves poco. Esa vez fue diferente, estábamos todos más dispersos y poco animados. Todas las noches cenaba con las colegas francesas, pronto y sin apenas risas, intentando hacer normales unos días que no tenían nada de normales. Las colegas argelinas y marroquíes se sintieron muy incómodas aquellos días, se sintieron inseguras, observadas y acusadas de unos delitos que no tenían nada que ver con ellas. Fueron días raros, mucho. Pero, de nuevo, esa sensación de incomodidad, de inseguridad, de miedo, de lo que sea, se acabó diluyendo como un recuerdo pasado.

Esta mañana, cuando de camino a la oficina he oído que había habido dos explosiones en el aeropuerto de Bruselas, se me han puesto los pelos de punta. Luego he pasado más de media mañana en una reunión y, al salir, he descubierto que el terror se había extendido al metro de Bruselas. Maelbeek. Maelbeek. Maelbeek es “mi” estación de metro en Bruselas, la que está en los bajos del edificio de la Dirección General a la que normalmente voy por trabajo. A principios de mes estuve en ese aeropuerto, estuve en esa estación. El primer día me llamó la atención los dos militares armados que me encontré nada más salir del vagón del metro, en el mismo andén. Hace tres semanas, Bruselas me pareció tan fría y gris como siempre. Lucho desde hace años con esa extraña relación amor-odio que mantengo con esa ciudad y, en mi último viaje, me pareció que Bruselas se hallaba en una extraña calma tensa. Militares armados en estaciones de tren y metro no es algo que suela yo ver en mi día a día. Fui, hice mi trabajo, visité la Grand Place a dos grados bajo cero antes de las ocho de la mañana y actué con total normalidad, con un poso de no-sé-qué, de ese uf, de ese miedo, de esa inseguridad, de esa extraña sensación que no quieres llamar miedo, pero que de alguna forma se debe llamar.

Esta semana quería escribir una entrada sobre ese último viaje a Bruselas, sobre las cuatro fotos que hice, sobre esa ciudad gris que me acoge de tanto en tanto con un abrazo frío. Pero ya no lo haré, me parece totalmente superficial.

Madre mía, la entrada que escribí hace ahora tres semanas, desde el aeropuerto de Bruselas, me parece de una frivolidad espantosa. En ese aeropuerto, hoy ha muerto gente.

Hoy no he llorado porque estaba en la oficina. Ver las imágenes de sitios que conozco, el aeropuerto, las calles que rodean Maelbeek, la plaza de la Bolsa, me ha desarmado. Me pregunto si los militares que había armados en la estación, alguno de los pasajeros con los que compartí vagón de metro aquellos días o los colegas que trabajan en uno de los edificios desalojados, justo encima de la estación han muerto o han resultado heridos.

“No tendrás que ir a Bruselas, ¿no?”, me han preguntado hoy algunos colegas en la oficina. “De momento, no”, he contestado. Pero sé que algún día tendré que volver. Algún día volveré a ese aeropuerto que aún permanece cerrado, algún día volveré a coger el metro y volveré a parar en Maelbeek. Y seguramente lo haré con un nudo en la garganta, pero lo haré. Porque eso que sentiré, eso que siento, no quiero llamarlo miedo, eso sería dejarnos vencer. Lo llamaré desasosiego. Pero ni siquiera el desasosiego nos impedirá seguir viviendo. No nos queda otra.

En la foto, póster “Bières de la Meuse” de Alphonse Mucha, en el interior de un bar, por delante del que pasé a una hora muy temprana, a dos grados bajo cero, en mi visita relámpago a la Grand Place hace tres semanas. Me encanta Mucha. Y necesitaba un poco de su color para esta entrada.

domingo, 20 de marzo de 2016

Despierta

Hace tiempo que no hago fotos, fotos en serio, de esas de jugar con la abertura del diafragma y la velocidad de disparo. Hago fotos con el móvil y con la cámara compacta, pero hacía meses que no tocaba la réflex. Incluso en los viajes que he hecho este año, la réflex se ha quedado en casa. No he tenido ganas de dedicarle tiempo a jugar con las luces y sombras, de fotografiar más allá de cosas que veo de manera obvia y que puedo reflejar con la mala cámara de mi móvil.

Por eso me hacía especial ilusión participar en la iniciativa de Despierta. Despierta es un proyecto fotográfico colectivo de Expedición Polar. Me he enterado alguna vez de la iniciativa a posteriori, pero esta vez me enteré con suficiente antelación como para apuntarme. Y eso que levantarme antes de salir el sol un domingo no era especialmente atractivo, especialmente porque llevo ya demasiados días sin parar. Después del fin de semana de swing y una larga semana laboral, el fin de semana lo he tenido cargadito de planes, empezando por el jueves. Desde el jueves llevo acostándome después de la una (o de las tres…). Aún así, anoche puse el despertador a las seis y pico. “La alarma sonará dentro de 5 horas”. Qué terroríficas palabras.

Me ha costado despertarme y, de hecho, he aplazado mis planes de ir junto al mar a ver amanecer. Estaba muy nublado, llovía y me he hecho la remolona un buen rato en la cama. Pero al final me he levantado. Al fin y al cabo, se trataba de hacer fotos al amanecer, sin normas fijas. Me he asomado por la ventana, esperando ver la luz cálida del primer amanecer primaveral, pero me ha sorprendido la luz fría, acentuada por la lluvia y las nubes. No hay grandes vistas desde mi casa, pero he salido al balcón, antes de las siete de la mañana, en pijama y bata y he estado haciendo fotos a mis plantas, sobre todo a las buganvillas. Fotos de verdad. Jugando con el ISO, la velocidad del obturador y la abertura del diafragma. Fotos muy granuladas, porque esa luz fría de este amanecer lluvioso me pedía eso.

He hecho unas cuantas fotos, la mayoría de ellas totalmente desechables, ninguna de ellas pasará a la historia como una gran fotografía, pero me ha gustado esa sensación de buscar la foto, de vivirla, de sentir otra vez la diversión de enfocar y jugar con el modo manual de la cámara réflex.

Cuando he sentido frío, he vuelto a la cama y he dormido otro rato. Luego, ya de día, aunque aún con nubes, me he levantado y he vuelto a mirar por la ventana. Qué distinta la luz del día a la luz del amanecer. Y he pasado la mañana junto al mar, de nuevo bailando.

Las fotos son de este amanecer, menos la última, que es de horas más tarde (hecha con el móvil).







martes, 15 de marzo de 2016

Varios apaños

Soy muy fan de las manualidades, de lo que ahora llaman modernamente DIY (Do it yourself, vamos, “hazlo tú mismo”). No es que sea yo una experta en manualidades, pero me gusta hacer algún apaño de vez en cuando. Hoy traigo por aquí algunos de estos apaños.

El primero es una soberana (y a la vez útil) tontería que hice hace algún tiempo, igual hace un par de años ya. Fue cuando volví a ir a nadar a una piscina que acababan de reformar, donde habían puesto taquillas nueva (muchas) que necesitaban candado para cerrar. Me compré un candado adecuado y, consciente de la posibilidad de olvidarme del número de taquilla (o de dónde estaba mi taquilla), decidí personalizarla de una manera tontísima: con un poco de washi tape. Tan simple y tan tonto. Así que decoré el candado, pensando que no me duraría nada y, oh, sorpresa, me ha durado desde entonces. La verdad es que es muy útil, porque más de una vez he ido a la zona de taquillas, después de nadar, pensando cuál era mi taquilla… “La del washi tape” es siempre la respuesta correcta.


El segundo apaño es aún más divertido. El armario empotrado de mi habitación está lejos de la luz, así que tiene una pequeña zona casi oscura que es donde tengo una cajonera en la que guardo la ropa interior y los pijamas. Una vez, en una revista leí que una solución a este tipo de problemas era colocar luces dentro del armario. Lo más sencillo: luces navideñas, de esas que van con pilas y no necesitan enchufe. Esto lo leí mucho antes de Navidad (yo diría que justo después de las penúltimas Navidades, o sea, igual hace un año ya) así que, cuando llegó Navidad, ya casi me acordaba. Cuando lo recordé y me puse a buscar las luces adecuadas, no había manera de encontrar lo que yo quería: algo tan simple como luces blancas fijas. Lo intenté con unas luces de colores de los chinos (de los colores del Barça, jajaja), pero era un auténtico infierno. Al final, de casualidad, encontré unas luces perfectas, pequeñas y blancas. Mi primera intención era colgarlas en la parte superior del armario, para que me iluminaran todo. Pero el armario es estrecho y la ropa tapaba la luz. Plan B: engancharlas (con un simple celo) alrededor de la cajonera. Estoy encantada, son superútiles y las uso muy frecuentemente.




El tercer apaño ya es de nota. Tengo un armarito en el recibidor de casa (en adopción, porque era de mis padres, mi hermana se lo pidió en su día y, cuando quisieron deshacerse de él, lo adopté temporalmente porque mi hermana no tiene recibidor en casa, juas, juas, juas) donde guardo zapatos que no uso habitualmente (como las botas de agua, las de montaña y algunas zapatillas extras que tengo). Del último viaje a Barcelona me traje dos pares de zapatos para bailar swing que quería guardar allí. Pero no cabían. Observando el armario, vi que había suficiente espacio en vertical y me pareció que, con una madera, podría ganar un pequeño estante. Pensé en encargarlo a alguien, pero recordé que tenía algo de madera fina por casa. Cogí una sierra (sí, tengo una sierra en casa –y dos martillos-, soy una mujer modenna y autosuficiente) y yo misma corté un trozo adecuado (y torcido). No es perfecto, el color no pega con el resto y se comba un poco por el peso (aunque lo que hay encima pesa poco), pero de momento sirve para lo que quiero, así que estoy más que contenta con el resultado.




Y hasta aquí mis últimas chapuzas. Siempre pensando en alguna cosa nueva…

domingo, 13 de marzo de 2016

De fin de semana

No será la mejor foto de las que he hecho estos días, ni la más bonita, ni la más espectacular. Pero es una foto del clandestino que marca el final de un fin de semana maravilloso y que resume lo que han sido estos días bailando a orillas del mar. Un fin de semana de lindy hop y jazz steps, sí. Pero no sólo ha habido swing estos días, ha habido de todo, swing y yoga y piscina y fiesta y clases y hasta música tradicional mallorquina y sol y viento y lluvia y muchas, muchas ilusiones. Gracias Margarulia por organizar esto, por hacer de tu ilusión nuestra ilusión y convertirla en una realidad que nos ha llenado de felicidad a muchos, aunque nos vaya a doler el cuerpo durante varios días. Porque soñar es bailar con los pies y este fin de semana no hemos parado de soñar.



lunes, 7 de marzo de 2016

"The Chessmen" de Peter May

Tenía ganas y no tenía ganas de leer este libro, el tercero de la trilogía de Lewis. Tras “The Blackhouse” (o “La isla de los cazadores de pájaros” que es como lo leí yo) y “The Lewis Man” (“El hombre sin pasado”, en su versión española), “The Chessmen” (“El último peón”) pone fin a las historias de Fin Macleod. Me daba mucha, mucha pena despedirme de Fin. Es un personaje al que le cogí mucho cariño desde el primer libro de la trilogía y sí, lo admito, evitaba leer el libro para posponer la despedida.

La historia arranca con un lago que desaparece en una zona remota de la isla de Lewis y que descubre una avioneta con un cadáver en su fondo ahora seco. Lo que podría parecer un accidente se presenta ante los ojos del ex inspector como un asesinato. De nuevo, historias del pasado y del presente se cruzan, secretos olvidados y hechos casi ignorados vuelven a marcar el presente de unos personajes cuyas vidas se cruzan, con el fabuloso paisaje de fondo de las Islas Hébridas escocesas.

Ya lo he dicho, soy muy fan de Fin Macleod y soy muy fan de Peter May (súperfan), así que este libro me ha gustado mucho, sí mucho. Me ha parecido un buen libro para cerrar la trilogía que me ha hecho disfrutar tanto. Sí, lo admito, hubiera querido más, quiero más. Pero la historia es lo suficiente robusta (y a ratos sorprendente) como para aceptar que se ha acabado. Como las novelas anteriores de la trilogía, la historia va más allá de asesinatos, misterios y novela negra. Y supongo que es lo que me gusta de estos libros, que no se quedan sólo es historias de asesinatos.

Así que nada, adiós Fin, ha sido un placer conocerte.

Afortunadamente, me quedan muchos libros de Peter May por leer.

sábado, 5 de marzo de 2016

Prostaglandinas

Las prostaglandinas son esas grándisimas hi.. de p… que hacen que muchas mujeres pasemos unos días horribles cada mes. Son unas moléculas con muy mala leche que hacen que nuestros úteros se contraigan a lo loco todos los meses, para eliminar el endometrio, un revestimiento que se forma cada mes en nuestro útero porsiaca (por si acaso un óvulo fecundado se posa en él. Vamos, por si acaso te quedas embarazada). Luego también hay otras moléculas, claro, como los leucotrienos, pero a estos los conozco menos. Por eso yo centro todo mi odio en las prostaglandinas.

Las prostaglandinas provocan contracciones sin dolor, poco dolorosas, bastante dolorosas o muy dolorosas (tachar a conveniencia). Parece que cuantas más prostaglandinas genera tu cuerpo, más dolorosas son tus reglas. Ah, había olvidado comentarlo: la regla es precisamente la eliminación de ese endometrio descartado cada mes por nuestros cuerpos femeninos. En fin, yo creo que soy una máquina fabricando prostaglandinas. Encima, las prostaglandinas afectan a otra musculatura lisa del cuerpo, como la del tracto intestinal (es decir, por donde circulan las caquitas). Eso hace que, como efecto adyacente, haya mujeres que sufran diarreas o estreñimiento. Como veis, producir muchas prostaglandinas implica una fiesta continua.

Como decía, debo fabricar prostaglandinas a lo loco, porque mis reglas son dolorosas. Mucho. Lo han sido siempre, siempre, desde el primer día de regla (eso que llaman menarquía), por lo que siempre he descartado (bueno, mi yo científica y los médicos) que mis amenorreas (o sea, reglas dolorosas) tengan un origen distinto al “natural”. Vamos, que no son señal de nada grave. Que no sean nada grave no significa que no sean molestas. Yo me pasé casi 8 años de mi vida pasando prácticamente tres días al mes en la cama, de la que salía cada rato por culpa de los vómitos y la diarrea, con unos dolores abdominales, lumbares y en las piernas que no me los calmaba nada, pero nada (vamos, ninguna droga legal).

¿Qué pasó después?, os preguntaréis. Decidí eliminar la producción de prostaglandinas de mi vida. Bueno, no lo decidí yo, fue por prescripción médica. Y así me pasé casi veinte maravillosos años de mi vida sin prostaglandinas. Claro, esto tiene sus consecuencias: me pasé veinte años sin ovular, arriesgando mi vida con la multitud de posibles efectos secundarios que las píldoras anticonceptivas tienen. Pero, ¿qué queréis que os diga? No quito esos casi veinte años de felicidad menstrual por nada. ¿Qué ha pasado ahora con mi vida para haber recuperado las prostaglandinas? Pues que una se hace mayor, le detectan una posible hipertensión que, aunque finalmente descartada, te da que pensar.

¿Y si me pega algo por mi deseo de vivir sin el dolor de las prostaglandinas? ¿Y si mis ovarios se han quedado tontos de tanta hormona? ¿Y si hay alternativas más saludables para mi cuerpo? Y empecé a investigar (para algo soy científica), a leer, a preguntar sobre los posibles remedios naturales o no tan agresivos. Tengo que decir que hace muchos, muchos años, ya pregunté sobre métodos alternativos a la química, pero me comentaron que la medicina tradicional china se centra en aspectos físicos, mientras que la medicina occidental se basa en aspectos químicos. Mi problema era (y es) químico, así que la mejor solución era química.

La cuestión es que me lancé metafóricamente a la piscina, abracé las terapias alternativas, la medicina tradicional china, y dejé la química a un lado. De eso ha pasado prácticamente un año. ¿Resultado? Los primeros meses aún fui feliz. Pero cuando las toneladas de hormonas que debían quedar por mi cuerpo empezaron a desaparecer, regresó la fiesta. Tengo las protaglandinas a tope. Unos meses más y otros menos, pero se lo pasan pipa, cada mes, provocándome contracciones que ni la acupuntura, ni los remedios naturales, ni seguir los consejos de abuela (“no tienes que coger frío ni al abdomen ni a las lumbares”) solucionan totalmente. Que sí, que al menos no he vuelto a vomitar, pero tengo unos nuevos mejores amigos químicos: los antiinflamatorios no esteroideos (AINE).

Y os preguntaréis, ah, pillines, ¿por qué los AINEs quitan el dolor menstrual si no tienes nada inflamado? Porque parece ser que los antiinflamatorios limitan la formación de prostaglandinas. Eso es bueno (¡yupi!), porque las contracciones duelen menos, pero es malo (¡oh!), porque las prostaglandinas también mantienen la integridad de la mucosa gástrica, vamos que protegen el estómago de las cosas agresivas. Por eso dicen que no conviene tomar los antiinflamatorios sin nada en el estómago y por eso sigo pensando que genero prostaglandinas por un tubo: porque me puedo tomar un antiinflamatorio a pelo, sin nada en el estómago sin que éste se resienta. Tengo el súperpoder de producir millones de prostaglandinas.

La cuestión es que ahora me estoy planteando seriamente si pasar de las hormonas a los antiinflamatorios fue buena idea. Total, ambas cosas son sustancias químicas producidas para generarme felicidad (es decir, quitarme el dolor) y las dos son igual de malas (o no, debería investigar más) o buenas para mi cuerpo. Y en eso estoy, pensando que me conviene más. Tengo fases, momentos, según la época del mes, según el mes. El mes pasado, uf, el mes pasado hubiera matado por eliminar las prostaglandinas de mi cuerpo. Este mes, bah, este mes parece que lo voy llevando algo mejor. Cada mes es una nueva aventura menstrual.

Qué emocionante es mi vida, oye.

En la foto, un letrero que vi el otro día por Bruselas. No tiene nada que ver con esta entrada, pero es maravilloso.

martes, 1 de marzo de 2016

Agua en un aeropuerto

Imaginaos un aeropuerto en el que, nada más pasar el control de seguridad, haya una estantería llena de botellines de agua de medio litro. Imaginad que la estantería está cubierta de letreros que ponen cosas como “Agua para viajar”, “No hagas colas para comprar agua”, “Sólo a 1 €”. Imaginad que no hay nadie junto a la estantería, nadie que controle el agua, digo, porque los viajeros, curiosos, se agolpan junto a la estantería. El método de pago no puede ser más sencillo: hay una ranura por la que metes tantos euros como monedas te quieras llevar. La gente se acerca, mira curiosa y muchos, sí, muchos, rebuscan en sus carteras en busca del euro, se acercan a la estantería, cogen una botella y meten una moneda por la ranura. O hacen lo contrario, primero meten la moneda por la ranura y luego cogen la botella.

Parece impensable, ¿verdad?

Pues esa estantería existe. Existe en el aeropuerto nacional de Bruselas.

Y estoy segura de que nadie se lleva las botellas sin pagar. Bueno, igual algún turista idiota sí que se las lleva, pero lo dudo: si ves a la gente de tu alrededor actuar de manera civilizada, actúas de manera civilizada. Somos así. Creo.

Me parece impensable algo así en España. En serio. Pagar menos de dos euros y pico por medio litro de agua en un aeropuerto español es pura utopía. Y tener docenas de botellas de agua al alcance de cualquiera que pase por allí, sin nadie que vigile, suena aún más utópico.

Sí, sí, mucho sol, mucha playa, pero aún tenemos mucho que aprender.

En la foto, mi agua viajera. No me he atrevido a hacer una foto a la estantería, no sé si está permitido hacer fotos en este aeropuerto y no quiero arriesgarme.

Feliz Día de las Baleares a mis paisanos. Yo me lo he perdido. Con un poco de suerte, llegaré rozando la medianoche a mi isla.

jueves, 25 de febrero de 2016

La bufanda namibia

 El invierno pasado, tejí muchas bufandas, ninguna para mí. Este año quería corregir este pequeña absurdidad y me puse hace ya unas cuantas semanas (diría que incluso meses) a ello. Lo tenía bastante claro: quería una bufanda larga, muy larga y no muy ancha.

Así que eso es lo que hice.

Tampoco quería complicarme mucho la vida con puntos raros y me decanté por el punto de arroz, que me encanta. La lana es jaspeada, suave y fina, que me traje de uno de mis viajes a Namibia, aunque no recuerdo de cuál. Es una lana muy gustosita, de esas que no pican ni molestan casi. Ideal para una bufanda no demasiado gruesa, muy adecuada para este invierno que casi ni parece invierno. Según iba avanzando, me di cuenta de que probablemente el punto de arroz no es el más adecuado para lana jaspeada (creo que luce más en lanas lisas), pero no quería parar así que seguí y seguí.

Por fin, dos madejas de lana después, la he acabado. Con sus flecos y todo. Es una bufanda agradable y que me encanta. Desde que la terminé, no uso otra. De verdad que me encanta. Además, he conseguido bajar mi alijo de lanas en dos madejas. Oye, algo es algo.

Y aunque sigo tejiendo cosas de invierno, habrá que ir empezando a pensar en la temporada veraniega, ¿no?

Aprovecho que es viernes y paso por RUMS.

miércoles, 24 de febrero de 2016

La piscina

Estoy en una fase muy guay de volver a la piscina. He empezado 2016 con fuerza y ánimo y ya he ido unas cuantas veces a nadar. Empecé yendo algún día en fin de semana o alguna tarde, pero ya le estoy cogiendo el truco a ir antes de trabajar. Bueno, menos esta semana, que he sido totalmente incapaz de levantarme a tiempo. Pero mola mucho lo de nadar a primera hora de la mañana. Mola porque hay poca gente, mola porque ya me siento activa el resto del día y mola porque el socorrista de la piscina a la que voy es muy simpático.

Pero lo que me moló mucho fue tener un día la piscina para mí sola. Mucho. Fue un día, no recuerdo cuál, pero mi mente imaginativa quiere recordar que fue el primer día que fui a nadar este 2016 (no lo creo, pero dejémosla ser feliz, a mi mente, digo).

La historia fue así de simple y tonta. Llegué a la piscina justo cuando abrían (son muy puntuales, no abren ni un segundo antes de las ocho cero cero), me metí en el vestuario vacío, me di una ducha rápida y salí al recinto de la piscina.

No había nadie, absolutamente nadie.

Había leído en algún cartel que durante el mes de enero media piscina estaría ocupada por las mañana por no sé qué. De hecho, había dos o tres carriles marcados como ocupados, para ese no sé qué. Me metí en el carril del extremo opuesto a los ocupados para el noséqué. No me lo podía creer. Estaba ahí sentada, en el borde de la piscina y con los pies dentro del agua y seguía estando sola.

A ver si resultaba que todo el planeta había muerto y yo era la única superviviente. Pero aún, ¿y si el resto de la humanidad eran zombies que odiaban el agua? O igual era una hora inusualmente temprana, madrugada y me había colado en la piscina sin querer. O igual estaba soñando.

Antes de que el sueño acabara, me metí en el agua y empecé a nadar. Sola, totalmente sola en la piscina. Una piscina enterita para mí, ¿os imagináis?

Tan nerviosa estaba que cuando llevaba medio carril recorrido, me cambié de carril, porque recordé que a las ocho treinta empezaba aquagym y usaban ese carril. Juas, juas. Cambiándome de carril a lo loco a mitad de vuelta y no le importó a nadie, ni molesté a nadie, ni ofendí a nadie. Porque, atención, no había nadie.

Poco a poco fue saliendo gente, gente joven y de cuerpos danone que se iban a ese lado de la piscina ocupado para el noséqué especial que había durante ese mes. Pero estaban fuera, charlando y no llegaban a meterse en el agua.

Di dos, tres, cuatro, no sé cuántas vueltas antes de que alguien perturbara el agua clorada que hasta ese momento sólo yo perturbaba.

Definición de felicidad pura: nadar totalmente sola en una piscina de agua tibia, en una (más o menos) fría mañana invernal.

Luego sí, desperté del hechizo y el grupo de gente que hacía noséqué se metieron en el agua y empezaron a nadar como locos.

Entonces pasó una cosa inexplicable: un tipo se metió en mi carril.

A ver, resumamos. Dos o tres carriles ocupados por los que hacían noséqué. Dos o tres carriles en el otro extremo, donde veinte minutos más tarde habría aquagym pero libres en ese momento. Y en medio, tres carriles, de los cuales sólo el del medio estaba ocupado, en el que estaba yo. Y el tipo se mete en él.

Juas.

Y no era un joven musculoso y atractivo con el que ponerme a ligar a lo loco, no. Era un señor entrado en años, con más tatuajes que pelos en la cabeza y perilla blanca.

Yo no entendía nada, en serio, ¡no entendía nada! Pero estaba tan zen y feliz por haber disfrutado de una piscina entera para mí sola durante un ratito, que ni me enfadé. no me enfadé demasiado.

Al cabo de un rato, lo vi hablar con el simpático socorrista (¿lo había dicho ya? Es muy simpático y hablador) y cambiarse de carril.

Menos mal.

El pobre. No debía saber qué carriles estaban libres y cuáles ocupados y se metió en el mío porque si yo nadaba, él también podría nadar.

Luego ya vinieron las de aquagym y llegó el momento de salir de mi felicidad acuática e irme al trabajo.

Pero fue una mañana curiosa, oye.
En la foto, una de las piscinas a las que voy a veces a nadar. No es en la que pasó lo que cuento hoy, no.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Venidos a menos

“Venidos a menos” es un espectáculo gamberro y divertido, creado y protagonizado por David Ordinas y Pablo Puyol. Es tan gamberro que la sala donde estaba programado para los próximos días en Madrid ha decidido cancelarlo, por ser demasiado transgresor y fuerte. Yo no diría ni que es tan transgresor ni tan fuerte, pero de eso ya hablaré luego.

Vayamos por partes. Tenía ganas de ver este espectáculo desde que en verano vi a estos chicos en “Póker de voces”. “Venidos a menos” no tiene nada que ver con “Póker de voces”. Bueno sí: tienen que ver que son espectáculos protagonizados con gente con mucho talento, grandes artistas, que hay música y que hay humor (en distinta manera). En “Venidos a menos”, Ordinas y Puyol se ríen de sí mismos y de muchas otras cosas como de las relaciones, del sexo, de la religión y hasta de la corrupción. Es de esos espectáculos de risas continuas, de cachondeo, de decir verdades como la copa de un pino escondidas entre notas y humor. Sí, es un espectáculo descarado, donde se habla de temas casi tabús sin tapujos (los ya mencionados) y se dicen muchas palabras (más o menos) malsonantes como ésta y ésta y ésta y ésta y hasta ésta. Pero bueno, son todo palabras que están en el diccionario de la Real Academia Española.

Vale, no es un espectáculo fino y se basa mucho en un humor simple, pero no es nada fácil encontrar un día un espectáculo en el que te pases dos horas riendo. Encima con dos chicos majísimos, monísimos, simpatiquísimos, cercanos, amables, artistazos y súperprofesionales. Los señores que tenía al lado no creo que pensaran lo mismo que yo, se pasaron las casi dos horas con malas caras y no veían la hora de largarse. Pero bueno, yo creo que si te informas un poco antes, ya sabes a lo que vas. Muy claro lo dicen desde el principio que no es un espectáculo para todos los públicos.

Por eso me sorprende que hayan suspendido sus funciones en Madrid. A ver, si no te gusta un espectáculo, no vayas a verlo y punto. A mí no me gustan las películas porno, pero entiendo que tienen su público. Y me parece pornográfico lo que ganan los futbolistas y los millones que se mueve ese negocio. Y me parece vergonzoso muchas de las cosas que pasan en este país. Pero que dos artistas se suban a un escenario a cantar verdades, vale, soltando alguna barbaridad simpática… pues no sé, me parece tan exagerado como incomprensible. Y de cobardes.

Sólo espero que David y Pablo no se harten de vivir del arte y sigan haciendo grandes cosas. Es difícil, lo sé. Lo dice una que vive de la ciencia.

La foto es del domingo. Después también nos hicimos fotos con ellos. Qué majos son. Los dos son maravillosos, pero siento especial debilidad por David, lo admito…

Por cierto, la canción siete del CD (“Lo que hay que hacer…”) ¡es una jota mallorquina! O al menos se puede bailar como tal.

lunes, 15 de febrero de 2016

Joan Dausà

Soy la última que se entera de todo, siempre. Cuando digo todo, me refiero a “todo”. Llego tarde a todos los cotilleos, a las últimas modas y a las noticias más actuales. No creo que sea despistada, pero debo serlo, porque no suelo enterarme de nada. O me entero tarde.

Eso me ha pasado con Joan Dausà, un músico que he descubierto hace poco, gracias a mi hermana la gafapasta. Lo descubrí yendo en su coche, cuando salió en el modo aleatorio de su reproducción una versión del “Quelqu'un m'a dit” de Carla Bruni.


Siempre me ha gustado esta canción. Nunca la he entendido, porque mi francés es limitadísimo y tampoco me he preocupado nunca de poner su letra en el traductor para enterarme. Pero me gustaba. Al oír esta versión en catalán y entender la letra, me entusiasmó. Mi hermana me descubrió a entonces a Joan Dausà, que además es el autor de la banda sonora de “Barcelona nit d’estiu”, una película que quise ver en su día y no vi. Así que me puse a buscar canciones de Joan Dausà y descubrí “Jo mai mai”, una canción que ha sido un superéxito desde 2012. Y, obviamente, yo ni me había enterado. La canción es maravillosa y el vídeo me gusta aún más.


Me volví del (penúltimo) viaje a Barcelona con el primer CD de Joan Dausà i els Tipus d’Interès, que se llama igual que la canción, regalo cortesía de mi hermana. Es un CD maravilloso, las canciones son todas grandes historias condensadas en pocos minutos. Me pareció muy cinematográfico, muy visual, aunque admito que algunas canciones me las tengo que saltar, porque me hacen llorar. Melancolía, tristeza. Todo eso tiene. Ahora lo llevo en el coche y no paro de escuchar el “Jo mai mai” (como buena sagitario tengo un puntito obsesivo). De hecho, es mi nueva unidad de medir el tiempo: de casa al curro hay tres “Jo mai mai”, del polideportivo donde voy a hacer deporte a casa hay dos “Jo mai mai”, de mi casa a casa de mi hermana la gafapasta hay… no, no, eso no lo he hecho. Cuarenta quilómetros de “Jo mai mai” son demasiados incluso para mí.



A raíz de mi último descubrimiento, por fin me decidí a ver “Barcelona nit d’estiu”, película inspirada en el “Jo mai mai”. La película cuanta seis historias de amor que tienen lugar en Barcelona una noche de verano marcada por la aparición de un cometa. Entre ellas está la historia del “Jo mai mai”, claro. Me gustó mucho la película, algunas historias me han gustado más que otras, pero me pareció tan encantadora como me esperaba. Ahora tengo que ver “Barcelona nit d’hivern”, en la que aparece mi amado Abel Folk. Seguro que me gusta.

Lo que más me joroba de haber descubierto ahora a Joan Bausà es que lo he hecho justo cuando ha decidido bajarse de los escenarios indefinidamente.

¿Qué os decía?

Siempre tarde.

Aquí podéis ver una entrevista de Joan Dausà después de anunciar su pausa (“Pararse para seguir”, la titulan). Está en catalán, pero creo que vale la pena verle los ojazos y todo lo que transmite (que no sé qué es, pero transmite).

domingo, 7 de febrero de 2016

Diez días

Los últimos diez días han sido un poco locos. El viernes de la semana pasada me lo iba a coger libre: esa tarde volaba a Barcelona, el primer viaje del año, ¡viaje no laboral! Pero tenía que preparar el segundo viaje laboral del año, cinco días después, este sí ya laboral. Al final me cogí medio día libre, ilusa yo, pensé que en cuatro horas podría arreglarlo todo con la agencia con la que nos obligan a trabajar ahora. Para conservar su anonimato la llamaremos Viajes Palomita.

Me fui a casa sin recibir noticias de mi petición de vuelos, coche y hotel de Viajes Palomita. Desde casa vi que me habían contestado, pero no sólo no me habían enviado lo solicitado, sino que lo que me habían enviado estaba mal. Vale, era un pedido complicado: billetes para mí y mi jefe, ida en días diferentes, un coche de alquiler, una noche de hotel para mí en Barcelona y una noche de hotel para los dos en algún punto cerca de El Port de la Selva (Girona). Uy, no, ahora que lo leo no parece tan complicado, hasta yo lo podría tramitar, pero no me dejan. Así que les contesté pidiendo que rectificasen y me fui de viaje.

El fin de semana lo pasamos en Barcelona, en el viaje anual (casi) tradicional que emprendemos a finales de Enero para celebrar las fiestas mallorquinas de Sant Antoni en el barrio de Gràcia barcelonés (aunque a veces nos salimos de los límites de la ciudad, como el año pasado). Barcelona, como todas las grandes ciudades, provoca sentimientos contradictorios en mí: por un lado, me entusiasma su vida, su animación, las mil y unas posibilidades que ofrece; por otro, me agobia que todo sea tan grande, que todo esté tan lejos, que haya tanta gente por todo. Allí paseamos, celebramos el cumpleaños de mi hermana la gafapasta (ups, este año te has quedado sin entrada. Y aún te debo el regalo…). Fue un viaje un poco loco, efectivamente, sin planes claros, con paseos, música tradicional mallorquina, música swing, algunas de compras y hasta una visita improvisada al Liceu. De Barcelona me traje dos pares de zapatos para bailar swing, una falda y un CD de Joan Dausà, al que hacía sólo unos días había descubierto gracias a mi hermana la gafapasta y, precisamente, me regaló ella (el mundo al revés: su cumple y ella es la que me hace un regalo a mí…).

El lunes, para minimizar el impacto de la vuelta a la rutina, me lo cogí libre. Libre para poner lavadoras, marujear, dar clases de geografía a Viajes Palomita (“El hotel de día 4 tiene que ser en o cerca de Port de la Selva la población, no la calle de Barcelona. Es una población que está en la provincia de Girona, a unos 200 km al norte de Barcelona”, tuve que escribir textualmente en un correo), suplicar a Viajes Palomita que no me dieran un Seat Panda porque teníamos que viajar cuatro personas (y sus cuatro maletas) más de 400 kilómetros y pasear por la isla con un colega que venía a la tesis de un compañero de trabajo. Ver ponerse el sol junto a Sa Foradada, en la costa norte mallorquina fue un merecido descanso.

El martes fue un día intenso: defensa de tesis de un compañero, comida con colegas y una maleta por hacer para el viaje del día siguiente. ¿Viaje? Era mediodía y aún no sabía nada de mi viaje, a pesar de ya haber pedido emitir los billetes el día anterior. Para resumir la historia, conseguí mis billetes a las siete de la tarde, después de muchos nervios, muchos cabreos y muchos gritos por teléfono. Me considero una persona tranquila y comprensiva, pero Viajes Palomita me ha hecho perder varios años de vida por los nervios y cabreos que me han hecho pasar estos días.

Y el miércoles, de nuevo a Barcelona. Pero antes dos visitas al dentista, una propia y la otra de acompañante. Sólo diré que mi vuelo era a las 13:10 y salimos del dentista a las 11:20. En fin, para proseguir con el ritmo loco, corriendo al aeropuerto, llamada del jefe para pedirme unos datos urgentes y, tras trabajar un poco en el aeropuerto, llegué a Barcelona. Hotel cutre, reunión de trabajo durante un par de horas en una cafetería del centro y fin de la jornada a las siete y pico. Buena hora. Hacía un par de días que me rondaba por la cabeza una idea. Tengo que admitir que cuando supe que iba a pasar una tarde-noche en Barcelona, me monté mil planes en la cabeza: mi dualidad amor-odio hacia las grandes ciudades hace que tenga ganas de exprimir al máximo el tiempo que paso en ellas. Al final, el 90% de los planes que pasaron por mi cabeza tuvieron que ser descartados, pero me acerqué paseando al teatro Coliseum, donde hacía unos días habían reestrenado “The Hole” y… piqué, caí, volví a entrar en el agujero. Yo, que sólo unos días antes miré con cara rara a una conocida que me contaba que había ido sola al teatro, fui sola al teatro. Disfruté tanto o incluso más que cuando los vi aquí en Palma en Julio. Pero hasta ir al teatro se convirtió en un momento estresante: yo toda feliz, esperando a que empezara la función, y no hacía más que recibir llamadas telefónicas: el jefe para organizar la reunión del día siguiente, preguntarme cómo llevaba la presentación (mal, la tuve que acabar después del teatro) y contarme algunas cosas; mi madre para contarme cómo había ido la reunión de la comunidad de propietarios que me acababa de perder. Cuando por fin colgué todas las llamadas y la obra empezó, me lo pasé PIPA. Y luego, al hotel cutre a currar hasta las tantas.

El jueves, de vuelta al aeropuerto, encuentro con el jefe, recogida de coche, encuentro con otra jefa y, casi 200 Km después (en El Port de la Selva la localidad, no la calle), reunión con una docena de personas. Eran más de las nueve cuando llegamos a nuestro hotel en Figueres. Y a las ocho y media de la mañana siguiente ya estábamos en ruta hacia Francia, destino de nuestra siguiente reunión, bilingüe, multitudinaria y un poco confusa. Fue graciosa la performance que nos montamos la colega francesa y yo, cada una explicando las diapositivas de la presentación en su idioma. Toda una experiencia. Tuvimos que despedirnos rápidamente y, de nuevo en carretera, casi tres horas sin parar y sin comer, para que la jefa llegara a tiempo a su vuelo. Comimos después de las cuatro en el aeropuerto.

Viernes noche, llego a casa después de las nueve.

Por fin.

Sin ganas de moverme de casa en todo el finde, así que ni me planteo hacer planes. Mi intención de no moverme del hogar se vio ayer alterada por una visita a la piscina ayer y otra a los chinos a comprar tierra hoy (como se entere mi profe de Huerto Urbano Ecológico, me echa del taller). Y punto.

Tengo la sensación de que no he parado en los últimos diez días. Y necesitaba parar. Sigo necesitando parar. Así que me he pasado este domingo tarde de Carnaval en mi sofá, con una bolsa de agua caliente para esos dolores tan molestos como previstos y una infusión de jengibre. Y no me importa demasiado, lo de perderme el Carnaval, digo.

Total, yo siempre he odiado eso de disfrazarme.

Las fotos (del móvil y la compacta, no he llevado la réflex en ninguno de los dos viajes), de estos diez días un poco locos. Ahora necesito un poco de normalidad.









jueves, 28 de enero de 2016

Dumb Cardigan

Ahora que le he perdido el miedo a tejer jerséis, necesitaba un nuevo reto acorde a mis inquietudes tejeriles. Me gustan los jerséis pero la verdad es que soy más de usar chaquetas: son más fáciles de quitar y poner. Y justamente me encontré con uno de esos proyectos conjuntos de Pearl Knitter y me animé a tejer una Dumb Cardigan.

Me ha encantado tejer esta chaqueta. Supongo que en parte es porque la he tejido bastante rápido, aprovechando las Navidades. Además, trabajar con agujas gruesas siempre es agradable porque se avanza rápido. No me ha resultado un proyecto complicado y he logrado corregir algunos fallos de proyectos anteriores: el largo es exactamente como quería. Incluso las mangas, que acabé adaptando a mis gustos más que al patrón (aunque igual ahora son incluso un poco demasiado largas). La verdad que esta vez me ha salido todo como quería. Estoy encantada. La lana es maravillosa y los botones los compré en la mercería de mi barrio.



Aunque es una chaqueta gruesa, me cabe bien bajo el abrigo y, a pesar de que este año no está haciendo demasiado frío, es estupenda para llevarla por la noche y durante el día en el trabajo, ya que suele hacer bastante frío por los pasillos. La he estrenado esta semana y ya la he usado tres veces. De verdad que me encanta.

Creo que sería chulo hacer una igual pero de lana más fina o de algodón, para llevarla en épocas menos frías (cada vez más habituales últimamente, por lo que parece). Se me acumulan los proyectos, pero es una idea para la lista de espera.

Y ya que es jueves, enlazo en Rums.

lunes, 25 de enero de 2016

“Leviatán o la ballena” de Philip Hoare

Éste es el segundo libro que me leo de Philip Hoare, aunque está escrito antes que el otro que me leí, “El mar interior”. Al igual que aquel, Hoare muestra claramente su amor por la naturaleza, en especial su fascinación sobre las ballenas, pero también por la literatura, con Herman Melville y su “Moby Dick” como parte muy importante de la historia.

Todo lo que cuenta sobre la biología de estos cetáceos me ha parecido muy interesante (deformación profesional, supongo), pero toda la parte de la historia de la caza de ballenas me ha encantado, porque desconocía muchas cosas. Me ha recordado en cierto modo al libro sobre la historia del bacalao que también leí hace tiempo, me ha parecido igual de fascinante, aunque más cruel y dolorosa. Al fin y al cabo, es inevitable sentirse más cerca de las ballenas, mamíferos como nosotros, que de los peces, supongo que por eso creo entender tan bien a Hoare y su fascinación por las ballenas (“Las ballenas sabían utilizar la libertad que les brindaba prescindir de la Tierra”). Y, por supuesto, la parte de Moby Dick, la historia de Melville, la historia detrás de la novela de la ballena blanca (que por cierto, voy leyendo poco a poco), la descripción de los lugares por los que pasó. Ay, qué ganas de visitarlos me han entrado.

Por ponerle un pero, me ha parecido un libro más frío que “El mar interior”. Hoare es un gran conocedor de lo que ama (las ballenas y todo, todo lo que las rodea) y sabe comunicarlo muy bien. Pero en este libro me ha parecido más contenido, más ceñido a lo que quiere contar, manteniendo al margen sus sentimientos, excepto en el último capítulo, donde se atisba ese componente más personalizado que es mucho más profundo y marcado en “El mar interior”. Me gusta esa faceta de Hoare. Y me gusta como escribe.

“Si el pasado es una contracción de lo que ya ha acontecido, entonces el futuro sólo existe si sabemos imaginarlo”.

miércoles, 20 de enero de 2016

Noche...

… de hogueras con llamas que rozan el cielo, de humo que se te impregna en la ropa y en el pelo, de calles llenas de gente como nunca has visto, de música en directo, de bailes tradicionales y no tan tradicionales, de conversaciones profundas después de un par de cervezas, de frío que te quita el aliento, de patear la ciudad, de discutir sobre el concepto de felicidad y su (para algunos) sobrevaloración, de encontrarte con gente que hace mucho que no ves, de estar con los amigos que ves cada semana, de dispersaros y reencontraros, de pasar más tiempo del esperado en un bar hablando sin parar, de reír por las más absurdas tonterías y por cosas no tan tontas, de conversaciones en la cola del baño sobre el tiempo medio de micción de los mamíferos, de luces navideñas encendidas en mitad de enero que compitiendo en luminosidad con las llamas de las hogueras, de bailar cosas que parecen imposibles de bailar, de casi treinta persona entrando en un bar más allá de las dos de la mañana para tomar la última, de volver a casa con las piernas cansadas de horas y más horas caminando y el frío golpeando en la nariz, de meterte en la cama pensando en que ya queda menos para la revetlla del año que viene.

Ah, qué gran noche la de ayer.

Visca Sant Sebastià!

En la foto, el fuego, anoche.

jueves, 14 de enero de 2016

Luces

Esta mañana, de camino a la oficina, estaba parada en un semáforo en rojo, bajo unas luces navideñas en forma de bolas, tres bolas de distintos tamaños que atravesaban la calle. Estaba ahí, contemplando las luces apagadas y pensando que en sólo unos días se iban a volver a encender, por una única noche, en vísperas del patrón de nuestra ciudad, para acompañar a las miles de personas que salen a disfrutar de esa velada especial en la calle, llena de hogueras y conciertos por las plazas del centro de la ciudad. Sonreía, porque este año sí voy a estar aquí (el año pasado me pilló en Roma, aunque los dos años anteriores sí que la disfruté) y mentalmente me iba organizando ya la noche, porque ayer me estudié el programa de fiestas, el horario de los conciertos de los grupos que quiero ver en las distintas plazas. Y estaba así, sonriendo cuando, de repente, las luces se han encendido. No en toda su potencia o al menos no lo parecía bajo esa luz clara de poco después del amanecer, pero ahí estaban, encendidas. He parpadeado, pensando que tal vez mi tonta emoción matutina me hacía ver visiones pero ahí estaban, encendidas. Ha durado sólo unos instantes, unos segundos y en seguida se han vuelto a apagar. El semáforo se ha puesto en verde y he seguido mi camino, sonriendo aún más.

Supongo que era alguna prueba que hacían, alguna cuestión técnica que desconozco, pero no puedo evitar pensar que esas luces encendidas inesperadamente durante unos instantes son algo positivo y esperanzador. Una señal de algo, de lo que sea, pero he querido pensar que traerán cosas buenas.

O eso creía yo esta mañana. Pero este mediodía me he enterado que ha muerto Alan Rickman y ya no sé muy bien qué pensar.

La foto, luces navideñas en mi ciudada. La foto, terrible, es de hace unos días, pero son luces.

martes, 12 de enero de 2016

Mis plantas

Ayer iba a escribir una entrada sobre lo que pasó en Nochevieja en Alemania, o sobre machismo y feminismo, o sobre mis dos anteriores noches toledanas, provocadas por cosas de esas de mujeres. Pero tenía tanto sueño que no escribí nada. Hoy iba a escribir sobre esos mismos temas o sobre lo que ha pasado hoy en Estambul. Pero he pensando, no, no, no y no. He acabado el día a las 10 de la noche y no tengo ganas de enfadarme, enfurruñarme o alterarme por nada. Los días laborales son largos, los inviernos oscuros y en el mundo hay suficientes reflexiones sesudas sobre temas de actualidad y temas interesantes.

Así que me he dicho, voy a escribir sobre las cosas que me hacen feliz y me relajan. Como mis plantas. Ay, mis plantas. Las tenía tan abandonadas que hace más de un mes fui a comprar algunas y ni siquiera las había trasplantado. Y alguna se murió, mi fresal y otra que había comprado. Con el relax de las vacaciones navideñas no había tenido tiempo (qué contradicción) de hacer nada con mis plantas, así que el sábado pasado decidí que era hora de trabajar mis tierras. Me refiero a las macetas de mi balcón, claro.

Por fin las buganvillas han florecido, bueno dos de las tres plantas. Hay muchas flores, muchas, muchas.

He trasplantado un miniclavel que me regalaron hace mucho. A ver si en su nueva maceta me da más flores esta primavera.

He decidido volver a intentarlo con los guisantes. El año pasado no fue del todo mal, a ver qué tal este.

Tengo un nuevo fresal, a ver si éste me acuerdo de regarlo y no lo dejo morir de sed.

He trasplantado el jardín de ginkgos a una maceta un poco más grande. En el proceso, intenté separar los tres árboles, sobre todo el pequeñito que nació hace dos años. Imposible. La masa de raíces es tan robusta que no me atreví a hacerle daño. Los ginkgos han perdido ya las brillantes hojas amarillas que tenía hace un mes y son unos tristes palitos desnudos. Pero en cualquier momento crecerán yemas y tendremos una explosión primaveral. Bueno, en cualquier momento no. En dos meses más o menos.

He trasplantado los bulbos de los narcisos, tanto los que guardaba desde el año pasado (ya viven su tercer año) como los nuevos que compré este otoño. A ver si vuelven a florecer.

Además, he sembrado zanahorias y unas semillas de flores variadas que me regalaron en la Expo de Milán.  De eso no hay foto. Son muy sosas las macetas que sólo contienen tierra.








jueves, 7 de enero de 2016

Jersey de pico

Compré la lana de este jersey hace dos inviernos. La vi y me fascinó. Entonces, novata yo, sentía una clara fascinación por las lanas de colores y las lisas me parecían aburridas. Ahora las lisas me parecen aún más fascinantes que las coloridas, porque puedes lucir más algunos puntos que, en lanas de colores pueden pasar desapercibidos.

La cuestión es que me gustó la lana y la compré pensando en un patrón determinado que había visto en una revista. Han tenido que pasar dos años hasta que me he animado a tejerlo. Es un proyecto sencillo, no he tardado mucho en tejer este jersey de pico, aunque tuve que deshacer la espalda porque calculé mal y cabían dos yos. Me ha quedado más corto de lo que tenía planeado y las mangas son muy anchas, sobre todo por la parte de arriba; son casi mangas abullonadas (un horror, vamos). Igual me animo y las deshago y las vuelvo a hacer, aunque me da un poco de pereza, viéndolo así, tan acabadito él.

De momento aquí lo tengo, un jersey de lana gruesa de colores, demasiado gruesa para este invierno que no acaba de ser invierno. Es muy calentito, así que sólo lo he usado una vez, la noche de Reyes, que creo que ha sido el único momento en el que la temperatura bajó de 10ºC. Como siga este tiempo cálido, tendré que dejar de tejer lana en invierno y pasarme al algodón durante todo el año.

De este jersey me encanta el cuello. Era mi reto en este proyecto porque nunca había tejido un cuello de este tipo y encima con agujas circulares. Pero salí bastante airosa y creo que es lo que más me gusta del jersey.

Y como es jueves, aprovecho y enlazo en RUMS. :)

miércoles, 6 de enero de 2016

Concurso de Reyes

Ya que hoy es el día de Reyes, he decidido haceros un regalo. Es algo que tenía planeado desde hace mucho (mucho) tiempo pero que, por unas cosas y otras, lo he ido dejando pasar.

Hoy es el día. Hoy esto va de concurso.

Todo empezó con otro concurso de Quercus Books en el que gané una copia autografiada de “Runaway” de Peter May, unos meses antes de que el libro saliera a la venta. Como ya conté aquí, también gané un libro sobre las islas Hébridas y cinco copias de un libro suyo que yo escogí, “The Blackhouse”. Y después de repartir algunos de estos libros (y quedarme yo uno, porque sólo lo tenía en castellano), voy a sortear una de las copias. Así que, niños y niñas, el premio de este concurso es un libro. Un libro en inglés.

“The Blackhouse” es casualmente el primer libro sobre el que escribí en este blog, “La isla de los cazadores de pájaros” se llamó aquí. Si queréis leer lo que escribí en su momento podéis pinchar en este enlace. “The Blackhouse” es además el primer libro de una trilogía, la Trilogía de Lewis. Del segundo libro “The Lewis Man” (“El hombre sin pasado”) podéis leer la reseña que hice aquí. Y el tercero “The Chessmen” (“El último peón”) lo estoy leyendo ahora mismo, así que estoy casi despidiéndome ya de un personaje que me encanta, Fin Macleod.

¿Qué dice sobre “The Blackhouse” su contraportada? Esto:

A brutal killing takes place on the Isle of Lewis, Scotland: a land of harsh beauty and inhabitants of deep-rooted faith. Detective Inspector Fin Macleod is sent from Edinburgh to investigate. For Lewis-born Macleod, the case represents a journey both home and into his past. Somethiing lurks within the close-knit island community. Something sinister. As Fin investigates, old skeletons begin to surface and soon he, the hunter, becomes the hunted.
No lo voy a traducir, porque si no lo entendéis, ¿para qué querríais el libro? Insisto, está en inglés.

¿Qué hay que hacer para participar?
Muy fácil. Simplemente comentar esta entrada. Eso sí, dejad claro quién sois, porque si firmáis todos como “Anónimo” vamos a tener lío.

Y para hacerlo más divertido, voy a dar puntos extras a quien siga el blog, me siga en twitter y en instagram. Es decir, cada concursante tendrá una participación en el sorteo por comentar, pero puede llegar a tener hasta cuatro participaciones si además sigue el blog (+1), me sigue en twitter (+1) y me sigue en instagram (+1).

¿Queda claro?

¿He dicho ya que el libro es en inglés? Que luego no quiero reclamaciones.

Tenéis para participar hasta el 31 de Enero. Anunciaré el ganador la primera semana de Febrero en esta misma entrada –tanto en la entrada como en un comentario, por lo que os recomiendo pinchar en “seguimiento” al comentar.

Así que si queréis participar, comentad, comentad, malditos.

Actualización 12/02, habemus ganador! El ganador es...

  • Consuelo

viernes, 1 de enero de 2016

Día 1

Me encanta el día 1 de Enero. Me encantan los principios de año. Todo es nuevo, todo es posible, un folio blanco que tenemos delante para rellenar.

Hay por ahí quien dice que los cambios no se dan de un día para otro, que cada día es un nuevo comienzo, que las cosas no tienen por qué cambiar el 1 de Enero. Aguafiestas.

Vale, sí, tienen razón, al menos en parte, pero ¿qué más da? Hay que aprovechar cada oportunidad, cada comienzo, cada nueva posibilidad que se abre ante nosotros para cambiar lo que no nos gusta de nuestra vida, para mejorar lo que queremos mejorar, para ver las cosas de otra manera.

Por eso me gustan los principios de año. Y éste aún más, porque tenemos un día extra para disfrutarlo (o sufrirlo, ya se verá).

Ya dije ayer que mi 2015 ha sido bueno. Lo razonable sería ahora desear que 2016 sea igual que 2015. Pero, como le dije a alguien alguna vez, quiero más. Yo lo quiero todo.

Así que mi reto es que 2016 sea mejor que 2015. Yo voy a intentarlo, aunque está claro que no todo lo que nos ocurre depende exclusivamente de nosotros. Pero yo pondré todo de mi parte.

¿Y propósitos de Año Nuevo? No voy a hablar de los propósitos de cosas que me gustan (tipo disfrutar de la vida, etc, etc) porque eso sé que lo voy a hacer sí o sí. Hablo de hacer cosas que me cuestan un poco. Como ponerme en forma y quitarme algunos quilos. Y dedicarle algo más de cariño a mi casa, arreglando un par de habitaciones que están cercanas al caos y decorar algunas paredes que siguen vacías.

Y ya.

Sed felices. Y que el 2016 os traiga todo lo que deseáis.

En la foto, el pollo que hoy nos hemos comido. Igual no es una foto muy bucólica para empezar el año pero es la única que he hecho hoy. Y en mi familia, comer pollo a l’ast el primer día del año es tradición.