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domingo, 26 de mayo de 2013

A currar, que es infinitivo

Éste ha sido mi último fin de semana libre en un mes. Por motivos que no vienen a cuento mañana me cojo libre, pero a partir del martes comienza un periplo de 32 días de trabajo continuo, sin un solo día libre en medio. Eso no sólo significa tener que trabajar los próximos 32 días, significa que tengo que madrugar durante todos y cada uno de esos 32 días, que no voy a poder hacer una siesta como la que he hecho hoy en esos 32 días, que mi ritmo de vida va cambiar significativamente en estos 32 días y que el tiempo para dedicar a las cosas que me gustan va a reducirse mucho durante estos 32 días. Glups.

Mis 32 días de trabajo se presentan así: 4 días en tierra, 9 días en el mar, 4 días en tierra y 15 días en el mar. Glups.

Ante esta situación de trabajo non-stop, he aprovechado al máximo este fin de semana: viernes noche al cine, sábado en el campo de paella con los colegas (con permiso de mi alergia) y domingo en la playa, a pesar del viento y las nubes. Y hoy he disfrutado del primer baño de la temporada: no era mi intención, pero ya que me mojo los pies, me mojo hasta las rodillas y ya que mojo hasta las rodillas, pues me mojo hasta la cintura y ya que me mojo hasta la cintura… pues nada, me tiro de cabeza y hago unos cuantos largos. También tengo que admitir que saber que no voy a tener oportunidad de pisar la playa en un mes me ha ayudado a sumergirme en el agua fresquita (aunque la verdad es que hacía casi más frío fuera que dentro).

Los días (y semanas) previos al trabajo en el mar (y todos los días de trabajo en el mar) son siempre días de peculiar estrés y agobio. Ya lo son cuando preparas una campaña oceanográfica, así que este año son aún más estresantes, porque preparamos dos. Mil y un detalles de los que estar pendientes, mil y un quebraderos de cabezas y mil y una cosas que, si pueden salir mal, saldrán mal. Siempre es igual: material que no llega cuando toca, gente que se da de baja en el último momento, problemas técnicos con los que no contabas,… Y luego, estando a bordo, mil y un problemas que surgen en el día a día: nos quedamos sin agua mineral, gente que no se lleva bien, equipos que se rompen o dejan de funcionar, cansancio acumulado,… Yo cada año me agobio, me estreso y pierdo un poco (bastante) el sueño. Y luego, al final, todo sale bien. Siempre. O casi siempre. Así que este año, ante el doble estrés, he decidido aplicar la teoría del personaje de Geoffrey Rush en “Shakespeare in love”, el empresario teatral Philip Henslowe: al final, todo sale siempre bien, aunque no se sabe cómo, es un misterio.

=========================== ALERTA: SPOILERS ===========================
================== Es decir, voy a destripar partes de una película ===================

Ejemplo 1:
 Henslowe, es acosado por unas deudas pendientes que pensaba saldar tras el estreno de una obra. Pero los teatros están cerrados por culpa de la peste, lo que enfurece a sus prestamistas: 
Fennyman: ¡Todos los teatros están cerrados por la plaga! […] ¿Qué hacemos?
Helslow: Nada. Curiosamente, todo saldrá bien.
Fennyman: ¿Cómo?
Henslowe: No lo sé. Es un misterio.
Y en ese momento, un mensajero anuncia que se vuelven a abrir los teatros.

Ejemplo 2:
El que ha de ser el narrador del estreno de “Romeo y Julieta” no para de tartamudear. El autor de la obra, Will(iam Shakespeare), está obviamente muy nervioso.
Will: Estamos perdidos.
Henslowe: No, todo saldrá bien.
Will: ¿Cómo?
Henslowe: No lo sé. Es un misterio.
Y en el momento del estreno, tras unos segundos de duda, el narrador recita su parte perfectamente.

Ejemplo 3:
Al actor que debe representar a Julieta le ha cambiado la voz y se ha vuelto demasiado grave para poder representar a una joven virginal.
Henslowe: ¿Otro pequeño problema?
Will: ¿Qué hacemos ahora?
Henslowe: El espectáculo debe... ya sabes.
Will: Continuar (*)
Henslowe: Julieta no aparece hasta la página veinte. Todo saldrá bien.
Will: ¿Cómo?
Henslowe: No lo sé. Es un misterio.
Y la amada de Will aparece en el último momento para interpretar el personaje de Julieta.

[Los diálogos son una traducción libre del guión en inglés, que podéis encontrar aquí. (*) El (intraducible) original es un claro guiño a Queen:
Henslowe: The show must… you know.Will: Go on.]

Lo dicho. Se presentan días duros y de estrés. Pero, al final, todo saldrá bien, aunque no sé cómo. Es un misterio.

En la foto, las paellas de ayer. No las hice yo, pero sí que las comí. Deliciosas.

martes, 30 de abril de 2013

Cape Cross

El domingo estuve en la colina de cría de lobos marinos (Arctocephalus pusillus pusillus) de Cabo Cross, en la Costa de los Esqueletos namibia. Fue impresionante. Lobos y más lobos marinos miraras donde miraras: sobre la arena, sobre las rocas, nadando en el mar, saltando sobre las olas. Fue increíble estar allí sintiendo sus sonidos, sus olores, viéndoles dormir, rascarse, mamar o pelearse. Contemplando cómo madres y crías se buscaban a base de gritos y olfatos, cómo se relacionaban entre ellos, cómo se peleaban, cómo jugaban, cómo dormían.

Esta especie de lobo marino se encuentra aquí en Namibia y en Sudáfrica. En esta colonia nacen las crías en el mes de diciembre, así que ahora tienen unos 4 meses. Son bichos curiosos, los lobos marinos. Aparentemente no hacían más que eso: dormir, nadar, pelearse, rascarse y dormir más. Y comen, deben comer, claro; peces y cefalópodos marinos. De hecho, se usan los excrementos de estos animales para analizar el reclutamiento (es decir, de los individuos más jóvenes) de la merluza de aquí. Y también se les acusa, a los lobos marinos, de poner en peligro las poblaciones de peces. En fin. No digo que no, porque consumir, consumen mucho pescado. Pero después de unos cuantos días trabajando con datos de aquí puedo asegurar que la principal amenaza de los peces no son los lobos marinos, claro que no. En cualquier caso, es una especie sometida a un control de población. En otras palabras, igual que existen capturas máximas para algunas especies de peces, existen cuotas anuales de lobos marinos aquí en Namibia. No entraré si esto está bien o mal, no conozco el tema en profundidad para opinar seriamente y con conocimiento de cause, pero sé que hay campañas contra estas acciones. Lo que sí sé es que este país tiene problemas mucho más acuciantes, pero mucho, que la caza de lobos marinos. Y mira que son monos estos bichos.

Hoy no quería ponerme seria. Y me he puesto. En cualquier caso, ir a Cabo Cross fue toda una experiencia. Observar miles, sí, miles de lobos marinos en libertad es increíble. Estando allí fui consciente de que estoy viviendo algunos momentos únicos e irrepetibles. Quién sabe si algún día volveré a Cabo Cross. Quién sabe si algún día volveré a ver miles de lobos marinos en libertad. Uff, qué vértigo.













domingo, 28 de abril de 2013

Si hay micro-agua, hay micro-elefantes

Lo bueno de este viaje de trabajo, es que me ha pillado un fin de semana por en medio, por lo que he podido ver algo más de Namibia que las cuatro calles anchas de casas coloniales que forman el centro de la ciudad de Swakopmund.

Ayer, por ejemplo, estuve en el desierto del Namib. Y allí aprendí esta lección: si hay agua, hay elefantes; si hay micro-agua, hay micro-elefantes.

De esta manera tan clara y visual nos explicaba Chris, el responsable de Living Desert Namibia por qué en el desierto no hay elefantes, ni jirafas, ni leones: no hay agua. En cambio, la presencia casi continua de niebla en la zona provee de gotas de agua, de humedad, de micro-agua a las criaturas que viven en el desierto, criaturas de pequeño tamaño capaces de aprovechar los recursos disponibles de la mejor manera posible. Micro-elefantes.

En realidad, yo esto ya lo sabía, claro. Es lo que tiene haber estudiado Biología. Pero lo fabuloso es la capacidad de Chris de transmitir el amor y respeto por la naturaleza, por sus criaturas, sorprendernos no sólo por lo que cuenta sino cómo lo cuenta: genial la demostración de acumulación de agua en la dolar bush (Zygophyllum stapffii) o la de la presencia de metales en la arena de las dunas. Y brutal y eficaz la exhibición de fotos sobre la erosión que quads y coches todoterreno provocan sobre las zonas planas de gravilla del desierto. Didáctico, ameno, divertido, eficaz. Ojalá todo el mundo que se dedica a la naturaleza fuera capaz de transmitir así su pasión.

Camaleones, serpientes, lagartos, geckos, escarabajos, arañas, escorpiones. Estos son los micro-elefantes que se pueden encontrar en el desierto del Namib. Criaturas increíbles, impresionantes, capaces de vivir en las duras condiciones desérticas, criaturas sorprendentes y muy hermosas. Ayer vimos camaleones, tres especies de serpientes, lagartos y el gecko (más información sobre las especies aquí). Me quedo con los camaleones. No, con los geckos. Bueno, no sé.

Una experiencia maravillosa visitar el desierto de Namib. Y eso que apenas salimos de Swakopmund, tan sólo disfrutamos de una pequeñísima esquinita de este desierto, de sus zonas áridas y planas y de sus dunas, subiendo por ellas y disfrutando de la increíble imagen del océano Atlántico desde lo alto de las mismas, ahí, justo al lado.

Así que ya sabéis, si hay micro-agua, hay micro-elefantes.
















domingo, 21 de abril de 2013

Los que nos quedamos

Se oye hablar mucho últimamente de la gente que se va de España por culpa de la crisis. Incluso algunos políticos frivolizan llamándolo “movilidad exterior”. Se cuentan mil historias, se hacen comparaciones del tiempo en el que la emigración era un fenómeno más habitual que la inmigración en nuestro país. Se dedican especiales a los que se marchan, a los que ya se fueron, a los que viven bien fuera o a los que las cosas no les van tan bien. Hay reportajes en la prensa escrita, programas en la televisión y secciones en las radios. Pero no se habla, o no se habla casi de los que se quedan, de los que nos quedamos. Y es curioso, sobre todo porque cada vez más parece que lo de irse es lo habitual y lo de quedarse es la excepción.

Los que nos quedamos, los que intentamos seguir haciendo nuestra vida en España, vivimos en un extraño limbo, en una extraña realidad irreal, como si fuera imposible hacer lo que estamos haciendo. Esto es especialmente significativo en el campo de la investigación: siempre, siempre ha habido fuga de cerebros en España, mucha gente se ha buscado las castañas fuera desde hace mucho, mucho tiempo. Pero ahora la sangría es mucho más devastadora. Cada vez oyes de más gente que se va porque aquí ya no encuentra nada, o que deja lo que tenía aquí en busca de un futuro mejor. Cada vez es (creo) mayor la proporción de gente conocida que se va que la que se queda. La situación es devastadora, para todos, tanto para los que se van como para los que nos quedamos.

Los que se van dicen que los que nos quedamos tenemos suerte. Y es verdad que la tenemos, por supuesto. Pero también es verdad que hemos perdido mucho de lo que teníamos. Los que somos temporales y trabajamos para la administración probablemente somos los que peor lo pasamos. A la inestabilidad laboral y un futuro más que incierto (nuestros contratos van ligados a proyectos o programas de duración definida), se une la aplicación de los mismos recortes que se les aplican a los funcionarios: reducción de sueldo, eliminación de paga extra, supresión de plan de pensiones, recortes en los días libres. Y aún más. No tenemos o se nos quitan cosas que ellos sí tienen como productividad o ayudas sociales y no se nos pagan trabajos que sí se les pagan a ellos porque “no está contemplado en tu convenio” (cuando ellos mismos están incumpliendo constantemente nuestro convenio) o porque “en tu contrato no pone que hagas esa función” (cuando ellos mismos te piden, o te exigen, que la hagas).

Yo (y otros como yo) me he cogido vacaciones para ir a congresos, a cursos de formación laborales o a trabajar a países lejanos. Yo (y otros como yo) he llevado la responsabilidad de campañas oceanográficas, con 18 científicos a mi cargo y equipos de muchos miles de euros, sin cobrarlo. Yo (y otros como yo) he representado a mi Instituto y a veces a mi país en reuniones internacionales en las que se deciden cosas importantes, sí, muy importantes porque los investigadores funcionarios no tienen tiempo para ir (y no porque sean unos vagos, como algunos nos quieren hacer creer, sino porque se dejan los cuernos buscando dinero en convocatorias nacionales –cada vez más escasas- e internacionales, para poder seguir investigando y para poder seguir contratando personal colaborador).

Cada vez más, en reuniones internacionales, me encuentro con europeos de países del sur (Italia, España) representando a países del norte (Suecia, Irlanda), donde han emigrado. Cada vez más, en reuniones internacionales, la gente me pregunta por mi situación, se sorprenden cuando les digo que al año siguiente igual no participaré en una determinada reunión porque no sé si tendré contrato y me preguntan, sorprendidos, por qué no me busco trabajo fuera. Me hablan de sus instituciones, de sus países, en las que hay dinero para invertir en investigación, en las que no se pasan la mitad del tiempo luchando contra la burocracia, en las que el trabajo de científico es respetado y valorado. Y les miro, y yo también me lo pregunto y me lo he preguntado muchas veces. ¿Por qué no me voy? ¿Por qué nos quedamos? Y la respuesta cambia según el día, según el momento, según el estado de ánimo. Aunque la respuesta es más o menos siempre parecida: no quiero irme. Es difícil explicar por qué no quiero irme, yo misma a menudo no me lo explico. Ahora mismo, no quiero irme. Y punto. Y eso les debe pasar (supongo) a muchos de los que nos quedamos. Aunque creo que quedarnos no es una forma de rebeldía, un acto de orgullo, un agarrarse a un clavo ardiendo, ni una forma de valentía. Tal vez sea precisamente todo lo contrario a eso. Aunque a veces creo que quedarnos es simplemente posponer nuestra marcha, intentar atrasarla al máximo. Así de simple. No sé si los que nos quedamos acabaremos marchándonos. No lo sé. Espero que no, pero la respuesta es cada vez más incierta.

Escribo esto a casi 8000 km de casa, en una pequeña ciudad costera de Namibia, a la que acabo de llegar para trabajar dos semanas en este proyecto (yo soy una de esos científicos españoles de visita de los que habla el artículo). Es maravilloso viajar, salir, visitar otros lugares, otras maneras de trabajar, para aprender, para formarte, para crecer como científico. Pero defiendo el derecho a hacerlo cómo y cuándo uno quiera, para beneficio personal que, en nuestro trabajo, es también beneficio social, incluso nacional. Hay que salir porque es bueno y es necesario, pero no deberíamos salir porque nuestro país no tenga lo que necesitamos para seguir avanzando. Porque, aunque muchos no lo crean, eso que nosotros necesitamos es lo mismo que el propio país necesita.

La foto no tiene nada que ver con la entrada, pero son unas flores que adoro que tengo en casa. Hay que darle un poco de color a la vida.

lunes, 1 de abril de 2013

Pascua de Resurección

Ayer, día de Pascua, me levanté con ese extraño mal humor últimamente demasiado habitual en mis despertares. Lo de perder una hora del día tampoco ayudaba mucho. Ni la alergia que ya me empieza a molestar. Al ir a la cocina, descubrí una de las flores de mi orquídea abierta. Me hizo sonreír. Con una infusión en la mano, encendí el ordenador y surfeé por la red intentando encontrar una solución para la falta de espacio sintomática que afecta a mi móvil. Cuando vi que arreglarlo me llevaría un par de horas, de las que no disponía en ese momento, decidí que era el momento de comer algo y pasar el rato en facebook. Y al abrirlo me enteré del fallecimiento de la Dra. Montserrat Casas, rectora de la Universitat de les Illes Balears, de mi universidad. La universidad en la que empecé una carrera que nunca terminé, en la que empecé una segunda carrera que sí acabé y en la que hice mi doctorado. Y se me pusieron los pelos de punta.

Yo ahí, quejándome por la maldita tristeza infinita que estos días parece acrecentarse sin motivo aparente, por una hora menos de día, por la alergia y ahí fuera hay gente que se muere. Pero no cualquier gente. La rectora de la UIB era un ejemplo, como científica, con cargo importante, luchadora, defensora de sus ideas (de la importancia de la formación, del conocimiento científico, de la identidad propia) pero además de científica fue mujer y madre, capaz de compatibilizar trabajo (ciencia) y formar una familia como demuestra el tweet que colgó su propio hijo:


“Lo que no sabéis es que, aparte de todo lo que se publica, era la mejor madre del mundo”.

Ayer me pasé gran parte del día con esa sensación de que estás viviendo algo irreal, no me lo acababa de creer.

Me presentaron a la Dra. Casas hace unos años. Era una mujer pequeña, menuda, llena de energía. Estaba en mi centro de trabajo por no recuerdo qué motivo y un investigador me la presentó. De mí le dijo “es una de las jóvenes promesas en investigación marina de la isla”. Y yo me eché a reír, sintiéndome entre avergonzada y fuera de lugar. Charlamos un par de minutos, aunque no recuerdo muy bien de qué. Creo que fue de la importancia de la formación en la tarea investigadora y de que nuestra propia universidad (pequeña, de provincias) era capaz de generar científicos. Hace unos meses, recibí una carta suya felicitándome por mi tesis. Una carta de esas que me imagino envían en serie a todos los que acaban su doctorado. No sé dónde está esa carta, estoy segura que no la tiré (mi amigo Diógenes) pero no he sido capaz de encontrarla. Ahora sé que cuando la envió (o la enviaron por ella, es igual) ya estaba enferma. Llevaba dos años enferma, pero seguía con su trabajo al frente de nuestra Universidad. De vez en cuando aparecía en prensa, últimamente luchando contra los recortes que la institución está sufriendo de forma continuada. Nunca sospeché (supongo que nos pasó a muchos) que esto iba a pasar.

Antes de morir, pidió que no enviaran flores en su despedida, que quien quisiera enviarlas gastara ese dinero en formación de jóvenes investigadores en nuestra Universidad (y la UIB ha abierto un número de cuenta para recaudar ese dinero). Una última voluntad valiente para una mujer que fue eso, valiente, luchadora. Yo no voy a gastar en flores, pero sí le voy a dedicar esta entrada y la primera flor de la temporada de mi orquídea florecida. Por la enseñanza, por la investigación, por el trabajo bien hecho.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Con I+D+i hay futuro



Hoy.

Movilizándonos por la investigación (I), por el desarrollo (D), por la innovación (i).

Movilizándonos por la ciencia.

Porque con ciencia, con I+D+i hay futuro.

Y porque sin ciencia, sin I+D+i no hay nada.